literatura venezolana

de hoy y de siempre

Pasillos de mi memoria ajena (selección)

Nov 13, 2024

Mario Morenza

METRO

Siempre nos gusta alguien en el Metro. Tenemos que valernos de ese calidoscopio que instalan cristales ahumados para que nuestra admiración no sea tan imprudente. Una ventana frente a otra que nos proyecta al infinito y nos proyectan un infinito en ese hacinado vagón. Las ventanas son nuestras cómplices. Unas piernas cruzadas que no contemplas de frente, sino en la ventana, al lado de la publicidad de galletas Óreo. Se hace un juego visual que oblicua la realidad, la desplaza hacia las pantallas inclinadas y las estaciones (La Bandera, Los Símbolos, Ciudad Universitaria, Plaza Venezuela, Sabana Grande, Chacaíto) interrumpen la película. Voy de oeste a este, en el sentido en que se mueve el tiempo. Se abren las compuertas con una pesadez que delata fricciones y falta de engrase. Se cierran. Una voz desentonada, de angina crónica, anuncia la parada por el sistema interno de bocinas. Gente apelotonada quiere entrar. Gente apelotonada quiere salir con desesperación y soberbia de monstruo homérico. Vuelven a abrirse y te escucho chistar, soplando siempre, plegándose suave tu sien, tu ceño. Esta vez no se interpone ningún espejo. Me quedo intentando contabilizar tus pestañeos por minuto. Y te percatas y sonríes suntuosamente. Mi vista cae al suelo. Mis gestos adquieren esa falsa soltura de quien se sabe observado. Exagero un poco mi inspección horaria. «¿Qué hora tienes?», preguntas y contesto las diez menos quince. «¿Ah?», exhalas, preguntas, pones cara de intoxicada con calamares. Las nueve y cuarenta y cinco, digo para no complicar más la conversación tan mecánicamente suiza. Vuelves a sonreír dejando caer un solemne gracias. Creo, se consigue con mi vista en el suelo, lo único en la Tierra al alcance de todos. El bamboleo que marca un ritmo solo dado a tu cabeza. Devanas gestos glotones. Dejas caer tu cabello liso azabache, dejas que roce tímida y taimadamente tus hombros. Te dejas ver casi desapercibida, casi imponente: gustosa de estar a la orilla de los No-encasillamientos. «¿En cuál estación te quedas?», pienso preguntar, pero solo me queda Chacao. Allí me bajo y ni modo. Hacia la Pirámide Invertida. Hacia el ccct y la larga pasarela. Esos tres semáforos siempre antojados con su verde metódico. Pero te miraré al otro lado de la calle, la que da desde la avenida Francisco de Miranda a la Libertador. Te paras. Compras una, dos empanadas. Desde esta acera noto la bolsa de papel cebolla, con la grasa suficiente para solventar el problemilla de la puerta del tren. Sostienes la bolsa como si llevara dentro medicinas para un familiar enfermo. Pero te miraré al otro lado de la calle, en otra frecuencia y tan paralela como los rieles que piden ir y volver a trenes, que condicionan encuentros como un alambique fraguador de destinos. Los vértices entre las distancias, entre los contactos que da de lo que he sido a lo que recordaré. Voy tarde. Un poco tarde. ¡Qué lotería de destinos emergen del subsuelo! ¿Cuántas veces antes de este 12 de noviembre, quinto mes de mis 22, te habré visto o caminado cerca, en esta ciudad y en esta vida regulada por semáforos que detienen y dejan ir? Quizá un millón de veces. Pero sé. Ambos lo sabemos. Esa cifra es imposible.

Al otro lado de la calle compras empanadas y jugo. Esperas el vuelto. Siempre es bueno desayunarse. Pongámosle alrededor de unas doscientas. A veces exagero.

***

El vecino más malo del mundo

—Ya es el último mes del año y no se ha hecho en este pedazo de Bloque nada de lo que nos propusimos, mi amor. Nada, absolutamente nada —le dije a mi mujer paseándome por la cocina—. En febrero, dentro de apenas dos meses, que se irán volando, les tocará a otros pasar por las mismas que tú y yo pasamos. No sé en qué estabas pensando cuando se te ocurrió la brillante idea de aceptar este maldito cargo, que lo único que nos ha traído ha sido dolores de cabeza. No soporto más ser el administrador del condominio. Mañana mismo, después de sacar los respectivos balances, visitar los cincuenta y seis apartamentos y cobrar el condominio de este mes, daremos a conocer nuestra renuncia. Y que se las arreglen cómo puedan. A mí me duele esto más que a ti. Pero reflexiona, Luisa. Reflexiona en lo que ha sido el año. Me pregunto por qué no tomé esta decisión antes.

Enero. Durante ese mes desvalijaron tres vehículos en el estacionamiento. Y la culpa me la achacaron a mí, que no había seguridad. Son unos malagradecidos. Aquí nunca hemos, mi amor, tenido amigos. Nunca. Bueno, si entendiéramos por amistad el saludo tan de diplomacia por la vereda o al subir y bajar escaleras. ¿Qué amistad? Se acuerdan de uno cuando necesitan un favor. Ese mes murió el señor Fonseca, del A-7. Vecino de años. Yo hasta me crie con él. Nos enteramos como a la semana, cuando me conseguí a su mujer toda vestida de negro en el abasto Los Pinos. Tan buena gente que era. Ya a mí me extrañaba, porque ellos cada viernes armaban tremenda parranda y luego aquel tufo insoportable a vómito, ron, orine por las escaleras. Aunque ahora lo veo por el lado positivo: nos ahorramos la corona de flores y nos alcanzó para arreglar tres bombillos del estacionamiento y acomodar una cerradura. Días antes de la muerte del señor Fonseca, toda su legión achacó la culpa a nuestra administración. Que yo no había querido contratar a un vigilante. Que yo me estaba cogiendo el dinero. Pero yo no sé quién podía querer trabajar ocho horas nocturnas con tan miserable sueldo. Reclaman, reclaman y no se cansan de reclamar. Cuando no lo mandan a uno al carajo como la vieja loca de planta baja, tú sabes bien de la que hablo.

Febrero. Carnaval. Los estúpidos de los hijos de Navarro bombardearon con huevos desde el balcón del B-8 a todo el que pasara por la vereda. Me hicieron blanco como tres veces. Les di las quejas a sus padres y me acusaron que yo interfería en la educación de sus hijos, que ellos sabían cómo criarlos y que me ocupara del mío que no era ningún santito, que yo odiaba a los niños y que, de paso, piropeaba a una de sus hijas. A los niños hay que dejarlos hacer lo que ellos quieran, fue lo último que me dijeron. Estuve como una hora esperando a que alguien entrara o saliera de la letra. El intercomunicador no funciona y los Navarro deben como dos años de condominio.

Marzo. Al siguiente mes vinieron roces con la gente de Bloque 3. Los aristocráticos. Aunque deberíamos aprender mucho de ellos. Cosa que he propuesto en innumerables ocasiones. Los de Bloque 3 tienen un parque en perfecto estado. El de nosotros tiene todas las atracciones oxidadas. Es un verdadero peligro dejar que los niños se columpien o se lancen de bruces por el tobogán. Un día de estos ocurrirá una desgracia. Los de Bloque 3 tienen una cancha de baloncesto. Aquí nosotros miramos con tristeza como nuestro hijo baja y juega al básquetbol en otro bloque. Se va rebotando su balón naranja y no lo podemos ver encestarlo ni lanzar de tiro libre. Cuando juega aquí tiene que conformarse con el pasamanos del parque. Los del Bloque 3 tienen hasta un altar. Nada que envidiarle a ninguna capilla de pueblo. Cada vez que paso a visitar a nuestra querida Leticia, me da un escalofrío cuando los veo a todos rezándole a la virgen de la Rosa Mística. Yo no sé de dónde sacan creatividad para reunirse en grupo y compartir. Cualquier excusa y ya tienen un buen motivo para conversar y pasarla bien. Ellos están cansados de invitarnos. Pero creo que tras esa invitación se ocultan motivos oscuros: quieren echarnos en cara que ellos son mejor bloque que nosotros, para alardear de sus logros, de su crecimiento espiritual. Por eso siempre he declinado a sus invitaciones. Ve tú, Luisa. Ve, si quieres. Lúcete con tus croquetas y tequeños que tanta gracia les hace.

Abril. Pensaba que sería un bello abril. Pero tenía que salir el ocioso que pegó la Circular en puntos estratégicos en Bloque 4. Aún la conservo. —En eso fui interrumpido por Luisa: «Pero ¿qué haces con eso, Alfredo?, no te martirices. Hace tres meses te pusieron un marcapaso. Ya deja de leer eso. ¿Acaso lo tienes de marcalibro? Relájate, piensa en positivo», me dijo Luisa, y yo le respondí: «Mira, Lu, conmigo nunca han funcionado esos trucos del yoga que haces con la Leticia en Bloque 3».

Atención Dirigido a todos los recidentes de este bloque.Verdaderamente es lamentable observar ante nuestros ojos como la improvisación y la mediocridad han sido el binomio que ha destruido nuestro bloque, ejemplar obra arquitectónica del reconosido arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Por tal razón nos hemos visto obligados a pedir irremediablemente la renuncia del actual administrador del condominio ya que su administración ha sido un total fracaso. Nosotros, un grupo que solo quiere el bienestar común del edificio y que el mismo vuelva a tener la gloria de tiempos pasados, nos hemos visto en la nececidad de exigir la salida rápida de los administradores y de los delegados de las siguientes letras: B, C, D y G. Asimismo, exigimos quese convoque a la brevedad una reunión para establecer otro grupo de administradores y delegados responsables, capaces y sin malas mañas. Sin más que decir al respecto, nos despedimos.                                                          

-Los vecinos. 29 de abril de 2006  

Mayo. Alfredo, por qué no mejor te pones tu mono y bajamos a caminar al terreno —me dijo mi mujer llevándome del brazo hasta el balcón—. Falta te hace el ejercicio, mira que te lo recomendó el médico. Eso es algo que no te pueden negar. Salvaste el terreno en mayo, cuando diste la cara ante los fiscales, y te dieron la razón. Querían construir un preescolar. La idea fue del títere de Arístides Padua, que a cuenta de que es delegado de la B y abogado se cree el dueño del Bloque y lo que él diga. Te imaginas cuántos meses íbamos a aguantar el taladreo. El polvo de los camiones nos haría creer que estábamos en Coro, en casa de tu madre, y el niño que es asmático. Aunque no se ha dado por vencido el Navarro. Cualquier día veremos un camión de la alcaldía talando árboles. El colmo sería que fuéramos a caminar a Bloque 3. Y ahora la coalición entre la portuguesa de la C con la de la F para meter como tres camiones en el estacionamiento en lugar de aparcarlos en Mersifrica. Por ahí andan como locas buscando firmas. Míralas. Solo míralas con sus caras de acontecidas. Pero cuando estábamos recolectando firmas para instalar el tanque de agua, se hicieron las locas y no firmaron nada, porque según ellas eso era una gastadera de real. Ahora y que si no las dejan meter sus camiones no pagarán este mes de condominio y el próximo, y el próximo. —¿Bajamos al terreno?

Junio. Tranquila, mujer. Ya tengo cincuenta años. Casi la cantidad de años que tienen los bloques de fundados. El Villanueva se entrenó con estos bloques para luego dedicarse a todos esos proyectos que conocemos. En aquella reunión a mitad de año. La que convocamos en el parque. Siete personas. Récord de asistencia. Lo único que hicieron fue discutir entre ellos o conmigo. Como siempre. Aquí nunca se volverá a llegar a nada. Días antes queríamos hacer una fiesta. El señor González fue el único que vino, siempre tan carismático hasta que se pone a hacer preguntas necias. Queríamos estrechar lazos de amistad, que probaran tus tequeños empanizados, o bien, por lo menos, que nos conociéramos un poco más, nosotros, los vecinos, que qué hacen tus hijos, en qué y en dónde trabajas o estudiaste, cuál es tu equipo favorito de béisbol. —Alfredo, no son momentos para que te pongas melodramático (me dijo mi mujer). Mira que se nos acercan las Varela. Ya sabes lo chismosas y envidiosas que son—. Ya se me quitaron las ganas de organizar la fiesta de Nochebuena y Año Nuevo. Que cada uno se beba su whiskey en su casa y que espere el espíritu de la Navidad les prepare sus pasapalos. Además, nos vamos para Coro, a soportar insípidas hallacas, su detestable humor y los aires de grandeza de tu padrastro. Suficientes sacrificios estoy haciendo por ti, Luisa. En el Coro de tu madre.

Julio. Mejor subamos a casa. Me quiero bañar. Mañana hay trabajo en el negocio —le dije a mi mujer cuando vi que aparecía Chicho con su diabólico perro chow chow—. Allí se viene con su bozal. Ya me tiene aburrido con sus ladridos, el perro neurótico.

Agosto. No te pongas así, Alfredo, que te va a dar algo, mira que ya se viene el espíritu de la Navidad, dijo Luisa. Yo le respondí: «Ya lo del asunto de la Navidad me tiene arrecho. Estoy harto de escuchar que si la Navidad esto, que si la Navidad lo otro, que ellos arreglen ese peo. No hemos puesto el arbolito siquiera. Los García casi instalan una selva sintética en el balcón, una selva con miles de San Nicolás y luces intermitentes. Son la atracción del edificio. Gastan como trescientos mil voltios al día. Y saber que, en su Letra, el otro día la señora Susana se cayó por las escaleras por falta de luz. Se dio cuenta Martica por los gritos que daba la pobre viejita, ahora con un yeso que le llega hasta la cintura y quien sabe si vuelva a caminar, porque a esa edad tú sabes. Esto se ha vuelto un caos. El otro día, cuando les toqué y recordé de buenas maneras que se acordaran del condominio, me dijeron que, si no me gustaba ser el administrador de Bloque 4, me mudase para una quinta, que aprendiera a convivir en comunidad, que resolviera el asunto de los puestos fijos en el estacionamiento. ¡Válgame Dios!, venir ellos a decirme eso a mí, cuando son los primeros que tienen dos vehículos varados desde hace unos cuantos años en los puestos B-4 y B-5. (Eludimos a las Varela. Subí y me di un baño. Luisa subió más tarde. Fue por cigarros y pan para cenar. De regreso a Bloque 4, aprovechó y cerró el parque. Cuando terminamos de comer continuamos con la discusión.)

Septiembre. Todavía hay veintiocho morosos por lo de las filtraciones en la Letra A. No quisieron cancelar la deuda. Y que eso no les afecta. Claro que no les afecta. Qué bestias. Se puede estar cayendo el mundo y ellos como si fuera Marte. «¡Se tratan de áreas comunes!», les dije, o, mejor dicho, les grité. Pero no entendieron. A Joaquín se le inundó el cuarto. Se despertó a medianoche con una catarata que le cayó encima. Al viejo que no lo llevan para el geriátrico. La familia lo visita una vez al mes, cuando tiene que cobrar la pensión. Cualquier día amanece muerto. Ahora mismo empiezo a redactar la convocatoria para la reunión y que se busquen a «otros administradores». Las razones: Salud. Pongo mi cargo a la orden. Y que no vengan con sentimentalismos de ninguna índole.

Octubre. Tantas cosas se quedaron engavetadas. La caminería, Luisa. La caminería que tanto soñamos. Una caminería digna. El jardinero renunció en octubre. La grama ya no es grama. Es monte hasta los tobillos.

Noviembre. La convocatoria será en el parque. Y no digo el adjetivo infantil, porque parece un eufemismo. Las noches de los viernes no se puede dormir. Uno cierra las rejas a las ocho de la noche e igual se meten por la cerca que da hacia el terreno. Comenzaron los problemas con la Junta de Condominio de Bloque 3. Hasta el nombre parece de la monarquía. Pasaron una circular quejándose de que no dejaban dormir. Razón tenían. Tuve que soportar el desfile de viejas chinches y chillonas reclamando.

Ya, vente a la cama, Alfredo, me dice mi mujer, mientras sorbo un té aromático que ella preparó, seguro el último consejo de sus reuniones con el yoga. Luisa, cinco años menor y el único lazo que verdaderamente nos une, o me une a ella, es que lo único que hace es cuidarme. No hay ningún comentario que esté desvinculado con el tema de la salud. Me metí en el asunto del condominio a ver si compartía más tiempo con ella. Y lo único que hemos logrado ha sido discutir entre nosotros o nosotros con los vecinos. El lazo que nos unió ahora nos ahorca. Redacté mi carta de renuncia. Yo me voy a cepillar los dientes.

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