literatura venezolana

de hoy y de siempre

María Lionza (acto primero)

Abr 1, 2022

Ida Gramcko

A Mariano Picón Salas

Personajes:

Dioses:

María Lionza

Reina Guillermina

Niña Flora

Niña de la Palma

Jorge Monay

Ezequías

Don Juan de los Retiros

Don Juan del Viento

Don Juan de la Luz

Don Juan del Odio

Don Juan de los Cabrones

Seres Humanos:

María

Froilán

Antonio

Nicanor

Pedro

Facundo

Mensajero

Juana

Ignacia

ACTO PRIMERO

Umbroso lugar de la selva. Tupida red de lianas milenarias y bejucos jóvenes. Destácase, al fondo, un conuco. El verde y las sombras invaden la escena, mientras los gusanos de luz la llenan de presagios. De cuando en cuando, una bandada de guacamayas la cruza espantando los murciélagos.

Como si fuera un chinchorro, aparece en primer plano, un ala de mosca gigante.

Lejos croa un sapo. Y de más lejos todavía, llega un rumor de piedras que caen al lecho del viejo y seco río.

Lo leños calcinados estallan.

En escena, Juana e Ignacia.

JUANA.- Tuve que hacerlo, Ignacia. No bastan ya ni el rezo ni el presente. La reina ni responde ni se sacia con velas, con perfumes o aguardiente. Perdí mi bienestar con mi ganado, se secaron las siembras, los conucos, y mi hija estaba pálida a mi lado virgen y verde como los bejucos. Después al hijo lo metieron preso, por algo que no sé, por algo injusto, y mi hija oscura, con su pelo espeso, alzaba al aire el pájaro del busto.

IGNACIA.- ¿Y qué hiciste, por Dios?

JUANA.- Llamé a los cielos con una extraña y loca jerigonza, hice oraciones y besé los suelos clamando, por piedad, a María Lionza.

IGNACIA.- ¿Y no recuperaste lo perdido?

JUANA.- No lo recuperé. Los charlatanes decían que siguiera sin sentido, y fui a los sacerdotes, los mojanes, y allí me echaron mirra en el oído e incienso y estoraque en los fustanes…

IGNACIA.- ¿Y no te devolvieron lo perdido?

JUANA.- ¡Nada, criatura! El negro sahumerio no respondió a mi sed ni a mis afanes, y entre las peticiones y el misterio soñaba con haciendas y con panes, con hijos libres de su cautiverio, y me quemaban ya los talismanes. Y mi hija estaba allí… virgen, bermeja, el pecho redondeado como un fruto, y entonces me chismearon en la oreja: ¡tu hija será tu último tributo!

IGNACIA.- ¿Y entonces, qué?…

JUANA.- Me cosquillaba el hambre en la cintura y el coyote y alcé a mi hija, virgen como estaba, y se la di completa al sacerdote. ¡Sí, se la di! ¿Qué quieres? ¡Una barbaridad, una blasfemia!¡Mas cuántas niñas no son ya mujeres porque los suyos se morían de anemia!

IGNACIA.- Es espantoso lo que me refieres…

JUANA.- ¿Por qué se la entregué? Nadie me premia. El hijo sigue ausente, encarcelado, los otros hijos lloran sin sustento; viéndola a ella, lo que le he quitado me causa horrores y remordimiento. El cuello se me va, se me desgonza, ando arrastrando su percal sangriento, pues nada me devuelve María Lionza. ¡La sangre pura le sirvió de ungüento!

IGNACIA.- ¿Por qué no te quedaste en los conjuros? ¿Por qué tuviste que entregar la niña?

JUANA.- Se ve que no has pasado por apuros, que nadie te hace mal ni te rapiña… ¡A lo hecho, pecho! Yo no me censuro, censuro a María Lionza, a su campiña; yo le pregunto si no hay bien seguro, si esto es un pacto o una rebatiña.

IGNACIA.- Quizás la reina duerme entre sus muros, quizás esté muerta y no se recupere… hay dioses malos, débiles y oscuros… Puede que María Lionza degenere.

JUANA.- ¡Y yo gasté mi pólvora en zamuros y mi hija se me pudre y se me muere! Voy a rezar con los dedos duros, con ese dedo varonil que hiere…

IGNACIA.- ¿Insistes todavía en exorcismo?

JUANA.- ¿Me seguirás?

IGNACIA.- Con gusto, si te ayuda.

JUANA.- Piensa en el santo día del bautismo, piensa en tu carne trémula y desnuda, piensa en el santo de tu catecismo y en una araña mórbida y peluda. Sí, porque al filo de la media noche cuando te cae un río del sobaco, sin una rebelión, sin un reproche te doblas y te fumas el tabaco.

(Juana saca dos tabacos del bolsillo de su delantal o vestido, entrega uno a Ignacia, enciende los dos y ambas comienzan a fumar.)

JUANA.- El humo hacia los puntos cardinales pidiéndole al espíritu y al guía que te lleve en sus alas fantasmales a la gran puerta de la cofradía.

IGNACIA.- Miedo me das…

JUANA.- Aplácate y escucha: intenta renunciar, adormecerte, vendrá el Poder, te cogerá sin lucha y ha de llevarte como un trapo inerte. Duérmete, Ignacia, y piensa en lo infinito, duerme conmigo y rompe tu medida, duerme que ya aparece Francisquito diciendo que mi vela está prendida. ¿No ves los aposentos, los umbrales?

IGNACIA.- No veo nada…

JUANA.- (Exasperada) ¡Nada ocurre, Ignacia! No veo el paredón ni las señales, o yo o la reina estamos en desgracia.

IGNACIA.- ¡Son falsas tus regiones celestiales (Botando el tabaco), falsa tu reina y mísero su influjo!

JUANA.- Ya no la conmovemos los mortales (Botando el tabaco), ni con los trances ni con el embrujo. Y mi hija está en su tálamo, tendida, sin hombre que la ciña y que la quiera.

IGNACIA.- Y tú como una vela derretida no hallas altar donde quemar tu cera. Vamos, que el frío arde hasta los huesos… El frío arde como la evidencia. Olvida tu rencor y tus excesos que estás a punto ya de la insolencia.

JUANA.- Tengo los pies y los retoños tiesos…

IGNACIA.- Pues que ello signifique penitencia.

JUANA.- No quiero penitencia ni regresos; quiero romper mi espera y mi creencia. María Lionza, por los hijos presos en cárcel, en dolor o en indigencia, por las hijas negadas a los besos y entregadas al dios y a su violencia, por lo que no devuelves a mis rezos, porque llenas de pulgas la conciencia, sé que no valen brujos ni confesos, que no eres triunfo sino decadencia. (Salen)

(Entra María)

MARÍA.- Es horrible esperar… (Entra el mensajero) Y usted… ¿qué quiere?

MENSAJERO.-

(Alargándole un papel) Un pliego de Froilán…

MARÍA.-

¿Y qué ha ocurrido?

MENSAJERO.- Yo nada sé; mejor es que se entere…

MARÍA.- ¿Qué dice aquí, qué dice?

MENSAJERO.- Que se ha ido…

MARÍA.- ¡Si no se puede ir!

MENSAJERO.- Pues no lo espere, si dice que se va, ¡cuento concluido!

MARÍA.- ¿Cómo? ¿por qué?

MENSAJERO.- No se me altere… Froilán es un muchacho presumido.

MARÍA.- ¿Qué gana con mentir, por qué me engaña? Froilán es todo lo que yo he vivido. Froilán es todo lo que me acompaña. Y este papel es un adiós fingido. Por él dejé mi madre, mi cabaña, por él sufrí la fuerza y el vahído, y hoy ¿quién puede creer esta artimaña?

MENSAJERO.- Anoche la escribió sin un gemido.

MARÍA.- Anoche… ¿usted lo vio? ¿Por qué se ensaña?

MENSAJERO.- Lo vi no más… Tranquilo y convencido.

MARÍA.- ¿Y aquí puso su mano, la guadaña con que rasga mi cuerpo poseído, y aquí miró el papel tras la pestaña con aquel ojo de betún pulido? Y usted echó veneno a la cizaña, usted lo vio firmar sin un latido, y se sacó después una lagaña porque tenía el ojo distraído. Usted, ¿quién es? ¿Un hombre, una alimaña?

MENSAJERO.- Yo no me meto donde no es debido.

MARÍA.- Usted trae la carta, la montaña de muerte que aniquila mi sentido, usted me hace morir, pero se apaña; yo no me meto donde no es debido. Froilán se metió en mí con su espadaña; Froilán se metió en mí con su estallido, y eso ¿qué fue? ¿una hazaña?…

MENSAJERO.- Quizá le resultara divertido.

MARÍA.- ¡Jocoso darme con mi piel huraña, de risa verse con el cuerpo herido! Miré la red y no miré la araña y aún miro aquel amor entretejido pues si mi carne le resultara extraña ¡meto mi cuerpo donde está metido! Soy una intrusa, ¡bueno! Y si me daña meterme en el tormento de su olvido, ¡más entro en él sin ver lo que restaña la sangre que emparama mi vestido! Pero hago mal… ¿no es cierto, mensajero? Tú eres un hombre, libre y precavido. Sabes matar al niño y al cordero y te lavas las manos sin descuido. ¡Qué limpia mano de hombre traicionero! ¡Qué uñas de sol decoran al bandido! ¡Vete de aquí… que lloro y me exaspero! ¡Me estoy metiendo donde no he debido! (Sale el mensajero)

(Silbidos, gritos de Pavita, ruidos nocturnos se confunden con los sollozos de María, tendida en la media luna del chinchorro. Luz fantasmagórica ilumina la escena. Entran los dioses, rodeados por un nimbo de azufre.)

EZEQUÍAS.- Cada cien años, cada cien otoños el pueblo hambriento pide un nuevo credo. Que le crezcan los sueños, los retoños, que un nuevo dios los libre de su miedo.

NIÑA DE LA PALMA.- Para que la deidad, la reina Mara entre otra vez en rango y en oficio, para que un dios comulgue sobre el ara y limpie el polvo con el maleficio, te pedimos tus párpados, tu cara, tu cuerpo de mujer en sacrificio.

JORGE MONAY.- En nuestra tierra fresca y melodiosa silencio y sed castígannos de nuevo. Ni el mito que nos limpia y nos remoza sufre temblor, crisálida o renuevo.

REINA GUILLERMINA.- Por eso vengo a ti, María hermosa, María perdedora de mancebo, buscándole una reina y una esposa a ese gran pueblo que en mis hombros llevo. Por eso vengo a ti, María moza, cuerpo de potestad y de relevo para que te conviertas en la diosa y saques el gran pájaro del huevo.

(Las tinieblas invaden la escena. El último sollozo de María se convierte en un trino angustiado. Los dioses salen con las sombras. Entran Froilán y el Mensajero)

FROILÁN.- (Llamando) María… (Al Mensajero) ¿Dónde está?

MENSAJERO.- Pues allí estaba saliéndosele el diablo por la boca.

FROILÁN.- Cuéntame… qué te dijo…

MENSAJERO.- ¡Pero acaba! ¡Si ya te lo conté; si estaba loca! Y yo me voy de aquí…

FROILÁN.- ¡Calla! (Llamando en voz baja) ¡María!… (Notando que el mensajero intenta marcharse, lo coge por un brazo) Tu no te vas…

MENSAJERO.- Y qué, ¿quieres un perro? ¿Para qué necesitas compañía? Ya tuve mucha vela en este entierro.

FROILÁN.- Explica una vez más lo que decía, qué cosa respondió…

MENSAJERO.- Pues nada tierno…

FROILÁN.- ¿Qué dijo?

MENSAJERO.- No decía, maldecía… ¡y que los dos nos fuéramos al cuerno!

FROILÁN.- Yo creo que está aquí, pero escondida…

MENSAJERO.- Allá tú y ella.

FROILÁN.- Quédate un instante… En su chinchorro la hallaré dormida con una huella oscura en el semblante.

MENSAJERO.- (Con sorna) Despiértala, Froilán, pero enseguida no sea que otro sueño la levante.

FROILÁN.- ¡Pero estará tan llena de despecho; no me recibirá con alegría, de puro miedo se me tranca el pecho!…

MENSAJERO.- Es imaginación… o tontería. (Empujándolo) Anda, Froilán, y acércate a su lecho…

(Cuando Froilán se aproxima al chinchorro, éste se rodea de una luz intensa, demostrándole que no hay nada en él.)

FROILÁN.- (Llamando) ¡María!…

(Sombras de nuevo, hasta que una luz dorada y extraña ilumina los árboles. Flores, frutas, yerbajos se ciñen tiernamente a la atmósfera. Vuelan insectos de color. Atezadas astillas se amontonan bajo los troncos.)

(Entran Jorge Monay y Ezequías)

EZEQUÍAS.- Se cumplen hoy tres años de su ascenso.

JORGE MONAY.- Se ha convertido en diosa verdadera y se le trajo almíbar con incienso. Que una mujer tan bella y tan austera es cosa singular…

EZEQUÍAS.- Yo ni lo pienso. Miedo me da mirarla tan severa entre las cabras, el pastor y el pienso.

JORGE MONAY.- Pues, para mí, ni el huracán la altera.

EZEQUÍAS.- Yo prefiero esperar en el suspenso. Hay algo de ella que se quedó fuera, algo que ni aquilato ni condenso. No es totalmente nuestra compañera.

JORGE MONAY.- Cambió su amor por el amor inmenso. Se convirtió en la luz y en la heredera con un sollozo largo e indefenso.

EZEQUÍAS.- ¡Lloraba con la piel con la cadera! Era un sollozo demasiado intenso.

JORGE MONAY.- Ahora está tranquila…

EZEQUÍAS.- Dios lo quiera, y Dios me quite el mal y el pensamiento.

JORGE MONAY.- ¿Qué es lo que piensas?

EZEQUÍAS.- Que por más precoces que seamos en luz y entendimiento ella es mujer aún entre los dioses y está en combate y experimento. Aún tiene labios rojos y veloces, se le salen los muslos del asiento; cuando la miro con sus albornoces metida en su pudor y en su portento, cortando el aire con sus duras hoces le sobresale el pecho suculento. Y siento miedo de escuchar sus voces, de ver su rostro, de sentir su aliento… Yo sé que tú también lo reconoces, pero eres más flemático o más lento.

JORGE MONAY.- Fuimos a ella pues se requería una mujer lacónica y valiente. Que el mito solo con su jerarquía estaba ya agotado entre la gente.

EZEQUÍAS.- Pues fue una solución muy femenina, por no decir mejor que fue imprudente. La diosa estaba intacta en su hornacina y hoy se nos quiebra cuando está presente.

JORGE MONAY.- Cállate que allí viene Guillermina.

EZEQUÍAS.- Quédate tú y escucha lo que cuente.

(Sale Ezequías. Jorge Monay se esconde tras un árbol. Entran Guillermina y la niña Flora)

GUILLERMINA.- Anoche florecieron flamboyanes…

FLORA.- Llenaron de narcóticos la brisa, mordían los perfumes como canes y hoy encuentro la atmósfera imprecisa. Hay un vaho de esteras, de gañanes…

GUILLERMINA.- Crece, rauda y azul, la yerba Luisa.

FLORA.- Crecen también los sueños…

GUILLERMINA.- No devanes la madeja del sueño y analiza.

FLORA.- ¿Qué puedo analizar? Tantos afanes me comen la mirada y la sonrisa.

GUILLERMINA.- Ayer vinieron veinte servidores…

FLORA.- Altos y fuertes como encinas.

GUILLERMINA.- Pagan cumplidamente los favores que les donó la reina…

FLORA.- Guillermina, la reina, ¿no era una mujer?

GUILLERMINA.- No azores.

FLORA.- ¿No era una joven de cabeza endrina?

GUILLERMINA.- Me llenas de recelos y temores… ¿y esa curiosidad tan repentina?… ¿Qué importa lo que fue? No la valores sino en su forma máxima y divina.

FLORA.- Cierto, pero…

GUILLERMINA.- No te descubras sin sabores. Vive tu fronda con su clavellina.

FLORA.- Las raíces parecen estertores, miro una sangre muerta en la resina…

GUILLERMINA.- No hablas como la diosa de las flores.

FLORA.- Porque cada botón trae una espina.

GUILLERMINA.- Pero ¡qué sin razón!…

FLORA.- Ya no hay razones. Hay un ambiente lleno de neblina.

GUILLERMINA.- (Acercándose a unas astillas colocadas debajo de un árbol) Ayúdame a cargar estos tablones…

FLORA.- (Ayudándola) Huelen a cama macerada y fina.

GUILLERMINA.- ¡Huelen a árbol! ¿Quieres más? Tus dones son grandes…

FLORA.- ¡Nunca!

GUILLERMINA.- Tú eres la mezquina, no te bastan los montes, los alcores, los ríos con su bestia cristalina, los pájaros, los fuegos, los colores…

FLORA.- El campo es una vívida rutina.

GUILLERMINA.- Quédate con tus sueños turbadores. Yo voy a trabajar. Quien se domina encuentra paz y encanto en sus labores.

(Sale Guillermina)

FLORA.- Tu puedes dominarte, Guillermina.

(Jorge Monay sale de su escondite)

JORGE MONAY.- Flora, ¿tengo que hablarle a los rastrojos, tengo que hablarle a lo que no me escucha? Si a mí volvieras tus huraños ojos habría un sol de paz sobre mi lucha.

FLORA.- Yo no quiero mirar a los dioses. Me fatigan sus cábalas, sus cielos…

JORGE MONAY.- Y tú, ¿quién eres, quién te ha dado voces sino los mismos que te dan recelos?

FLORA.- Eso es lo que me cansa y amotina. Que tenga yo que estar entre los hielos, que tenga que acatar mi disciplina, mientras los hombres comen sus anhelos, sus besos, sus mujeres y su harina. No sé a qué sabe el pan, pero lo huelo, ni qué es la carne, pero me alucina… ¿A qué saben los celos?

JORGE MONAY.- No sé, no entraron nunca en mis doctrinas; dolor sí sé lo que es y desconsuelo pues te amo sin cesar…

FLORA.- Te lo imaginas, amor que no se para sobre el suelo, pasión de este jaez, de las divinas, no son verdad… Se necesita anzuelo, carnaza fresca y trémula sardina, hombre que pesque sobre el arroyuelo… sangre se necesita y heroína…

JORGE MONAY.- Yo te amo, Flora.

FLORA.- Dime: te flagelo y sentirás que tu alma me domina.

JORGE MONAY.- No quiero herir la fronda de tu velo.

FLORA.- ¿No quieres o no puedes? ¡Determina!

JORGE MONAY.- Mi amor nació del cántico, del vuelo…

FLORA.- Pues márchate con tu ala y con tu ruina. ¡Márchate que te extraño y te repelo! Eres una entelequia masculina.

(Sale Jorge Monay. Entra Froilán)

FROILÁN.- (A Flora) ¡Eh, usted!

FLORA.- (Volviéndose y viendo a Froilán) ¿Habló conmigo?

FROILÁN.- (Acercándose, con un saco entre las manos) ¿Qué hago con este fardo? Está lleno de trigo. La dama gorda, la del manto pardo me lo mandó a llenar… Yo me fatigo, lo lleno de cereal y como tardo un minuto en concluir ¡no la consigo!

FLORA.- La dama gorda es una reina.

FROILÁN.- ¡Bueno! Aquí todos son ángeles o dioses o reinas, y el que menos habla solo y da voces.

FLORA.- ¿Lo dice usted por mí?

FROILÁN.- Me lo imagino.

FLORA.- ¡También yo soy!

FROILÁN.- (Con burla) ¿Por qué se altera? Yo soy un adivino y usted es la princesa, la heredera.

FLORA.- ¿Y para qué visita estas regiones?

FROILÁN.- Pues yo estoy de servicio; la reina Mara oyó mis peticiones y yo vine a pagarle con mi oficio.

FLORA.- ¿Y qué le devolvió la reina Mara?

FROILÁN.- Me devolvió un retrato.

FLORA.- ¿Qué es un retrato?

FROILÁN.- Algo como una cara.

FLORA.- ¿Con ojos, con nariz?

FROILÁN.- ¡Con todo el boato!

FLORA.- ¿Y vive?

FROILÁN.- ¡Qué ha de vivir!

FLORA.- Es una cosa rara, es algo como yo; nunca lo he visto pero si tiene una presencia avara es como yo que soy y no existo.

FROILÁN.- ¡Ah!, pero usted… ¿no existe?

FLORA.- Claro que no; yo soy una apariencia.

FROILÁN.- Linda visión.

FLORA.- ¿Cree usted? ¡Pero tan triste!… Me prohíben la carne y la experiencia.

FROILÁN.- Pero, ¿tampoco siente?

FLORA.- Siento lo ajeno, siento demasiado… siento la mano de otro en mi simiente, los pies de otros corriendo por el prado, la carne tibia en busca de mi fuente… Siento lo incomprensible, lo vedado, que se acuestan donceles en mi frente, que el labriego atraviesa mi costado y que prosigo inmóvil e inocente.

FROILÁN.- (Acercándose) ¿Y toco su mano?

FLORA.- Mi mano es un remedo.

FROILÁN.- (Cogiéndole una mano) Hay un índice frío, mas lozano… ¿No percibe mi piel?

FLORA.- Es que no puedo.

FROILÁN.- Y el brazo es como un pan de fresco grano, y el hombro tiembla como un pez con miedo…

FLORA.- Si no puedo temblar…

FROILÁN.- Tiemblas, criatura. Temes al hombre, temes al pecado. ¿Cuál es tu nombre?

FLORA.- Flora, y mi cintura es esa que se cimbra en el collado.

FROILÁN.- A ella me voy; le temo a tu figura… Prefiero tu rincón más sosegado.

(Vase Froilán. Entra don Juan de los Retiros)

DON JUAN DE LOS RETIROS.- ¿Te sedujo el gañán?

FLORA.- (Volviéndose) Cállate, deslenguado.

(Entra don Juan del Viento)

DON JUAN DEL VIENTO.- Tiene buena presencia…

FLORA.- ¡Cállate, don Juan!

DON JUAN DEL VIENTO.- Y él, ¿está enamorado?

FLORA.- ¿Qué sabes tú de amor?

DON JUAN DEL VIENTO.- Dice el refrán que sé tanto de amor como un letrado.

(Entra don Juan de la Luz)

DON JUAN DE LA LUZ.- ¿Qué te dijo el galán?

FLORA.- Nada que te interese, mal pensado.

DON JUAN DE LA LUZ.- Tiene unos bellos ojos de alquitrán y huele a sementeras y a ganado.

FLORA.- No quiero oírte…

DON JUAN DE LA LUZ.- Tiene piel de pan y el pecho como un horno iluminado.

FLORA.- ¡Calla!

DON JUAN DE LA LUZ.- Tiene pestañas de azafrán, bozo de papelón, diente ordenado…

(Entra don Juan del Odio)

DON JUAN DEL ODIO.- Era un bello rufián. Eras una ternera en el cercado y él como un toro viéndote el afán, mugiendo alegremente su llamado.

DON JUAN DE LOS RETIROS.- ¡Ay, quién detiene al toro!

DON JUAN DEL VIENTO.- Toro jamás coleado…

DON JUAN DE LA LUZ.- Tiene un lunar como una mancha de oro y un cuerno de cristal desenfrenado.

(La niña Flora se tapa los oídos)

DON JUAN DEL ODIO.- ¿Quién protege su trémulo decoro?

DON JUAN DE LOS RETIROS.- ¿Quién no cuelga en la rama su tocado?

DON JUAN DEL VIENTO.- ¿A quién no le entra por la piel y el poro el tacto como un aire derramado?

(Entra la reina Guillermina)

GUILLERMINA.- ¿Qué hacen con esta niña?

DON JUAN DEL ODIO.- ¿Niña has dicho? ¡Cuidado!…

GUILLERMINA.- Aquí había una niña.

DON JUAN DE LOS RETIROS.- Un dialogo solvente y moderado.

GUILLERMINA.- Cuéntame, niña Flora, cuenta lo que ha pasado…

DON JUAN DEL VIENTO.- Lo que pasa es el fuego por la espora.

DON JUAN DE LA LUZ.- Lo que pasa es el sol por el sembrado.

GUILLERMINA.- ¡Cállense, charlatanes! No la dejan hablar…

DON JUAN DEL ODIO.- Se quedó muda.

GUILLERMINA.- He dicho, ¡fuera, fuera a los don Juanes! Ella me explicará…

DON JUAN DE LOS RETIROS.- No cabe duda.

DON JUAN DEL VIENTO.- Tócale los ingrávidos fustanes, no hay nada que explicar… ¡está desnuda!

(Salen los don Juanes)

GUILLERMINA.- Flora, ¿qué es lo que sufren mis oídos? Flora, mi reina…

FLORA.- ¡Calla! Me pueblan unos ímpetus prohibidos, me arrancan velo, voluntad, valla… Estoy fuera de mí y en mis sentidos.

GUILLERMINA.- ¡Ay reina Mara, ay perdición, ay cielo! La niña Flora presa en la locura… ¡Devuélvanle su pátina, su hielo, cúbranla con pudores de espesura! Ten humildad y temple, niña Flora, yo le hablaré a la reina y con su guía toda la sombra que te cubre ahora saldrá volando y hallarás el día.

(Sale Guillermina. Entra Froilán)

FLORA.- (Viendo a Froilán) ¡Oh, ven que se hace tarde, ven que quieren robarme mi alegría! Mi espectro quema, mis mejillas arden… Quizá pueda inmolar mi jerarquía.

FROILÁN.- ¿Qué estás diciendo, Flora?

FLORA.- No puedo definir lo que te digo. Estate cerca, el fuego me devora y tú eres como el leño y el abrigo. ¡Oh ven, cabeza dulce de borrego, belfo de sol, amigo, contigo puedo realizar mi fuego, mis claras llamas levantar contigo! Colócame en tus hombros de labriego como a un fardo pletórico de trigo.

FROILÁN.- Pero si tú eres diosa…

FLORA.- Esa es mi gran mentira, ser sombra de una voz o de una cosa, mirar las brasas sin tocar la pira.

FROILÁN.- ¡Qué brava estás, qué hermosa!

FLORA.- ¿Es que descubres mi fisonomía?

FROILÁN.- Tu frente es una garza que reposa…

FLORA.- Hazla volar a la región sombría.

FROILÁN.- Tu pelo es una rama que solloza…

FLORA.- Cuélgale un nido con su melodía.

FROILÁN.- ¿Qué puedo hacer por ti?

FLORA.- Tu piel, tu esposa, algo que sea carne y caloría… Sé que soy torpe, sé que soy terrosa, que no me quieres nada…

FROILÁN.- Desconfía… Mi corazón, midiéndote te goza. Yo también quiero que te sientas mía. Te enseñaré a tumbarte en los vergeles, a ser ceñida por la espiga amante y a morir luego de exprimir las mieles.

FLORA.- Entonces yo seré tu semejante.

FROILÁN.- Serás al fin, tu hallazgo.

FLORA.- Diciéndolo, tu voz me da textura, me surca el rostro un iracundo rasgo y la piel brota, límpida y madura. ¡Mírame bien! Me plasmas… Si dicen que en fantasmas devenimos a fuerza de jugar a los fantasmas, porque he jugado a ser mujer los limos se alejan con sus lastres y sus miasmas. Y soy una mujer como una loba.

FROILÁN.- Una loba con trémolos, con mimos.

FLORA.- Una mujer que llevas a tu alcoba para ligarla a un lecho de racimos. Sé que no puedo aún, ¡y hay tanta prisa!… tampoco es natural ser la traidora. Ve con ansia sumisa, ve junto a la magnánima inventora…

FROILÁN.- ¿Quién es?

FLORA.- Es la que manda, la que hechiza, y pídele que rompa esta demora.

FROILÁN.- Lo que tú digas, pero ¿quién es ella?

FLORA.- Es la reina María. Pídele por mí nada, por tu huella, por tu presencia y por mi faz vacía que se proponga convertir mi estrella en una hoguera cárdena y bravía. Dile que nada nos detiene ahora, dile que te amo.

FROILÁN.- Pero, ¿qué hay que hacer?

FLORA.- Sigue esa ruta, llámala e implora… ¡Dile que quiero ser mujer!

Sobre la autora

*Fuente de la imagen: https://www.ivenezuela.travel

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