Gerardo Steinfeld
«El Escalofriante Metraje #302»
Advertencia, este texto fue censurado por la Fundación Trinidad debido a la crudeza del material transcrito al hallazgo de un metraje audiovisual encriptado en los servidores. Los verdaderos nombres han sido borrados del archivo junto a las indicaciones que conducen al sitio del horror.
La fundación es una organización internacional encargada de proteger al público de los fenómenos trascendentales capaces de perturbar el conjunto, con la finalidad de prevenir la paranoia colectiva y la intervención de entidades externas al designio. Las evidencias registradas por la grabación son contenido irrefutable de prodigios que escapan al entendimiento humano sobre las concepciones de la vida y la muerte.
Toma #1. 23 de agosto, 20XX, 22:24 pm.
—Son las diez de la noche—sonrió un joven lampiño de ojos brillantes a la cámara de grabación enfocada en su rostro. Sus mejillas serenas y ojos entornados delataban una inusitada excitación—. Ya atravesamos la carretera desde Ciudad Zamora a Puerto Bello para adentrarnos en las calles del antiguo pueblo minero conocido como la Carioca. ¡Una villa embrujada poblada por fantasmas! ¡Abandonada desde hace más de treinta años, por las plagas de paludismo que atormentaron las minas de caserita! —Se oyeron risas de fondo, acompañadas del ronquido de un motor—. Mi nombre es Alex, y somos Nación Inexplicable—giró la cámara desde el asiento trasero de la furgoneta para enfocar a sus compañeros—. El enano junto a mí es Bambino, y el larguirucho con nariz de tucán es Enderson. Nuestro fiel conductor es Andrés, y en el puesto del copiloto tenemos un invitado especial—señaló al joven de rostro afilado, ojos oscuros y rostro pacífico que vestía gorro tejido y abrigo acolchado. El tatuaje de una cruz en la arteria de su cuello parecía palpitar con el bombeo de la presión sanguínea. Usaba aretes con pequeñas plumas y abundante parafernalia religiosa: rosarios de piedras negras, pulseras de cuentas rojas y más signos cabalísticos tatuados en sus nudillos como símbolos herméticos. Saludó a la cámara con una sonrisa viril—. Nuestro invitado es Jean Flores; aunque no le gusta que le digamos el Brujo de las Flores—las risas resonaron en la furgoneta como ruido de fondo—. Es un brujo que contactamos por las redes para guiarnos en el sendero espiritual que conecta esta comarca ancestral, embrujada por los desastres mineros y las epidemias mortales.
—La Carioca fue una villa ocupada por los indígenas Waikeri, hasta que estalló la exportación de casiterita—la cámara enfocó a Bambino, que parecía un niño peludo de rostro redondo y afable—. Mineral del que se obtiene el estaño, y que hace cuarenta años… era demandado por los chinos a precios desorbitados. El gobierno llegó con sus máquinas, construyendo factorías y pavimentando las carreteras de barro para una explotación a gran escala del mineral… arrancando a los indios de sus tierras y volteando las montañas en busca de recursos.
—Los indios son rencorosos—dijo Jean Flores con una sonrisa argentina, usaba ortodoncia—. Adoptaron la cristiandad sin abandonar sus creencias paganas sobre dioses qué pululan en las montañas y los cerros. Las rivalidades y querellas se resolvían con Trabajos de brujería para arruinar a sus adversarios—miró por la ventanilla mientras avanzaban por una carretera accidentada, poblada por matorrales y espesa foresta, bajo el telón inescrutable del anochecer—. Esos conocimientos antiguos son guardados con recelo porque… el poder que desatan es capaz de evocar fuerzas impredecibles. Los Profetas de los Andes advierten sobre el despertar belicoso de los pueblos autóctonos, y en la Montaña del Sorte existe una jerarquía coronada por los descendientes de estos brujos, que mezclaron la virtud de la Cristiandad con los arcanos de sus panteones.
—El Brujito de las Flores ha trabajado con las ánimas de la Montaña—sonrió Enderson—. La flor y nata de la brujería del país yace en aquellos cerros naturales.
—Mucha contaminación, será—replicó Jean, clavando una mirada severa en el larguirucho—. La energía de la montaña fue contaminada por el exceso de Trabajos. La diosa ha dejado de morar en su santuario, y la ha reemplazado una existencia horripilante. Por doquier se ven brujos convertidos en Materia de Espíritus, sahumerios, exorcismos y limpias—negó con la cabeza—. No es el lugar idóneo para trabajar.
—Había muchos gringos—apuntó Alex y volvió la cámara a su cara de nariz afilada y barbita incipiente; se teñía el copete de gris—. En vídeos anteriores hemos documentado los Ritos de la Montaña del Sorte, y nuestras entrevistas jocosas a brujos locales y peregrinos hablan de sitios secretos donde llevan a cabo sacrificios… y orillas privadas, donde ofician ceremonias sexuales.
—Tuvimos que haber participado en esas últimas—se quejó Enderson.
—Están prohibidas las cámaras en gran parte del trayecto, incluso las secretas se estropean por las perturbaciones atmosféricas—explicó Bambino—. Los micrófonos se distorsionan por el magnetismo de la montaña y las fotos no muestran lo que en realidad pasa. Tienes que ir allí y vivirlo en carne propia.
—Los brujos y peregrinos que visitan esas tierras confiesan la presencia de seres metafísicos de otros mundos y sucesos físicos inexplicables—se pronunció el Brujo de las Flores—. Cuatro veces he subido a la montaña y he visto cosas que ustedes nunca creerían. Al anochecer, se comete crápula y locura… bajo el amparo de milagros indescriptibles. La Corte de Chamarrera ha estado presente en ceremonias que involucran a presidentes y altos funcionarios. Existen magos de sangre, lunáticos que creen en la Dracomancia y Aquelarres donde se ve danzar al Behemot, al Moloch y desfiles enteros de íncubos maléficos.
»Pero, no creo que exista un grupo comparable a los descendientes de los nativos, adoradores de dioses sanguinarios… que alguna vez fueron relegados de sus tierras por nuestros ancestros invasores. Puede que los dioses originarios hayan sido restituidos por fantasmas desfigurados, pero estas montañas fueron sus santuarios antes de la llegada de la Cruz. Pues, en épocas de mi abuela, los Caciques de estas comarcas se reunieron en una Misa Negra para maldecir a los hombres que los deportaron de sus hogares y profanaron las tumbas de los primeros dioses.
—¡Hemos llegado! —Se volteó Andrés, el conductor; su rostro pequeño sonreía con vivarachos ojos cafés y cabello corto—. La Carioca, el pueblo abandonado por la Minera Estatal hace quince años…
Toma #2. 23 de agosto, 20XX. 11:33 pm.
—Solo falta media hora para la madrugada—la voz de Axel narraba la captura de un paisaje sempiterno en el que se desdibujaban enormes casuchas, infestadas de vegetación y caminos de barro… iluminados por las linternas bajo el claroscuro grisáceo de la cámara nocturna—. Será Día de San Bartolo, fecha propicia para los infortunios, porque se liberan los grilletes del Diablo atado en el infierno. Estacionamos la furgoneta en terreno alto y bajamos por el cerro a las casas abandonadas que conducen a las carreteras de las minas. Se alzan edificios ruinosos con almacenes vacíos y factorías herrumbrosas.
—La Minería Estatal poseía enormes jumbos y camiones para transportar gran cantidad de toneladas—dijo Andrés, el conductor; portaba una linterna que iluminaba las formas sinuosas de las casas invadidas por la vegetación—. Las minas se abrían paso en la tierra como una corrosión, excavando montañas, debilitando cerros y desviando el curso de los ríos. Durante un año, transportaron cientos de toneladas de materia a las principales refinerías del país y los buques de carga chinos…
—Fue entonces que comenzaron los accidentes—Bambino también grababa con una linterna ajustada a la frente, como el ojo resplandeciente de un cíclope—. La primera tragedia ocurrió con la accidental perforación de una vena en el macizo durante una excavación, abriendo una abertura en un nivel de arenisca que conectaba a un río subterráneo; y en pocos minutos… comenzó a brotar agua a borbotones del subsuelo. Los túneles se inundaron, cegando los ductos y atrapando a los mineros. Dieciséis ahogados… y un deslizamiento de tierra que devastó un vecindario, atrapando familias enteras en un erial arcilloso.
»Como si hubieran trepanado la superficie de un horror… comenzaron a ocurrir incidentes laborales relacionados con el suelo debilitado o la negligencia en el uso de las máquinas. Murieron operadores con el derrumbe de niveles o la inusual presencia de gases tóxicos que manaban de aberturas incognoscibles. Frenos cortados, ruedas pinchadas, llaves perdidas y mangueras rotas. Los jumbos se atascaban en el suelo, y los camiones sufrían atropello tras atropello. Era como si un zumbido inaudible alcanzara a despistar a los trabajadores, provocando una alienación suicida, antes de lanzarse de frente a los camiones.
—Hay muchos de ellos—corroboró el Brujo de las Flores, fumando un cigarrillo mentolado con el ceño fruncido. Su aliento parecía congelarse en el aire cuando hablaba. Enderson le preguntó a qué se refería—. Los pequeños seres, me refiero. Muchos de ellos invitados, y otros… más espeluznantes que yacían dormidos.
—Yo no veo nada—señaló Enderson, escéptico.
—Por supuesto, jamás dejarán que alguien tan pueril los vea—dijo Jean. Las casas cubiertas de vegetación parecían crustáceos hundidos en la salinidad y los inmensos edificios se desmoronaban con el chirriar del viento entre sus vigas podridas y su techumbre quebradiza—. Son tímidos, pero… acá parecen más asustados que en los cerros de Nueva Bolívar—tenía los ojos abiertos como platos y la boca seca, mirando a lo lejos con las muelas apretadas—. Dios mío, ¿adónde me han traído?
Continuaron caminando bajo la luz sempiterna de una luna obnubilada y gibosa, recortada contra un cielo áspero de terciopelo negruzco. Entraron en una casa de puerta podrida y paredes deterioradas cuyo techo de laminas podridas seguía intacto… La cámara de Axel enfocó a Bambino, inclinado ante el lente con expresión severa.
—La epidemia de dengue hemorrágico del—censurado—, trajo consigo la ruina a la Carioca: decenas de cuerpos derrumbados en estas calles, máquinas sin operadores y camiones que se iban para no regresar. Casas que aún permanecen selladas con los cuerpos sin recuperar de quienes murieron en charcos de su propia sangre y desperdicios… incapaces de enterrar a sus hijos. Nación Inexplicable no es el primer grupo en grabar tomas de este pueblo abandonado, pero sí… serán los primeros en concertar un ritual durante la Víspera de San Bartolomé. Nuestro escenario es el cementerio, cuyas lápidas sin identificar son los únicos testigos del levantar de los muertos.
Toma #3. 24 de agosto, 20XX. 00:17 am.
—El sitio pautado para este ritual es un mausoleo de mármol que resguarda los restos del patrón y su familia—contaba Alex, gesticulando con las manos y la capucha calada. La cámara de la toma pertenecía a Andrés y mostraba una temperatura media de veinte grados centígrados—. El Jefe de Operación había pedido permiso para visitar a sus familiares en Puerto Bello, llevando a su esposa e hijos de vacaciones, lejos de las calamidades del pueblo… pero un día antes del viaje, cayó un aluvión de granizo, provocando deslizamientos de tierra. El agua subió con el desbordar de los riachuelos y arrastró uno de los camiones jumbos hasta la residencia del patrón. La corriente arrojó las veinte toneladas de acero contra el conjunto de casas acondicionadas, aplastando a los que se refugiaron de la recia tormenta. Los hijos del patrón quedaron destrozados, y de ellos se enterró una pulpa sanguínea mezclada con el barro de la hecatombe. Murieron dos docenas de personas, incluido el patrón y los jefes de logística… y el pueblo cayó en el silencio… hasta que uno a uno se fueron enterrando los cuerpos de los enfermos y no hubo moradores sino Muertos.
—Muchos años después, contarán los sobrevivientes ancianos que los muertos comenzaron a levantarse de sus tumbas cuando caía la noche—Bambino se acercó, balanceando un braserillo de plata con tapa, sostenido por una cadenilla, en el que ardían inciensos sagrados. El Brujo de las Flores encendió velas sobre el mármol, dando un aspecto espeluznante al viejo cementerio de alta maleza y tumbas engullidas—. ¿Existirán otros ciclos que escapan más allá de la muerte? Nación Inexplicable ha documentado los casos de posesiones a moribundos en los cerros de Montenegro, y las drogas extraídas del hongo Maboya, que convierten a los envenenados en muertos vivientes.
»Esta noche celebraremos un Ritual de Descenso en el que… —sonrió, con las mejillas apretadas—; nuestro Brujo de las Flores se convertirá en Materia para los espíritus que buscan comunicar sus penurias—dio un paso atrás, y señaló con su brazo el panorama decrépito de altas colinas y árboles huesudos, recortado por una luna septentrional engalardonada con gasas de nubosidad como un petimetre—. Ni siquiera Dios podrá protegernos esta Víspera del Diablo—miró a la cámara con ojos brillantes de un jaspe iridiscente—. Somos Nación Inexplicable, y este es el Primer Contacto con los Espíritus de la Carioca.
—Los brujos dominan un rito heredado por los antepasados, protegiendo su espíritu por los Patrones de la Regla de Ocha—explicó Alex. La cámara había cambiado a su punto de vista, enfocando a un Jean Flores sentado como un penitente sobre una losa fría, fumando un tabaco enrollado y susurrando sortilegios. Se fundía en la penumbra, iluminado por una veintena de velas cuyas llamas rutilantes eran indistinguibles en el gris de la visión nocturna—. El Padrino de nuestro brujo es Shango, el Dios del Trueno de la religión Yoruba; que resguardará su espíritu durante la usurpación—dentro del Círculo Mágico de velas parecía transmutar a un ser siniestro y macabro de susurros indescifrables y mirada incierta. Enderson le prestó más iluminación para difuminar la intensidad de las llamas—. Ha comenzado, y… nuestro brujo ha encomendando su espíritu a su Padrino, rezando el Padre Nuestro y el Ave María para ahuyentar el Mal—enfocó el rostro de Jean al dar un trago de la botella de picante bebida espirituosa y aspirar fuertemente el humo del tabaco como un sorbete. La cámara se desvió a Enderson, que sacó la lengua con repugnancia—. ¡Eso fue peligroso! Debe tener un hígado indestructible—enfocó los ojos del brujo, cuyo semblante se oscureció con un espasmo, antes de… sumirse en un inescrutable silencio—. ¿Se ha dormido?
—Se le debió congelar el culo—apuntó Enderson, con una risita nerviosa en su voz andrógina. El silencio se prolongó por un minuto más, y los nervios comenzaron a afectar al grupo—. ¿Se habrá atragantado?
—¿Quién es? —Bambino se inclinó, teatral, ante el brujo—. ¿Quién habita en el cuerpo de Jean Flores?
La cámara enfocó el rostro taciturno de la figura que había aparecido en el semblante del brujo. Los músculos de sus mejillas se torcieron en una mueca de labios entumecidos y ojos como rendijas… babeaba y parecía cacarear en un tono sumamente bajo, al borde de lo imperceptible. El tabaco no aflojó en sus dedos torcidos como garras, y se consumió hasta quemar la piel con un chisporroteo apagado. No emitió ningún sonido.
Enderson levantó el cuello, sudando a pesar del frío, con los labios apretados.
—No entiendo.
—Debió quedarse colgado—apuntó Bambino, los ojos pasmados. Parecía un niño peludo junto al larguirucho de Enderson—. Bebió mucho, y el clima…
—¡Esto es una mierda! —Maldijo Enderson, negando con la cabeza—. ¡Me están volviendo a ver la cara de estúpido! ¡Obviamente es todo falso y quieren hacerme caer en la sugestión como hace meses… cuando grabamos en el Hospitalito!
Bambino y Andrés intercambiaron una mirada asustada mientras Enderson se explayaba en las antiguas jugarretas que trastornaron sus nervios. En un momento, comenzó a caminar en círculos concéntricos, maldiciendo y aullando… acusando y buscando conspiradores hasta que un paroxismo lo desconcertó: un grito ahogado bajo el aullido violento del brujo. El poseso mudó su inactividad por un desenfreno violento: gritó como un lunático, destrozando el vacío con zarpazos y patadas desde el suelo.
—¡SE LOS LLEVARON! —Repetía, enloquecido—. ¡SE LOS LLEVARON! —Aquello duró un momento, hasta que tensó todo el cuerpo en una mueca indescriptible de rictus enfermizo. Sus ojos en blanco repararon a su alrededor, como buscando en su interior el culmen de su posesión y anunció, con voz áspera y cavernosa; una blasfemia inmemorial—. Odrareg, nevasor tozon—y cayó de espaldas, azogado por temblores febriles y espumarajos rosáceos.
—¡Se está convulsionando! —Gritó Alex agitando la cámara—. ¡Se mordió la lengua!
El cuerpo de Jean se estremeció de súbito y tembló, con las arterias del cuello tensas y las manos encrespadas como garras. Y como un espectro tirado de hilos invisibles, su pecho se hinchó con los articulaciones descoyuntadas, alzando su cuerpo hasta erguirse en una postura homínida, la cabeza floja y los ojos vacíos…
—¿Jean? —Bambino se acercó, dubitativo—. ¿Estás allí?
—¡No te acerques! —Chilló Enderson, tembloroso—. ¡Vámonos!
El poseso despegó los labios, con la mandíbula oscilante en un vaivén inadvertido. Su rostro flojo se deformó en un rictus de dolor, dejando escapar un gemido que mutó a un aullido bajo. Miró a Bambino con ojos desorbitados, y dirigió sus cuencas inescrutables de vacío polar a la cámara como atravesando la pantalla.
—La esposa del supervisor se suicidó cuando sus hijos murieron—dijo con voz arenosa, inundada de melancolía. A través de su garganta hablaba un ser infinitamente miserable—. El esposo la enterró sin oficiar las exequias… pues provenía de una familia extraña. Y cuando la mujer regresó… él se lanzó, sollozando, al encuentro con su esposa chupasangre—los ojos del Brujo de las Flores se deformaron en un abismo de tinta negra. Su garganta sufrió un estertor ahogado y… ocurrió un error en la grabación, pues su boca se deformó en un ancho túnel, cuando intentó gritar, sin producir sonido. La boca humana no se podía expandir de esa forma—. ¡TODOS MUERTOS! ¡MUERTOS! ¡ENTRE USTEDES SIEMPRE! ¡ESTAMOS NOSOTROS!
Jean se dobló por la cintura hacía atrás como un contorsionista, formando un puente con sus manos y pies… Su espalda arqueada parecía la cresta de una gigantesca cucaracha, y cual insecto se arrastró entre las lápidas perdiéndose en los matorrales. La cámara se agitó mientras el suelo temblaba y los aficionados se miraban aterrados. Con un crujido, se cuarteó el mausoleo de mármol, cruzado de grietas… la lápida cedió. Se escuchó una grosería en la grabación, pero fue difícil identificar de quién… pues los gritos alterados capturados por la toma formaban una orquesta desafinada de aullidos mientras el lente enfocaba lápidas y formas sinuosas desdibujadas en la visión nocturna como fantasmagorías blancas.
El grito de pavor de Alex, con la cámara aferrada en los dedos, enfocó por un fragmento de segundo un mausoleo despedazado, del que brotó una masa carnosa indescriptible de la que sobresalían decenas de brazos y piernas, blancos como gusanos, seguido de aullidos guturales y sollozos inefables… que inspiraban una sensación de incertidumbre en un mar oleaginoso de horror infinito en el que la cámara digital zozobró. Gritaban y corrían por caminos accidentados de salientes toscas y casuchas oscuras… mientras se escurrían de las abominaciones que los perseguían con chillidos. Sus siluetas antropomorfas de alabastro enfermizo escapaban del lente, incapacitando el enfoque de la grabación con un millar de formas retorcidas gritando, jadeando y aullando en un bosque feérico de árboles esqueléticos y senderos de barro.
Toma #4. 24 de agosto, 20XX. 2:34 am.
—Llevamos como dos horas corriendo por la carretera—contó un jadeante Andrés. El grupo estaba apretujado en el asiento trasero de un automóvil, mientras la cámara en el pecho de Bambino grababa la superficie del parabrisas y las formas de los dos policías que patrullaban las carreteras—. Teníamos una furgoneta repleta de equipo de grabación: cámaras, micrófonos, computadoras y dispositivos multimedia.
—¿Qué fue lo que vieron en la Carioca? —Preguntó el hombre a cargo del volante. Iba embutido en un abrigo de fieltro con las insignias de la policía nacional—. El puesto de control más cercano queda a unos cien kilómetros en la carretera.
—¡Fue horrible! —Sollozó Enderson, estropeado—. ¡Los muertos, ellos…!
—¡Cállate! —Le espetó Bambino—. ¡Nosotros… no vimos nada!
—En la Carioca no vive nadie desde que el gobierno clausuró la compañía—asintió el policía de copiloto—. Otros mineros ilegales han intentado aprovechar las minas de estaño, pero rara vez se quedan más de una semana… pues se enferman o desaparecen.
—¡Pero hoy, Noche del Diablo!
—¡No hables! —Le reprendió Bambino—. Estos señores nos rescataron.
—Pero, uno de nosotros se quedó allá—apuntó Alex con una máscara de barro en el rostro—. Quedó solo en ese pueblo embrujado.
—¿Uno de ustedes? —El conductor lo miró a través del espejo retrovisor—. ¿Un muchacho se quedó allá?
—Ni siquiera lo conocemos bien—declaró Enderson cruzando sus brazos—. Si no fuera por su estúpido ritual…
—Jean debe estar solo en estas colinas—dijo Andrés—. Se acercan las tres de la mañana. Todo el mundo sabe que esa es la Hora del Diablo…
—¡Nunca hubiéramos ido a la Carioca de no ser por su intromisión! —Enderson estaba rabioso—. ¡Sabía que ustedes me volverían a jugar una broma estúpida!
—Todos votamos, Enderson—coincidió Alex.
—Debimos investigar los túneles de Ciudad Zamora.
—Pero tenemos material de calidad…
—Me sabe a mierda el material—se mordió las uñas, indeciso—. Pero, ¿editarán mis gritos, verdad?
Los muchachos rieron, nervios. La carretera era iluminada por los faroles como un puente surrealista desenrollado por el tejido del mundo a medida que la patrulla avanzaba.
Andrés se irguió, sentado en las piernas de Alex, con una mueca de disgusto.
—¿A dónde vamos? —Preguntó, ceñudo.
—¿Cómo era el muchacho que se perdió? —Replicó el policía mirando a Andrés por el retrovisor. Los músculos que rodeaban sus ojos oscuros lo juzgaron como dos fuegos fatuos—. ¿Cómo lo contactaron?
—Es un muchacho como nosotros—dijo Bambino—. Nos escribió por las redes para ponerse en contacto con Nación Inexplicable, y luego él nos propuso… Estábamos emocionados porque un brujo quería mostrarnos sus secretos.
El policía lo miró largamente por el reflejo como un juez escéptico, e intercambió una mirada de soslayo con su compañero.
—Ya veo.
—¿Qué carretera es está? —Andrés parecía asustado.
—¿Qué es eso? —Preguntó Alex señalando la solapa del cuello del policía—. Porque se parece…
—¿Esto? —El policía moreno bajó la solapa y descubrió una cruz tatuada en la arteria del cuello.
—Jean tenía una exactamente igual—dijo Alex, pasmado. Miró al conductor, y descubrió el mismo símbolo tatuado en su cuello.
—¡Seguimos en la misma carretera! —Gritó Andrés—. ¡No! ¡Noooo!
Ambos policías sonrieron ante los gritos despavoridos de los jóvenes, y la grabación se cortó con un aullido.
Toma #5. 24 de agosto, 20XX. 3:23 am.
—Vienen de lejana tierra, de lo postrero de los cielos—la voz serena de barítono envolvía el desenfoque de la cámara en la penumbrosa visión nocturna—. Jehová y los instrumentos de su ira, para destruir toda la tierra—la figura del orador reveló a un hombre enjuto con abrigo y gorro—. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira… para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores—ante el Brujo de las Flores había una multitud de figuras pálidas y desnudas: formas humanoides e indescriptibles—. Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob—las formas antropomorfas desdibujadas en la penumbra eran un ejército inescrutable de alabastro y rostros salvajes provistos de ojos brillantes ante el reflejo de la cámara y los dientes puntiagudos—. Entonces Moisés cubrió su rostro porque tuvo miedo de mirar a Dios—señaló los cuatro mojones que se alzaban como señales proscritas del advenimiento apoteósico del horror: fijados por clavos, desnudos, con la carne despellejada colgando floja de sus músculos sangrantes; mártires de la comunión de un horror trascendental que los empujaba a la vesánica enajenación… riendo ante las miradas fúnebres de aquel panteón de seres revenidos de una necrópolis inmemorial, mientras los hilos sanguíneos manaban de sus extremidades flageladas. El Brujo de las Flores esgrimió la biblia remendada en busca de más exégesis—. Porque si pecáremos voluntariamente… después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios—a lo lejos retumbó un trueno y el albor pálido clareó las figuras antropoides y los techos de las casas abiertas. Los crucificados gemían de agonía con los rostros convertidos en máscaras escarlatas—. El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!
Un relámpago cortó el cielo como un susurro divino, y el retumbar del trueno resonó sobre los cerros espesos sosteniendo el eco con un millar de pasos ignominiosos. El agua comenzó a borbotear sobre los cuerpos con tentáculos de humo cuajado de vendaval mefítico, y sus formas venusinas y andróginas de pieles lechosas e hinchadas eran inmutables ante el despliegue de un millar de brazos y piernas estrujados en un guiñapo putrefacto parecido a una tarántula deforme: decenas de cuerpos apilados y triturados, ensamblados a un estropajo de ser infecto que se arrastraba sobre la noche sempiterna ante los ojos desaforados de aquellos espectros noctámbulos.
***
«La Telaraña de Acero»
—¿Raúl Pistola? —Preguntó la voz detrás de la puerta.
El hombre corpulento apretó las muelas y miró por el ojillo a un pelirrojo joven de gabardina oscura y sombrero de copa.
—¿Quién es?
—Cristo en persona.
Raúl sintió la corriente iónica pasando a través de sus vísceras, justo antes de que la puerta reventase en astillas, con una explosión que lo mandó al suelo. Se arrastró lejos de aquel impávido enviado del infierno… con la visión teñida de rojo. El desconocido entró en su hogar como un penitente espigado de vestimenta oscura. El tatuaje en su cuello revelaba el código «SW-4». Era un clon enviado por la fundación para matarlo.
—¿Quién carajos se pone Raúl Pistola para huir de la ley?
—Tardaron demasiado—sentía la boca llena de sangre. Las vibraciones de la explosión debieron dañar sus órganos—. Yo fui más eficiente…
Levantó una mano al clon pelirrojo, y este respondió con un salto atrás… dándole una fiera patada que le arrancó un grito de dolor. Sin pensarlo, desenfundó una pistola y le disparó en su otra mano. El hombre que usaba el nombre de Raúl se estremeció con un grito… y escuchó los huesos de sus dedos romperse con un crujido húmedo bajo la pesada bota del sicario. Su visión se nubló ante la aparición de aquel rostro pálido como el alabastro, de ojos sanguíneos como faroles escarlatas. Se torció de dolor, temblando y con los ojos llenos de lágrimas…
—No puedes provocar una combustión espontánea dentro de mi cuerpo… si no se cumplen dos requisitos—levantó dos dedos enguantados—: mirarme fijamente, y señalarme con una palma. ¿O no, señor Anderson?
—Vete a la mierda.
El clon se inclinó ante el hombre, sonriendo de lado.
—Me pregunto cuántas personas mató, señor Anderson—paseó la mirada por la rústica cabaña—. ¿Usted la construyó? ¿Aún tiene su Altar de Adoración? Estuvo siete años fuera del radar hasta que ingresó a una clínica por sobredosis…
—Fue apendicitis, hijo de puta.
Eso pareció divertir al fenómeno burlón de SW-4. Las paredes de asbesto requerían otra mano de estuco para recuperar su turquesa, y la alfombra del suelo nunca estaba suficientemente limpia. Había procurado muebles y cuadros al óleo de estilo gótico para adornar el salón oblongo y las estanterías de textos cosmopolitas, iluminados por células fotovoltaicas. La única habitación contenía su cama empotrada y un armario repleto de polillas.
El sicario se sentó en un sillón cercano con la pistola en el regazo mientras veía el viejo televisor, las pinturas siniestras y las cortinas abombadas.
—¿Cómo resultó vivir fuera del sistema? —Todos los clones del sujeto original, presentaban el mismo patrón psicológico… que degeneraba lentamente en psicosis y otros trastornos mentales—. Pensaba que un piromaníaco desquiciado no podría vivir en el aislamiento sin quemar todo este maldito bosque… Pero heme aquí, señor Anderson. La fundación sabrá que uno de sus sabuesos viejos finalmente fue sacrificado.
—Conocí al maldito idiota al que le robaron su sangre para hacerte—sonrió con ironía—. Y no hablaba tanta mierda como tú…
Eso pareció divertir al clon.
—Los genes pueden mejorarse—se levantó. Era unos dedos más alto que el original, pero sus ojos sanguíneos exhibían la misma frialdad—. Antes los clones solo vivían la mitad de los años del espécimen, por la reducción de los telomeros que aceleraba el envejecimiento. Puede que los clones que conociste vivieran menos de treinta años. Pero, los avances en genética han restaurado el proceso metabólico y las anomalías congénitas.
—¿Aún son impotentes?
—Has estado fuera por mucho tiempo—enarcó las cejas rojas—. Allá afuera tenemos guerras en cada continente y un par de cohetes rumbo a colonizar el sistema solar… porque se estima que en diez años no habrá suficiente oxígeno en la atmósfera.
El hombre escupió una espuma rojiza, con ambas manos destrozadas no podía levantarse del suelo.
—Eso explica la disminución de mi libido—intentó apoyarse y apretó los dientes de dolor—. La falta de oxígeno es la responsable.
—Ya no quedan muchos viejos como tú allá afuera. La gran mayoría optó por darse de baja al mundo virtual—se dirigió a las pinturas góticas que reproducían escenas macabras e indescriptibles—. Cientos de millones de usuarios en un sistema digital con miles de servidores mundiales, reproduciendo incontables escenas de inmersión pornográfica y roles que van desde el sadomasoquismo brutal hasta la historia más dramática. ¿Qué es la vida en comparación con el infinito del servidor?
—Han estado ocupados allá afuera—el hombre sudaba y le faltaba el aire por la incomoda posición—. Yo me cure en salud al renunciar al internet, radio y cable… Ese cacharro solo reproduce películas viejas, pero tengo suficientes libros—tragó con dolor el exceso de saliva herrumbrosa—. Querían ponerme un maldito chip en el cerebro.
—Anderson Ortiga—el clon parecía más fascinado que asqueado—. Trabajaste para la Fundación Trinidad como agente especial, tras demostrar que eras uno de los «Elegidos» por Odrareg. ¿Cuánto te pagaban por achicharrar? ¿Mil? ¿Diez mil? En la mayoría de ocasiones, solo entraste al cuarto oscuro con el altar a obrar con una fotografía. Eso debió ser diabólico. Cientos de individuos, muchos de ellos masturbándose o metidos en la cama, abrasados desde las entrañas por un fuego desconocido… que no dejó ni sus cenizas.
—El Ciempiés Rojo dijo que me fuera—dijo, y enfatizó las últimas palabras—. Tu padre dijo que me escondiera.
Pero el clon no respondió, solo asintió con la cabeza.
—Papá era un imbécil. Debe estar saliendo de la órbita solar, camino al fin de los tiempos… Cree que es un Magallanes cósmico que viajará más allá que cualquier humano. El planeta está mejor sin él.
—La familia nunca fue muy unida.
—Eres un hechicero, señor Anderson—recalcó SW-4—. Pero tu trabajo era deshonroso y humillante. Esperaba encontrar montañas de polvo blanco en las paredes y un laboratorio de porquería, operado por una docena de Zambis esclavizados.
—¿Crees que soy el maldito Ciempiés Rojo?
—Él te encontró llorando en las cenizas de un prostíbulo cuando tenías quince años… ¿Fue un lechazo de gallo, señor Anderson? ¿La puta sintió cuándo te veniste a los cinco segundos con un estallido de fuego?
—Creo que eres más degenerado que el original.
—¡Tenemos que felicitar a los empleados del laboratorio! —Sonrió, y se rascó la barbilla con la punta de la Glock—. ¡Los bonos nunca les alcanzan para sus gastos! ¡El secreto de su eficiencia son las horas extras, con recesos intermedios para esnifar cocaína y coger en los baños!
—¿Por qué no me matas, desgraciado?
—Muy valiente, señor Anderson—se apuntó la frente con el arma—. ¿Qué otra opción tiene un hechicero involucrado en el pasado con las grandes corporaciones, para asesinar y esconder la verdad detrás de la sociedad? La telaraña de acero es incorruptible y sus redes de mentiras atrapan a todos… pues, el nido de tarántulas proviene de la Isla Esperanza, ¿no? ¿Qué tan podrido tiene que estar el planeta para que un ser tan desquiciado y cretino como mi padre deba tomar el primer cohete más allá del sol? Todos los días despegan llevando pasajeros: Marte, las Estaciones de Júpiter, asteroides de minería y colonias ambulantes del tamaño de pequeños países. Cientos de miles de desconexiones diarias para «vivir» en la interfaz digital como un algoritmo adicto. ¿Este es el apoteósico final de la humanidad? ¿Una lenta degeneración hacía la desnaturalización del individuo? ¡Usted no morirá sin contarme la verdad de este mundo en cenizas! ¡¿Cómo llegamos a este punto en menos de cien años tras el segundo milenio?!
El hombre que se hacía pasar por Raúl Pistola soltó una risa burlona y se asfixió en un acceso de tos.
—Una morbosidad existencial sin gracia.
—¿Por qué no se rebelaron contra la idiotizada sociedad? ¿No sabían que vendría una guerra a gran escala nunca antes vista? Un mundo interconectado velado por gruesas telarañas tejidas por las grandes corporaciones… mientras los secuaces de la Fundación Trinidad trabajaban en las sombras para asesinar a los dirigentes de investigaciones que buscaban desacreditar su influencia hegemónica. Sabían que el Gigante Dormido compraba a los dirigentes políticos, líneas farmacéuticas y empresas de alimentos, licores y cigarrillos. Trabajaban en secreto para los Sonetistas de la Isla Esperanza, buscando dominar al mundo… reemplazando a todos los que no tenían los genes necesarios en su eugenesia masiva a escala global. Quemaron complejos de investigación para la cura de diabetes, sirviendo a las compañías de refrescos y otras corporaciones bajo el auspicio de magnates controlados por la Corte de Magiares. Ustedes tuvieron la facultad para enfrentarse a la cabeza del dragón, así como la Bestia Albina intentó oponerse… pero sabían que serían aplastados contra la trituradora inmutable que había tejido sus redes para apresar el mundo.
»Los países han colapsado con la caída de las economías y la destrucción ambiental. Los que están en la cima planearon su destrucción desde hace casi trescientos años… porque concibieron que para remodelar el globo primero tenían que destruirlo, y funcionó: se estima que en estos diez años la población se redujo a la mitad. Las políticas de regulación demográfica no funcionaron. Las guerras, hambrunas y enfermedades son menos eficientes y limpias que el suicidio voluntario que conlleva ceder la conciencia al sistema virtual. En un siglo puede que solo queden ellos para deambular eternamente en un planeta autosuficiente y en proceso de recuperación climática.
—Debiste ser periodista y no sicario—Anderson cedió ante el esfuerzo, con el dolor palpitante regresando en oleadas—. Creo que viví suficiente de mi humanidad en esta zona rural, abastecida por un jardín autosuficiente… pero me harté de comer grillos salteados con ajo y legumbres pedorras. Deberías dispararme en la cabeza antes de que me den ganas de cagar.
—Usted sabe que tengo una bomba en la cabeza—señaló su cuello. Allí donde los tatuajes de su código fueron grabados en la piel—. ¿Cuál es el destino del mundo? ¿Por qué permitir que los gentiles descarguen sus mentes, abandonando sus cuerpos, y dejan que monstruos como nosotros sigan caminando por la tierra?
—Los indios de estas tierras se comían las cenizas de sus antepasados, y mucho antes, hubo chamanes que invocaron demonios del abismo. Pensaba que todo se estaba yendo al carajo por el egoísmo humano… y aunque miles de millones se conviertan en abono—sonrió con sorna—, me alegra que este planeta sobreviva. Creía que los Sonetistas eran adoradores de demonios sedientos de genocidios… pero solo requerían reunir los sacrificios necesarios para curar al mundo.
—Es un pago de sangre.
—¿Qué es la vida más que un pago de sangre?
—Cuando todos los desgraciados de la isla hayan muerto, me obligarán al éxtasis eterno del computador en un entorno aislado o… tomar el primer cohete que salga al Puerto Marciano Amalivaca.
—O te matarán como a mí…
—¿Cree que soy tan imbécil? Tengo mis previsiones cuando esa orden sea dada y, hace un año que extraje el explosivo de mi cuello.
—Dios salve la galaxia si un hijo de perra como tú no opta por la pornografía eterna de la nube digital.
—Debió ser un agente maravilloso—sonrió y se despidió con un asentimiento de cabeza—. Sin amores ni rencores, señor Anderson. ¿Tiene una última voluntad?
—Córtame las manos—pidió el hombre—. He matado a demasiadas personas con estas manos malditas. Las he arrastrado por cuarentena años… y no creo que me dejen entrar al cielo con ellas.
SW-4 apuntó la pistola a la frente del asesino a sueldo que se hacía pasar por Raúl Pistola y… disparó. El cráneo se abrió con un estallido acuoso, esparciendo un reguero de materia rojiza como el reventar de un cascarón de pulpa sanguínea.