Salvador Prasel
El Mustang 68, rojo, techo de vynil, automático, full equipo, se lanza por dos o tres calles semidesiertas de las Colinas sin mayores inconvenientes para desembocar, entre la Creole y la Sears, en una avenida que luce como un gigantesco y desesperante estacionamiento, donde en realidad ni se sabe en qué dirección se mueven los carros, ni cuáles de ellos están parados, ni por qué hay tantos choferes fuera de sus vehículos y ,mucho menos cómo se le ocurre a Alfredo Sadel cantar por radio, a todo volumen y a las nueve de la mañana, a la Caracas hermosa.
Dele, dele, cambie, la contraria, ya, sin miedo, el golpe avisa, ¡bueno! Bueeeno! El Mustang se estremece como un potro salvaje ante el frenazo en seco. Del asiento sale despedido un maletín con el rótulo de Viasa; rajado el cierre, se dispersan por la alfombra un traje de baño, un gorro, un par de chancletas y un neceser, amén de un número indefinido de bolsitas, estuches, frascos y potecitos sueltos, difícil de identificar. Un cigarrillo apenas prendido resbala por la tapicería.
Después de una maniobra no muy segura, obedeciendo las confusas indicaciones de unos cuantos automovilistas y peatones enredados en el laberinto, el Mustang se arrastra a paso de morrocoy con la débil esperanza de salir ileso y lograr mantenerse en mm cola decente donde, por lo menos, no todo el mundo se le va a echar encima acosándole, además, con consejos absurdos.
Y para colmar la, medida, el giro de la agencia vence precisamente hoy. El pobre cobrador, que tal vez se está abriendo camino con su Honda entré esta marea de vehículos, se cansará de tocar el timbre del apartamento número ocho; a la postre no le quedará más remedio que anotar, con su letra torpe, en la relación diaria de visitas: volver el quince o el último. Hasta entonces, Dios mediante, las cosas se habrán arreglado de una manera u otra. San Judas Tadeo no deja plantado a los suyos.
El hedor de El Guaire, unido al gas de los escapes, hostiga las narices, pero la gente ya está acostumbrada. Lo bueno vendrá más tarde, cuando arrecie el calor y los camiones del Aseo Urbano, con su pronunciada halitosis, estén parando en cada esquina. Pero a. esa ‘hora todo se habrá olvidado en la tranquilidad de la playa, al abrigo de una palma y una casita a pocos metros del mar, lejos de Federico, Enrique, Juan y César y sus insoportables maletines chatos tipo de ejecutivo; de toda la cuerda de inútiles que prometen y cumplen de casualidad; lejos de la modista catalana que fastidia llamando todos los días y de la tienda por departamentos empeñada en enviar cartas todas las semanas.
El radio de tres bandas, transistorizado y de dos cornetas, anuncia su próximo programa: una novela conmovedora, profundamente humana, dedicada a las madres y las hijas, las hermanas y las novias en todo el territorio nacional y en los países vecinos hasta donde llega la señal de nuestra emisora, campeona en sintonía, imbatible en calidad. Y en seguida, entre el rapto de La China cometido por el sádico Barrabás y la marcha nupcial tocada en honor de Flor Camila y su novio millonario, la energía biológica arranca el sucio imposible, la historia de la comida se divide en dos partes: antes y después de inventares el famoso aceite que no necesita presentación; el sabor de la cerveza despierta con el frío y en diciembre, hombre, es nuestra magna cita con la tarjeta grande y otra chiquita.
En el túnel, la onda se va. Ni cortos ni perezosos, otros sonidos la sustituyen con creces: la sirena de una ambulancia verde, el chirrido de los frenos de una hilera de carros y el implacable altoparlante desde una camioneta empapelada con retratos del próximo Presidente. Tan pronto el tráfico se detiene, tres alcancías confeccionadas con viejos potes de leche en polvo se introducen por la ventanilla, junto a un talonario de bonos, una rifa garantizada y un folleto a todo color: ¡Colabore, Mustang, colabore!
Y ¿quién elabora con el Mustang y el diario de la casa, el nuevo estéreo y el juego de cuarto, los honorarios del homeópata, del Doctor Scholl y de la masajista?
Más adelante: Arrímese, señora, la manguera no llega hasta ahí.
Full Full de veinticinco. ¡Ponga un tigre en su tanque! Le cambiamos el aceite en un minuto, le limpiarnos el radiador con este famoso aditivo, si quiere lelavamos el carro, hay algo formidable para el hidromático, ácido para la batería, una esterilla anatómica, un periquito para colgar del espejo, calcomanías yeyé y gogó, mire, una alfombrita preciosa, lo último en tapas con cerradura, también forramos volantes, un líquido para potencia extra, una patente americana para que el motor no se recaliente en la cola, un juego de herramientas sueco, un paño y un plumero, un cuero para secar, un anti corrosivo, una correa para el ventilador, un José Gregorio Hernández barato, que se coloca a presión, llaveros con motivos criollos, auténticos adornos hippies, insignias de todos los partidos, un perfume especial para el interior de su carro, huele sabroso a pino, tómese un refresco en lata o un juguito, si prefiere, mientras le atendemos como usted se merece.
Todo el edificio se ha metido en el Mustang: los niños que la pasan encaramados en la trompa, en el portamaletas y hasta en el techo y ya lo han rasguñado por todas partes; el perro de la señora de enfrento, acostumbrado a regar los cauchos a horas fijas: la conserje cuyos buenos días depende de la propina que reciba y del humor que tenga.
Y, además, esa enorme Bandola atravesada por puro capricho; y esa gente que se zumba a la calzada justamente cuando le toca a los carros, y los vendedores de lotería en la mitad de la calle, como invitando a que uno les pase por encima; y esos muchachos de cabezas desnudas y alpargatas rotas, pidiendo todo el tiempo.
En la casa en la playa habrá, por fin, descanso. Borrón y cuenta nueva. No es ninguna molestia, vente, Negra, quiero, conocer tu Mustang.
Trina es una bella persona. Hizo bien en retirarse y mandar todo al carajo: a los amigos y a esta sin par ciudad cuatricentenaria.
Si un día La Negra consigue desviarse de este tráfico buscará la entrada a la urbanización y allí la Tercera Transversal donde es relativamente fácil tropezar con Hermann Marek de quien ya nadie habla y pocos guardan un vago recuerdo. Otros han: ocupado su puesto, y, como dice Federico y no le falta razón, un Marek más, un Marek menos casi no se nota, Marisol (para Marek La Negra nunca ha existido) se toparía con mi Hermann desgarbado: de suéter negro, lleno de caspa en los hombros y en la espalda; zapatos anchos, de los que se venden en el mercado; bragueta semiabierta, pues los cierres hechos en Venezuela no funcionan y menos en un barrigón; un Hermann Marek hecho un desastre que nada tiene en común con aquel que iba a Fedecámaras, al Rotary, a la Noche de Gerentes, al coctel en honor del ciudadano Ministro de Fomento.
Es el único al que La Negra no guarda rencor. ¿Cómo puede uno estar resentido con un ex hombre? Hace años peleaban continuamente pero nunca basta el punto de perder el uno al otro. Es difícil precisar dónde y cómo se encontraron, pero Marisol sí recuerda que al principio lo llamaba yugoeslovaco divirtiéndose con ese trabalenguas que debió haber oído en alguna parte.
Hermann le ordenaba que se quedara quieta en la cama mientras él, como viejo profesor, con los pulgares enganchados en los tirantes que había traído de Europa, paseaba por el cuarto dictando su conferencia:
—No te lo reprocho, Marisol, al fin de cuentas tú no eres profesora de geografía. Confundir eslovenos con eslovacos, Budapest con Bucarest, Riga con Trieste; situar a Viena en Australia, a Munich en Rusia y a Varsovia en Grecia no es tan grave como parece. Muchos de mis paisanos tienen a Lima como una ciudad boliviana y no hayan qué hacer con La Asunción: si proclamarla capital del Uruguay, de Colombia o del Ecuador. Yo mismo estuve confundiendo a Maracay con Maracaibo durante algún tiempo. ¿Qué quieres? El pan me lo ganaba en Caracas. No tenía vehículo para salir a conocer el interior, y esto que ustedes llaman carro por puesto nunca me ha convencido pues cosa tan impráctica no se concibe en un país civilizado. De modo que no voy a tildarte de bruta. ¿Para qué necesitas tú tanta erudición? Ojalá te hubieran enseñado a escribir a máquina o manejar una sumadora; perforar tarjetas IBM o atender una franqueadora automática. Sabiendo calcular en una Friden poco importa si Calcuta queda en la India o en Suiza. Si, por lo menos, te hubieras metido a peluquera… ¿Sabes que muchas lo hacen cuando se dan cuenta de que se le están acabando los amigos? Conocí a una que, cansada de todas esas cosas, montó un salón de belleza. Hoy está presa por de menores (en mi país los comunistas a lo mejor la fusilan); pero, ¿quién le manda a hacer tonterías? De haber seguido con su Instituto de Estética Femenina, dentro de la ley, le sobrarían cliente; -todos damas honorables. Lo que pasa es que la gente no se conforma con lo que tiene.
Pobre Marek. Ahora vive al servicio de su hija casada, en el séptimo piso del Edificio Mascota. Cuando el ascensor se queda atascado entre los pisos, y eso es a cada momento, no hay más remedio que emprender el penoso ascenso a pie. Al industrial retirado le duelen los riñones, se le traba la respiración, y llega al pent-house exhausto, con aspecto de pordiosero; casi le da vergüenza. Entrar así en el apartamento, especialmente si el yerno está en el salón. Este no le dice nada o hasta lo anima con un ¡Hola, viejo!, pero no es difícil darse cuenta de que es un saludo maquinal, aprendido en la rutina de los despachos públicos y oficinas privadas, pura fórmula de buena educación. Sale la señora Merck de Ramírez para ver si papá hizo bien el mandado. En efecto, ahí están todos los ingredientes para la sopa, envuelto cada uno en un pedazo de papel y todo dentro de una bolsa a punto de deshacerse por la humedad. Perfecto, papi, pero si no es mucha molestia… Claro, no es ninguna molestia, no importa, bajar siempre ha sido fácil. Volverá a la bodega a buscar unos sobres de concentrados para postres. Mientras el portugués le sirve echará una hojeada a las revistas exhibidas entre el perejil y las zanahorias; revistas femeninas o para el hogar, por cierto, que no se encuentran en la Barbería Da Domenico donde sólo hay lectura para hombres. Y al regreso, Domenico, desde la puerta, lo invitará a pasar. Si, cómo no, un momento, que el italiano espere hasta que el ex Presidente de Marek C. A. (Industria Nacional al Servicio de Venezuela) lleve la encomienda a su hija. Por suerte esta vez el ascensor sube, si bien con algunos tropiezos. Pero al salir del apartamento la espera del vehículo, en constante vaivén entre los pisos bajos, se le hace a Marek demasiado larga; de manera que opta por descender nuevamente por la escalera. En cuanto entra en la barbería ya Domenico no está solo; pero le hace señas: no se vaya léame las noticias. Hermann recorre los títulos; los ojos se fijan en nombres y caras familiares: ese señor de la columna Aeropuerto es su antiguo compañero de Rotary; aquél, el hombre que le tramitó el primer crédito en la Corporación. A sus órdenes, señor Marek, estamos aquí para servirle. Necesitamos gente con espíritu emprendedor, no importa donde se nace, Venezuela se industrializa o se muere. Y el político que figura en primera plana es precisamente el mismo que celebró en el Hotel Tamanaco una de las últimas recepciones a las cuales Hermann iba invitado. Es cierto, todavía le llega una que otra invitación al apartado, igual que les llegan a los muertos, a los repatriados, a los desaparecidos. El viernes, a las siete, en la Cámara; el lunes, de cinco a ocho, en la Casa de Italia; sólo hay que discar un número, comprometerse a la adquisición de una tarjeta en algunos casos; aunque lo más frecuente es que a uno lo inviten gratis. Claro, Marek ya no asiste. El puesto del ex Director de la Cámara, ex miembro de una docena de Comités, orador de orden en la Cena de Mercadotecnia, está en la barbería para mantener informado a Domenico y ayudarle de paso, a vaciar la papelera o a poner en orden las revistas. Colaboración espontánea, desinteresada. Gracias, Don Hermana, gracias. ¿Qué dice el periódico de los asesinos de la española? Ahí va un resumen completo de la crónica de sucesos. El barbero, encantado.
Tal vez cuando el Mustang pase por la Tercera Transversal, esté parado Marek en la puerta de la barbería tomando sol.
Desde algún tiempo se venía rumorando que el negocio de Anita, en el apartamento de Alberto y, sobre todo, en la quinta de la señora Méndez, el mejor sitio para obtener información confidencial: lo que nos espera no tiene nombres, Y en los últimos días los comentarios se han vuelto tan insistentes que ya no cabe la menor duda de que el 23 de Enero quedará chiquito al lado de lo que se está cocinando. Aquella vez todo paró en el saqueo del Hotel Flora: ésta, si Dios no se apiada de nosotros, habrá que lanzar la consigna: ¡Sálvese quien pueda! No se trata de alarmar haciendo correr bolas que luego resultan ser pompas de jabón, Esto es realmente grave y lo afirman los amigos más distinguidos, gente seria, responsable. Sabana Grande cerrará sus puertas y de noche llegará a parecerse a un barrio en ruinas, pues ¿quién tendrá interés en pagar los avisos luminosos? En lugar de vender una caja, de whisky se despachará un trago, cuando mucho. Habrá que entregar el apartamento, si no en el acto, a los dos o tres meses y todas saldremos a la, calle a pedir limosna. Hasta las personas decentes se verán obligadas a vivir en ranchos. ¿A la playa los domingos? Yo te aviso: ¿No habrá ni para la gasolina? Los camiones dejarán de circular; las gandulas se pudrirán en algún barranco.
Y después, ya se sabe: la chusma bajará de los cerros a invadir las casas. No habrá autoridad capaz de detener la poblada. Dios quiera y la Virgen que los gobernantes sienten cabeza. Si no se da un milagro —y ¿quién cree hoy en día en milagros? — esto es el acabóse.
Lástima, tan bello que era todo esto. No, negra, no me estoy poniendo nerviosa, es la pura verdad. Anoche estuvo aquí el Presidente de la Cámara, Nada pudo hacer con la Nena; casi le falla el corazón después de meterse con ella en el cuarto, Nos contó luego, cuando le dimos un poquito de brandy, que oyó el noticiero por radio y le pareció entender que la cosa estaba lista, Ya él mandó a la señora y los muchachos para Miami. Y él mismo, si esa gente no se retracta, se va por la Pan American.
La Negra no halla qué hacer. Juan perdió los estribos, la insultó peor que si fuera su mujer y le trancó el teléfono sin explicarle nada. Herman; más dueño de sí mismo, manifestó que confiaba en el gobierno pero, de todos modos, que iba a esperar hasta que se definiera la situación. A propósito: ¿sabía Marisol la última? Al suegro de Federico lo llevaron de urgencia al Centro Médico. Ataque al cerebro. No era para menos.
Y después se presenta Federico burlándose de todo: Bien hecho, carajo! Es una cosa lógica, asunto de elemental justicia. Se toma media Botella de Buchanan, como celebrando y habla del Toyota, el Macho. Se porta como Fran Carlos, el de la Seguridad Nacional: cierta prensa, ciertos círculos, pero créeme Negra, no son capaces de hacer nada.
Hasta la señora Saldivia, que prácticamente no sale a raíz de su última enfermedad, ni recibe visitas, ni lee periódicos, tan sólo se distrae viendo novelitas de televisión, jura que hay inquietud en la calle. Tiene una casita en Catia: ¿qué pasará, Dios mío?
De pronto llama Enrique o Henri, como se hace llamar esta vez, para anunciar que, en vista del china de desconfianza o inseguridad, abandonaba el país por algún tiempo. Otra llamada de César: invita a la Negra a un baile anticipándole que el Jefe tiene un nuevo repertorio de cuentos, de lo más graciosos: el Santo de Plomo, la Maestra Ciega, el Venerado Maricón… Todos de primera mano, de la reciente gira por el interior. En el zaguán, la– conserje le hace señas: Señora, ¿ya se lo dijeron? A partir del próximo mes… Y ríe como loca la condenada acompañándose de un obsceno juego de manos como si estuviera borracha.
La fiesta, en El Cafetal, luce algo pesada, no por los concurrentes que quieren divertirse sino por el Jefe que ha obligado a todo el mundo a oìr los últimos cuentos. Menos mal, con el tiempo el aguardiente lo afecta, le pone pesada la lengua y él mismo se percata de que la historia de la maestra ciega y legañosa no sabe muy bien donde hay tanta mujer atractiva, de traje ceñido, el cierre en la espalda a punto de reventar…
Transcurren unos días. En las páginas de la prensa se multiplican manifiestos, remitidos, retratos de quienes acuden a la quinta de la señora Méndez, Juan gesticulando como un poseso, Hermann pensativo, UNA SERIA ADVERTENCIA, HASTA AQUÍ LLEGAMOS, pero, como por encanto, nadie se suicida a no ser por causas del amor, Sabana Grande sigue llena de hombres, mujeres, niños, venezolanos y extranjeros, artistas, policías, comerciantes y caminadoras. El apartamento de Anita a un extremo de la Calle Real y el de Alberto al otro, están concurridos corno nunca.
Es más: con el decreto de rebaja de alquileres el ahorro les alcanza para comprar una caja del mejor whisky la cual, una vez despachada por tragos o por botellas, sirve para adquirir otras cinco cajas.
Así, poco a poco, el apartamento sale gratis.
Nosotros en la clandestinidad… Sonaba divertido: era como escuchar a Don Carlos, cazador de tigres, en aquella casa de vecindad; o al viejo amigo Aldo (todo en calzado femenino, hecho a mano a precios nunca vistos), ex guerrillero italiano, que juraba por su Madonna haber participado en la captura de Mussolini después de años de trabajo esclavo en Alemania donde lo obligaban a confeccionar botas para oficiales de lunes a sábado y él se resarcía acostándose con la señora de un comandante nazi los fines de semana; o dejarse llevar por la magia de Enrique, alias Mister Henri para los incautos); o seguir el curso de Herivann con sus increíbles historias del pasado y planes fantásticos para el futuro.
Al principio te provocaba echarle en la cara: Déjate de vainas, Federico, pero luego descubriste que su nuevo modo de ser y decir las cosas le quedaba bien. En él se estaba manifestando un poderoso talento de embustero, hasta entonces inexistente o por lo menos disimulado con maestría. En su época de estudiante era incapaz de inventar cosas raras y sólo al final, más por culpa tuya que por sus propios méritos, logró meterte unas cuantas mentiras. Basta con pensar en el día que intentó pretextar un tontísimo viaje a la Guaira, dizque para examinar unos archivos y en realidad para descansar un poco de ti, y ver cómo lo traicionaban los ojos, los ojos y la nariz, y en qué forma fruncía la boca., confesando sin decírtelo que no había tal viaje, que sencillamente eran excesivas tus atenciones y demasiado lo que le exigías, Negra, me entiendes? demasiado… Y fijarse en su manera de hablar cuando volvió a reunirse contigo, recién casado. Casi no dijo nada, tan sólo: Me compraron y ahora quiero vengarme gastando cuanto me dieron. Le fastidiaba la vida en la alta sociedad y repetía, hasta aburrirte, que Norka y su hermana Quequeta habían perdido su tiempo en. Barbados. Y luego te sacaba de quicio tratando de explicarte el contenido de larguísimos presupuestos y escrituras en papel sellado y órdenes de compra de Obras Públicas.
De repente… la noche los sorprendió en un barrio popular situado en la falda de un cerro. Hasta las estrellas se estremecían viendo al pueblo cansado y perseguido. Nuestro grupo estaba resteado… Abajo, en las calles pavimentadas, ladraban perros policías. De acuerdo con el plan previamente trazado… ¿cómo es?… ah, sí, de acuerdo con el plan previamente trazado rompimos el cerco opresor tendido por los esbirros y… esquivando ráfagas de ametralladoras, nos perdimos en la oscuridad. Las paredes amanecieron empapeladas… tú misma viste algunos afiches porque era imposible embadurnarlos todos en pocas horas… Yo, como Secretario de Propaganda…
Así comenzó su carrera de político: practicando contigo sus futuros discursos, inspirados tal vez en el ejemplo del vendedor que reunía a toda su familia y a la muchacha de servicio con el fin de ensayar charlas conmovedoras, demostraciones espectaculares, y mil triquiñuelas más, útiles para colocar su producto.
Le fuiste tomando gusto a los cuentos. Federico era el hombre…