literatura venezolana

de hoy y de siempre

Hablar hacia el eco

Juan Lebrun

Esta selección de improvisaciones pertenece al primer libro del poeta y músico Juan Lebrun. Dejo aquí algunos poemas que fueron reveladores para mí en el proceso de lectura. Me parece importante destacar la manera en que se gestan estos textos: Juan camina con una grabadora en mano y, en ese andar, nacen las improvisaciones, que son una suerte de transcripciones de un ejercicio efímero en el que el poeta interpreta el silencio y los paisajes sonoros caraqueños.

Con «El libro de las improvisaciones», Juan Lebrun obtuvo el primer lugar del Premio Internacional de Poesía Joven Ida Gramcko 2024, organizado por la editorial LP5.

(Selección de textos de “El libro de las improvisaciones” de Juan Lebrun, por Zorian Ramírez Espinoza.)

***

a Zorian Ramírez

Sonidos de ranas.
Es tu noche.

El arbóreo silencio
me sonríe.

***

a Ricardo Sarco Lira

Anuncio lo espontáneo.

Me ensimismo
en el vapor de las palabras.

Los minutos me dicen
la matemática del caos.

II

El papel no es mandíbula dulce,
fonema en el paladar.

El tiempo hace al poema
con ojos vocales.

Decir un poema
en el movimiento del tornado.

Hay un recodo, una esquina
que suena al mundo.

Cuando la escucho, invisible,
ella me habla.

III

El canto se tiende junto a mí
como el aire verde.

Ay de esos otros que se hicieron en papel,
porque no pudieron hacerse en vida.

En la cubierta vislumbro
el naufragio de los tonos.

El único nido es la cabeza.
Mírala.

No quieras más vigas de fuga.
Grábate

IV

Di palabras efímeras
como el venado blanco de las letras,
el árbol, cuerpo de las tiaras
o el rizo de ébano. Y corta.
Corta el tronco grueso del habla.

***

a Sofía Mogollón

Qué tan poco sé, Juan,
de los rumores que vienen de las calles
y de las hojas cayendo en su sonoro paisaje de arreboles cortados por el viento.

No saber es andar por buen camino.
No saber de esta forma es una hondonada revolcándome el alma,
un estar atento a no saber qué…
y estar siempre creyendo en la sorpresa.

Porque las rejas verdes, en su silencio,
me dictan lo mismo que el árbol
a su manera distinta, disidente, metálica
con su voz de tiempo.

***

a Gaby Mesones

Habla con la luna,
habla con la playa,
no tiene fortuna
solo su atarraya
José Barrios

Qué sabe un niño como yo,
calco de vida primitiva,
rotura de culpa deseante,
refracción de sinos en la cornisa del torpe.

Qué sabe rojo de las sales ni arenisca
ni las redes, ni el camarón,
entre los dedos de telaraña y las canoas.

Qué sabe lo lejos, nunca cerca ni llegado,
o puerto sobre espacio,
si se extiende en la heredad de la sabana en mieles.

Qué sabe pregunta de respuesta
si no queda flotando sobre agua o sol
en afinación de mundo.

Algunas lejanías rapilocuentes
se enervan con la espuma y no llegan
al letargo de la pregunta.

¿?

La puntuación de los animales aún espera nombre
fuera del poema
y la onda honda del quémás da
se zambulle, su color es agua, y
su ojo es
cuerda de guitarra.

***

a mamá

Una avería callosa en mi cuerpo
me devuelve al principio.

Me devuelve a la mujer,
a una piedra, a una hoja
a una calcinada mayéutica.

Pero hoy vine a contar mi historia:

Anduve de loco adolescente
y de niño en muchos parajes.

Siempre me asombraron las hojas,
cómo se muestran en la noche.
Los cuerpos celestes y las hormigas.

Vino el buscador de perlas
con los ojos vendados por la novedad
y la ilusión perenne de las tecnologías.

No había mayor regazo
que la rutina.

No hubo mayor elogio que la crítica.

Desarrollé algunas luces artificiales,
me hice de piedra y música.

Recorrí otro camino cuando el tiempo hizo la paciencia,
cuando la raigambre se pegó a estos suelos silvestres.

Mi tiempo se perdía en techos que se volvían pozos.

Nunca había buscado lo nuevo,
sino lo obvio:
esa prehistoria era de todos.

Se encontraba,
en los recodos de muchas lenguas,
una forma ingeniosa de hacer los cuerpos de aire.

Llevo esa avería con el orgullo de un pavorreal.

¿Fue noche la voz
que salió primera a azuzar
una frecuencia rara?

¿Fue mi tono un columpio,
un niño agachado?

Se avecina la palabra expansiva,
los tiempos de la tempestad
mientras un río
suena rozando entre las piedras.

La frescura del tiempo encarnecida
en lo vivo, en el símbolo,
en el silencio.

Y yo que hablo pausado
con dulce tono, busco simplemente fluir con él.

Esta historia, ese niño
que se rompió la cabeza contra los muros
de no podrás sostenerte, hijo mío,
si vas por esta senda.
No podrás brindar un techo para ti y los tuyos.

Si ese muro tenía razón en algo
era en su resquebrajamiento,
donde se avisaba una ambigüedad floral,
un aroma a pelambre en la cara y el cráneo.

¿Esta vívida imagen era un venado
en el asfalto asombroso de Caracas?

Vengo a traerles este hablar hacia el eco,
unas raíces que encontré,
y emocionado se las doy
como un perro a su amo.

Las bengalas se avecinan
con el triunfo de la muerte
y las fuentes de agua más temprana
se esconden en los recodos de las calles.

La prehistoria es una grieta.

***

a Juampe y papá

Junto a la ciénaga
ríen los tumbos de la vida
como trompo
en las vías del hoyo.

Se recuestan de un árbol
y miran perdidamente
los relojes.

Su ausencia es cortada
con la lanza de las rejas.
Lloran con la maleza y el cemento.

Los tumbos de la vida
son el zamuro buscando su carroña,
y los Vallejos que se elevan sobre el puente.

Son las brozas cayendo
en las tierras más baldías.

Son el moho carcomiendo
los troncos y los suelos,
la brisa, la calima, los pulmones de piedra.

Las cadenas sobre el cuello
llevándonos a morir.

Postrados en cama
vapuleándose en la orilla
y los costaleslimándose
son los tumbos de la vida más recientes.

Está mi padre echado en cama.
Mi hermano, enfermo.
Mi madre y yo estamos sanos.
Quisiera darles mi cuerpo.

***

a Jaime Yáñez

Esta es la poética: una práctica fónica,
un andar pululantemente perdido en la maleza,
los arreboles cortados y el azul del rostro.

Περὶ Ποιητικῆς

El filósofo hizo los límites. Yo no.
Más bien creo en la ternura y el tronco del juego.

Esta es la po-ética:
una equis tachando el género,
halo oral que se evapora;

cumbre de sienes, horas,
pujante cráter.

Pelvis arbórea, esta es
la sibilante tensión.

El registro,
barro sonoro
por los huecos en la Historia:

un agujero en las jotas del ojo,
un chapoteo en manglares,
una piedra de jaguar.

Que este verso me parta el límite
porque yo me perdíinfinitándome.

Y si llego a terminarme en este cuerpo,
al menos el fragmento, el residuo,
la aurora cantautora de los sismos,
los signos de la foca…

que al menos quede algo de lo dicho

Sobre el autor

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