literatura venezolana

de hoy y de siempre

Exilios

May 22, 2022

Alejandro Oliveros

CIELOS
Mucho antes que la tierra,
perdimos el cielo
de los trópicos natales.
Su luz incesante
sin escarchas invernales,
las nubes sin hielo
ni oscuridades. Y el azul
protector sobre mangos,
bucares y cañaverales.
También perdimos del trópico
las noches más cordiales,
las brisas del páramo
y la sal de los mares;
las estrellas del camino,
que aprendieron nuestros
nombres y vocales,
los sonidos conocidos
de grillos y jaguares.
Cuando cierres la puerta
y ajustes ventanales,
y tomes los caminos
para nada familiares,
mira el cielo que pierdes,
allí quedan tus señales,
los rasgos y los sueños
que fueron iniciales.
Más allá están las nieves
y crueles vendavales.

 

BÁRBAROS
A Herman Sifontes

Llegaron por mar,
los bárbaros.
Sus barbudos cadáveres
fueron cubiertos
por la arena.
Eso fue hace mucho tiempo
pero lo recuerdo bien,
creíamos que se habían
marchado para siempre.
La segunda vez
no llegaron por mar
ni por ninguna parte.
Dormían con nosotros,
en el mismo lecho,
bajo el mismo techo.
Destruyeron
todo lo que amábamos.
Cuando se retiren
-los bárbaros siempre
se retiran-,
no construiremos
más murallas,
levantaremos puentes,
para dejar
a los bárbaros en el agua.

 

PÉRDIDA DEL REINO
Y el pesar de no ser…

¿A dónde irá a dar la piel
de estos valles musicales,
con sus aromas,
a guayaba y miel?
Estos remansos y canales
para los días de sed,
¿frente a qué mares
o lagos y corrientes,
terminarán después?
Las colinas doradas
de estos senos,
recorridos a ciegas
en claras madrugadas,
¿bajo qué cielo
van a despertar mañana?
Ultima mirada
para este reino
de turgentes carnes,
y lisura de manzanas
que estaba para mí.

 

VUELTA DE LAS CRUZADAS
Regreso,
después de muchos
años de cruzado,
al país natal.
La guerra aquí
no ha terminado.
Los tucanes de largos
picos han sido
enterrados,
y los azulejos
duermen su lado.
Los cazadores
de rojos brazos,
bajan de los cerros
con armas y caballos.
Sus rostros son crueles
y sus gestos despiadados
En lo más alto del árbol,
sentimos al arrendajo
cuando, en su canto,
nos dice:
“La guerra
no ha terminado,
todavía falta tiempo
para que el reino
sea liberado”.

 

MESAS
Hemos aprendido
a comer
en mesas vacías.
Las sillas sobran
en nuestras casas.
Ya nadie se sienta
a compartir el aroma
de los hervidos,
ni los humos
de nuestras brasas.
Primero fueron
las apresuradas maletas
de los hijos. Después,
con sus libros bajo el brazo,
le tocó a los amigos,
por todo el mundo
pidiendo asilo.
Nuestras mesas
han perdido el equilibrio,
dos en una punta,
cuatro en el vacío.

 

MESA DE TRABAJO
En las horas más pequeñas,
antes de que los gallos
se pierdan en el cielo,
escribo entre tus piernas,
donde quedaron
mis plumas y libros en el suelo.
Es mi mesa de trabajo,
aquí escribo con mis dedos
los cuentos y poemas
en las hojas de tu cuerpo.
En una casa lejana han quedado
todos mis libros y papeles,
las ediciones de Catulo y Horacio
y el teatro entero de Shakespeare.
Lejos de mis cuadernos, solo
me queda el papel de tus pieles,
en estas horas tan pequeñas,
cuando son ciegas las paredes.

 

OBJETOS
Con la mudanza
hemos dejado, sin puertas
ni ventanas,
los objetos en una caja.
La máscara veneciana
de un año nuevo lejano,
la jaula con sus helechos
y un búho de porcelana.
Se quejan en su silencio,
y por la noche sentimos
la tristeza de sus gestos;
un diálogo interrumpido,
más preciso y más sincero.
Yo siempre me he sentido
de parte de las cosas;
desde mi primer libro,
llamado Espacios,
donde canté sus alegrías
y penas a nuestro lado.
Cuando me toque el exilio,
se quedarán en la casa,
absortos ya y callados,
los objetos en una caja.

 

PEQUEÑA EPICA
Al salir de Itaca,
en contra de su voluntad,
Ulises sabía
que un día iba a regresar.
Eneas no podía
de esa manera hablar;
de su amada Troya
ni una teja iba a quedar;
adelante lo esperaban
el peligroso amor
y una ciudad por fundar.
Cuando emprendas tu viaje,
sin saber dónde llegar,
ruega a tus dioses
que no te hagan demorar;
y, segura del regreso,
tu casa con su techo
se pueda levantar.

 

RIOS
“El Tajo no es el río…”

El río que pasa
por mi casa,
no se llama Támesis,
ni conduce
grandes navíos
que cruzan el Atlántico.
Tampoco es el Hudson,
por donde entraron
a Estados Unidos
millones de inmigrantes
huyendo del hambre
y las enfermedades.
Las aguas del río que pasa
por mi casa
son quietas y pequeñas;
para el que quiera irse lejos
no son una manera.
Sus corrientes no van a ninguna parte,
se quedan siempre a mi lado
esperando la primavera.

 

MAPAS
Somos habitantes
sin calles ni plazas.
Las fronteras de esta tierra
no se corresponden
con nuestros mapas.
Las montañas son más
frías, pero menos altas;
los ríos más tranquilos,
sin boas ni pirañas;
los llanos existen, aunque
sin las sequías que matan;
y los mares son azules,
mas sin uvas en las ramas.
No nos encontramos
en estas cartas;
en la rosa de los vientos
no se ve una ventana.
Nuestros bordes
se perdieron, y con ellos
nuestro norte
y nuestras casas.

 

HISTORIA
Mi historia
son recuerdos
de las pieles
que me han
rozado;
de los ojos que,
con rabia o amor,
me han mirado.
Algunos libros
mal recordados,
y cientos de versos
de grandes poetas,
entre ellos Machado.
La música
me abrió sus puertas
y hay en la casa
un piano,
que, de tarde en tarde,
han tocado
unas queridas manos.
Creí hablar
con Dios un día,
pero volví triste a la calle
al pensar que no me oía.
Ahora, en esta Milán,
vuelvo a hablarle,
pidiéndoles, al rezar,
que no deje yo nunca,
como ahora,
de amar y cantar

 

FELIZ AQUEL
Feliz aquel que,
como Odiseo,
regresa de su viaje
sin equipaje
ni trofeos.
La barba blanca
y salitrosa;
el recuerdo
de jardines y sus rosas;
las lisas formas
de Circe caprichosa.
Un Polifemo inesperado
dejó su marca
en un costado;
y Caribdis, presurosa
de llevar al viajero
al otro lado.
Feliz aquel que,
como Odiseo,
retorna en toda
su estatura;
y se descubre
sin ansias ni deseos
y vuelve de nuevo
a la aventura.

Sobre el autor

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