literatura venezolana

de hoy y de siempre

Eduardo Blanco en su contexto

Oct 23, 2024

Roberto Lovera de Sola

(A PROPÓSITO DEL CENTENARIO DE VENEZUELA HEROICA)

Eduardo Blanco fue uno de los principales escritores del romanticismo en Venezuela. Son muy pocos los datos biográficos que de él conocemos. Sabemos que nació en Caracas el 26 de diciembre de 1838.1 Perteneció a la segunda generación literaria de Venezuela.2 Esta promoción, según el crítico citado realizó lo principal de su obra entre 1850-60. Aunque estas fechas no sean exactas al referirnos a Eduardo Blanco, ya que él publicó su obra a partir de 1874, sí es verdad que fue coetáneo de los creadores de esta generación.

Eduardo Blanco realizó sus estudios bajo la tutela de Juan Vicente González asistiendo a las aulas del Colegio «El Salvador del Mundo», que el Humanista había fundado en 1848 -a raíz de los sucesos de enero de aquel año-. Felipe Tejera, contemporáneo y amigo de Blanco, le recuerda como un alumno poco brillante pero quien desde muy joven era lector omnívoro de cuanto caía en sus manos. Logró dominar la lengua francesa y muy joven se aficionó por las novelas de la literatura gala «que por entonces era el mayor, si no el exclusivo entretenimiento de la sociedad caraqueña».3

Ingresó luego en la carrera militar. En 1859 era oficial del Ejército. En 1861 el General José Antonio Páez lo nombra Edecán suyo. En tal posición asistió, acompañando a Páez, a la entrevista que éste realizó, en el campo de Carabobo ( diciembre 8, 1861), con el General Juan C. Falcón, jefe de las tropas federales. Ese día, Falcón, hombre de letras, pidió a Páez que rememorara para él y para su comitiva, sobre el lugar de los hechos, cómo había sido la histórica batalla. El viejo caudillo así lo hizo. Eduardo Blanco escuchó cuanto narró Páez al Jefe insurgente aquella mañana. Esta fue, al decir del maestro Santiago Key Ayala, la génesis del famoso libro que Blanco publicaría dos décadas más tarde y por el cual será siempre recordado.

Aquel día Páez y Falcón no lograron entenderse ni poner las bases para lapaz. La guerra continuó. No terminaría hasta 1864. En 1863 Blanco renunció al cargo de Edecán del General Páez. El hecho no dejó de doler al anciano Dictador como se colige de la carta que remitió a Blanco aceptando su renuncia.4

Eduardo Blanco tenía para aquel momento veinte y cuatro años. Y aunque pocos lo sabían en el joven bullía ya la vocación por las letras. De allí que renunciara al cargo que ejercía para dedicarse a escribir. Durante los siguientes trece años viajó mucho, leyó por cuenta propia, se formó un estilo. También conspiró algunas veces.4ª

En 1874 Blanco inicia sus colaboraciones con la prensa5 publicando en La tertulia. Ese mismo año circula Vanitas vanitatum, su primer libro. Al año siguiente dio a conocer Una noche en Ferrara. En 1879 _es representada en el Teatro Caracas (agosto 2), su pieza Linfort.6 En 1881 publica su obra principal Venezuela heroica. A ésta la siguen Cuentos fantásticos ( 1881). En 1882 colabora en La entrega literaria, publica su novela Zárate -la cual es uno de los primeros acercamientos novelescos a la realidad venezolana. Un intento de novela criolla-. Al año siguiente se encontró entre los miembros fundadores de la Academia Venezolana de la Lengua (1883).

En 1889 vuelve a la política. Escribe en el periódico La causa nacional. Más tarde fue nombrado Ministro de Instrucción Pública ( 1891-92) del gobierno de Raimundo Andueza Palacio. En 1890 se encontró entre los miembros fundadores de la Academia Nacional de la Historia. Contrajo matrimonio ese mismo año con su prima Trinidad Blanco (julio 31). En 1895 dio a la luz Las noches del Panteón. Desde 1896 inicia sus colaboraciones en El Cojo Ilustrado. En 1905 aparece Fauvette. Blanco fue nombrado por segunda vez Ministro de Instrucción Pública ( 1905-1906) durante el gobierno de Cipriano Castro. Ese mismo año, al inaugurarse la estatua de Páez en El Paraíso pronunció el discurso inauguraF de la misma. Fue una feliz idea escoger a Blanco para decir aquella oración tanto por el hecho de haber conocido y tratado a Páez directamente como por el hecho de que el Caudillo le había querido como un hijo.8

En los últimos años de su vida Blanco gozó de público respeto hasta el punto de llegar a ser coronado en solemne acto celebrado en el Teatro Municipal (julio 28, 1911). Blanco falleció a los pocos meses (enero 30, 1912). En forma póstuma circularon sus Tradiciones épicas y cuentos viejos ( 1914).

II

Para entender la obra de Eduardo Blanco se hace necesario trazar los rasgos de su tiempo, especialmente los de la escena literaria de su época. Antes hay que señalar que no podemos hablar de una literatura propiamente venezolana -aquella que con sus palabras define nuestra identidad- sino desde aquel momento en el cual podemos hablar también de la existencia de una sociedad venezolana con rasgos propios. Y esto no sucedió hasta el siglo XVIII.9 De allí que los primeros escritores con conciencia de serlo fueron aquellos que se reunían hacia fines de esa centuria en la tertulia que se realizaba en la casa de los Ustáriz en Caracas. Allí brilló el talento sin par del joven Andrés Bello. Don Andrés fue el escritor principal de esa generación. Años más tarde –en Londres, en Santiago de Chile- dará remate a su obra. En la misma época en que los jóvenes literatos caraqueños se reunían en la casa de los Ustáriz o en la mansión de los Bolívar, en las afueras de la ciudad, otro venezolano, Francisco de Miranda, confiaba día a día sus experiencias en el Diario que escribió entre 1771-92. Esta obra no fue publicada sino muchos años después.10

¿Quiere esto decir que antes no se cultivó la literatura en Venezuela? Lo que queremos afirmar es que durante los siglos XVI y xvn quienes utilizaron la palabra escrita para expresarse lo hicieron aisladamente y sin tener una conciencia nacional definida -hecho del cual si bien conocemos un testimonio de 1643 lo encontramos expresado con toda claridad en la obra de los creadores del siglo XVIII, de quienes han llegado hasta nosotros algunas de sus obras-. De los siglos XVI y XVII salvo las Elegías (1589) de Juan de Castellanos sólo conocemos muy pocos textos. La mayor parte son poesías. El único texto impreso en México está firmado por «Un ingenio Cantabro». Nada sabemos de este incógnito autor. Han llegado hasta nosotros fragmentos de una pieza teatral, escrita seguramente por un caraqueño, pero no sabemos tampoco quién fue su autor. Entre Castellanos y Bello escriben textos poéticos varias personas. De algunos sólo conocemos su nombre. De otros apenas alguna que otra versificación, casi siempre de ocasión. Tal es el caso del largo poema de Joaquín Moreno de Mendoza. El autor más prolífico fue José Ignacio Moreno quien escribe hacia fines del siglo XVIII y a quien es posible haya conocido Bello pues murió en 1806. No se conocen ni novelas ni cuentos de esos tres siglos. Tampoco obras ensayísticas. No nos referimos aquí a los historiadores -como Oviedo y Baños-, a los filósofos -como podría ser el P. Navarrete- o a autores de sermones -como Mijares de Solórzano o Nicolás de Herrera y Ascanio- sino a aquellos escritores que deben tenerse en cuenta al trazar la historia de la literatura la cual no puede ser el recuento de todas las manifestaciones de la cultura escrita ya que la literatura «no es la proyección espontánea de nuestros sentimientos, sino el resultado de un proceso muy selectivo que transmuta los sentimientos en imágenes estéticas» como escribió Anderson lmbert. El estudio de esas traslaciones estéticas es el tema de la literatura.10a

Como consecuencia de lo expuesto la primera generación de la literatura venezolana fue la de Bello y ésta se expresó dentro de los cánones del neo-clásico. Bello reaccionó contra esta estética años más tarde. Después de la emancipación apareció la segunda promoción de escritores venezolanos. Ellos serán románticos. Eduardo Blanco se encontraba entre ellos.

El proceso de consolidación intelectual de Venezuela se inicia una vez obtenida la victoria militar. Tanto la Batalla de Carabobo ( 1821) como la toma de Puerto Cabello y la Batalla Naval del Lago de Maracaibo (1823) constituyen los momentos de los cuales parte la estructuración del país recién emancipado. La figura central de este tiempo será la de José Antonio Páez. La reorganización de Venezuela fue un proceso lento. La guerra había dejado devastado al país. Al decir de Martín Tovar sólo había logrado salvar la honra. En Caracas sólo encontró el Libertador, en 1827, dos cosas iguales: el Ávila y
el Marqués del Toro. Tal había sido la devastación. El país estaba arruinado. Su contribución a la gesta continental había sido intensa: tanto en vidas como en dinero. Había pues que rehacerlo todo.11 De allí que esos nueve años que van desde Carabobo hasta la instalación del Congreso Constituyente de 1830 -que celebró sus sesiones en Valencia- el país apenas haya logrado dar los primeros pasos. Cuando Bolívar visitó a Caracas por última vez se dio cuenta que la unión grancolombiana no podría durar mucho. Pero la situación en aquel año de 1827 era tan grave que Bolívar realizó una serie de acciones en favor de la hacienda pública y puso especial énfasis en el aspecto educativo: reformó la Universidad de Caracas, la dotó de nuevos estatutos y nombró Rector al Dr. José María Vargas.

En 1830 muere Bolívar. A la vez Venezuela se separa de la Gran Colombia e inicia su desarrollo como república autónoma. Páez se rodeó de lo mejor del país y se inició la etapa denominada por Gil Fortoul de la «oligarquía conservadora»12 y por Augusto Mijares del «gobierno deliberativo».13 Durante los años que van desde 1830 hasta el momento en que el General José Tadeo Monagas gana las elecciones de 1846 el país contó con una élite dirigente que supo poner las bases para la organización del país.

En el plano cultural todavía estaban activos los escritores neo-clásicos. Surge en ese momento la llamada generación de 1830.14 En esa misma época el sabio Vargas acometió la organización de la Universidad, Juan Manuel Cagigal fundó la Academia de Matemáticas.15 Mientras comienza a expresarse un pensamiento liberal que rige la nación. Fermín Toro, José Luis Ramos, Juan Vicente González, Rafael María Baralt, el ya citado Cagigal, Domingo Navas Spinola dejan su impronta en la marcha del país.16

En 1824 inicia Navas Spinola el plan de publicaciones nacionales.U Proseguirán esta labor Valentín Espinal, los Rojas y demás impresores.18 En 1836 José Luis Ramos fundó La Oliva, nuestra primera revista literaria. Desde 1834 se comenzaron a sentir las primeras influencias románticas. De allí en adelante su influjo será intenso, especialmente a través de la literatura francesa. La literatura romántica inglesa será conocida a través de traducciones francesas y retraducciones castellanas. En 1839 se publica en Caracas La Guirnalda -revista de contenido romántico-. Ese mismo año se publicaron las Obras completas del romántico español Larra en Caracas. Le seguirán las de Mesonero Romanos.19

En 1840 el gobierno estimó conveniente disponer la formación de un Atlas y una Geografía de Venezuela. Este trabajo fue confiado a Agustín Codazzi. Y como el Atlas… debía ir acompañado de un resumen de la historia del país Codazzi encargó al Capitán Rafael María Baralt de escribir tal obra.20 La Geografía… y el Resumen… circularon en 1841. Ambas obras constituyen un buen signo de lo que deseaba el país en aquel momento. El General Páez en su Autobiografía21 señala que el haber ordenado la preparación y edici6n de ambas obras siempre lo llenó de orgullo.

III

Pero para un bosquejo de la vida cultural de Venezuela en el tiempo del cual nos venimos ocupando no bastan sólo estas importantes noticias. Hay que examinar el proceso del romanticismo tanto en Hispanoamérica como en Venezuela. Para entender bien esto no hay que perder de vista el hecho que si bien es cierto que hacia 1840 ya se puede decir que el romanticismo es conocido y se ha difundido en nuestro país; que los rasgos de esta escuela habían ingresado en Hispanoamérica entre 1820-30 imponiéndose en nuestro continente antes que en España22 hay que señalar también que el romanticismo literario había sido precedido por el ideal de la vida romática como actitud vital. Este es un hecho que encontramos tanto en Miranda como en Bolívar: ambos fueron dos caracteres románticos. La gesta emancipadora también fue una empresa vitalmente romántica.23 El primer hispanoamericano en utilizar el término romántico fue Francisco de Miranda. Consignó la palabra en su Diario un día de 1788, mientras viajaba por Suiza.24

Teniendo en cuenta esto bien vale la pena que tracemos la biografía de la palabra. El adjetivo romantic se utilizó primero en Inglaterra, a mediados del siglo XVIII, para calificar en forma despectiva relatos sumamente fantasiosos. El término procedía del francés romanz que significa romance o novela. Durante el siglo XVIII perdió la intención despectiva y pasó a designar ciertos lugares agrestes los cuales provocan en la persona que los observa una tendencia hacia la melancolía. En este sentido la utilizó Miranda en su Diario. Como escuela literaria el romanticismo se impone en Inglaterra a fines del siglo XVIII. A Hispanoamérica llega tardíamente. Y no a través del romanticismo inglés sino del francés. En Francia el doctrinario será Víctor Hugo, quien definió la nueva corriente en su prefacio al Cromwell, publicado en 1827. El triunfo resonante será tres años más tarde cuando se estrene el Hernani del mismo Hugo. Para ese momento hada casi tres décadas que el romanticismo se había impuesto en Inglaterra.

Hacia 1820 el romanticismo se hace sentir en Hispanoamérica. En 1823 Bello inicia su labor crítica enjuiciando los modos del neo-clasicismo.25 Ese mismo año Bello publica -en la Biblioteca Americana, la revista que él editaba en Londres y en cuyas páginas había publicado también sus críticas al neo-clásico- su poema Alocución a la poesía en el cual formula su llamado a los latinoamericanos a inspirarse en lo propio. Este era un llamamiento romático. El poema hacía de Bello el primer poeta romántico de las letras hispanoamericanas aunque aún la forma, la dicción de su poema no sea totalmente romántica. Ambos textos de Bello aparecieron en el mismo número de la gaceta a la cual hemos aludido.

En 1825 publicó José María Heredia, en Nueva York, sus poesías. Este no era todavía un poeta romántico. Era una figura de transición en cuyos textos se pueden ver algunos rasgos de la nueva estética. Bello lo supo ver así cuando examinó sus poemas.26

Como lo hemos expresado más arriba fue Bello el primer poeta romántico de la literatura hispanoamericana. Su llamado a inspirarse en lo propio es, repetimos, un llamamiento romántico. Y en este punto la crítica debe revisar su juicio. No fue Esteban de Echeverría quien introdujo el romanticismo en nuestro continente en 1832, ni José Joaquín de Mora quien había difundido la tendencia en los años en que residió en Buenos Aires -1827- y Santiago de Chile -1829- 30-. La preeminencia la tiene Bello quien inicia su magisterio romántico en 1823 y quien, por desgracia, no logra hacer comprender a los hispanoamericanos de su tiempo que debían aprender lo esencial de las doctrinas románticas. Por no haber escuchado sus palabras -expresadas tanto en sus poemas como en sus trabajos críticos- el romanticismo en nuestro continente sólo fue la copia de una copia, como escribió Octavio Paz.27

El romanticismo surge en Inglaterra en la época del liberalismo y de la Revolución Industrial. En Hispanoamérica será la escuela literaria a través de la cual se expresó por vez primera ante el mundo el creador latinoamericano. Por ello en nuestro continente tendrá mucha más fuerza el romanticismo social que el propiamente literario porque los aspectos centrales de la doctrina no fueron comprendidos en su esencia. En cambio el romanticismo social tuvo mayor fuerza porque nuestros países estaban comenzando a dar sus pasos propios y el creador literario debió desdoblarse en dirigente, en conductor. Bello y Sarmento lo ejemplifican con claridad.

Las características principales del romanticismo fueron: individualismo exacerbado -el cual se expresa tanto en la protesta pública como a través de la insurrección solitaria. Características del alma romántica fue la fantasía exaltada, el ensueño, la comunión con la naturaleza, el sentimiento religioso, el sentimentalismo.

Varias vertientes tuvo esta escuela. La primera fue social, como ya hemos afirmado. En este sentido el escritor romántico deseó transformar la realidad, de allí que encontramos al escritor reformador quien en su búsqueda por mejorar el medio encontró en el socialismo utópico28 una de las fuentes de su pensamiento. Este tendrá poderosa influencia en Hispanoamérica en personalidades como Flora Tristán, Esteban de Echeverría, Sarmiento. En Venezuela tanto Simón Rodríguez como Fermín Toro utilizaron sus ideas en sus reflexiones sobre el medio en el cual vivían.

La otra vertiente del romanticismo fue la literaria. En nuestro continente las obras básicas del romanticismo literario fueron en poesía Tabaré, de José Zorrilla de San Martín, Memoria del cultivo del café, de Gregorio Gutiérrez González, Martín Fie»o, de José Hernández, los poemas de Pérez Bonalde. En prosa Facundo, de Sarmiento, la Biografía de José Félix Ribas, de Juan Vicente González y las Tradiciones peruanas, de Ricardo Palma. Dos novelas: María, de Jorge lsaacs y Enriquillo de Manuel de Jesús Galván. A estas obras hay que añadir los Siete tratados, de Juan Montalvo y quizá los ensayos de Manuel González Prada -aunque éste era casi un modernista- y como obra de exposición de la doctrina el Dogma socialista de Echeverría.29

Un esquema del romanticismo en Venezuela no puede soslayar el Diario de Miranda,30 la traducción de Atala, de Chateaubriand ejecutada por Simón Rodríguez en París -y publicada en 1801-,31 los trabajos poéticos y críticos de Bello en Londres.32 En el caso de Bello hay que hacer hincapié que en Londres tanto la literatura española como la hispanoamericana encontró el romanticismo. En este sentido debe el estudioso del tema examinar las relaciones de Bello con los exilados españoles que vivían en la misma ciudad33 y comprender dentro de otra perspectiva la labor realizada por el Humanista en la ciudad del Támesis. Tarea visible desde 1823, aunque sin duda elaborada antes -ya que Bello residió en esa ciudad desde 1810-.

También habrá que reparar en los valores románticos del movimiento emancipador: el descubrimiento de lo propio, la conciencia del contorno. Este examen debería reparar en los trabajos llevados a cabo por Bello en Chile,34 pasando por los poemas de Rafael Agostini hasta llegar a los trabajos románticos de Baralt: tanto en su estudio sobre Chateaubriand como en el que Grases denomina el «manifiesto de la literatura criolla».35

Desgraciadamente ni la traducción de Atala ni los trabajos de Bello tuvieron eco en Venezuela, como dice Isaac J. Pardo 36 de tal manera que un análisis del romanticismo deberá comenzar, en nuestro país, con el estudio de la obra de Rafael Agostini, introductor de la tendencia en nuestro país.37 El examen del romanticismo en nuestro país debe reparar en el hecho de que las obras románticas aparecen relativamente temprano en nuestro continente. Bello escribe antes de 1823, Heredia publica sus poemas en 1825, Echeverría da a conocer Elvira … en 1832.

Entre 1830-40 no se puede señalar en Venezuela un libro significativamente romántica38 de tal manera que los «libros románticos, de poesía o de prosa, dignos de este nombre, son posteriores a 1840 y aún a 1850».39 Desde 1825 encontramos algunas muestras como los poemas de Agostini -escritos en Europa y Venezuela, que él recogerá en 1844 en La cítara de Apure-. A partir de 1831 inició Juan Vicente González la publicación de la serie de artículos que una década más tarde reunirá en Mis exequias a Bolívar (1842). En 1834 se publican en Caracas fragmentos de las Memorias de Chateaubriand (El Nacional, Caracas: octubre 27, 1834). En 1833 aparece Mi delirio sobre el Chimborazo, de Simón Bolívar.40 En 1834 da a conocer el ya citado Agostini, en El argos de Carabobo, poemas que reunirá diez años más tarde en La cítara de Apure. Al año siguiente da a conocer su pieza Cora a los hijos del sol. En 1838 se realizó en El Nacional, diario de Caracas, una polémica de Juan Manuel Cagigal contra El trovador, de Antonio García Gutiérrez. Para ese mismo año la difusión de los autores románticos es intensa. En 1839 publica Fermín Toro sus Costumbres de buropolis. Ese mismo año aparece La Guirnalda (julio 18, 1839 – abril 30, 1840) -revista en la cual el material literario predomina- la cual es sin duda una continuación de La Oliva.41 En 1839 se editan las Obras completas de Larra y el primer tomo de las de Mesonero Romanos, 42 se imprimen también las Leyendas españolas de José Joaquín de Mora. A partir del año siguiente se instala en Caracas una sucursal de la editorial «Caballerizo» de Valencia, España. Caballerizo fue «el divulgador más conspicuo de la literatura romántica europea».43 En 1841 circula la edición venezolana de las obras
de Zorrilla que tanto influyeron en José Antonio Maitín44 En 1842 aparecen los primeros poemas de Maitín en El Liberal, circula El Liceo venezolano –donde inserta Fermín Toro Los Mártires, primera novela escrita por un venezolano, trasunto del romanticismo social-. De ese mismo año son Mis exequias a Bolívar de Juan Vicente González. La descripción del traslado de los restos del Libertador a Caracas de Fermín Toro se publica en 1843.45 Simón Camacho da a conocer sus Recuerdos de Santa Marta,46 probablemente47 aparece José Ramón Yepes en fa escena literaria. En 1844 publica Rafael Agostini La cítara de Apure libro en el cual recoge los poemas que había venido dando a conocer en páginas de periódicos desde 1825. El es el pionero del romanticismo dentro de Venezuela. Sólo el precursor -como a nivel continental lo había sido Bello-. El mayor poeta del romanticismo entre nosotros fue José Antonio Maitín. La cítara de Apure fue también el primer libro de poesía impreso en Venezuela.48 De tal manera que para ese año el romanticismo se había impuesto en Venezuela.

Ahora bien, esto no quiere decir que la nueva escuela ofrezca algo novedoso. Todo lo contrario. De la misma forma que Octavio Paz señala que el romanticismo hispanoamericano fue la copia de una copia49 es también verdad que hay que dejar de lado la opinión despectiva con relación al movimiento romántico y tratar de iluminarlo con un estudio más hondo, certero, el cual nos lleve hacia lo esencial de aquella tendencia que a fin de cuentas fue la primera vía a través de la cual se expresó el creador criollo después de la emancipación. De allí la necesidad que tenemos de explorar este movimiento que tuvo larga vigencia en nuestra literatura.50

Pero un examen de nuestro romanticismo debe reparar en que «no fueron los más idóneos y eficaces, los medios de que dispusieron nuestros críticos del pasado para juzgar la obra literaria. Sus materiales y elementos de juicio fueron en la mayoría de los casos extraídos de las poéticas o artes de hacer verso y prosa, conjunto prefabricado sobre el gusto literario. Culpables de este retoricismo fueron el Arte de hablar de Hermosilla (1826), libro del cual se hizo en Caracas (1829) una edición que alcanzó notorio auge, y la Poética de Martínez de la Rosa (1827) que desde comienzos del siglo XIX gozó de eminente autoridad en España y en Hispanoamérica. En ambos tratados de retórica se desterraba con horror el culteranismo (obscuridad, erudición y hermetismo gongorino), sobre el cual se levantó esta hermosa acusación ‘rumor de palabras’; se repudió el conceptismo (cláusulas disueltas y concisas, con trasposiciones, ‘desgarro y braveza de lopiciones y voces’, que dijo Jáuregui, ‘flor de agudeza, de la prudencia y de la sabiduría’ como la llamó Gracián. Repudieron nuestros críticos, del tipo de don Julio Calcaño, la obscuridad evocativa del barroco y por temor al ‘galicismo mental’ nuestros poetas rehusaron internarse en las fascinantes praderas de la magia, el ocultimo y el misterio, eludieron la relación metáfora-melodía y por culpa de los críticos, los elementos de juicio se redujeron a la corrección lingüística y retórica del estilo y a lo que llamaron ‘nobleza de la inspiración y fe cristiana en los sentimientos.. Nuestros casticistas del pasado siglo no permitieron que la literatura romántica se desenvolviera en el mundo alucinante de lo obscuro y del sueño… Se rechazó mucha porción de la obra de Quevedo… se olvidó que este gran poeta dijo, con humor, que… en la obscuridad el lector siempre imagina mejor Sobre Garcilaso y Góngora privaron Espronceda, Núñez de Arce y Campoamor » 51
IV

Es dentro de este contexto en el cual se va a desarrollar la obra de nuestros escritores románticos. Los estudiosos de nuestra literatura distinguen tres generaciones dentro de este movimiento.52 La primera formada por Fermín Toro, Juan Vicente González, Rafael María Baralt, Rafael Agostini. La segunda generación es posterior a 1821 la forman Abigail Lozano, José Antonio Maitín, Antonio Ros de Olano y José Heriberto García de Quevedo. La tercera es anterior a 1870: se destacañ José Ramón Yepes y Juan Antonio Pérez Bonalde.

El interés de los románticos por el pasado los llevó a examinarlo. Veían en él una época feliz que se había perdido. De allí que fue la gesta de nuestra independencia la que inspiró tanto la obra principal de nuestro romanticismo -la Biografía de José Félix Ribas, de Juan Vicente González- como Venezuela heroica de Eduardo Blanco, libros en los cuales se mira hacia el pasado con nostalgia, con un dejo de melancolía. Pero ésta no fue la única vertiente del movimiento romántico: de la conjunción entre lo imaginario y lo histórico surgió el tradicionismo. Lo cultivaron Arístides Rojas, Tulio Pebres Cordero y Juan Vicente Camacho. Del gusto por lo exótico hallaremos ciertas comparaciones orientalistas en algunos poemas de Pérez Bonalde -como Vuelta a la patria-. Del interés por lo autóctono, de la búsqueda de lo propio de cada pueblo, de la indagación del alma nacional -esencia del romanticismo- surge el nativismo, cuyo precursor fue Francisco González Moreno -en los poemas que dio a la luz en El Mercurio venezolano, en 1811-. De la inclinación que sintieron los románticos por el alma popular surgió el costumbrismo. De la mezcla de la observación indígena, como hecho exótico, pero con una perspectiva romántica, surgió el indianismo.53

V

Es en este contexto que Eduardo Blanco desarrolló su obra. Entre sus libros han perdurado dos. Y por muy diversas razones. El primero de ellos es su novela Zárate. El otro es Venezuela heroica. El interés por Zárate se basa en el hecho de que en ella se encuentra uno de los primeros desarrollos -no el primero, ni el principal- de lo que con el tiempo será una novela propiamente venezolana. Si Zárate no ha pasado de ser un texto, casi arqueológico, sobre el cual es mucho lo que se ha afincado la erudición venezolana -ya para decir que es la primera novela propiamente nacional54 o el comienzo de un proceso hacia lo nacional en la narrativa.55 En cambio Venezuela heroica se ha tenido siempre como el libro de Eduardo Blanco, la obra a través de la cual trascendió este autor en nuestras letras. Generación tras generación de los venezolanos la han leído. Es uno de los libros fundamentales de la cultura del país. Volumen en torno al cual se ha creado toda una mitología.

Venezuela heroica fue publicado por vez primera hace un siglo.56 El volumen está formado por diversos cuadros en los cuales su autor evoca las luchas de la Independencia en nuestro país. Se refiere tanto a las batallas en las cuales los patriotas lograron la victoria como a aquellos momentos de «heroísmos lacerados que van al sacrificio inútil»56a como las llama Key Ayala. De allí que al lado de Carabobo estén la masacre de la Casa Fuerte, la toma de Maturín o el sitio de Valencia.

La primera edición de Venezuela heroica sólo recogía los capítulos relativos a las batallas de La Victoria, San Mateo, Las Queseras, Boyacá y Carabobo. En posteriores ediciones Blanco enriqueció el libro con los cuadros relativos al Sitio de Valencia, la toma de Maturín, la invasión de seiscientos, la Casa Fuerte, San Félix y Matasiete. Desde su publicación Venezuela heroica se convirtió en especie de libro sagrado de la nacionalidad, obra de obligatorio aprendizaje de venezolanidad. Modelo, por otra parte, de la prosa romántica en el campo de la historia.

Pese a la fama que obtuvo desde su primera edición en la pequeña ciudad en la cual había nacido su autor se le negó la paternidad de su obra en el momento del triunfo resonante de su creación. Fue esto, al decir de Key Ayala, quien lo trató íntimamente, «uno de los grandes dolores de su vida».58 Pese a la falaz conseja el libro hizo su camino solo. Los cambios en las concepciones históricas, en las sensibilidades, no han hecho que se le deje de lado.

Fue Venezuela heroica el libro que le permitió a Blanco poseer el título de «cantor nacional en prosa de la epopeya patria».59 Pero no sólo esto. Venezuela heroica fue junto con el Manual de Historia Universal de Juan Vicente González uno de «los dos libros más famosos de nuestro siglo XIX» como apunta Uslar-Pietri.60 Es como dijo Picón Pebres la obra por la cual iba a perdurar Eduardo Blanco.61

Ya hemos afirmado que Venezuela heroica es paradigma de la historia romántica. A esta tendencia pertenece el libro. Como bien escribió Briceño Iragorry: «El elemento romántico, exaltado por la pasión patriótica, fue el vestido que más gustó a nuestros historiadores del siglo pasado y con él adornaron las obras de Yanes, Baralt, Juan Vicente González, Felipe Larrazábal, Marco Antonio Saluzzo, Becerra, Eduardo Blanco, Felipe Tejera. Sin pretenderlo, los historiadores crearon un criterio exhautez en nuestras propias posibilidades de pueblo, por cuanto promovieron con el ditirambo de los hombres representativos una actitud de espasmo ante lo heroico. La vivencia histórica se buscó en la belleza de los hechos y en contorno de los tipos valientes que pudieran servir para una especial ejemplificación. Lamartine, Michelet, Quinet y Sismondi fueron tomados como maestros de una historia que buscó, a pesar de los propios postulados de la escuela, el elemento personal del valor y de la audacia como determinativo de lo valioso heroico. Semejante literatura promovió una concepción sui géneris, que miró las espuelas de los hombres a caballo como argumento cívico».62 Y si bien como historiador romántico Blanco fue fiel a la concepción de la historia delineada por Briceño Iragorry Venezuela heroica significó la culminación de la literatura histórica romántica, cuyo principal exponente había sido Juan Vicente González. El libro de Blanco, como refiere Paz Castillo,63 cautivó a la sociedad caraqueña de 1881 la cual gustaba de la retórica sobre la cual Blanco edificó su texto.64 De esa misma forma· ha seguido seduciendo a generaciones posteriores por su «impulso romántico»65 hasta el punto que como Key Ayala acota «Educadas las generaciones que le han sucedido, por los fríos maestros del positivismo, vale la pena preguntar cómo resiste el cálido entusiasmo por Eduardo Blanco al contacto frígido de una crítica científica» .66 El hecho de su persistencia estriba principalmente en la «comprensión de lo popular dentro del heroísmo, como tenía que ser en un
temperamento romántico que contempla la historia desde el plano exaltado de la poesía» al decir de Paz Castillo.67 Y especialmente por el hecho de que si bien Venezuela heroica está concebida dentro de una escritura literaria nunca dejó de ser historia, en ningún momento dejó Blanco de trabajar sus materiales con ojos de historiador. De tal manera que el romanticismo de pura estirpe que había bebido en las aulas del colegio «El Salvador del Mundo», conocimiento que había llegado a través de un romántico nato como lo fue Juan Vicente González -su maestro- le permitió dejar de lado lo que Key Ayala llama «seudoromanticismo y el academicismo, ambos de cepa española imperante en la mayoría de sus contemporáneos escritores»68 y pudo así expresarse a través de una concepción de lo histórico donde lo épico era lo central. Ayudó a su libro también el uso seguro del lenguaje, la forma como Blanco pinta a las personalidades, como traza sus rasgos, de la misma forma que el pintor hace vivir los suyos en el lienzo.

Hubo quienes criticaron a Eduardo Blanco por el hecho de no hacer historia científica en su obra. El no pretendió tal cosa. Sólo quiso rememorar el pretérito, una época determinada. Pese a esto lectores actuales de Venezuela heroica enfatizan que «no está el lector inclinado sobre un serio texto de historiador, sino repatingado leyendo una novela de aventuras» como escribe Manuel Caballero.69 Este mismo autor añade que de todas maneras si el libro de Blanco es «confrontado con la más exigente crítica historiográfica, el libro resiste el análisis» y sigue diciendo: «se puede no estar de acuerdo con su manera de concebir la escritura de la historia. Se puede descartar la historia como simple narración de hechos guerreros. Se puede arrugar el ceño frente a los adjetivos, a sus juicios de valor, al tributo pagado a toda una mitología patriótica que por demás, esas páginas han contribuido tan poderosamente a crear. Pero no es fácil acusar a Blanco de haber hecho un trabajo descuidado, desde el punto de vista historiográfico. Dentro de una corriente que tanta concesión hace a la imaginación llegando a sustituirla
a la verdadera historia, Eduardo Blanco es de un insospechable rigor».70 De tal manera que se trata de una historia escrita por alguien quien sabía manejar el estilo. Obra además que no fue fruto de la improvisación, que tan en boga estuvo durante el romanticismo, sino que fue trabajo escrito poniendo todo el entusiasmo en su creación y luego sometiéndola a crítica, haciéndola leer a hombres probos como Felipe Tejera quien más de una vez recomendó correcciones y refundiciones. 71 Fue pues consecuencia de la corrección y del tiempo. De allí lo bien acabada que está hasta el punto de seguir cautivando su narración a quien se acerque a sus páginas.

Pero ante Venezuela heroica no sólo cabe el estudio desde el punto de vista de lo que es el libro, desde la perspectiva del lector que la examina y saca conclusiones de su lectura. Hay también otro asunto que no se puede soslayar al referirse al libro de Eduardo Blanco: es la ideologización de nuestra historia que se ha hecho a partir de él. Ese es el proceso que ha convertido a este libro en obra sagrada, sacra! y sacralizada. Lo han transformado así en trabajo que no se discute, sobre el cual no se ejerce libremente la crítica. Este es un error. La historiografía contemporánea ha criticado el libro de Blanco por ser sólo historia de batallas, por su concepción que sólo exalta a los hombres singulares y no deja mirar los procesos, por mostrar la historia venezolana a partir de la Independencia como si el país hubiera surgido de repente, de improviso, en 1810. De allí que haya escrito el historiador Salcedo-Bastardo que «Eduardo Blanco en Venezuela heroica falsifica y eleva tanto la historia que la sustrae a las posibilidades del pueblo; lo que debía ser ejemplo próximo es convertido en mito inaccesible, perfección olímpica, donde además se exalta la violencia como vía exclusiva hacia el heroísmo. Cuando el venezolano común baja del artificial empíreo, es para caer en la materialidad de un cesarismo irremediable; entre la epopeya útil y el presente sórdido y banal, se corta toda posible comunicación».72

Claro está que Blanco al rememorar los días de la Independencia, en los cuadros de su libro, no se propuso lograr esto pero era tal el tipo de crisis que padecía el país en las últimas décadas del siglo XIX que era obvio que el venezolano al hacer la comparación entre la epopeya descrita por Eduardo Blanco en su libro y la realidad en la cual habitaba se sintiera incapaz de realizar otra vez lo que otros, en el pasado, habían hecho y se encontrara impedido de actuar o viera que sólo a través de la violencia se podía establecer una situación distinta para el país. En ambos casos erró. En ambos casos Venezuela heroica sólo sirvió para crear una mitología falsa y alejar de un presente lleno de interrogantes al hombre y a la mujer venezolana. Pensar sólo en los Libertadores era paralizante. Y lo fue. Venezuela heroica contribuyó a desarrollar, sin quererlo su autor, repetimos, una falsa conciencia nacional, una actitud pesimista. Sin pretenderlo, como dice Briceño lragorry, los historiadores como Blanco, «crearon un criterio de exhaustez en nuestras propias posibilidades de pueblo, por cuanto promovieron con el ditirambo de los hombres representativos una actitud de espamo ante lo heroico… Semejante literatura promovió una concepción sui géneris, que miró las espuelas de los hombres a caballo como argumento cívico». Esa posición estancadora de la conciencia venezolana fue utilizada por la élite de poder para sustraer al pueblo de participar en la orientación del país. De esta actitud pesimista está repleto el pensamiento y
la literatura venezolana de fines del siglo pasado. De allí a la justificación de los regímenes de fuerza había muy poco trecho. Y no podemos leer otra vez Venezuela heroica sin señalarlo. Una lectura actual de este libro debe tener en cuenta este hecho o seguiremos cayendo en el mismo error que es el que nos ha hecho un pueblo detenido, impedido de andar, de buscar por sí mismo su propio destino.

NOTAS

1 . Esta es la verdadera fecha del nacimiento de Eduardo Blanco como se colige de la lectura de una carta escrita por don Eduardo a Enrique Deschamps (Caracas: Mayo 20, 1910) – citada por Augusto Germán Orihuela en su estudio «Un hombre y un destino» en: En tono menor. Caracas: Ed. Simón Rodríguez, 1956, pp. 71-79. La referencia puede leerse en la p. 71. De tal manera que las fechas que aducen Santiago Key Ayala: «Frente a un retrato de Eduardo Blanco» en: Obras selectas. Caracas: Edime 1955, p. 548, Felipe Tejera: Perfiles venezolanos. 3ra. ed. Caracas: Ed. de la Presidencia de la República, 1973, p. 356, Pedro Pablo Barnola: Eduardo Blanco creador de la novela venezolana. 2da ed. Caracas: Ministerio de Educación, 1963, p. 27, nota 1, Lubio Cardozo/Juan Pintó ed.: Diccionario generalde la literatura venezolana. Mérida: ULA, 1974, p. 114 y nosotros mismos en nuestro prólogo a Eduardo Blanco: Venezuela heroica. Caracas: Alfadil, 1981, p. 5. No es correcta. Agradecemos al profesor Orihuela que nos haya hecho llegar la copia de su trabajo sobre Blanco, que no habíamos podido leer antes de escribir ese trabajo, el cual nos ha permitido realizar la rectificación que aquí hacemos. (Nota de 1982).

2. JULIO CALCAÑO: «José Ramón Yepes» en: Crítica literaria. Caracas: Ed. de la Presidencia de la República, 1972, p. 27-51. Nuestra cita es la p. 34.

3. FELIPE TEJERA: Perfiles. . . 3, ed., p. 356.

4. La carta está fechada en Caracas: mayo 1:, 1863. La publicó Key Ayala en el libro de Eduardo Blanco: Las noches del Panteón. Caracas: Ediciones de la Línea Aeropostal Venezolana, 1954, p. 102.

4a. SANTIAGO KEY AYALA: «Escenas de bayardía» en: Historia en Long-Primer. Caracas: Ed. Ávila Gráfica, 1949, p. 79-85. La información sobre Blanco a la cual nos referimos la tomamos de la p. 82.

5. Aunque el P. Barnola dice que esto sucedió el año siguiente. Ver su libro Eduardo Blanco. 2da. ed., p. 31.

6. FELIPE TEJERA: Perfiles … 3! ed., p. 357.

7. EDUARDO BLANCO: Ante la estatua de Páez en el acto de ser inaugurada. Caracas: Imp. Bolívar, 1905. Se puede consultar en 20 discursos sobre el general José Antonio Páez. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1973, p. 145-161

8. En la carta que le dirigió Páez a Blanco, cuando éste renunció a ser su Edecán, a la cual nos referimos en la nota 4, el Caudillo le dijo al joven oficial: «Yo le profeso el cariño de un padre».

9. GERMÁN CARRERA DAMAS: Una nación llamada Venezuela. Caracas: UCV, 1980, p. 27 y PEDRO GRASES: «La generación de la Independencia» en: Obras. Barcelona: Seix Barral, 1981, t. III, p. 1-19.

10. En el Archivo del General Miranda. Caracas: Ed. Sur América, 1929-30, tomos I-IV.

10a. La cita que hemos hecho de Enrique Anderson Imbert la tomamos de su ensayo «Literatura femenina» en: El realismo mágico y otros ensayos. Caracas: Monte Avila, Editores, 1976, p. 163-175. Los poemas coloniales que conocemos los recogió Mauro Páez Pumar, tras laboriosa pesquisa, en su libro Orígenes de la poesía colonial venezolana (Caracas: -Concejo Municipal del Distrito Federal, 1980). Sobre cuanto hemos afirmado sobre la literatura colonial consultar nuestros artículos: «¿Existe una literatura colonial venezolana?» En: Rev. Resumen, Caracas, Nro. 386 (1981), p. 50-51 y «Teatro barroco en Venezuela», – El Nacional, Caracas: junio 29, 1981, Cuerpo C, p. 3. El título de poema de «Un ingenio Cántabro’ es Rasgo épico, impreso en México en 1743. La obra de teatro anónima a la cual nos hemos referido es Auto y loa a Nuestra Señora del Rosario.

11. MANUEL PÉREZ VILA: «El gobierno deliberativo» en: Política y economía en Venezuela. 1810-1976. Caracas: Fundación Boulton, 1976, p. 35-89.

12. JOSÉ GIL FORTOUL: Historia constitucional de Venezuela. Caracas: Ministerio de Educación, 1954, t. 11, p. 7-13.

13. AUGUSTO MIJARES: «La evolución política de Venezuela. 1810-1960» en: Venezuela independiente.

Caracas: Fundación Mendoza, 1962, p. 23-156. Ver especialmente las p. 83-97.

14. PEDRO GRASES: «Juan Vicente González» en: Obras, t. V, p. 451-455.

15. El mejor estudio es el de Lesek Zawisza: La Academia de Matemáticas de Caracas. Caracas: Ministerio de la Defensa, 1980.

16. PEDRO GRASES: «Domingo Navas Spinola» en: Obras, t. V, p. 259-439.

17. Así denomina Guillermo Morón al plan de publicaciones iniciado, en 1824, con la publicación de la Historia de Oviedo y Baños, los discursos de Francisco Antonio Zea, la edición inconclusa de El Federalista de Hamilton, Jay y Madison y Las ilustres americanas de Pedro Creutzer, impresos en d taller de Navas Spinola en Caracas entre 1823-26, ver su Historia de Venezuela. Caracas: Italgráfica, 1971, t. III, p. 9.

18. PEDRO GRASES: Centenario de Valentín Espinal (1803-1866). Caracas:/Barcelona: Arial/, 1966.

19. PEDRO GRASES: «Proyección continental de la cultura venezolana en d siglo XIX. Las Obras Completas de Larra» en: Obras, t. VI, p. 254-264.

20. PEDRO GRASES: «La obra del Coronel Agustín Codazzi» en: Obras, t. VI, p. 319-329 y «La prosa literaria de Rafael María Baralt» en: Obras, t. V, p. 525-560.

21. JOSÉ .ANTONIO PÁEZ: Autobiografía. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1973, t. II, p. 338-339.

22. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA: Las corrientes literarias en la América hispana. México: Fondo de Cultura Económica, 1949, p. 121, 122.

23. LUIS BELTRÁN GUERRERO: Humanismo y romanticismo. 2da. ed. Caracas: Monte Ávila, Editores, 1973; FERNANDO PAZ CASTILLO: El romanticismo de don Francisco de Miranda. Caracas: Academia Venezolana de la Lengua, 1965 y AUGUSTO MIJARES: Vida romántica y romanticismo literario. 2! ed. Caracas: Ministerio de Educación, 1971.

24. Archivo del General Miranda, t. IV, p. 62.

25. ANDRÉS BELLO: Obra literaria. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 250-260.

26. ANDRÉS BELLO: Obra literaria, p. 270-277.

27. OCTAVIO PAZ: Los hijos del limo. Barcelona: Seix Barral, 1974, p. 122.

28. Utopismo socialista (1830-1893). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1977 y DOMINGO MILIANI: «El socialismo utópico, hilo transicional del romanticismo al positivismo en Hispanoamérica» in: Revista Nacional de Cultura. Caracas, N! 155 ( 1962), p. 23-42.

29. Ver los análisis de cada una de estas obras que ofrece Emilio Carilla en El romanticismo en la América hispánica. 3! ed. aum. Madrid: Ed. Gredos, 1975, t. II, p. 145-177.

30. Los datos del Diario de Miranda los dimos en la nota N~ 10.

31. SIMÓN RODRÍGUEZ: «Traducción de ‘Atala’ de Chateubriand» en: Obras completas. Caracas: Universidad Simón Rodríguez, 1975, t. II, p. 430-499.

32. LOVERA DE-SOLA, R. J.: «Bello, crítico en Londres» en: Bello y Londres. Caracas: Fundación La Casa de Bello, 1981, t. II, p. 7-33.

33. H. PEDRO GRASES: «La trascendencia de la actividad de los escritores españoles e hispanoamericanos en Londres, de 1810-1830» en: Obras, t. VI, p. 157-200 y «Sobre la historia de una inmigración» en: Obras, t. VI, p. 222-225; VICENTE LLORENS: Liberales y románticos. 2, ed. Madrid: Castalia, 1968.

34. R. J. LOVERA DE-SOLA: «El humanista en Chile» in: El Nacional, Caracas, diciembre 5, 1980.

35. PEDRO GRASES: «La prosa literaria de Rafael María Baralt» en: Obras, t. V, p. 525-560. Ver especialmente las p. 538-542 .

36. ISAAC J. PARDO: «José Antonio Maitín y su Canto fúnebre» en: La ventana de don Silverio. Caracas: Monte Avila, Editores, 1978, p. 95-139. Ver especialmente la p. 133, nota 4.

37. HuMBERTO CUENCA: «Rafael Agostini, el Precursor» en: Imagen literaria del periodismo. 2da. ed. Caracas: UCV, 1980, p. 139-145.

38. RENÉ L. F. DuRAND: «Orígenes del romanticismo venezolano» in: Revista Nacional de Cultura, Caracas, N~ 132 ( 1959), p. 15-34. La cita está tomada de la p. 18.

39. RENÉ L. F. DURAND, artículo citado en la nota Nro. 38, p. 18.

40. PEDRO GRASES: «Mi delirio sobre el Chimborazo de Bolívar» en: Obras, t. IV, p. 366-386. La disputada prosa poética atribuida a Bolívar fue publicada por vez primera en 1833.

41. HuMBERTO CUENCA: «La primera revista literaria» en: Imagen literaria del periodismo. 2da. ed., p. 65-68. La cita está tomada de p. 65.

42. Sobre las Obras Completas del romántico español Larra, ver el estudio de Pedro Grases citado en la nota Nro. 19.

43. PEDRO GRASES: «De la cultura republicana en 1839» en: Obras, t. VI, p. 250-253. La cita es de la p. 250.

44. J. A. ESCALONA-ESCALONA: Bello y Maitín. Caracas: Ministerio de Educación, 1974, p. 105-106.

45. FERMÍN TORO: Descripción de los honores fúnebres consagrados a los restos del Libertador. Caracas: Imp. de Valentín Espinal, 1843. Puede verse en La doctrina conservadora. Fermin Toro. Caracas: Ed. de la Presidencia de la República, 1961, p. 321~355.

46. SIMÓN CAMACHO: «Recuerdos de Santa Marta. 1842» en: FERNÁNDEZ, CARMELO: Memorias. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1973, p. 109-142.

47. Según lo dice René L. F. Durand en su artículo citado en la nota N~ 38, p. 34.

48. HuMBERTO CUENCA: «El primer libro de poesía» en: Imagen literaria del periodismo. 2da ed., p. 140-142.

49. OcTAVIO PAZ: Los hijos del limo, p. 122.

50. Para Humberto Cuenca el romanticismo duro, en Venezuela, ochenta años: desde los discursos de Bolívar en la «Sociedad Patriótica» ( 1811) hasta la publicación de las Arias sentimentales de Andrés Mata. Como se ve este es un juicio demasiado amplio pues nos distingue Cuenca el romanticismo vital del literario. Esto lo dice Cuenca en su ensayo – «Revisión del romanticismo» en: Imagen literaria del periodismo. 2da. ed., p. 134-138. La cita está en la p. 135.

51. HUMBERTO CUENCA: «Revisión del romanticismo» en: Imagen. . . 2′ ed., p. 137-138.

52. DOMINGO MILIANI: Vida intelectual de Venezuela. Caracas: Ministerio de Educación, 1971, p. 109.

53. Ver OSCAR SAMBRANO URDANETA/DOMINGO MILIANI: Literatura hispanoamericana. 2da. ed. Caracas: Ed. Texto, 1973, t. I, p. 159-172, obra de la cual tomamos varios de los datos

generales sobre el romanticismo que utilizamos a lo largo de este trabajo

54. PEDRO PABLO BARNOLA: Eduardo Blanco … 2da. ed., p. 259-260.

55. RAFAEL DI PRISCO en Acerca de los orígenes de la novela venezolana. Caracas: UCV, 1969 y OSVALDO LARRAZÁBAL en su Historia y crítica de la novela venezolana en el siglo XIX. Caracas: UCV, 1980 sustentan la idea de que no hay que buscar un libro determinado sino ver el sendero hacia una novela propiamente venezolana como un proceso.

56. EDUARDO BLANCO: Venezuela heroica. Caracas: Imp. Sanz, 1881. xii, 266 p. A los pocos meses circuló una nueva edición (Caracas: Imp. Sanz, 1881, cubierta, xxii, 599) en la cual se incluyeron los cuadros históricos que no habían aparecido en la primera: Sitio de Valencia, Maturín, La invasión de los seiscientos, La Casa Fuerte, San Félix y Matasiete. Esta nueva edición constituye el texto definitivo de Venezuela heroica. Con este contenido se ha reimpreso numerosas veces desde 1881.

56a. SANTIAGO KEY AYALA: «Eduardo Blanco y la génesis de Venezuela Heroica» en: Bajo el signo del Ávila. Caracas: Ed. Ávila Gráfica, 1949, p. 31-66. La cita es la p. 49.

57. Sobre Venezuela heroica refiere el P. Barnola una significativa anécdota en su «Prólogo» recogido en: Senderos de patria. Caracas: Cromotip, 1979, p. 127-132. Ver las p. 131-132 .

58. SANTIAGO KEY AYALA: «Eduardo Blanco … » en: Bajo .. • , p. 34.

59. PEDRO PABLO BARNOLA: Eduardo Blanco … 2′ ed., p. 32.

60. ARTURO USLAR PlETRI: «Venezuela y su literatura» en: Letras y hombres de Venezuela.2, ed. Caracas: Edime, 1958, p. 291-326. La cita es la de p. 305.

61. GoNZALO PtcóN PEBRES: La literatura venezolana en el siglo XIX. 3! ed. Caracas: Ed. de la Presidencia de la República, 1973, p. 369.

62. MARIO BRICEÑO IRAGORRY: «Introducción y defensa de nuestra Historia» en: Defensa y enseñanza de la Historia patria en Venezuela. Caracas: Ed. de la Contraloría General de República, 1980, p. 17-104. La cita es la 22.

63. FERNANDO PAZ CASTILLO: «Eduardo Blanco» en: Reflexiones de atardecer. Caracas: Ministerio de Educación, 1964, t. I, p. 405-419.

64. FERNANDO PAZ CASTILLO: «Eduardo Blanco» en: Reflexiones … t. I, p. 405.

65. FERNANDO PAZ CASTILLO: «Eduardo Blanco» en: Reflexiones. . . t. I, p. 405.

66. SANTIAGO KEY AYALA: «Eduardo Blanco … » en: Bajo … , p. 32.

67. FERNANDO PAZ CATILLO: «Eduardo Blanco» en: Reflexiones. . . t. I, p. 417.

68. SANTIAGO KEY AYALA: «Eduardo Blanco … » en: Bao .. . , p. 41-42.

69. MANUEL CABALLERO: «Venezuela heroica» en: Ve y toma el libro que está abierto en la mano del ángel. Caracas: Ed. Ateneo de Caracas, 1979, p. 39-44. La cita está tomada de la p. 42-43.

70. MANUEL CABALLERO: «Venezuela heroica» en: Ve y toma … , p. 43.

71. SANTIAGO KEY AYALA: «Eduardo Blanco … » en: Ba;o .. . , p. 54.

72. J. L. SALCEDO-BASTARDO: Historia fundamental de Venezuela. Caracas: UCV, 1970, p. 536. Sobre el significado del proceso ideológico descrito dentro de la historia de las ideas en Venezuela consultar el libro de Germán Carrera Damas: El Culto a Bolívar. 2′ ed. Caracas: UCV, 1973.

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