literatura venezolana

de hoy y de siempre

Adriano González León

Por: Gabriel González

Toda ciudad elabora despojos, trafica con restos, roba, aletea, desnivela, cambia su balanza, hace trampa con un kilogramo, lanza sus globos efervescentes y azuza las piruetas para que no veamos al tragallamas de la feria, para que veamos sólo sus llamas… AGL

Una narración comienza, se interrumpe, se cuela, se intercepta; vira en un semáforo, cambia de época; ahora es el campo el que habla; sin que la luz titile, el testigo pasa a otro narrador. El lector se distrae y el cuento se detiene, esperando que regrese su atención a batallar por el menudo detalle; o se sale por una ventana por la que miran múltiples casas, pues el paisaje urbano es así, fracturado, fragmentario. Son muchas vidas; la tragedia, la imaginación, la lluvia, la calle. Proximidades; vidas paralelas. La ciudad —una aglomeración escurridiza— encontró acaso por primera vez su mejor obra literaria en un escritor de Escuque llamado Adriano González León.

Primero escribió cuentos, como los de los libros Las hogueras más altas (1959), Asfalto-infierno (1963) y hombre que daba sed (1967). Su lenguaje y su forma de narrar fábulas, pesadillas, la había comprendido aquel jurado que valoró su relato El lago en 1956. Y los del Premio Biblioteca Breve que recibió su novela País portátil (1968). Con ella quedaban atrás las novelas de la tierra y el realismo para asomarse a eso que llamaron el boom latinoamericano. González León expuso la Venezuela que vivía en carne propia, reciente: las guerrillas urbanas de los años 60. Andrés Barazarte, su personaje central, viene de la Venezuela feudal “con un cortejo de espíritus” y su crisis raigal, y no alcanza a tener conciencia del papel que juega en la historia. Esto representa una poética de nuestro gran conflicto social de estos años.

País portátil es una suma de narraciones. Y tiene temperaturas diferentes. Ocasiones en que las acciones ocurren de una manera vertiginosa; emocionante. Como aquel pasaje donde matan al sastre que iba a ninguna parte, o el otro donde Ernestina verá los ojos de Quintero en fuga.

A los quince años es corresponsal de El Nacional en los Andes. Se graduó de abogado en la Universidad Central, y con un grupo de célebres escritores —como Edmundo Aray, Guillermo Sucre, Rodolfo Izaguirre, Efraín Hurtado— funda Sardio. Una seriada que, como lo dice entre sus ensayos Del rayo y de la luna (1981), “se une a lacrimógenas, huelgas de protesta contra la dictadura y en algún modo complica los amigos, porque antes que la literatura se trataba de un ensayo de la vida”.

También rayó sobre El Techo de la Ballena. Ambas revistas tuvieron indiscutible impacto en nuestra literatura; había rebeldía y compromiso con la realidad circundante y mucho talento juvenil.

La mayoría de los venezolanos conocieron a Adriano —como lo llamaban los alumnos de la Escuela de Letras— porque en la Televisora Nacional hacía Contratema, un programa sobre literatura y arte. Lo veía un gentío, y los taxistas no querían cobrarle la carrera hasta donde vivía, en la calle Madrid de Las Mercedes.

No había escrito nunca más una novela pese al éxito. “Escribir una novela, un relato o una poesía es el mismo esfuerzo que vivir”, dijo. En 1994 puso Viejo en manos editoriales. Ya el autor era otro, y el difícil tema era la ancianidad de un personaje “contradictorio, como todos los seres humanos”, lleno de fantasías, angustias e historias.

Publicó tardíamente su primer poemario Hueso de mis huesos (1997), y con él uno comprende la calidad de su narrativa. Porque como poeta era bueno.

“Tu ojo, espejo de pavo real, secuestra y multiplica el paisaje”.

Cuento

Uno y Hermanos (dos cuentos)

Linaje de árboles (selección)

Novela

País portátil (fragmentos)

Viejo (fragmentos)

En Biblioteca

País portátil (libro completo)

Deja una respuesta