literatura venezolana

de hoy y de siempre

Trópico absoluto

Mar 12, 2024

Eugenio Montejo

trópico absoluto

Palmares azules y blancos,
nítido sol marino a orilla de la costa,
viento yodado, cuerpos desnudos, oleajes.
Estoy contemplando esta tierra como si la viese por primera vez
o fuese a dejarla.
Me aferro a ella, celebro su antiguo deseo
en cada roca, en cada pequeño guijarro.
Es el mismo paisaje modulando las voces
tantas veces oídas en ciudades y aldeas,
el mismo sol que ardía
en las absortas retinas de mis padres.
Ya no sé si la veo desde otro mundo
y vago ausente ahora
a través de los aires soñando.
Esta luz me compendia la vida y la muerte
en un haz de flotantes colores
que mi silencio me dibuja en palabras.
En esta luz la falsa perla del truhán,
la negra de turbante que se santigua,
los harapos del niño buhonero,
el alcatraz, la cigarra, el bochorno de las marismas,
se me despliegan en un vasto arco iris
donde la magia del trópico absoluto
crece en un grito al fondo de mi sangre.

***

En los llanos

a Luis Alberto Crespo

En los llanos estuve,
tierra adentro, hacia el alba de soles salvajes,
donde la única montaña es uno mismo
o su caballo.

Donde la vida nos madruga
y hay que salir a galopar hasta alcanzarla,
aunque su rastro se pierda en lejanías
y crucemos a veces sin verla,
o quede atrás,
fija en un vuelo de lentos gavilanes.

En las vastas planicies estuve,
sin paredes, sin calles,
dejando que mi cuerpo, se borrara en sus ríos
hasta no sentir manos, palabras, pertenencias,
sino espacio.

Nada traigo conmigo
(quien va a los llanos sabe que no puede traerse
nada que sobreviva en las ciudades)
salvo sensaciones,
asombros,
poesía
y la mirada recta de los hombres,
la mirada natal de aquellos horizontes
cortados a navaja.

***

canción

Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.

Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.

Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.

***

mural escrito por el viento

a Jesús Sanoja Hernández

Adora a tu ciudad, pero no mucho tiempo,
olvida el tacto de sus piedras,
sé gentil a tu paso y prosigue de largo,
no proyectes quedarte entre sus muros,
hasta fundirte en el paisaje.
Una ciudad no es fiel a un río ni a un árbol,
mucho menos a un hombre.

Quien amó una ciudad solamente en la tierra,
casa por casa, bajo soles o lluvias
y fue por años tatuándola en sus ojos,
sabe cómo engañan de pronto sus colinas,
cómo se tornan crueles esas tardes doradas
que tanto nos seducen.

Las ciudades se prometen al que llega
pero no aman a nadie.
Cuando se ven por la ventana de un avión
todas atraen
con sus cumbres azules
y largos bulevares rumorosos,
pero al tiempo son sombras amargas.
Sus edificios nos vuelven solitarios,
sus cementerios están llenos de suicidas
que no dejaron ni una carta.
Por eso el río pasa y no vuelve,
por eso el árbol que crece a sus orillas
elige siempre la madera más leve
y termina de barco.

***

la durmiente

La que amo duerme lejos, en otro país,
en otro mundo,
aunque su cuerpo al lado me acompaña.
Cierra los ojos y desaparece,
se va, la noche me la niega,
no hay aviones que lleguen adonde se dirige,
ninguna palabra me borra su silencio.
La que amo ya no se ve en el horizonte,
palpo sus manos, sus pies y no la alcanzo,
cruza la sombra y se me pierde…
Su cuerpo está conmigo pero adentro no hay nadie,
es una casa sola,
una casa olvidada, desierta,
y no obstante en el fondo, si me asomo,
una llama dorada titila
y nunca se apaga.

***

lamento de paisajes

¿De qué paisajes hablo, de cuáles ríos?
Vivo envuelto en asfalto de estas calles,
mis ojos se fatigan de mirar edificios.

El río es una vocal extraña en mis palabras,
temo que desaparezca.
Me he habituado a nombrarlo sólo por metáfora.

La soledad de la línea recta
nivela mi casa, el cuarto, la ventana.
Las visiones rebotan en los muros,
estoy rodeado de piedras por todas partes.

Voy arrastrando a diario mi ciudad
como un asno su amarga carreta.
Avanzo. Dejo que crezcan las torres,
el humo, las paredes interminables.
Mi paisaje es el último grito,
ya muy lejos, de un gallo
que se borró de estas sordas madrugadas.

***

si vuelvo alguna vez

Si vuelvo alguna vez
será por el canto de los pájaros.
No por los árboles que han de partir conmigo
o irán después a visitarme en el otoño,
ni por los ríos que, bajo tierra,
siguen hablándonos con sus voces más nítidas.
Si al fin regreso corpóreo o incorpóreo,
levitando en mí mismo,
aunque ya nada logre oír desde la ausencia,
sé que mi voz se hallará al lado de sus coros
y volveré, si he de volver, por ellos,
lo que fue vida en mí no cesará de celebrarse,
habitaré el más inocente de sus cantos.

***

en esta ciudad

En esta ciudad soy una piedra;
me he plegado a sus muros seriales, opresivos,
de silencios geométricos.

No me puedo mover, se cae mi casa,
uno tras otro se derrumban
los edificios hasta el horizonte.

Al fondo de la piedra soy un lagarto,
en el lagarto una raya amarilla,
mancha del tiempo.

No puedo hablar, la lengua se me traba;
Orfeo el tartamudo es mi vecino,
oigo su tos nocturna,
reconozco el ladrido de su perro.

Soy una piedra atada a esta ciudad,
un lagarto en sus grietas,
una raya en su espalda ya muy tenue.

Giran los días y permanezco inmóvil,
todavía escucho latir el corazón,
tenaz a la velocidad de la materia,
y hasta la arena que cae de la memoria,
pero ya sólo siento que no siento.

***

esta tierra

Esta tierra jamás ha sido nuestra,
tampoco fue de quienes yacen en sus campos
ni será de quien venga.
Hace mucho palpamos su paisaje
con un llanto de expósitos
abandonados por antiguas carabelas.

Esta tierra de tórridas llanuras
llevamos siglos habitándola y no nos pertenece.
Quienes antes la amaron ya sabían
que no basta pagarla con la vida
o fundar casa en sus montes
para un día merecerla.
y sin embargo hasta el final permanecieron,
nunca desearon otra visión para sus ojos
ni otro solar para su muerte.
En ella están dormidos y hablan a solas,
a veces se oyen,
alzan sus voces en medio del follaje
y el viento las dispersa.

No serán nuestros sus vastos horizontes,
ninguna gota de sus ríos,
ni de quienes la pueblen después,
fue ajena siempre en cada piedra,
en cada árbol,
Demasiado verde son los bosques
de sus espacios sin nieve.
Sus colores desnudan las palabras;
en nuestras charlas siempre se delatan
sonidos forasteros.

Esta tierra feraz, sentimental, amarga,
que no se deja poseer,
no será de nosotros ni de nadie
pero hasta en la sombra le pertenecemos.
Ya nuestros cuerpos son palmas de sus costas,
aferrados a indómitas raíces,
que no verá nunca partir
aunque retornen del mar las carabelas.

Sobre el autor

*Selección publicada en https://vomiteunconejito.wordpress.com

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