Arturo Gutiérrez Plaza
Hacedor de laberintos
El hombre siempre se detiene ante las puertas,
escruta alrededor
con silenciosa verticalidad,
sin más sabiduría
que un manojo de llaves y sus manos.
Su rostro oculta
la cara y el revés de una misma moneda.
Presiente al mundo
y en él se sostiene,
respirando fuerte hasta llenar sus pulmones
como dos habitaciones vacías sin ventanas.
Así pasa la vida, puerta tras puerta,
descifrando un horizonte
que secretamente lo acompaña.
***
El silencio
El silencio lo imaginamos
blanco y vacío,
sabio:
solemne como las piedras.
En él, el tiempo es mera pausa,
apenas un gesto,
un eco mudo que se repite brevemente.
El silencio no conoce la prisa
porque no sabe contar.
Si le hablamos al oído sólo retiene
lo que sobra, lo que pocos quieren,
lo que no escuchó el viento
ni la gravedad se llevó.
Tan sólo recuerda lo que queda en las palabras,
al fondo, arrinconado, sin saber pronunciar.
***
De mano en mano
En los anaqueles de mi cuarto
los libros también llevan el itinerario de los días.
Recostados unos contra otros
se agrupan en diáfana convivencia
respetando las jerarquías que impone la edad.
Los más ancianos, los elegidos, son quienes
dictan el rumbo de este pueblo nómada,
habituado, de mano en mano, a la errancia y el olvido.
En sus hojas amarillas
se revela la pausa con que admiten al tiempo
sus más osadas costumbres.
Del otoño saben poco.
Tan sólo reconocen el polvo que de lejos
cruza la ventana y los abriga
trayendo el recuerdo de viejas comarcas:
antiguos dialectos entre sus páginas.
***
Telarañas
Las telarañas desconocen
su propia geometría.
Una moneda que pasa de mano en mano,
el vaso compartido con la boca anónima e indecisa,
el apartamento que custodia celoso
las manías de antiguos inquilinos,
las comunes páginas de los libros,
el poema leído, a una misma hora, en distantes latitudes.
Las telarañas tiemblan
ante el mínimo soplido.
Las repetidas llaves de un cuarto de hotel,
la primera mujer de la adolescencia,
la voz del otro lado: la que contesta la llamada equivocada.
Las arañas caminan por el aire
caprichosas tejen
y entretejen.
Hacen su trabajo silenciosas.
***
Astronomía
Apenas comienzan los bombillos,
a hacer acto de presencia,
a iluminar las paredes, la silla
los objetos en cautiverio,
el azul del cielo languidece.
Se comportan bajo el rigor
de una secreta complicidad.
Como si vistas las cosas desde allá,
desde la oscuridad más antigua,
desde el fondo del cielo,
estas lámparas dibujaran
-conmigo en el centro-
una precisa geometría.
La exigua trama
de una frágil constelación.
***
Claroscuro
La sombra de una silla
no es hija de la sombra
del árbol de esa silla.
La oscuridad no reconoce sus herencias.
Es hija de la mirada que no llegó.
Es la luz encubierta de lo ausente,
la solitaria compañía de otra sombra,
de otra historia,
quizás el ignorado pasado
de otra silla
(de la silla de enfrente).
***
Herederos de Sísifo
Entre el suelo y el techo de un ascensor
cada rostro es territorio incierto para la mirada,
las lenguas se anudan,
las manos buscan el aire en los bolsillos.
En esta pequeña Babilonia
no hay un solo hombre,
siquiera uno de ellos,
que no lleve una pequeña piedra entre sus manos.
Las llaves, el reloj, algún espejo,
todo aquí es atentado contra la gravedad.
Vaya forma de pagar una terrible condena:
haber nacido desprovistos de alas
-a ras de suelo-
con tan torpe afición a las alturas.
