Milagros Mata Gil
1.
La noción de destino es muy antigua y pertenece a la arqueología del pensamiento. No evoluciona desde una representación concreta a un concepto abstracto, ni al revés, sino que desde los más remotos tiempos la mente humana piensa el destino mediante metáforas, alegorías, abstracciones y personificaciones. El pensamiento arcaico griego no difiere radicalmente del pensamiento helenístico ni tampoco del pensamiento occidental. Después de todo, siempre repetimos a los griegos. El concepto de libertad tampoco está sujeto a un proceso de evolución lineal en el cual pase de una cierta conciencia de autonomía a una de poder absoluto de decisión y acción que se basa en la voluntad. En el pensamiento griego antiguo las nociones de destino y libertad se presentan como una relación de mutua dependencia y condicionamiento.
De hecho, en griego antiguo no existe una palabra que pueda corresponder con mayor o menor exactitud con todo el significado actual del término libertad y sus equivalentes en las lenguas modernas. En efecto, el término eleutheria, que habitualmente se traduce por libertad, tan sólo denota, por un lado, la libertad jurídica, o lo que se puede llamar libertad de acción o de movimientos, y por otro lado, a lo que se ha llama liberalidad o generosidad. En ningún momento se encuentra en la literatura griega antigua (ni en la latina clásica, en relación con libertas) una acepción de eleutheria (o de los vocablos pertenecientes a su familia léxica) que corresponda a lo que las sociedades modernas de Occidente consideran como libertad: un concepto moral y espiritual basado en la conciencia y en la capacidad reflexiva. Las interpretaciones griegas de lo que está y lo que no está en manos del hombre mantienen una línea general de continuidad y la noción del destino se presenta como algo influenciable por otros poderes y por los dioses. En esa noción, las decisiones humanas siempre contienen un factor de necesidad interna o externa. Esas consideraciones influyen en todas las manifestaciones de la vida de los griegos: en política, filosofía y poesía.
Como lo expresa Müller: La pregunta esencial de la poesía griega antigua no trataba definir teóricamente en qué consistía la libertad humana, sino que versaba sobre los diferentes modos en que el hombre podía actuar frente al destino. Pues aunque el ser humano no puede dominar su destino, sí puede introducir algunos cambios, pero sobre todo puede determinar su estado interior personal ante cualquier decisión que sea obligado a tomar por las circunstancias. Es decir, cada individuo puede decidir qué actitud tomar ante las ocurrencias inevitables de la vida, ante su necesidad de actuar y también sobre cómo afrontar las consecuencias de sus actos. Esta idea de la responsabilidad está presente tanto en la poesía épica, lírica y trágica como en el pensamiento griego clásico y helenístico.
Si se toma como ejemplo el caso de Orestes y su épica vital, se tiene a un hombre que está predeterminado para cumplir un destino que inclusive pertenece a la historia de su familia. Después del asesinato de su padre Agamenón por su madre Clitemnestra y su amante Egisto, Electra, temiendo por él, envió a su hermano, Orestes, que era un niño, a refugiarse al palacio de su tío Estrofio, rey de Fócide, donde se crió. Ella se quedó en Micenas, viviendo en la pobreza y bajo constante vigilancia y represión, mientras Clitemnestra y Egisto dirigían el reino. Electra enviaba frecuentes exhortaciones a Orestes para que fuera a vengar la muerte de su padre y así restituir la justicia y Orestes mismo era consciente de que ése era su deber moral, refrendado por el oráculo, aunque consideraba horrenda la posibilidad de matar a su madre.
Transcurridos siete años, Orestes y su primo Pílades, hijo de Estrofio, fueron en secreto hasta la tumba de Agamenón. Allí se encontraron por azar con Electra, quien había ido a verter libaciones y a suplicar venganza. Orestes reveló su identidad a su hermana, y entonces, juntos, se dirigieron al palacio, donde él mató con gran efusión de sangre, a Egisto y a Clitemnestra. Como consecuencia, fue perseguido por las Erinias o Moiras, las tres atroces diosas de la Justicia. Entonces ¿fue Orestes, en su pensamiento y actuación, un ser verdaderamente libre? ¿Se encontró sujeto al dominio de presiones externas que lo condujeron a creer que aquello que todo le solicitaba era una necesidad absoluta? ¿O fue condenado por su destino?
A través de las tres obras de Edipo, que conforman la Orestíada (458 a.C.) se va perfilando el hilo del destino: en Agamenón, el rey regresa al hogar desde Troya y es asesinado a traición por su esposa Clitemnestra. Pero antes, Agamenón había sacrificado a su hija Ifigenia para asegurarse el triunfo en la guerra.En la segunda obra, Las Coeforas, Orestes, hijo de Agamenón, regresa a Argos y venga la muerte de su padre asesinando a su madre y a su amante Egisto. En Las euménides, las Erinias, que son diosas terribles, persiguen a Orestes hasta que éste queda limpio de la sangre derramada y le declara inocente el antiguo tribunal del Areópago gracias a la intercesión de Apolo, que lo induce a presentarse ante Atenea, diosa de la sabiduría. Es juzgado y exonerado de castigo, mas no de la culpa, aunque aliviado de la condena. Es toda una historia de crímenes y consecuencias de los crímenes, de moral y de responsabilidad, de castigos, justicia y, sobre todo, de destino y predestinación.
2.
Una versión moderna de la misma historia está en Las Moscas, de Jean Paul Sartre (1950). La historia, ciertamente, es la misma de Las Coeforas y Las Euménides, aunque reducidas éstas a tres actos. Pero el autor enfoca, más allá de la predestinación, el asunto de la relación responsabilidad-libertad. En efecto, este Orestes, antes de cometer su acto, pasa por varias fases: primero, la duda y la repugnancia ante la posibilidad de asesinar a su madre. Su hermana Electra lo increpa y lo convence. En segundo lugar, ya decidido, ejecuta su acto sin piedad. En tercer lugar, y esto es lo que significativamente deslinda la obra de Sartre de la de Esquilo, Orestes no busca eludir su culpa, ni las consecuencias de ella, como lo hace Electra. Sabe que lo que hizo fue terrible, pero acepta que lo hizo por su voluntad.
El dios Júpiter se presenta ante los dos hermanos, retiene el castigo de las Erinias y les ofrece su misericordia si expresan arrepentimiento. Electra lo acepta pero Orestes lo rechaza: El rayo de la libertad me ha herido, dice, orgullosamente. Y agrega:
He realizado mi acto, y este acto era bueno. Lo llevaré sobre mis hombros como el vadeador lleva a los viajeros, lo pasaré a la otra orilla y rendiré cuenta de él. Y cuanto más pesado sea de llevar, más me regocijaré, pues él es mi libertad. (LAS MOSCAS, ACTO II, ESCENA 8)
En la misma obra, ACTO III, ESCENA 2, se presenta un largo alegato del dios reprochando a Orestes su arrogancia y allí se introduce la referencia casi previsible, casi textual, al Libro de Job. Júpiter se presenta en todo su poder y trata de apabullar a Orestes.
JÚPITER.— ¡Orestes! Te he creado y he creado toda cosa: mira. (Los muros del templo se abren. Aparece el cielo, constelado de estrellas que giran. JÚPITER está en el fondo de la escena. Su voz se ha hecho enorme —micrófono— pero apenas se lo distingue). Mira esos planetas que ruedan en orden, sin chocar nunca: soy yo quien ha reglado su curso, según la justicia. Escucha la armonía de las esferas, ese enorme canto mineral de gracias que repercute en los cuatro rincones del cielo. (Melodrama.) Por mí las especies se perpetúan, he ordenado que un hombre engendre siempre un hombre, y que el cachorro de perro sea un perro; por mí la dulce lengua de las mareas viene a lamer la arena y se retira a hora fija, hago crecer las plantas, y mi aliento guía alrededor de la tierra a las nubes amarillas del polen. (…)
ORESTES.— Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres.
Los muros se juntan, JÚPITER reaparece, cansado y agobiado, ha recobrado su voz natural.
JÚPITER.— No soy tu rey, larva desvergonzada. Entonces, ¿quién te ha creado?
ORESTES.— Tú. Pero no debías haberme creado libre.
JÚPITER.— Te he dado la libertad para que me sirvas.
ORESTES.— Es posible, pero se ha vuelto contra ti y nada podemos ninguno de los dos.
El Orestes de Sartre, sin duda inspirado en los estoicos, representa la dignidad de la voluntad humana frente al poder de la Divinidad[1]. Cuando rechaza el indulto condicionado que se le ofrece, está reafirmando, a costa de la perspectiva del sufrimiento y de la expulsión, su poder de voluntad, que ni siquiera el dios puede quebrantar. Esta versión de Orestes está dentro de la línea del Prometeo que, haciendo también uso de su voluntad, enfrenta el decreto de los dioses y tiene que pagar por ello. El asunto de la responsabilidad por el acto cometido es el mismo. Lo que varía y hace una diferencia es el origen de cada uno de los actos: Orestes actúa apoyándose en la necesaria venganza de la estirpe. Prometeo desea corregir una injusticia: sabe que la posesión del fuego daría a los hombres una mayor capacidad de subsistir y, eventualmente, resistir ante el poderío de los dioses.
Prometeo es un personaje notable, pues, más que un predestinado es un rebelde. En Esquilo, él se rebela, pero también sabe que ha cometido hybris y que por tanto debe aceptar su destino, hasta que el tiempo esté preparado para que se produzca el equilibrio que lo liberará. La libertad y el destino no se oponen de forma absoluta, sino que Prometeo es libre, como el Orestes de Sartre, porque acepta su responsabilidad.
3.
Antes se hizo una mención del Libro de Job. Las palabras de Júpiter tienen un tono similar al discurso del Dios judeo-cristiano cuando Job lo emplaza para que le explique las razones de sus males. Esa explicación era a lo único que aspiraba aquel hombre tan martirizado injustamente. Y he allí que Dios responde:
3 Prepárate a hacerme frente; yo te cuestionaré, y tú me responderás.
4 »¿Dónde estabas cuando puse las bases de la tierra? ¡Dímelo, si de veras sabes tanto!
5 ¡Seguramente sabes quién estableció sus dimensiones y quién tendió sobre ella la cinta de medir!
6 ¿Sobre qué están puestos sus cimientos, o quién puso su piedra angular
7 mientras cantaban a coro las estrellas matutinas y todos los ángeles gritaban de alegría?
Al final, Job, como Electra, termina aceptando el arbitrio y la protección del Dios perdonador, renunciando, de hecho, a su voluntad (y a su libertad de albedrío) y obteniendo así el favor y la ganancia. Posteriormente, tanto Orestes como Prometeo y Job son liberados, ya se sabe, aunque por mecanismos diferentes que se pretenden coadyuvadores de la Justicia.
NOTAS
[1] Epicteto en sus Disertaciones (I, I, 23) expresa: “Encadenarás mi pierna, pero mi libre albedrio ni Zeus puede vencerlo”. Pero tampoco quiere hacerlo, explica Epicteto, ya que Zeus entregó al hombre la misma voluntad que él posee (III, III, 8): “Y tampoco él lo pretendía, sino que lo puso en mis manos y me lo entregó tal cual él lo tenía: libre de impedimentos, incoercible, sin trabas”.
