literatura venezolana

de hoy y de siempre

La novela del petróleo en Venezuela

Gustavo Luis Carrera

Los negocios turbios

El gran negocio turbio que es la explotación del petróleo en Venezuela, se descompone en variadas etapas y elementos particularmente representativos de la irregularidad total. Entre estos aspectos reveladores de la base corrompida sobresalen: los manejos dolosos de las compañías para adueñarse de las tierras, hacerse del apoyo irrestricto de las autoridades civiles y desarrollar su aparato de funcionamiento y dominio creciente.

Un primer ejemplo de estos usos habituales de parte de los petroleros viene ya en Elvia (de Daniel Rojas), la segunda novela de nuestro itinerario, a través de la estafa de que es objeto Enrique por obra del Smith que representa a la compañía que le compra sus tierras ricas en yacimientos petrolíferos, y quien se las arregla para hacer que el joven firme el documento de venta sin darle el pago correspondiente (pp. 132- 139). Los negocios turbios suben de tono y de cifras en el conjunto de artificios y engañifas financieras y rentales que se agita en El señor Rasvel (Miguel Toro Ramírez).

Lo tocante a la adquisición dolosa de tierras al comienzo de las explotaciones petroleras, es tal vez el aspecto más destacado en las novelas. En Mene (Ramón Carrera Obando), Joseíto Ubert es el instrumento de la Compañía para adueñarse de un extenso territorio de particular riqueza minera, sin desembolsar grandes sumas. En Remolino, los esfuerzos dominadores de los petroleros apuntan al mismo tiempo hacia la ampliación de sus propiedades y la compra de la complicidad de las autoridades civiles, ya que ambas cosas marchan juntas: para robar tierras hay que contar con la impunidad ante la ley, y la potencia -de gran cacique regional- que se deriva del latifundio advierte a los representantes del gobierno dónde se encuentra el buen amo generoso en recompensas. Esa es la situación que le permite al petrolero Mr. Tom obligar a vender por un precio arbitrario a los propietarios de tierras renuentes a salir de ellas, y asociarse con el jefe civil en sucias maquinaciones.

El planteamiento general, y en especial con referencia a la infame adquisición de tierras, cobra fuerza en Sobre la misma tierra, en medio de «la danza de los millones» que muchos, coma Demetria Montiel, creen bailar y solo están ayudando a que sea bailada por otros. El negocio turbio se prolongara gracias a la intervención de los abogados serviles (pp. 75-76). Guachimanes, a partir del vasto conjunto de servidores de la compañía que dan nombre a la obra -los guachimanes de todos los niveles- , presenta en rápidas alusiones los procedimientos de despojo, de engaño al fisco, de complicidades para los más indignos manejos. En Casandra se centra la atención sobre todo en las increíbles exoneraciones de aduana para las petroleras (p. 286), en los abogados y jueces cómplices, en los sobornos a los jefes civiles (p. 180). El caso concreto del abogado auspiciador de los más sucios negocios de las poderosas compañías se encuentra vivo en Los Riberas, donde es prácticamente historiado y revelado al detalle.

La discriminación

Una de las formas más violentas e inaceptables de manifestarse el imperio de los señores rubios del petróleo es la discriminación: racial, social, laboral. En los tres sentidos se proyecta el acto esencial de diferenciación que establece distingos entre los hombres por su origen, su capacidad económica y su puesto de trabajo. Detrás de todos los prejuicios raciales y los consiguientes sentimientos de superioridad, detrás de las pretendidas diferencias de costumbres, cultura y rendimiento profesional, se oculta un objetivo económico: las discriminaciones efectivas son excelentes medios para pagar menos, limitar los derechos de los trabajadores, despedirlos sin prestaciones y cobrarles con creces la menor falla. Pero aun cuando no se perciba el sentido económico de la discriminación, resalta su odioso carácter de separación animal, de ordenamiento jerárquico despótico, que es inaceptable. De allí que sea mostrada y condenada en varias de las obras novelescas que ahora nos ocupan.

La discriminación racial se percibe levemente en Tierra del sol amada, La bella y la fiera, Odisea de tierra firme; pero solo se expresa de modo directo en El señor Rasvel, a propósito del inglés Mr. Watson que debe siempre «aparecer de lejos superior a un hombre sudamericano» (p. 7).

El total discriminatorio se articula en Mancha de aceite (César Uribe Piedrahita); lo racial en las palabras de McGunn (p. 18), lo social y laboral en la descripción de los barrios obreros (p. 99). De su parte, Mene ofrece uno de los mejores ejemplos de la discriminación racial, en numerosos pasajes y situaciones; social en el fracasado matrimonio del yanqui con venezolana; laboral con elementos raciales- en toda la parte titulada «Negro». En Remolino se encuentran aspectos generales de la discriminación múltiple, que aparecen agudizados en Guachimanes. Uno de los asuntos que más se destaca al respecto en Sobre la misma tierra es el de la discriminación laboral, concretamente referido al desequilibrio en materia de sueldos entre la alta paga del yanqui y la baja del criollo.

El planteamiento condenatorio de la discriminación desciende en Casandra al mínimo; se concentra en Campo Sur en las diferencias radicales existentes entre el campo de los extranjeros y los empleados criollos de confianza y el campo de los obreros, todo separado por cercas de hilos metálicos y de prejuicios; y en Oficina N° 1 apenas da señales imprecisas. El peso de la discriminación ha sido atroz a lo largo de la historia de la industria petrolera en Venezuela, pero en particular tuvo fuerza aplastante, y sobre todo más visible, en los años de la iniciación y los primeros tiempos. Tal vez lo único positivo de todo esto es lo que a punta Rodolfo Quintero: «La discriminación del personal criollo (menores sueldos que los extranjeros, prohibición de entrar a las zonas residenciales de estos, obstaculización del ascenso en el escalafón del trabajo, etc.), unificó en la acción a los trabajadores venezolanos y facilitó su participación en acciones de lucha».

La locura del petróleo

La atracción ejercida por el petróleo en las zonas de explotación y en todo el país constituye un fenómeno básico en la estructuración de la nueva situación. El llamado hacia los campos petroleros, bajo el señuelo de más altos salarios, se ejerció de modo violento en la primera época de la explosión y el gran auge inicial.

La «locura» diseminada por el surgimiento del petróleo fue base no solo del cambio perturbador del ambiente, como se señaló, y del éxodo campesino, como se verá más adelante, sino en general de un hechizo colectivo que se ejerció bajo la promesa de dinero fácil, de riqueza para todos. Es una fuerza incontenible que opera sobre el medio modificando sus formas tradicionales. Ya se advierte su presencia en novelas precursoras del tema petrolero: Elvia, Odisea de tierra firme, Cubagua, El señor Rasvel. Todavía en estas obras es un elemento más apto para las fantasías y sueños de riquezas futuras que un factor dado en la realidad viva. En cambio se le ve operar sobre todo el conjunto de los pobladores del campo petrolero en Mancha de aceite, donde ya se le marcan sus excesos quiméricos y se acentúan sus limitaciones en la realidad: accidente, muerte violenta, hambre, vivienda infrahumana. Del mismo modo ofrece las dos caras de la cuestión Mene, poniendo énfasis en destacar el aspecto delictivo que en la realidad acompaña a la «locura» petrolera: el crimen y el vicio, en especial en la parte titulada «Rojo».

Posteriormente, otras obras como Remolino y Sobre la misma tierra, dan visiones de conjunto del problema. Gallegos simboliza este desquiciamiento y el entusiasmo irresponsable en la consigna, ya antes citada, de: «¡Petroleo o nada!» (p. 79). Reaparece el planteamiento en Guachimanes y parcialmente en Casandra. A él se alude en Talud derrumbado, de manera circunstancial, tal como había aparecido en Clamor campesino, en Los Riberas se concentra en la presentación de la locura envuelta por «la red de intereses que se movían en torno a las concesiones» (p. 360); y en Oficina N° 1 el atractivo deslumbrante del petróleo se personifica en la propia Carmen Rosa, que abandona su mísero pueblo llanero en pos del auge que prometía el petróleo de oriente.

El éxodo campesino

Uno de los efectos nocivos de la explotación petrolera sobre la economía del país que más ha preocupado a economistas y políticos, ya la colectividad en general, ha sido el desplazamiento de agricultores y trabajadores pecuarios hacia los centros petroleros, con el consecuente descenso en la producción agrícola y en la riqueza de los rebaños. Abiertamente ha marchado entonces el país hacia la condición de monoproductor, atenido a las rentas petroleras, obligado a importar renglones agrícolas y pecuarios que antes producía. Del mismo modo el desplazamiento humano del campesino que se hace obrero, del oriental que se va a Maracaibo, del coriano que se va a los Llanos, ha interesado grandemente a sociólogos y especialistas afines. Los novelistas no podían constituir una excepción dentro de ese interés común por el tema, y el planteamiento directo del éxodo campesino se presenta en diversas oportunidades.

Tal vez el primer señalamiento de la cuestión se encuentra en Mancha de aceite, en la cual además se apunta la complicidad del gobierno en dicha emigración (p. 49). Pero es en Mene donde se hace del tema asunto de importancia sostenida a todo lo largo de la obra. Numerosos aspectos de esta novela reflejan los resultados del éxodo campesino hacia los turbulentos campos petroleros; y se encuentra en ella un claro símbolo de los efectos finales: el hombre nativo contemplaba «el tropel que hollaba sus tierras y arrasaba sus sementeras y consumía la carne de sus rebaños… » (p. 73 ). De su parte, Remolino enfatiza la gran razón del éxodo: el alto salario petrolero con respecto al de otros oficios, sobre todo de niveles nunca sonados por el hombre del campo (p. 89).

El éxodo campesino llegó a producir una verdadera crisis en las haciendas, y su repercusión fue general en todo el país. De allí que el tema reaparezca, siempre de manera vigorosa, en un buen número de obras: Sobre la misma tierra, Guachimanes, Clamor campesino, Casandra, Los Riberas y Talud derrumbado. En especial sobresale en la obra de Gallegos, donde se repite el planteamiento en varias ocasiones, destacando el abandono de siembras y rebaños como el gran símbolo de la desarticulación económica del país (p. 83, p. 123), y su condena a la categoría de «monoproductor» (p. 133).

Delito y vicio

Dentro del desajuste total que priva en la vida de las improvisadas poblaciones petroleras («pueblos oscuros» se les llama en Mene; «pueblos desmirriados, torcidos» y «malparidos» en Sobre la misma tierra), las manifestaciones delictuosas son de las más visibles por sus repercusiones públicas. El efecto atemorizante de un hecho de sangre, el sentido escandaloso de un robo o de una riña, sobresalen por encima de manifestaciones de corrupción tan graves pero menos ruidosas: la estafa, el peculado, el soborno. Además el delito público y bullicioso casi siempre va acompañado del vicio, y justamente en sus aspectos más escandalosos: la ruleta, el baile, el prostíbulo, el alcohol. Hechos y situaciones tan llamativos y caracterizadores no podían dejar de estar presentes en intentos de captación novelesca de esta realidad ambiental.

Sin embargo, no en todas las novelas tiene esto significación de primer orden. Así, si bien aparece en obras como Remolino y Casandra, no significa en ellas elemento particularmente activo, y ello a pesar de que en esta última se define el mundo del petróleo de esta manera: las prostitutas y la ruleta (p. 310). En cambio, es factor central en Mancha de aceite a lo largo de la gran trilogía alcohol-prostitutas-crimen; y sobre todo en Mene, donde uno de los aspectos que más se destacan como muestra del desbarajuste petrolero es precisamente el relativo al delito y el vicio -en particular en la parte titulada «Rojo»-, aun por encima de otros más profundos y significativos en el orden económico y de dignidad nacional. Presentación vigorosa del tema se advierte en Sobre la misma tierra y Guachimanes, con énfasis en el tráfico de aventureros, prestamistas y estafadores de todo tipo. En Campo Sur se palpa en el propio ambiente y en el comportamiento de los personajes (p. 21); y en Oficina N° 1 se desprende del conjunto de la historia del campamento petrolero que constituye su asunto.

El petrolero «bueno»

Dentro del planteamiento general del estado de cosas petrolero no hay dudas en las novelas: la Compañía es expoliadora y sus altos funcionarios son cómplices. Para los empleados de más bajos niveles se establece una diferencia elemental: los nacionales pueden estar o no sometidos material y espiritualmente a la empresa; los extranjeros obedecen a la regla general de partícipes de una vasta complicidad reforzada por la coincidencia de intereses y prejuicios con los que conforman el «espíritu» de la Compañía a la cual pertenecen.

Pero esa generalización con respecto a los extranjeros parece excesiva, mecánica, desconocedora de las excepciones. Su aplicación podría suponerse como una muestra de ingenua rigidez en la consideración de hombres disímiles, también sometidos a la presión del mundo petrolero. Además, la realidad muestra que se dan excepciones. O al menos hay que aceptar que teóricamente el caso excepcional es posible. Y por último, en una actitud crítica ante los petroleros extranjeros -a veces de verdadero vigor- , la inclusión de una excepción concede equilibrio, objetividad. Sin duda todos estos factores, combinados o particularizados, han conducido a algunos novelistas del petróleo a la presentación de un petrolero extranjero «bueno»; perdiendo de vista que justamente la mayor ingenuidad radica en conceder significación trascendente y de alguna representación ilustrativa a casos hipotéticos, en última instancia singulares y circunscritos dentro del conjunto a una peculiaridad extrema, sin ningún alcance tipificador.

La primera versión del petrolero «bueno» es tal vez, también, la más ingenua: mister Hardman de Sobre la misma tierra, el driller de Arizona que de repente adquiere conciencia de que pertenece a una gran organización explotadora y tramposa y decide separarse de ella. Nunca se sabrá – aparte de los buenos deseos del autor- que razones o revelaciones sorpresivas llevaron a Hardman a ese cambio Ni siquiera es una razón tan subjetiva como el amor por Remota, pues cuando Hardman escoge dejar la petrolera ya no tiene esperanzas en despertar ningún sentimiento de esa índole en la joven. Por eso parece tanto Hardman un invento total: el yanqui bueno porque si, que permite a Gallegos dar otra faz del asunto y mostrar una pretendida objetividad que no pasa de la ingenuidad. En cambio en Guachimanes se presenta el retrato más sostenible y convincente del petrolero yanqui distinto, en míster Charles. En efecto, las cosas adquieren sentido especial porque Charles representa al proletariado de su país; en su misma tierra ya era antiimperialista (p. 39). Llega a Venezuela y su actitud no se modifica, pues su internacionalismo le hace solidarizarse con los trabajadores del nuevo país adonde viene por circunstancias especiales y bajo contrato que le da cierta estabilidad. Sin embargo, sus reducidas labores revolucionarias le llevan a abandonar Venezuela por requerimientos del gobierno a solicitud de la Compañía. Después reaparece la idealización de este tipo de personaje en Casandra, con el enigmático europeo míster Walter; de los laboratorios de la empresa, distinto por su inteligencia y su afán de justicia que lo identifica con los intereses de los venezolanos y lo acerca ideológicamente a los más avanzados en lo social. Es un personaje aislado y sorpresivo, de verdadero «laboratorio», tan inventado como el Hardman de Sobre la misma tierra. La idealización continua en buena parte en Tony Roberts de Oficina N° 1: a pesar de su antecedente familiar de carácter socialista, su actitud no se explica como una clara protesta de rebeldía, ya que prefiere callar y cobrar su salario. Se casa con venezolana y decide quedarse en el país; pero todo parece corresponder más a un impulso emocional, sensible, que a una conciencia concreta. El hecho de que -a semejanza de las otras novelas citadas en este aparte- le toque decir grandes verdades sobre el saqueo petrolero, en defensa de Venezuela precisa la intención del autor; pero no refuerza la justificación convincente del personaje, que siempre parece hablar con palabras ajenas.

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