literatura venezolana

de hoy y de siempre

La materia trágica del paisaje

Jun 4, 2022

Francisco Ardiles

Al final de la década de los cuarenta un grupo de entusiastas escritores mostraron una verdadera atracción por la vanguardia europea y la literatura norteamericana moderna. Estos jóvenes terminaron formando un movimiento intelectual llamado Contrapunto. Uno de sus integrantes el escritor Héctor Mujica cuenta en una de sus notas publicadas en el periódico El Nacional, que todo surgió de unas reuniones caraqueñas en las que después de caminar en pos de la bohemia de los tragos, Pedro Diaz Seijas, Pineda, Ernesto Mayz, Ricardo Arpurúa y Antonio Márquez Salas, empezaron a surgir los nombres de nuevos autores, personajes inusuales y libros que habían sido o estaban siendo leídos por ellos con apetito voraz.

Cuenta Mujica que hablaban de William Faulkner, la Sexton y Hans Cartop como si se tratara de familiares o amigos muy cercanos. En su artículo testimonial hace lo siguiente confidencia: “Baudelaire nos asustaba con su olor a ajenjo, mientras la generación perdida norteamericana nos enseñaba una manera de narrar, los rusos del siglo diecinueve nos enfermaron definitivamente con sus narraciones desde adentro, los novelistas y cuentistas hispanoamericanos nos advertían acerca de la existencia de este continente, mientras los españoles, sobre todo los del 98, nos recordaban la existencia de España”.

Por eso, uno de los integrantes de este grupo de amigos, empezó a fraguar una obra narrativa que poco tiempo después empezaría a dictar una pauta en el referente venezolano. Esta cadena de influencias confirmaría el secreto de sus razones cuando se gestó la aparición del cuento de Antonio Márquez Salas, El hombre y su verde caballo. Sorpresiva novedad ficcional que se destacaría en el contexto literario de la época por la audacia de un diseño relacional de los hechos narrados basado en los principios cinematográficos. Exaltación primigenia del sesgo visual en una propuesta argumentativa afiliada a un surrealismo que nació de las derivaciones poéticas impresas en la teoría del inconsciente. Propuesta cuentística válida para reinterpretar y reavivar los sinsabores de la realidad. Esta perspectiva del tratamiento del relato le otorgó al autor de este cuento la posibilidad de aborda su tesitura preestablecida desde un enfoque más profundo, ambivalente, desprejuiciado e imprevisible.

Juan Liscano nos explica en su famoso libro sobre literatura venezolana que estos jóvenes narradores del grupo, representaron sin saberlo la generación de escritores más destacada de los años cincuenta. Todos a su manera buscaron interiorizar las pautas de la grafía ficcional de corto aliento a partir de una visión del relato basada en el aprovechamiento de las garantías naturales e incontaminadas que descansan en las complejidades latentes del inconsciente y los misterios latentes de los sueños. Este sustrato discursivo les dio a estos escritores la posibilidad de poetizar los rigores circunstanciales de la realidad manteniendo vinculaciones con el mundo telúrico y la problemática social de un país que entraba y salía una crisis política.

Si nos fijamos bien en la motivación principal de esta tentativa ficcional, podemos distinguir una idea fija, la de contravenir la exigencia modulares de la tradición estética de la narrativa costumbrista precedente. Una cuentística que estaba concentrada y fundada sobre los pormenores populares de las formas de vida del paisaje. Esta materia prima del relato literario adolecía de una exagerada interferencia del autor en el curso natural de las descripciones del contexto y por tal intromisión, de una cargada dosis de localismos innecesarios que le daban al relato un tono arquetipal sobredimensionado. La narraciones habían perdido su naturalidad, su vitalidad, constreñidas por la fijación del estereotipo concensuado del género.

Con Márquez Salas sobrevino una reinvención, los efectos de una droga poética, la materia trágica del paisaje, su desolación, su idealismo invertido. Una nueva manera de abordar el tema del encuentro del hombre con la naturaleza. Una mirada redimensionada basada en la exposición de la crueldad indolente, insensible, cruda, brutal y al mismo tiempo hermosa, de la inmensidad maravillosa de la provincia. Esta versión desoladora de la vida del campo nos deja mirando lejos y reconceptualizando todo lo que se nos había dicho acerca de los idilios de la Arcadia. Esta facultad espesa y desolada de los cuentos de Márquez salas nos lleva a experimentar la sensación de una autonomía espontánea de los hechos que se desatan alrededor de nuestra vida.

Los primeros críticos que leyeron los cuentos de Márquez Salas quedaron boquiabiertos con su nuevo código artístico, con su devoradora manera de tragarse el mundo, con su perturbadora manera de representarlo. El gusto de la época estaba más que adaptado a la tradicional manera lineal de decir las cosas y sobre todo de presentarlas. No era lo mismo decir por ejemplo, que la pierna  recién cercenada del indio daba  pena, que “El muñón podrido es como el ojo absurdo de Dios”. El lector estaba acostumbrado a encontrarse con frases planes, que describiera desde la rigidez de la mimesis el paisaje. El narrador de esta materia narrativa viviente se atreve a decir acerca de la lentitud de un río de los llanos lo siguiente: “el río lento es como un buey inservible que baja  pegado a las costras de la tierra”.

Para el año 1947 esa metaforización de los fenómenos era toda una novedad. En el contexto de la literatura venezolana esa manera a anunciar los referentes redefiniéndolos sin prejuicios, era fascinante e inédita. Lo que más destaca de este decir es sobre todo los recursos utilizados para modular las frases e implantar las imágenes poéticas, acomodar las palabras en una sintaxis apretada que respondía a un discurrir narrativo que nunca deja de lado la anécdota.

Antonio Márquez Salas, ese escritor que nació en un pueblito de Mérida en 1919, sin tener conciencia plena de la que hacía, fue el fundador de la nueva cuentística venezolana. Sus narraciones cebaron el trasfondo dramático de la realidad de nuestro país. Sus temas fueron los mismos que los de sus antecesores costumbristas pero su manera sentó las bases de una postura estética., Se alzo sobre la bases de las alucinaciones que produce el hábito de mirar el paisaje por mucho tiempo, para darnos un cuento cargado de un pesimismo con revuelos estéticos. Aspereza del espacio circundante y revelación poética de las entrañas del paisaje son dos de sus más notorias características.

En sus cuentos la tragedia de la pobreza y una atmósfera que emana imágenes insinuantes reverberan la vitalidad escondida de un espacio indecente. En ese sentido redefine la relación del hombre con el paisaje. Lo hace parte integral de todo el drama del universo, del calor, del devenir absurdo de las faenas cotidianas y de la desintegración del verano. De la pobreza del campo este maestro del arte del contar, con inteligencia y sensibilidad, nos otorga un bajorrelieve de la pobreza de provincias en el que naturaleza y hombre son una misma cosa imbricada en la sensorialidad. La escritura de Máquez Salas, salpicada de aciertos visuales, sublima el aspecto corrosivo del destino del hombre pobre desmintiendo la realidad, es decir, erosionándola mediante la metaforización, o como el mismo autor lo dijera en uno de sus cuentos, deformándola en las palabras y en lo que éstas aspiren a significar.

Para tratar de ejemplificar el sentido de estas palabras, voy a usar un extracto de su cuento ¡Como Dios¡ con el fin de observar el procedimiento de  analogías concatenadas que practica nuestro autor, para llenar de significaciones inusitadas sus relatos. Leamos lo siguiente “Desde entonces ha transcurrido bastante tiempo, un tiempo largo como un río que no termina de pasar, un tiempo tan extenso y sin medida como el aire. Tiempo que apenas es un segundo, un breve aletazo, un golpe, algo que pasa, cruza, nos enmudece por dentro, y luego nos ciega con cien veranos juntos, con cien veranos echados sobre nuestras espaldas, hasta reducirnos a un pedazo de tierra rojiza, veteada. Sólo un pedazo de tierra.” Este paréntesis reflexivo que interpone el narrador en el proceso del relato y le carga el ambiente y el espacio ficcional de un maderaje que puede ser catalogado de poético-filosófico. De esta manera, nos resume el tema de la fragilidad del hombre frente a la infinitud del tiempo y frente, por supuesto, a la inmensidad de la naturaleza. Este carácter antropofilosófico que define al paisaje de estos relatos,  nos habla de la  presencia de la conciencia de un autor que estaba interesado en contar significativamente una anécdota cotidiana, con el barniz de ese punto de vista de los hechos que aspira la universalidad.

Esta escritura que reivindica la preocupación por el sentido universal de la imagen de un caballo que se oculta detrás de un árbol, nos señala  que la aspiración de Márquez Salas era la decir lo no dicho, lo  que descansa en las entrepiernas de lo dicho. Lo hizo explotando, socavando, desenterrando, resucitando, las imágenes que respiraban con un pulso herido debajo del paisaje. Por eso sus narraciones son pasajes profundamente poéticos. El resultado de una concepción faulknerianamente personal de la literatura. Una concepción que puso y todavía pone a prueba todas las capacidades sensitivas y racionales del lector. Acostumbrado al falso realismo que le enseñaron en la escuela. El realismo de nuestro autor es un realismo vaciado en el molde del surrealismo que nos induce a pensar en un precedente del gran Rulfo. Juan Liscano compara los cuentos de Máquez Salas con los cuadros del Bosco porque en ambos hormiguean monstruos, «crepúsculos, sombras amenazantes, aguas desbordadas, objetos dispersos, animales deformes, naturaleza agresiva. «1984,105.

Márquez Salas escribió treinta de cuentos que al parecer se parecen mucho, relatos que reiteran sus obsesiones, su pesimismo y que forman una unidad temática y formal tan indiferenciada que lo convierten en un escritor de una sola pieza.  En su lenguaje metafórico se confunden los planos narrativos, donde todo está a punto de gritar, estallar, descomponerse, desbordar los limites de la página que clama por un poco de compasión. En el mundo desolador de estos textos, las entidades opuestas están confundidas en un gran marasmo de pus y barro espeso que colinda con el amor de una familia desvalida, el hambre de sus días, el sol abrasador de sus fatigas, el hostigamiento de las moscas y las gotas de un sudor de acidez que incesantemente recae, trasmutando todo ese caos en pura materia significativa. La sabiduría que evidencia la escritura de este señor nos habla de un narrador que escribía sin un plan preconcebido. Tal sabiduría innata es propia de autores indispensables, eso que han sido tocados por el milagro de compararse con Dios. Un Dios imperfecto que así como nos levanta de nuestra catalepsia nos deja mudos.

Eso es lo único que no le perdono a este escritor que haya callado la voz del hombre con el tejido sonoro de la voz del paisaje, que haya dejado hablar sólo al paisaje y haya hecho del destino del hombre una pura desgracia muda. En su cuento el hombre sigue siendo un títere sin libertad de movimientos dejado a la suerte de su desgracia. En sus cuentos el único que reflexiona es el narrador, el narrador montado, no ya en su pulpito de consejero, pero si en su grúa de director de cine mudo. Una cinematografía silente, que olvida al verdadero emisor de la palabra, el hombre. Un hombre que solamente observa su destino. Ese sentido los cuentos de Márquez Salas se parecen a unos documentales profusamente poéticos  en los cuales el hombre no tiene injerencia, ni participación, ni derecho a voto  y comentarios a ras del suelo, ni pensamientos trascendentales propios, salvo los que le endilgue la eterna voz en off del narrador más que presente, displicente y extremadamente autosuficiente.

Eso es lo único que lo diferencia de Rulfo. Autor fundamental en cuyos cuentos el hombre deja de ser sagrado porque puede hablar y así se puede narrar a sí mismo. Juan Rulfo deja narrar al otro desde la mirada de la subjetividad sin la intromisión forzada del narrador. Márquez sala no deja que hable el otro porque él se considera como el otro. Eso le resta eficacia. La falta de coloquialidad dialógica fue su gran falla. Eso es lo único que oscurece su gran poder de iluminación narrativa situada en los lindes de una nueva visión poética que forjó una renovada manera de mirar la realidad en la que se narra poetizando. Tal singularidad estilística lo ubicó en su momento en un lugar aparte de la tradición narrativa venezolana. Desde su centro pudo realzar lo de afuera, pudo resumir vanguardia y tradición en una sola mano de barajas. Heidegger afirmó una vez que la poesía es la fundación del ser por la palabra. En este mismo sentido la narrativa de Márquez Salas refundó el paisaje nacional también por la palabra que aparece del borde oscuro que oculta la sombra de lo real.

BIBLIOGRAFÍA

Barrera Linares, Luis,1992, Del cuento y sus alrededores. Monte Ávila Editores, Caracas.

Liscano, Juan,1984, Literatura venezolana actual. Alfadil, Caracas.

Lukacs, George y Otros, 1982, Polémica sobre el realismo, Ediciones Buenos Aires, Barcelona.

Medina, José Ramón,1991, Noventa años de literatura venezolana, Monte Avila Editores, Caracas.

Prado Oropeza, Renato, 1999, Literatura y Realidad. Fondo de cultura económica. México.

Picón Salas, Mariano,1987, Suma de Venezuela.  Monte Avila Editores, Caracas.

Picón Salas, Mariano,1984, Formación y proceso de la literatura venezolana, Monte Avila Editores, Caracas.

Varios Autores, 1992, Narradores de El Nacional. Monte Avila Editores Latinoamericana, Caracas.

Sobre el autor

*Atardecer: Cuadro del pintor español homónimo Antonio Márquez Salas

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