literatura venezolana

de hoy y de siempre

Historias de Francisco y otras maravillas (selección)

Dic 13, 2024

Guillermo Morón

TRES HISTORIAS DE FRANCISCO

Teresa Querales está en el patio de la casa de Teresa Querales, altos los hombros, fuertes los brazos aporreadores, dura la madera del pilón, maíz cariaco la cosecha del año. Teresa Querales está en la cocina de la casa de Teresa Querales, sopla el fogón, tiende el budare, cuaja el suero de ají chirere, cucharea la miel áspera de avispas, huele ya el tardío desayuno, arepa, miel, ají bravo. Teresa Querales está en la sala de su casa, sentada en la silla de cuero, la única silleta con asiento de cuero pelado y respaldar de cuero sin pelar. Teresa Querales escucha los ruidos de la cocina y siente el ritmo del patio. Teresa Querales oyó, como si viera, cuando El Salvaje tomó posesión de Teresa Querales, allí mismo, sobre las hojas del maíz, sobre las tusas apiladas, sobre el maíz desgranado. Llegaba la hora de morir, cuando El Salvaje, silencioso, salía del monte, a la hora del desayuno tardío, a tomar posesión de Teresa Querales. Entonces se repetía la historia, eternamente, Teresa Querales dejaba la sala, Teresa Querales dejaba la cocina, Teresa Querales dejaba el patio y volvía a estar cada una en su sitio, quince años, preparadas para cuando volviera El Salvaje desde el monte, a lo suyo.

Yo no miento. La casa de Teresa Querales está en Los Cieguitos, ahí mismito y la puede ver quien tenga los ojos abiertos.

Estefanía Carrasco baja a la quebrada, donde el agua es más limpia que el agua de la pluma pública. Estefanía Carrasco es mujer silenciosa, ni chispa de embusterías en su boca. Estefanía Carrasco sube a su casa con la tinaja sobre el rodete de su pelo negro, que cuando se suelta el pelo le llega a los tobillos. La mano derecha de Estefanía Carrasco está abierta sobre la panza de la tinaja, qué palmera ni qué palmera, un arco iris el brazo. El Silbador silbó a Estefanía Carrasco y sin tocarle una uña la dejó lista para parir.
Yo no miento. Si usted quiere váyase en la tardecita a la quebrada, donde Estefanía Carrasco coge agua limpia y le verá los ojos azules, el pelo de oro y los dientes blancos a su hijo, el hijo de El Silbador.

Ramona Trompetera vive alegremente. En su jardín, que está en los maceteros, en las paredes, en los techos, hay magnolias. Las palchacas, grandes como ahuyamas, saben a vino crudo, o será más bien a chicha vieja, no lo sé. Pero Ramona Trompetera no es mujer de soledades. Vive con mucha gente en su inmensa casa entejada, enladrillada, empuertada y enventanada, de Arenales. Muchos ojos siguen sus sueltos pasos por todas partes. Pero nadie vio al Chivo Negro que en el trapiche de enfrente encontró sola a Ramona Trompetera.

Yo no miento. Todos los hombres de Arenales respetan a Ramona Trompetera. Porque Ramona Trompetera tiene un hijo con cachos en lugar de orejas. En Arenales murieron, en un solo día, todos los chivos.

***

HABÍA UN RETRATO EN LA CASA

La maestra de escuela no era todavía la maestra de escuela. En aquel lejano entonces era solamente la hija. No ve usted, doña Rosarito, que la hija no se la pasa sino en eso de leer todo el tiempo. Ya se leyó todos los libros que hay en la alacena y también los dos que estaban en la repisa. ¿Cómo que estaban, María Antonia?, sonrió con la sonrisa del único retrato doña Rosarito que tenía treinta y cinco años como si fueran veinte, y diez muchachos y muchachas como si fuera solamente una, ella, la hija que amaba los libros, que te digo yo, Felipe, que esa niña va a ser por lo menos maestra de escuela, mira tú que ya escribe versos y todo. Y don Felipe con la barba sin retrato, ah, no, si es verdad, en el álbum de 1898 están los dos, ella sentada, con lazo de raso en el cabello, su cabello y sus manos que ya venían tan suyas de los aleros.

Con cada muchacho, cinco, con cada muchacha, cinco, volvía a estar alta más bien por delgada; ¡cuándo han sido altas las caroreñas!, decía el retrato seriote, angulado el rostro, brillantes los ojos, frente de infinita playa con muchas letras de las Partidas. Es que se retrataban para poner el retrato, bien colgado en su clavo, como ese del papá don Pedro, que así es como yo le digo a su abuelo, mijita, porque era un hombre muy serio que no se dejaba llamar don Pedrito como querían. Y María Antonia no se atrevía a tocar la dulce cabeza de la hija que se había quedado en el portón cuando doña Rosarito, la del retrato único, alta, como si estuviera siempre allí, en aquel lejano entonces, se fue por el camino que caminan los arreos hacia Carache, que es un pueblo cuadrado, con una Iglesia, donde hay vegas de caña, potreros y árboles inmensos, donde acamparon las tropas de Bolívar antes de llegar por esa misma calle, con gran ruido, el ruido que habría tumbado de su clavo el gran retrato del abogado don Pedro Montero, si hubiera estado colgado en su clavo, que no estaba todavía.

Te digo que así era, como en el único retrato, alta y delgada, su mechón de pelo sobre el ojo derecho, las manos tan blancas de mamá, el lazo para su cabello que no era muy largo de mi Rosarito que se fue para Carache, María Antonia, y eres tú ahora la que tiene que ocuparse de las niñas, ¿no comprendes?, porque yo debo ir todos los días a la pulpería para atender a la gente porque si no, de qué van a vivir, y yo tan solo, que ella se fue a temperar y ahora volvió Zapata, uno de los Zapata de Carache, con la noticia. Sobre todo por la hija, que ahora sí tendrá que ser maestra de escuela, y tendrá que salirse del Colegio La Esperanza, donde don Ramón Pompilio la pone, sola, a dos metros de distancia de los varones, al frente, para que dé la lección rosa, rosae, rosarum, y el ejemplo en flor, virtus, y la sonrisa de su madre en el único retrato.

***

LOS ANIMALITOS DE ADÁN PÉREZ

Lo que pasa es que Adán se llama simplemente así, puramente Adán. O tal vez no sea tan sencillo. Tal vez que yo me llamo Adán Pérez porque así le decían a mi papá cuando venía a traer su carguita de carbón para la casa de don Felipe. Don Felipe tenía su pulpería abajo del todo, cerca del puente, en la calle del Sol que es como se llamaba antes. Pero además de la pulpería don Felipe tenía una gran barba. Cuando ella se marchó, por el camino de la Capilla del Calvario, camino de Carache y de la muerte jamás, fue entonces cuando don Felipe dejó que la barba creciera, se pusiera blanca y se mojara silenciosamente. No ve que ella era muy joven, delgada, blanca y sonreída. Ella se fue y yo, hijo mío, la vi ir desde el portón para el ca-mino de Carache y de la muerte jamás.

Entonces Adán Pérez se llama Adán Pérez porque su papá, que le traía una carguita de carbón cujicero a don Felipe, se llamaba también Adán Pérez. Y no es que don Felipe necesitara la carguita cujicera de carbón. Se la compraba porque entonces Adán Pérez el papá de Adán Pérez podía volver a su casa con este sombrero que yo tengo desde zagaletón, con medio papelón, un segundo de queso para raspar, medio almud de maíz, cuatro medidas de caraotas que no sean negras sino gaticas, don Felipe, y un cuartico de cocuy maduro para la tinajita, no ve. Por eso digo que no es tan de cajón llamarse con el nombre de Adán Pérez porque lo que pasa es que su carguita de carbón de cují hace milagros en la pulpería de don Felipe.

También ocurre que Adán Pérez vive en una casa al otro lado de la Quebrada, más bien por el bando de Aregue, si uno se va por los tuneros del Roble. Hay que pasar, tempranito en la mañana que serán las seis, por enfrente de que Juana la Tatura, que ya comenzó a mover sus taturos, a hacer ruidos con los taturos tío Alfonso, y eso da mucho miedo. La casa de bajareque de Adán Pérez se llama La Laja por el lajero que hay en el patio, en la culata donde está el corral y en los jagüeyes. Adán Pérez, hijo y hermano de Flor Pérez, tiene la manzana suya de su nombre del tamaño de un almendrón grande de los que tumba el viento y la lluvia cuando hay lluvia y viento en la Plaza Bolívar. Tiene un sombrero de cucurucho, de paja muy bueno; tiene un saco zancón para meter el brazo derecho que es más grande que el brazo izquierdo. Y también tiene unos animalitos, además del burro para el carbón. Fíjate, tiene un loro grande, aludo, y dos loritos chiquitos; tiene una paloma chueca y una perdiz, cómo te parece; tiene seis gallinitas y un gallo que es como una gallina, pero canta. Y tiene chivos en el corral, todos entunados y uno suelto en la casa, con cachos y todo. Y además Adán Pérez tiene una matejea en un tronco seco de dividive.

Flor Pérez es la hermana y la madre de Adán Pérez. No Adán, no vendas nada le dice. Pero si es que llovió y la quebrada que llegó hasta la casa de Juana la Tatura, se llevó hasta la matejea. Y fue porque lloró, que solamente llueve cada mil años, por lo que no vi más en el zaguán de la casa a mi amigo Adán Pérez, hijo de Adán Pérez, hermano y también hijo de Flor Pérez. Flor lloró toda la noche.

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