literatura venezolana

de hoy y de siempre

Ese oscuro animal del sueño

Sep 27, 2025

Antonia Palacios

Son muchas las puertas, muchas las
hendijas, y no alcanzo a pasar. Me pliego sobre mí
misma como mi primigenia infancia, me vuelvo
flexible, delgada, impalpable, y no alcanzo a pasar.
Me sumerjo en el espacio, y no alcanzo a pasar.
Retrocedo, intento el otro sitio, oculta guarida.
Rescato el aire que ya no es el mismo. Me vuelvo de
espalda para no mirar. Retengo el aliento, mi
tormentoso aliento, mientras busco otra salida. Allí
el sitio se hunde, un sitio sin orillas, casi lo toco, y
no alcanzo a pasar. Un denso letargo va colmando
mi cuerpo, presiento en lo lejano las láminas del
cielo. Evoco el otro tiempo, el de los hondos
desvelos y ese oscuro animal del sueño.

Tú que estuviste en sitios de fragante
primavera. Tú que atravesaste aquel
puente suspendido en el vacío, abajo en las
honduras batían las aguas sus espumas.
Tú que desafiaste a la noche con un
cocuyo inmóvil encendido en tu pecho.
¿Por qué no vienes a colmar de pasos
mis desiertas llanuras? ¿Por qué no vienes en esos
remolinos de infatigable viento a acariciar mi
cuerpo detenido a mitad de camino?

Miré bruma que envolvía todas las cosas,
la levísima bruma del comienzo de otro día.
Salté por encima del muro, siniestro entre la bruma.
Acaso está allí temblando como si lo hubiesen
herido. Caminé del otro lado en un silencio duro.
Caminé contra los vientos, contra las garras del
viento dejando que me azotaran. Comencé a buscar
la palabra que se hallaba muy adentro, tocando los
bordes del alma. Sentí miedo de perderla, que se me
fuera muy lejos sin poder alcanzarla. Pensé en un
infinito donde acaso se halla atrapada. De pronto
llegó muy queda sin saber de dónde venía.
Su llegada me dejó estremecida temblando en
medio del día.

Tus pies cambiaron de tierra.
Quisiste caminar hacia las claridades.
Pensaste el nombre amado como única meta. Te
empeñaste en seguir adelante, atravesar las
honduras, saltar sobre las fuentes vaciando con
estrépito la espuma de las aguas. Cruzaste altos
fuegos que apenas te rozaron. Te arrastraste hasta el
confín del tiempo. Dejaste atrás los sitios de lo
oscuro, los filos de la piedra. Pensaste con tu aliento
alcanzar los resplandores, blanquear cerradas
tinieblas contemplando las estrellas como vecinas
almas temblando allá en lo alto. La noche llegó
de pronto borrando tus caminos y te quedaste sola, sin
lámpara, sin palabra.

Pasaron los años como un vendaval
crecido. Dejaron un rumor amargo, un profundo
estupor. Pasaron largos y lentos, sin sentirlos,
sacudiendo su inalterable tiempo. Me arrastraron en
su pecho, me arrastraron en su espalda. Pasaron
ensimismados llevándome en su anonimia, su
impetuosa dimensión.
Me dejaron sacudida, desnuda de toda ambición.
Me dejaron escupida, llena de mordeduras, retenida
entre sus garras. Pasaron los años lejos…
¿Dónde está mi corazón?

Hay un círculo que me
envuelve y deja mi cuerpo apresado. Lejos tal vez
amanece. La gente pensará insistente en los
afanes del día. El círculo se va cerrando. Pienso
en las primeras vertientes, en aquellas piedras
húmedas. Recuerdo gritos lejanos y ocultos
caminos. Está cayendo el rocío sobre la yerba de
entonces. He olvidado los comienzos. He
olvidado los lugares. Sólo me aprieta este
círculo. Acaso ya es mediodía. El sol estará en lo
alto celebrando sus deslumbres. Yo estoy fija aquí
en lo oscuro encerrada en este círculo.

Estoy en contra de todo, del que me dijo te
quiero, del pájaro que echó a volar, de la diafanidad
del cielo, de la senda que va cuesta abajo y de la que
trepa hacia arriba. Pasa una nube y pasa el aire.
Se diluye la voz en el espacio y en el terreno, sitio
donde yo me hallo, hay un desvivir perenne, un
anularlo todo como si una gran esponja fuese
borrando la vida. Recuerdo los otros tiempos, la
transparencia del aire, los enlaces del amor, la
infinitud de las horas cultivando cada instante y
aquel gusto por las cosas, aquella recreación del
tacto, mis dedos sobre una piel de animal.

Retírate. Retírate hacia adentro.
Un poco más allá, más hacia adentro.
Empuja hasta tocar el borde. Respira fuerte. Exhala
el aire reprimido en tu aliento. No te detengas.
Aprende a caminar de espaldas. Deja tu frente al
descubierto. Si te hieren haz que tu cuerpo salte, se
sacuda la sangre, el polvo oscuro. No dejes que la luz
te encandile. Cierra los párpados y mira lo que
irradia la tiniebla. Lleva contigo tu desfallecida
palabra, tu naciente canto. Inaugura tu voz en lo
más hondo.

La noche es de plenilunio de abatido
resplandor. Estoy en el descampado cabalgando en
la amargura de tanta desolación. Soy una mujer que
llora, una mujer que suspira. Tengo gestos que me
visten con los que vienen de atrás. Hay un quehacer
que nombra voces de otros instantes que siguen
perteneciéndome. Hay un pensamiento mío que
siempre me está traicionando. Fuera está la
primavera con sus flores de amaranto, sus neblinas y
sus lluvias. Escondo el rostro para que nadie lo mire,
lo escondo bajo la sombra. Sofoco mi largo quejido
que nadie alcanza a escuchar.

Estoy flotando sin raigambre alguna. ¿Dónde
quedó aquella gallardía manteniéndome erguida
vislumbrando en alternancia oscuridad y deslumbre?
Busco la proa de una invisible nave que ondula
lenta en una ceremonia disolvente, un espejo de
aguas donde se reflejan lejanas perspectivas, aquella
incitación adulterada que violaba los días uno a
uno. Todo se ha vuelto frágil y una álgida memoria
envuelve vacilante las horas que ya fueron. Estoy
flotando en un vaivén sin prisa subrayando les días
de los trazos perdidos, trasponiendo vigilancias y
custodia. Se va esfumando la plenitud pedida y una
humillante degradación me va empujando hacia lo
hondo. Estoy flotando en negro humeros, sin llamas
sin rescoldo removiendo cenizas y flotando.

Estas mis manos estériles que han perdido
todo roce. Quieren tocar la nube, la solitaria nube
que se halla en el firmamento. Quieren tocar
el silencio, aquella muda palabra que yace en los
pliegues del labio. Dialogar con los rumores de todo
lo desconocido. Quieren rozar apenas el aura que
deja el olvido. Aprisionar las distancias. Oprimir la
tierra árida que un día habrá de cubrirme. Hay una
cuenca honda donde mis manos se ocultan. Mis
manos van persiguiendo aquel arar del encuentro,
los destellos de los días y las fases de la luna. Están
balbuceando mis manos la ingravidez del instante,
tocando una piedra ardiente sin sentir su ardor en lo
profundo. Quiero deponer mis manos, dejarlas en
sitios seguros, cerrar su apretado puño. Desprendidas
de mi cuerpo, dejarlas que vuelen libres con el
palpitar del viento, acaso regresen floridas llenas del
soñar perdido fecundadas par el germen de un
nuevo canto de amor.

Hoy el viento se ha aquietado.
Todo ha ido adquiriendo una paz de duermevela,
una luz casi apagada. La noche se extiende lejos y
deja aquí su penumbra, su dormida claridad.
Se piensa en el día cercano, en el volumen terreno.
Se piensa en lo que yace muerto, en esta quietud
furtiva apenas estremecida. En rumores confundidos
que cruzan por el espacio. En las playas sin orillas
que nunca tocaron sombra. Se piensa en un cuerpo
inerte, no está vivo, no está muerto
está lleno de vacíos.

Una canción silba en el viento.
Un largo canto exhaustivo, entrecortada palabra.
Sal. Deja ese sitio de agonías y mira cómo se
enaltece la tarde en la colina. Sal. No pienses en los
muertos. Deja que sus huesos se vayan reduciendo,
reintegrándose a la nada. Sal con tu cuerpo de
viviente a fabular tus sueños. Di tu palabra. Si nadie
te escucha, habla con los astros, con la sombra que
pasa. Elige un sitio de resplandor oculto.

Esperaré paciente a las que se me asemejan.
Vendrán crecidas por la sombra soportando el peso
de su poderío. Los tobillos ceñidos un signo y
con ellas todas mis ocultas riquezas, anillos y
pulseras, larga cadenas de marfil. Tendrán los
mismos brazos, el mismo pelo oscuro y las manos
semejantes a mis manos. Regresarán de sus andanzas
a tientas por los días, por ciudades y pueblos
sumergidos donde se habrán paseado a solas con
grandes ramos de siemprevivas. Silenciosas y altivas
recorrerán la casa, alcobas y pasillos. Se sentarán en
anchas mecedoras tejidas con palma calada por
donde el aire entra y sale y suavemente se mecerán
sobre la palma, las que se me asemejan. Más tarde.
de espaldas a la casa, sus largos camisones barrerán
el polvo anochecido. El tiempo derramado me
llenará de círculos, de batallas de sombra, mientras
yo esperaré paciente a las que se me asemejan.

De la vida nada he aprendido, la memoria
se ha escapado por las sendas del olvido. Los
sentidos están vivos pero el alma fatigada ha
deshecho los albores lejos de un infinito. Me hago a
mí misma preguntas que quedan sin contestar. Todo
en mí está muy callado sumergido en el silencio.
Estoy en un sitio muy frío, estoy despierta y sin
lumbre. No sé por dónde empezar. Hay un respiro
inmóvil, un mundo de ojos cercados, una tristeza
honda, un querer morir sin ruido.

Algún día la muerte me derribará.
Vendrá callada y sin brillo desparramando su ardor.
No escucharé su paso. Me tomará desprevenida
acaso a mitad del día o en el final de la noche.
Nada sabré de su peso, de su desnudo deseo.
Se acercará suavemente o con iracundo temblor.
Con un anchuroso manto toda me envolverá.
Quedaré prisionera sin sentir y sin soñar. Quedará
atrás la vida, el palpitar de la sangre, los sabores y
los gestos. Los cantos se apagado. Me dejará sin
ojos, mis ojos para mirarte, tendré las cuencas vacías
y el soplo de mi respiro nunca más lo sentirás.

La casa se derrumbó. Dejó unos polvos
dispersos, trozos de cemento duro. Dejó también los
recuerdos regados por todos los sitios. Los techos
que rebosaban de un agite de palomas se vinieron
muy abajo. No quiero rehacer la casa, levantar
nuevos muros, ni puertas, ni tejados ni una pequeña
ventana por donde pasaba el mundo, ni aquel
anchuroso umbral donde se alzaba el portón y yo
penetraba en los días, en las noches, buscando allí
mi calor. Se derrumbó la casa, una casa transparente
donde el día se encendía y temblaba por la noche
una densa oscuridad. Nada quedó de la casa, ni la
luz en las paredes ni en el patio el resplandor. Sólo
el silencio recorre el vasto espacio vacío y las
palabras estériles con delgados filamentos que el
viento disolverá. Yo me quedaré en la intemperie
mirando la niebla en los árboles hasta que llegue la
muerte, una casa que alza el tiempo y nunca se
derrumbará.

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