literatura venezolana

de hoy y de siempre

Esbozos de venezolanos notables

Sep 17, 2025

M.V. Montenegro

Rafael Arvelo

Así como se nace con disposiciones para clérigo, para comerciante, para militar, así se nace vaciado en los moldes de las carreras de la política. Rafael Arvelo nació para vivir casi siempre muy feliz del Tesoro de su patria, mediante el goce de buenos empleos. Vino al mundo para ser el político más querido, más agasajado que ha tenido Venezuela en lo que cuenta de República. Nunca tuvo Arvelo en su larga vida un enemigo que se le enfrentara.

Hace muchos años que oí contar a gente bien informada cómo fue que principió a figurar en la vida pública el Doctor Arvelo. Aquello pasaba cuando yo estaba en la escuela. El se graduó de Abogado y se fue fue su ciudad, natal que me parece era Valencia; allá se estableció. Y no sé cómo obtuvo poder para defender un negocio ante los tribunales de Caracas, a donde se marchó el joven jurisconsulto. Ya en la capital de Venezuela, un día pasaba Arvelo por la calle de Mercaderes tiempo que por allí andaba el aboando que defendía a la parte contra la cual iba a luchar Arvelo. Alguien le dijo al viejo abogado: Mire usted al joven abogado Arvelo que viene a vérselas con usted.

Parece que aquello desagradó al contrario de Arvelo, el que se rió del joven abogado creyéndolo impotente para luchar con él. Pero, cuán cierto es que no hay enemigo pequeño! El abogadito aquél, si no era muy fuerte en jurisprudencia, tenía arma más poderosa que las leyes: era que él sabía rimar consonántes y hacer equívocos que ponían en el más completo ridículo a quien quería herir de muerte.

¿ Qué tal serían los versos que publicara Arvelo contra su adversario, cuando éste se retiró de
la práctica forense y no volvió a asomar las narices por los Tribunales de Caracas? De más está agregar que aquél perdió el pleito y que el abogadito de quien se burlara quedó vencedor y muy temido después en toda Venezuela!

Muchos años más tarde hablaba yo un día con el viejo abogado a quien venció Arvelo. Y le dije
en el seno de la buena amistad que llevábamos:
-¿Qué le parecen a usted los versos de Arvelo? Hábleme con sinceridad.

-Le dkré, me contestó, que si ese hombre no me hubiera quitado el pan de mis hijos los encontraría muy buenos; pero me mató.

Rafael Arvelo, más que Guzmán padre; y acaso tanto como Lander y Bruzual, tuvo una gran parte en la caída de la oligarquía que fundó Páez en Venezuela. Su librito de seguidillas hirió de muerte a aquel partido que vivió algún tiempo más, gracias al talento y dotes superiores de hombre de Estado del General Carlos Félix Soublette…

Esas seguidillas aseguraron a Arvelo un porvenir, político brillante, tan brillante, que bien
podría decirse que su estrella no tuvo ni por asomo eclipses, como es costumbre que acontezca a los políticos de profesión. En todos los Gobiernos liberales tuvo altos empleos; cuando gobernaron los oligarcas su persona fue sagrada; para él no hubo cárceles, ni grillos; no comió nunca el amargo pan del expulsado. De pocos políticos puede decirse otro tanto, a menos que se trate de los oportunistas que tanto abundan!

De que el Doctor Arvela tenía claro y admirable talento, nadie que lo conoció puede dudarlo;
y el que tal piense no tiene más que leer lo que escribió, y oír las anécdotas que aún corren
en Venezuela de boca en boca entre muchas personas. El epigrama, el sarcasmo, la sátira, el equívoco o el calembourg, parecía que los hubiera pensado de antemano; pero a poco se comprendía que le venían espontáneamente en la conversación con todo el que le hablaba.

Recuerdo una noche en que lo encontramos de pie en la puerta del hotelito de un francés llamado Estripeau que existió en Caracas. Ese día había baile público de máscaras en el
Teatro de Caracali, y en el Salón del Senado un concierto para auxiliar a una artista en desgracia.
El concierto era gratis; el baile valía un par de duros por entrada.

Mi hermano Eloy, que llevaba con Arvelo amistad de antiguo, se paró a saludarlo, y al despedirnos le dijo:

-¿ No viene usted al concierto?

-No, mis amigos, porque me voy a las máscaras aunque sean más caras!

Era que en el concierto había que echar en un platillo por lo menos una libra esterlina; por eso decía más caras.

De esos equívocos teníalos a montón, y algunos le habrían costado más de un duelo si los hubiera empleado en París.

No tengo noticias de que el Doctor Arvelo hiciera papel como abogado; sí creo que se ocupó en agricultura algún tiempo; pero en lo que empleó la mayor parte de su existencia fue en la
política, de la que puede decirse que vivió siempre y a su contentamiento.

El era hombre robusto; gustaba de la buena comida y vivía bien, como se dice; en su mesa no
faltaban convidados que eran sus amigos o amigos de la mesa de Arvelo, la que tenía fama de ser rica en buenos platos y mejores vinos.

Era hombre de pocas palabras; jamás lo vi reírse a carcajadas, y creo que no sintió en toda
su vida odio por nadie ni por nada. Liberal franco, siempre se le vio en su camino; nunca anduvo en transacciones ni alianzas con el otro partido. Como buen liberal, amaba la libertad de la prensa para todos los partidos; hacía la guerra a la pena capital; y aplaudió la ley de abolición de la esclavitud.

Festivo y ocurrente, siempre se le exigía que hablara en público, y lo hacía muy bien en versos
que más tarde se repetían de boca en boca o pasaban como una novedad a las columnas del periodismo venezolano. Como prueba, a continuación copio un recorte de un diario de Venezuela, recorte que dice así:

»Llegó a esta ciudad el eminente poeta venezolano García de Quevedo y en honor suyo se le invitó a una reunión en casa de una respetable familia, a la cual asistieron muchas personas notables, entre ellas, don Rafael Arvelo. Invitado García de Quevedo a que dijera algo, se excusó de improvisar; pero para atender a la exigencia que se le hacía, leyó su magnífica Oda a Italia. Después le tocó el turno a don Rafael, y, llenos de sal, salieron de sus labios los versos con que
hoy obsequiamos a nuestros lectores.

Toca Marin el violín
y Colón toca el violón;
mas, cuánta desproporción
entre Cunen y Marín
y entre Ferriere y Colón!

Hago esta comparación
para establecer por fin,
que a Quevedo, en parangón,
soy como a Cunen Marín,
o como a Ferriere Colón.

Así presentarme aquí
como vate, es disparate:
soy un bardo en jaque-mate.
Desde que a Quevedo vi.

Hoy que sus versos oí,
he dicho a mi musa: Tate!
¡Musa menguada de ti.
Y, exclamando acá entre mí:
Ese es genio y no aguacate.

Oír un verso ramplón
a todo el mundo incomoda,
y más, después de una oda
henchida de inspiración.

Hago pues resolución
de callar antes que toda
esta bella reunión
vaya a decir con razón:
¡Ese es galerón, no Oda!

***

Cecilio Acosta

Era una de las notabilidades literarias de Caracas. Como miembro del foro venezolano tenía
gran repntación de hombre honrado a carta cabal. El Doctor Acosta poseyó muy claros talentos y una ilustración muy superior, la que lo colocó a la altura de los más notables letrados que ha contado Venezuela.

Como escritor, Acosta aparecía en la plana mayor de los que en su tiempo figuraban en el
periodismo; y tenía derecho a que se le juzgara así, porque como escritor era galano, su estilo era fino, elegante y puro; y su lenguaje fue culto siempre, a pesar de que, en el curso de las polémicas que sostuvo, sus adversarios a veces lo atacaron con armas prohibidas entre gente educada que discute.

En la política, el Doctor Acosta no fue exaltado; él no hacía ostentación de sus opiniones, lo cual le procuró amigos en ambos partidos y el placer de no haber sido obligado huésped del odiado
palacio llamado Rotunda.

Por doquiera que pasaba, en la Sultana del Ávila, tenía amigos, porque Acosta era simpático
y poseía en alto grado la cualidad rara que se llama don de gentes. Todo el que lo trataba la primera vez se creía obligado a ser su amigo; y aquello hasta cierto punto era natural, pues Cecilio Aosta, a más de ser muy culto, se complacía en ser útil y servir siempre que podía hacerlo.

Su vasta erudición y el cultivo que hizo de la literatura inglesa hacían de Acosta en Venezuela
una verdadera notabilidad; aquel hombre había leído los grandes clásicos ingleses de cabo
a rabo, como se dice, y podía con una facilidad admirable citar las opiniones de aquellos escritores, como si acabara de leerlos. Qué memoria tenía.

Aquel abogado, más que un jurisconsulto, era un artista; se apasionaba por todo lo que era bello. La música se comprende que tuvo para él encantos y admiración que no pudo sino hacerlos públicos.

No recuerdo si alguna vez fue el Doctor Acosta empleado público; pero si me consta que
ganaba su vida como abogado, en cuya ocupación se le veía a menudo; siempre oía decir a uno de sus clientes que Acosta era tan moderado en sus honorarios como honrado y leal amigo.

Todos los que tuvimos el placer de tratar con frecuencia al Dr. Acosta sabemos que su palabra
no era fácil; era cansado cuando conversaba; pero cuando escribía, como cambiaba aquel hombre. A este respecto, podía decirse que en él había una verdadera dualidad: un hombre cuando hablaba, otro cuando escribía.

Fui amigo de Acosta y siento un gran placer en dedicarle estos renglones en prueba de nuestra
vieja amistad. Muchos años atrás me encontraba yo en Cartagena, cuando el finado Doctor Rafael Núñez, Presidente que fue de Colombia, me anunció que pensaba hacer un viaje de paseo por Caracas: yo le recomendé que le hiciera una visita a Cecilio Acosta. De regreso Núñez en Colombia, le pregunté si había tratado al doctor Acosta y qué concepto le merecía. Recuerdo que me contestó:

– Es demasiado modesto!

***

Pérez Bonalde

Prematura tumba se abrió en la tierra patria para recibir, no ha mucho, los restos inanimados del notabilísimo poeta venezolano que se llamó Juan Antonio Pérez Bonalde. Aquella celebridad ha muerto antes de tiempo; razón de más para lamentar y para llorar su pronta ausencia. ¡Qué ingenio aquel!

Conocí a Pérez Bonalde por los años de 1854. Era un niño de tierna edad a quien su padre llevaba de la mano y al que ya, me parece, le hacía aprender idiomas extranjeros. Por supuesto que fácilmente aprendió el inglés, el alemán y el francés; de modo que cuando creció el niño, se encontró hablando cuatro de las más importantes lenguas con que los hombres se entienden en el mundo.

Su educación me parece que fue puramente mercantil; pero con Pérez Bonalde aconteció lo que con el gran historiador y célebre economista inglés, Sismonde de Sismondy, del que quiso el padre hacer un comerciante y el hijo le salió un Sabio!

Pérez Bonalde, educado para comerciante, se metamorfoseó en poeta y qué poeta! que pasa por ser el mejor traductor de Henrique Heine de quien es fama que, muchos letrados han querido interpretar sus versos, y se cree que no lo habían logrado, hasta que se lo propuso el afortunado vate venezolano.

Nunca traté á Pérez Bonalde; pero alguien me aseguró, años atrás en Nueva York, «que era el venezolano que, en estos últimos años, había viajado más», lo que no dudé, dado el empleo que tenía en una casa fuerte americana…

El menos competente para juzgar como poeta a Pérez Bonalde soy yo, puesto que jamás he podido hacer un verso aunque cuando joven lo intenté muy rara vez; pero me parecían los míos tan malos, que no tuve ni el valor de dejar que los leyera algún amigo.

Esta confesión, no obsta, para que admire el canto o Poema al Niágara, y la Vuelta a la Patria que, en mi poco autorizada opinión, pueden considerarse como de poesía clásica.

Uno de los motivos que me hacen creer a Pérez Bonalde un poeta de talla es que, en buenas publicaciones peninsulares, con bastante frecuencia, se leen versos de Pérez Bonalde, a pesar del orgullo español que, como se sabe, es carácter peculiar de la hispana raza….

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