literatura venezolana

de hoy y de siempre

Dos ensayos de Milagros Mata Gil

Ene 24, 2025

PERCUSIÓN: LA CONSAGRACIÓN DEL INSTANTE

Y nosotros soñamos con una hora divina que lo diera todo. No con la hora plena sino con la hora completa. La hora en que todos los instantes del Tiempo fueran utilizados por la materia, la hora en que todos los instantes realizados en la materia fueran utilizados en la vida, la hora en que todos los instantes vivos fueran sentidos, amados y pensados. Por consiguiente, la hora en que la relatividad de la consciencia estaría a la medida exacta del Tiempo completo. Gastón Bachelard: El Instante

Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió. Jorge Luis Borges.

I

A propósito de ese concepto del Tiempo recuperable que desarrolla Balza en Percusión, citemos a Thomas Mann: …lo eternamente humano está sujeto a las transformaciones. Debe ser y será, no puede morir, sino únicamente pasar a nuevas formas de vida, como todo aquello que es de su misma naturaleza. Su devenir en una determinada época no es sino una apariencia; lleva en sí mismo la fuerza gracias a la cual, después de cada profanación, vuelve a santificarse…

Si internalizamos estas palabras, si las analizamos y proyectamos luego sobre la lectura de la novela en cuestión, quizá podamos participar de las genuinas imágenes de un Tiempo que fluye, converge en un punto (en un instante) y estalla con verdadera fe para instalarse en una verdad plurivalente y necesaria: la del hombre que recupera su juventud. Sólo alguien profundamente atemorizado por el poder disolutorio del Tiempo podría concebir ese artificio en el cual la escritura restituye las cualidades del ser.

Es decir: en cada percusión, en cada latido temporal condensado y manifestado, en este caso aprehendido por medio de la escritura, hay un elemento que santifica el objeto después de la profanación: el Tiempo así concebido tiene el poder de curar. O, como dice Mircea Eliade: Partiendo de un momento cualquiera de la duración temporal, se puede agotar esa duración, recorriéndola al revés, y desembocar así en la eternidad… Por lo demás, en la concepción tántrica, la inmortalidad no puede obtenerse más que devolviendo el proceso de desintegración y recobrando así la unidad primordial. Se trata de realizar el proceso de reabsorción cósmica de uno mismo para curarse de la acción del Tiempo.1

En este sentido, Percusión podría adoptarse como una muestra de la metafísica del instante: en ella se inmoviliza la vida, se genera la simultaneidad esencial en la que el hombre más disperso se vuelve homogéneo, se convierte el Tiempo en un instrumento puro: el río refleja lo móvil, espejo rodante, sin transcurso. Se realiza la paradoja: si la vida corre, sucede, dura, en la palabra se mantiene, no-sucede, y, sin embargo, es duradera. En la concepción novelística de esta obra, el relato parece transcurrir, pero en realidad, tiende a instalarse en lo eterno, sin perder su cualidad sucesiva. Cuando el protagonista vuelve a su lugar de origen (un protagonista innominado, pues, siguiendo una tradición muy antigua, la obliteración del nombre es una forma de asegurar la resurrección, el recomienzo de la vida) el ser se detiene, rememora y reduce lo simultáneo a lo sucesivo. Así, vemos que la memoria es un factor importantísimo que va a producir intelectiva y espiritualmente, el prodigio de la recuperación:

Porque será más tarde, siempre después, cuando el dolor o el triunfo aclaren la significación de aquella secuencia. Y entonces comprendí una alusión de Giordano Bruno: a cada segmento del mundo (un beso, una batalla, las frutas) corresponde tener un sentido. Presencia y finalidad son paralelas. Aquélla repercute en ésta, sin equívocos: pero no lo sabemos. Al recordar, al ubicar todo desde el futuro, hallaremos la infalible percusión: los hechos no se esconden puesto que, siempre, dicen su unidad. Cuando sepamos leerlos, seremos lúcidos. Pero consume la vida valorar cada latencia y cada significación2.

Lo significativo y exótico es que esa recuperación del Tiempo y del espacio lleva en sí un componente biológico que es, en verdad, una metáfora de reflexión ontológica: Nietzsche: la repetición del ciclo con todos sus desniveles y carencias.

Por lo demás, las simultaneidades y multiplicidades que se acumulan en el instante textual poseen un orden y una característica: el orden lo da la duración accesible por medio del recuerdo; la característica es que en el texto, el Tiempo brota. Y en ese brote sólo existe la cualidad por medio de la cual un hombre se eleva más allá de sus limitaciones mortales y viaja: va traicionando sus imágenes, rehaciendo sus fantasmas, para luego recalar, con irónica esperanza, en un punto original donde se desliga de la historia íntima y se cura. Es decir: rejuvenece, se devuelve, aunque con la consciencia de que recomenzar es repetir. Remontar el Tiempo es una experiencia vinculada a lo personal. Si la memoria es el conocimiento por excelencia, aquél que sea capaz de recordar(se), será capaz de conocer(se).

La memoria va a mostrar sus verdades (deslumbrantes y sanas, terribles, inaplazables) pero sólo cuando el Tiempo vuelva a dejar parte de nosotros atrás3

Ahora bien: sólo la palabra otorga a ese estilo de recuperación una legitimidad moral que depende en muchos aspectos de la ejecución del desdoblamiento. Justo en el instante en que el ser se vincula con su Muerte (origen y fin rozándose, estallando): la certeza de la destrucción (o autodestrucción) convierte lo individual en colectivo, lo subjetivo, en objetivo. La certeza de la vejez y, por ende, de la Muerte y disolución, debe ser remontada y trastocada para que no alcance el límite ético de la desesperación.
Pero el desdoblamiento que mencionamos es tan ambiguo que admite la posibilidad de interpretar la existencia de un interlocutor demoníaco con el que se puede realizar el pacto fáustico. Cuando el hombre, en forma voluntaria, se coloca fuera de la especie, de la sociedad, del clan, y aun de todo otro círculo, muere, y precisamente a causa de esa Muerte, adquiere su identidad personal definitiva, que es, a la vez, inidentidad. Paradójicamente, es en ese caso en que su ser se reconstituye.

Por otra parte, en Percusión se va desarrollando una consciencia mítica a través de diferentes símbolos. Quizá sea José Balza el más importante de los escritores mitológicos venezolanos, y por eso su obra tiene el valor de un paradigma. Aun así, no sería justo afirmar que Balza expresa fe en el valor moral del mito o en sus expresiones religiosas. Alcanza su flujo, evoca sus imágenes, pero se mantiene siempre un paso atrás, no se compromete, no entrega ni libertad ni pasión, ni se sumerge en los pozos profundos.

La memoria es la sombra que atraviesa el espejo, idéntica a sí misma en uno u otro lado del espejo, dice en Narrativa, instrumental y observaciones. Y esa cita señala una precisa y sensible noción que confía en la memoria como intensificación de las vías de acceso al mito. La memoria provoca epifanías. Sin llegar a formulaciones teológicas, coloca al individuo fuera del Tiempo: el personaje es un outsider, y no hay una palabra castellana que puede sinonimizar este término y su valor ideológico: el personaje está más allá de la nostalgia y la moral, más allá del amparo de la divinidad. El Tiempo abolido deriva, además, directamente del aislamiento: es una experiencia en soledad: toda profanación se produce al entrar el sujeto en contacto con elementos exotéricos, y toda purificación deviene entonces de un reingreso al secreto, a la exclusión de lo colectivo: al hermético diseño de un mundo, discutible pero posible.

Una imprecisa situación de debilidad o de suprema fortaleza, me envolvió. Inmóvil, percibí gente de la aldea que se movía cerca de mí: debían saludar como siempre, ignorantes de mi desdoblamiento. Yo era algo aislado, sereno, sin época, distante de todo espacio…4

II

En sus ensayos sobre los retornos cíclicos, Mircea Eliade afirma que hay dos maneras de recuperar el Tiempo míticamente: una es participar nuevamente del ritmo de la creación, rememorar el todo, sin eludir el dolor ni el horror de la historia, remontarla hasta llegar a la convergencia que re-instaura el Tiempo primordial. Y la otra es la rememoración que recurre a la aprehensión y solidificación de los instantes, a la fijación de las imágenes. En uno y otro caso, la memoria es el primer y efectivo triunfo sobre lo mortal y lo efímero, aunque lo que se recuerda no es sino la imagen que los hombres poseen de lo que han perdido.

En el caso de Percusión, el elemento mítico se convierte en instrumento abierto a la esfera de lo individual que comprende manifiestos de sueño aportados por un Giordano Bruno muy lleno de la vigilia propuesta por Heráclito. La obra es un acercamiento parcial al problema de la Muerte: problema básico de la obra de Balza. La experiencia espiritual del protagonista: el renacimiento, es una viscisitud de excepción para alejarse del fin. Es una especie de devoción rechazante, si es posible la conciliación de tal paradoja, que sucede al margen de la voluntad y de la consciencia.

Furio Jesi dice que: la memoria es una realidad partícipe más del presente que del pasado: un acto creativo el cual se justifica proponiendo el pasado como propia perspectiva y proyectando sobre el fondo del pasado los propios componentes no resueltos, los temores generados por la constatación decomponentes no racionales o de imágenes hórridas que en otro Tiempo fueron benéficas o que en otra forma habrían podido serlo.5 Esta misma actitud es la asumida por el autor de Percusión. Hay una reversión que asegura no sólo la supervivencia sino la inmortalidad. Hay un intento vigoroso de vencer el miedo. Hay una suerte de ilusión óptica que pretende asumirse como realidad-real. El Paraíso es (está en…) el Pasado: la Montaña (análoga, simultánea) surge de la niebla como una promesa de eternidad.

Todo ha durado un minuto: después de dejar el equipaje, afronté los volcanes y el valle, y mi cuerpo comenzó a ser otro. Apenas he tenido Tiempo -dentro de estos segundos- para recorrer mi historia, mi vida: única cosa que pretendo rescatar para ti -para mi- con dolorosa prisa, temeroso de que puedas olvidarla o repetirla. Porque debo ser feliz. Podría serlo claramente si un leve temor, una probabilidad dentro de miles, no hincara la imaginación con saña: la posibilidad de haber resurgido para repetir uno tras otro los actos de mi pasada existencia. El horror de circular en el Tiempo, siempre como un hombre idéntico a sí mismo. Sólo corroe mi felicidad ese leve temor que me haría preferir, entonces, la idea de morir ya.6

Y aquí interviene un componente del ser que es misterioso y determina tanto lo individual como lo colectivo, y es el componente fáustico: el deseo de retener juventud y belleza, pero sin perder la experiencia de lo vivido (deseo que, no obstante, tropieza con la certeza de la repetición: pesares, errores, horror). Winckelmann escribió: Si hemos de ser exactos, puede decirse que hay un instante en que el hombre bello es bello, un solo instante de belleza y no una continuidad de vida en la belleza, un instante de belleza y luego la belleza estéril: la Muerte.7 Balza dice: el hombre más bello es quien llega desde el lugar más lejano: un refrán de Szmarkand que resulta apenas una vaga metáfora para reflejar cuán remoto es el regreso a que es sometido el personaje.

Dije en voz alta el único pensamiento que alcancé a articular: un refrán traído desde las tierras de Szmarkand: pobre frase para envolver lo que me estaba ocurriendo, cuya sabia vaguedad ofrecía consuelo en sus simples términos: debía ser bello cuanto sucedía; debía ser remoto mi lugar de procedencia: este mismo cuerpo dejado cuarenta años atrás.

El hombre llega al reino y el reino es, a la vez, origen y final: todo símbolo del pasado, aun de ese que se reconquista participando de la metáfora de lo visible en invisible, es la Muerte. Varios estadios de la consciencia se penetran, se entrecruzan, se enriquecen y ofrecen entonces la exacta visión del abismo.

En realidad, todas las interpretaciones suelen ser incompletas, y las relaciones que se establezcan en base a ellas serán siempre arbitrarias. Si el regreso al origen es la historia única del ingreso a la Muerte, y, de allí, a otro nacimiento, es lícito pensar que el Tiempo es sólo un presupuesto existencial manipulable: una teleología. Podemos decir que el Tiempo nos explica íntegramente la vida. Su sentido es otorgar humanidad a cada hombre y hacer que cada cosa, por el hecho de su limitación, cobre una realidad que le sea propia. El fenómeno es vasto y complejo. Una de las maneras de abordarlo es la reflexión: teológica, cosmológica o filosófica. La otra, la más completa, es la escritura, secreto elixir de toda eternidad.

***

EL OSARIO DE DIOS: MEMORIA Y ETERNIDAD

La felicidad más pura es la que se ha perdido. Es posible que, para ser, toda felicidad tenga antes
que perderse.
Jean Lescure

La primera y principal de las formas de supervivencia es la pura y simple memoria. José Ferrater Mora

De la desintegración formal a la reintegración del Tiempo

Es posible que no sea ortodoxo el concepto de novela aplicado a El Osario de Dios, de Armas Alfonzo. Si tomamos como referencia el concepto de un teórico como David Lodge (The novelist at crossroad): La novela es una estructura compleja que se caracteriza, en primer lugar, por ser una cadena de sucesos entrelazados, unidos por un discurso convincente y por aquella materia de la vida que, transcrita como discurso, asume para el autor el carácter de interconexión, podemos asumir que dicha obra no solamente es una novela, sino tal vez la primera novela de forma fragmentaria que se ha producido en la literatura venezolana.

Es difícil enumerar los elementos que crearon la consciencia de la novela moderna, pero por lo menos hay dos que afectaron esencialmente el concepto tradicional: uno es la apertura hacia la captación global de la naturaleza estallada, y el otro es la concomitancia entre el arte y las formas filosóficas y científicas que provocaron la ruptura del universo newtoniano. Ambos factores transformaron radicalmente todas las formas artísticas. A medida que los absolutos comenzaron a ser cuestionados, el arte perdió su cualidad monolítica y homogénea: estalló y exhibió bases ontológicas y epistemológicas incongruentes, destinadas a crear nuevos géneros-sin-género. De todas maneras, el concepto de novela nunca ha sido muy exacto.

Un crítico respetable como Domingo Miliani considera El Osario de Dios como un conjunto de cuentos cortos, y llama a Armas Alfonzo maestro venezolano del género. Pero si nos remitimos a la novela como forma de creación de un espacio geográfico homogéneo, donde se juega a lo ambiguo y atemporal, así como a la idea de la novela como saga épica y trágica, estructurada a la manera de un fresco gigantesco o de un álbum familiar, para acercarnos a la ordenación del caos, tenemos allí una proposición que el autor ejecuta como una necesidad vital, y cuya consistencia sirve de soporte al espacio y las acciones de una realidad cosmogónica colectiva: una novela.

En este universo, el Tiempo hace al espacio y lo determina. No el Tiempo cuantificable por vías usuales, sino el Tiempo mítico que Mircea Eliade identifica con la memoria colectiva. Tiempo considerado en su pureza original, enriquecido para ofrecer al Yo la idea de duración. Esta es asumida como el progreso continuo del pasado que avanza, dejando sentir su influencia: el pasado que crece acumulativamente y se solidifica. Susceptible de ser desvelado por la rememoración. El pasado que se convierte en algo más que el sencillo antecedente del presente: es su fuente. Remontándolo, el autor no trata de situar los acontecimientos en un marco temporal reconocible, sino de alcanzar el fondo del ser, descubrir lo originario, la realidad raigal de la que ha surgido el cosmos y que le permitirá comprender el devenir.

Por lo demás, Armas Alfonzo hace uso del privilegio que le permite romper la sucesividad. Consciente de que sólo en el olvido está la Muerte del ser, redimensiona la Muerte para vivir con plena eternidad en la memoria recobrada: recrea los sucesos históricos y personales y las particulares transfiguraciones para recuperar un Paraíso que es eterno. A la manera de Plotino, hace de la eternidad la vida de la estirpe: la permanencia del UNO en el OTRO. El relata historias de una manera antigua, sencilla, sincera y clara: es un narrador profesional: un aeda que reúne en torno a sí a un público y ese público confía en su palabra como posibilidad de reconstruir la vida. En este sentido, el presente eterno, que es su marca estilística, corresponde a este modo de narrar: los episodios son sintetizados, alcanzan la simplicidad primigenia, no soportan una gran carga temática. Los personajes son apenas esbozados (pero poseen un nombre: un emblema familiar) y el lenguaje es directo y cotidiano, con referencias muy concretas al paisaje, a la fauna, a la flora, a los toponímicos: a la magia fonética del habla regional, lo que da al narrador la autoridad indispensable para provocar la abolición del Tiempo, a la vez que crear el espacio y transmitirlo como memoria colectiva, y, por lo tanto, resguardable.

La recuperación del origen

A través de todos los seres pasa el espacio único espacio interior del mundo. En silencio los pájaros vuelan a través de nosotros. Y yo que quiero crecer yo miro hacia afuera y es en mí que el árbol crece. Rainer María Rilke

Ninguna vuelta al origen es paradisíaca, porque todos los verdaderos Paraísos son Paraísos Perdidos, dice Proust. En todo caso, la rememoración se plantea como una forma de sobrevivencia por recuperación del ser original y esencial del hombre-entidad colectiva. Ese es el caso de un libro como El Osario de Dios, donde el autor, por medio de una serie de relatos concatenados, homogeneizados por un tema común: la épica y la cotidianeidad de la región del Unare, logra consolidar un universo anterior a este Tiempo, un universo que, por carecer de una temporalidad precisa y reconocible, adquiere matices míticos y resonancias colectivas.

El pasado, así desvelado, es mucho más que el antecedente de lo presente: es su fuente. Remontando en la memoria, el autor no trata de situar los acontecimientos dentro de un marco específico y cuantificable: al abolir ese marco, él llega al fondo del asunto: al origen: a la realidad primordial de la que ha surgido el cosmos. ¿No es también esta abolición del Tiempo una forma de consagrarlo en acto único y potente: acto audazmente aprehendido en su dimensión desgarrada y efímera, representación de una metafísica del instante? Se podría decir, sin embargo, que en esa condición lo abierto tiende hacia la absoluta certidumbre: todos los rostros y lugares son reconocibles: espejos de una realidad rememorada y, por eso, iluminada mágicamente. De esta manera se restituye, desde una instancia puntual, la extensión de la esencia. El escritor es dios padre y creador del mundo: todopoderoso y omnipresente, justo y misericordioso, pero revestido de la efimeridad y fragilidad de su condición humana y, justo por eso, más potente metafísicamente hablando, más capaz de alcanzarnos a todos, y es por ello que su vida, su Muerte: su ciclo vital, nos pertenecen de manera tan íntima, dolorosa e insufrible.

Podemos preguntarnos: ¿qué pasa cuando, alejándonos cada vez más de la noción regular del Tiempo creamos un espacio en el vacío de las horas, en ese lapso de la caída de la arena del reloj? La consciencia busca lo irracional como salida: hay una pureza inmanente en ese gesto. Pero también una gran angustia por lo que ya se ha perdido. Armas Alfonzo crea, al abolir lo temporal, una vía para transformar los significantes habituales y rutinarios. Trata de tomar una mayor consciencia de la vida, buscando en el pasado y en la consciencia de la estirpe, un elixir que lo salve (que nos salve) de la disolución, de la Muerte y del olvido. Para ello, no sólo utiliza las formas de su exterior rememorado, sino que participa de otras formas superiores: es divinidad que invierte el destino, lo representa, lo purifica y hace de sus imágenes los sustitutos de la realidad objetiva. Su ruptura temporal no apunta sólo hacia el vacío, sino hacia una posibilidad más alta: la de convertirse en fuente de la eternidad, no sólo de sí mismo sino la de todo su pueblo, su paisaje, su designio familiar. Esa consciencia es más ambiciosa: él se introduce en ella, como Rilke, por medio de coordenadas independientes del Tiempo, del espacio y de la existencia terrestre. Y su introducción se traduce en estallido y surgimiento de una obra escrita. Tal como escribiera Kafka alguna vez, Armas Alfonzo podría decir: Pero a pesar de todo escribiré, pase lo que pase; es mi lucha por sobrevivir.

Este es el punto esencial. El escritor está ligado a las cosas, está en medio de ellas, y si renuncia actividad representadora y creativa, si se retira aparentemente hacia el fondo de sí mismo, no es para eliminar las humildes y caducas realidades de su historia, sino para hacerlas participar de su interiorización, allí donde pierden su posibilidad mortal, su valor de uso o de intercambio, sus estrechos límites, y trascienden: el Tiempo se abuele y el espacio, creado por el Tiempo y la sensibilidad del escritor, adquiere una dimensión lejana y cercana a la vez: una vez más, es la metamorfosis de lo visible en potencia prodigiosa, iluminado sólo para nosotros.

Blanchot dice que cada hombre está llamado a recomenzar la misión de Noé. Si cada hombre es Noé, entonces él debe ser el refugio donde reciban amparo las especies de lo que existe y lo que existió, para evitar que se extingan. Allí deben permanecer las cosas sangrientas, románticas, terribles. La soledad y el amor. La enfermedad y la ambición. Los espectros amigos o enemigos. Las aves que nutrieron la infancia y ya no están. Las nubes en el cielo. Los días tormentosos y el abismo. El miedo y la dicha. Todo debe conservarse. De un modo extraño, un hombre como Armas Alfonzo toma esas cosas sobre sí, como un fardo, y las sumerge en el esplendor de su palabra para que no desaparezcan radicalmente.

En eso reside su vocación primera: la de ofrecer en esa tarea de salvación su aptitud para perecer, su fragilidad, su caducidad, su don de Muerte, para encontrar la condición de inmortal y eterno que da la transmutación del Tiempo.

El Tiempo como espacio

Ninguna parte es permanecer. Lo que se encierra en el hecho de permanecer, ya está petrificado, dice el Rilke de las Elegías8. Todo muere, y lo más susceptible de morir es el hombre, porque el olvido implica la Muerte más exacta. No sólo en El Osario de Dios sino en toda la obra de Armas Alfonzo (que se puede admitir como una épica y una dramática de la zona oriental venezolana), la necesidad de conjurar el olvido es una constante. El se opone a la transformación de las cosas porque desea hacer más seguras las imágenes que eternizará para el consumo de su estirpe futura. En ese acto corre un riesgo: el de retenerse en el interior de ese universo. El espacio es, entonces, su límite y su traducción. Un espacio ilimitado y esencial: un espacio inaugural, mítico y que, aun perteneciéndole, no le pertenecerá jamás. Ciertamente, esa entrega del escritor a sus fantasmas es audaz: él está ausente de lo presente, se ha unido espiritualmente a su escritura y permanece en un núcleo sin relojes: la eternidad en movimiento planteada por Platón. Una cosa es verlo todo desde afuera, como hace Balza, cuidadoso de los compromisos. Y otra es introducirse en el fenómeno de las metamorfosis y convertirse en sólo palabra.

Los vencimientos de la Muerte

Rilke escribió acerca de las Elegías Duinesas: En realidad, estaba libre desde hacía Tiempo, y lo único que le impedía morir era simplemente que alguna vez, por descuido, había olvidado hacerlo, y que no debía entonces, como los otros, seguir su camino para llegar a la Muerte, sino al contrario, remontarlo hacia atrás. Su acción estaba ya en el afuera, en las cosas convencidas con las que juegan los niños y perecía en ellas.

Todo esto conduce a una consumación del ser individual en aras del ser colectivo. Sobrevivir es, de nuevo, vencer la acción disolutoria del Tiempo. Si en Percusión un protagonista innominado vence el Tiempo alejándose de su transcurso y su posibilidad de degeneración, en El Osario de Dios muchos protagonistas identificados con sus nombres propios perpetúan la historia colectiva, escapan de la Muerte, aun muriendo en el texto.

Los planteamientos, los enfoques, son distintos. También lo son las características éticas y estéticas de quienes los crean. Pero hay algo que los emparenta con una fuerza indefectible: el deseo de vencer la Muerte, la vida limitada de la Muerte. Ambos son hombres emancipados de la Muerte. Para ellos morir no es ya morir, sino transformarse en palabras que consagran la eternidad de instantes felices o desdichados.

No hay que olvidar que este esfuerzo por vencer la Muerte venciendo el transcurso del Tiempo implica una decisión de hacer converger en un punto todos los asuntos interiores y exteriores: la fuerza de lo vivido y de lo que se vivirá. Eso es esencial, porque determina la responsabilidad total de quien lo asume. Gracias a esa doble exigencia, la tensión que se produce impide que se desvanezca la realidad en el imperfecto olvido. El arte tiende un puente hacia lo duradero. Resuena. En él se cruzan todas las coordenadas y es el comienzo infinito, el infinito fin: lugar abierto y cerrado. Posibilidad que sólo al artista incumbe de llenarlo o dejarlo en el vacío para salvarse de la acción del Tiempo.

NOTAS

  1. ELIADE, Mito y Realidad, p. 92-93
  2. BALZA, Percusión
  3. BALZA, Obra citada
  4. BALZA, Obra citada
  5. JESI, Literatura y mito
  6. BALZA, Idem
  7. Citado por Furió Jesi en la Obra Citada.
  8. Elegías del Duino

Sobre la autora

*Publicado en http://siglo20procesosliterariosvenezolanos.blogspot.com

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