literatura venezolana

de hoy y de siempre

El personaje femenino en la narrativa actual latinoamericana

Jun 4, 2022

Laura Antillano

Al titular el texto El personaje femenino en la narrativa actual latinoamericana, nos colocamos en el peligro inminente de incurrir en elementales puerilidades generalizadoras, de manera que, escapándonos por la tangente, hemos decidido seguir el consejo de Umberto Eco en sus “Apuntes para escribir una tesis de grado”, intentando reducir el objeto de estudio en la búsqueda de la concreción y el recato científico. Pero no hay que asustarse, no pretendemos aquí sino organizar algunas reflexiones de carácter abierto acerca de lo que significa nuestra percepción de los personajes femeninos en la escritura de ficción latinoamericana del presente siglo XX, tratando, a grandes saltos históricos y a lo mejor conceptuales también, de definir la diferencia entre la literatura escrita por los hombres y las mujeres, si es que tal existe.

Para ello, quisiéramos tomar como punto de partida algunas ideas expresadas por Helena Araujo en un ensayo publicado en la Revista Eco de Colombia, titulado: “¿Crítica literaria feminista?”, en el cual la escritora se refiere a los personajes femeninos presentes en la narrativa latinoamericana considerada clásica, puntualizando dos conceptos interesantes:

Obras como Facundo y Martín Fierro, luego Don Segundo Sombra, La Vorágine y Doña Bárbara crean un escenario personal de pampas, selvas y refriegas, donde las hembras tienen un papel determinado con respecto a la fantasmática sexual […] y es por desgracia esa imagen de ellas, servil, apocada, rebajada, la que predomina en la literatura femenina de las primeras épocas cuando no se incurre en excesos narcisistas y bovaristas o en estereotipos misóginos.

Para Helena Araujo, las mujeres que aparecen en estas novelas se ven entre los dos polos que señala el esquema judeo-cristiano: la santa y la pecadora, la virgen y la puta, la madre abnegada y la víbora lujuriosa, no hay matices, no hay complejidad. Pero, por otra parte, la ensayista plantea su preocupación acerca de dos escritoras que se identifican con esas imágenes, o que buscan el espejo en la escritura de otros, perdiendo la noción de su verdadera percepción de las realidades descritas. Araujo insiste en una diferencia histórica, en el cambio de la percepción o en el coraje de esa búsqueda:

Para la latinoamericana asumirse en función de la corporeidad siempre es una trasgresión: la liberación de los instintos vitales por la afirmación Teresa de la Parra y María Luisa Bombal intentan, realizan, las primeras dos novelas: Ifigenia y La amortajada, en las cuales la validez del documento literario rebasa la media, “sin embargo, la narradora de La amortajada no va a hablar sino después de haber fallecido, y la de Ifigenia renuncia para siempre a ser libre” (Araujo, 1984).

Otro documento analítico, que nos ha parecido preciso al respecto, es el resultado de la investigación de la escritora mexicana Aralia López en su libro, De la intimidad a la acción. La narrativa de escritoras latinoamericanas y su desarrollo, en el que señala dos perspectivas, en sentidos invertidos, en lo que se refiere a la búsqueda en la escritura de hombres y mujeres. Aralia (1985), luego de incursionar en el contexto general de la latinoamericana de este siglo y partiendo de aseveraciones analíticas de David Viñas y Agustín Cueva, señala que la literatura masculina va “del exterior del accionar y del estar al ser”.

La doctora Aralia López apunta que la narrativa escrita por mujeres, por el contrario: “pone su interés fundamental por el ser, más que por el accionar, o por el estar.” (Ídem). Esto parece indicar un mayor interés por la interiorización: “La preocupación por el entorno social se relega a un segundo plano y en algunos casos prácticamente no existe”. (López, 1985). Este último planteamiento, coincide con lo expresado en Venezuela por Juan Carlos Santaella, en mayo de 1983, en un artículo titulado Cuestión de pudor será:

La democracia venezolana ha marcado verdaderos récords políticos, traducidos en un caótico desordenado desarrollismo, así como también empujó al abismo toda posible transparencia afectiva entre ambos sexos. Las escritoras venezolanas han evadido generalmente esta especie de trágica situación, en medio de apremiantes y actuales problemas. Su respuesta ha estado de parte de una infancia nostálgica, pues fue ése el único lugar que le permitió, como morada casi definitiva, el misógino hombre. (Santaella, 1983).

Esta literatura “intimista” es interpretada como un escape a la realidad, y los personajes femeninos que describe, o se parecen a los modelos de la literatura o se convierten en nebulosos seres atormentados y plañideros, imposibilitados de asumir actos de rebelión que cambien sus vidas. Esta es una verdad a medias, Hanni Ossott, una de nuestras poetisas más interesantes, reflexiona sobre el tema:

La voz femenina carece de esquemas formales. Sugiere en cada nueva instancia. Su medida es el “olfato”. Velada, febril, cálida, carece de velocidad fija […] Enredadera, enlaza y ata, cose, hace junturas […] Grave, dichosa, haciéndose la loca y la frágil, ondula entre resquicios, resquebrajaduras, disensiones. Es una memoria secreta, memoria de tocador, bacinilla y cama […] la voz femenina es oscura y roja, nunca luz sol solar, nunca sistemática, un desorden propicio la configura en medio de lo regular de sus estaciones y sus cambios, un enrarecimiento, una indefinición. Quien la acoge se desconcierta y se enerva. (Citado por Antillano, 1993; 181).

Y, en este afán de centrarnos en el tema, estamos ahora en la literatura latinoamericana escrita por mujeres, en la primera mitad del siglo XX, y en la cual, según los autores citados, hay consenso en señalar que las escritoras, al diseñar sus personajes femeninos o lo hacen siguiendo los modelos preestablecidos o a través de un lenguaje evasivo, lo cual sublima la represión. O, en otros términos, la intimidad, el gran deseo de saber quién se es, las lleva a establecer distancia con el entorno social. Tanto Aralia López como Helena Araujo, señalan, sin embargo, que algo ha ocurrido en relación con esta manera de asumir la literatura y, de hecho, ello trae cambios en las figuras femeninas que vemos aparecer y desaparecer en la narrativa.

Queremos hacer una anotación que se sale de “la línea del discurso”, siempre hemos oído decir que el personaje femenino más audaz de la narrativa de este país, aparece en una novela de Andrés Mariño Palacios titulada: Batalla hacia la aurora (1958), que por falta de reedición se ha convertido en un incunable. Pero, la “María Eugenia Alonso” de Teresa de la Parra piensa, dice y se revela, y con sentido del humor. Tiene una mirada crítica sobre el mundo, es emotiva, sensible aunque fuerte. Pero se enamora de Gabriel Olmedo y se queda sin dote, sueña con Europa, evade, añora, se deja cortejar por César Leal, tiene conciencia de su destino desgraciado, no lucha contra él, personifica lo que será una tendencia en la narrativa latinoamericana de la época en la obra de las más brillantes escritoras. Heroínas lúcidas que sucumben al sacrificio.

El cambio entre las escritoras y su manera de concebir personajes que las reflejan en aquello que es su identidad sexual se produce en paralelo a las transformaciones sociales, políticas y económicas que están dando un vuelco a los esquemas de las relaciones entre hombres y mujeres a finales del siglo. Citando a Helena Araujo nuevamente, recordemos que “(…) tanto el escritor como la escritora han de soportar presiones de una sociedad tecnocrática orientada al consumismo. Y ejercerse en un lenguaje no implica un intercambio comunicativo neutro, sino un proceso de clases y jerarquías”. (1984).

Nos debatimos entre una lengua materna y una lengua social. Entonces debemos reconocer, siguiendo la línea de Aralia López, que los escritores de hoy muestran mayor preocupación por el ser, su afirmación, que por el estar o el accionar. Y las escritoras salen de la insistencia en la búsqueda de la propia identidad para contar circunstancias y situaciones, para expresar el estar y el accionar. Para dar un ejemplo me sitúo en una novela mexicana de reciente aparición: Como agua para chocolate (1990), de Laura Esquivel. El particular tratamiento de la historia es una de las cualidades más interesantes de esta novela.

La autora nomina los capítulos con recetas de cocina y se permite darnos ingredientes e instrucciones en la medida en que desarrollamos una historia de amor, dolor, muerte, guerra, odios y ternuras, en la que cualquier cosa puede suceder. Un tratamiento en tercera persona se ocupa de describirnos a una protagonista con todas las características de la novela romántica, pero el sentido del humor, la audacia de las actitudes del personaje y de quienes lo rodean le da un nuevo carácter. Por otra parte, su autora ha tenido experiencias en el guión cinematográfico, y ello, indudablemente, le brinda a la novela una riqueza en la que los elementos imaginarios y los de la íntima cotidianidad femenina se sumergen simbióticamente en la necesidad de contarnos un mundo exterior ahora más complejo y profundo.

Lo mismo podríamos decir de una novela anterior: El hostigante verano de los dioses (1963), de Fanny Buitrago, de los tiempos del Nadaísmo colombiano. ¿Y qué decir de la hermosísima novela de la nicaragüense Gioconda Belli, La mujer habitada?, en la cual se nos describe a una joven arquitecta que inicia su carrera en un país no identificado pero con todas las características de Latinoamérica, y si bien percibimos su mundo delicado de detalles, esos que llaman “femeninos”, nos vamos introduciendo en la peripecia a través de la cual la joven Lavinia, de origen social holgado, se pone en contacto con un movimiento de liberación que la sensibiliza frente a circunstancias que antes ignoraba. Y finalmente la tenemos como protagonista de una acción de guerrilla en la que sustituye a su amante ya fallecido

Esta novela es el resultado de una combinación de detalles íntimos y el avance de una historia que mantiene en tensión al lector. El resultado, insistimos –la presencia de personajes como Tita en Como agua para chocolate o Lavinia en La mujer habitada– no es un producto del azar, sino la consecuencia de un proceso histórico social. Los antecedentes son los eslabones de la cadena que nos hicieron llegar a esta aproximación a la realidad que hoy abordamos.

Trina Larralde publicó Guataro en 1936. La protagonista, María Antonieta Ladera, es una joven viajada, inteligente, desenvuelta, que regresa a la hacienda de su abuela con el propósito de recordar su infancia y para pasar unas vacaciones. Mujer leída, con reflexiones “psicoanalíticas”, observadora insaciable, atractiva. Progresivamente ve convertirse sus vacaciones en un asunto en el que se debate su destino. El mundo se divide entre sus propias reflexiones de mujer pensante, entre el ser y el devenir, y el enamoramiento de Diego Tovar, un hacendado conservador, que se le acerca desarrollando un cortejo pausado y sigiloso (¡cuídeme Dios del agua mansa!). De desenvuelta, inteligente, independiente, María Antonia pasa a insegura, tímida, temerosa. Finalmente se entrega a los brazos de Diego.

Todos sus instintos de mujer habíanse despertado en la proximidad del hombre deseado, y la corriente vital que corría cálida por sus venas, semiembotaba su cerebro. El porvenir no existía para ella y sólo deseaba sus besos. Su amor le bastaba en ese instante y era incapaz de desear nada. (Guataro, 1982; 305.)

Y, en un diálogo anterior, María Antonia declara a su tío: “(…) me quedo y me casaré con Diego Tovar. Estoy cansada de vivir una existencia sin motivo –continuó calmosa– quiero vivir algo intensamente”. (Guataro, 1982). María Antonia, la cosmopolita, es seducida por la vida bucólica y por la seguridad representada en ese hombre sencillo, aunque profundamente conservador. Sin embargo, no podemos ignorar la complejidad del personaje femenino descrito, una mujer con profundos intereses intelectuales, pero individualista a más no poder.

Esta novela de poca divulgación, dado que ha tenido sólo dos ediciones de 1936 a hoy, es digna de ser tomada en cuenta igual que Tres palabras y una mujer, publicada por Lucila Palacios en 1943 y acerca de la cual señala Carmen Mannarino: “Con audacia para el momento, apoya el conflicto narrativo de la incertidumbre vital sobre el trípode hija-madre-esposa”. (Prólogo de Guataro, 1981).

La misma crítica nos recuerda otro testimonio: “Un año antes de Guataro, Ada Pérez Guevara en Tierra talada insiste en la autonomía de la mujer, fundamentada en la independencia económica, sin profundizar en aspectos internos diferentes a los vulnerables al sentimiento amoroso”. (Prólogo de Guataro, 1981). Trina Larralde muere tempranamente y nos deja su única novela. La obra de Ada Pérez Guevara no es reeditada. Mejor suerte ha tenido Lucila Palacios, seguramente también por influencia de sus incursiones en el periodismo..

Veamos ahora la obra de una cuentista y poetisa de la misma generación de Larralde, se trata de Mercedes Bermúdez de Belloso. Tomemos un cuento suyo incluido en el volumen titulado El candelabro y otros cuentos. Sorprende la sencillez de un estilo despojado de toda retórica. El cuento en cuestión se llama “Mujer ante el espejo”, y se desarrolla en la atmósfera íntima de un tocador en una estación (Pensilvania), la descripción de detalles sumerge al lector en las circunstancias del encuentro azaroso entre dos mujeres, una de menor edad que la otra, una recién llegada a la ciudad tratando de definir el espacio, y la otra aparentemente repitiendo un juego para “mantenerse a flote”.

El juego es, justamente, el juego de la espera, esperar a un hombre que llegará en un tren, un sueño que la haría cumplir su destino pero que, en verdad, conforma su manera de evadir la realidad. El hombre no vendrá, no existe, quizás existió, pero ella lo espera en la misma estación. La otra mujer, la más joven, es empleada en el tocador de damas de ese lugar, tiene expectativas sobre su historia futura en la ciudad, y cuando logra captar esa situación de artificio la otra huye, es decir, abandona esa atmósfera, la posibilidad de verse en ese espejo de la mujer que espera, toma un taxi y “se aleja sola hacia el laberinto de inmensa, monstruosa ciudad”. (Bermúdez, 1988).

En el cuento de Bermúdez la metáfora del relato va hacia nuestra mirada hipotética: la existencia de cambios de actitudes reflejados en personajes femeninos que aparecen en esta narrativa, de Mercedes se presenta, además, la confrontación de dos conductas posibles. Antonieta Madrid forma parte de la generación que intervino en la refriega de los años sesenta, cuentos y novelas de variados temas conforman su obra en los que el trasfondo contextual de aquella época sirve con frecuencia de telón de fondo.

En su cuento Psicodelia (1972), Antonieta, utiliza con atrevimiento un lenguaje desconocido en la temática o en el comportamiento de los personajes que venimos describiendo; la audacia descansa, sin embargo, en el uso de referentes directos relativos generalmente a marcas y a productos, nombres de autores, diseñadores de un contexto contemporáneo muy localizable, y al enfrentarse a la narración de una escena, tal como el acto sexual, asume la voz masculina o la de la tercera persona.

En ese volumen inicial, Reliquias de trapo, encontramos un relato llamado “Sueños”, en el cual la voz narrativa describe la imagen de la abuela. Planteando la dicotomía del no querer ser, es decir, el rechazo a la posibilidad de convertirse en espejo de otra presencia femenina anterior. A la abuela se le teme porque representa un pasado ancestral reprimido, ella es lo que no se quiere ser. En sus últimos libros Antonieta incursiona en nuevos lenguajes, incorpora el código de la fotografía para sumergirnos en los avatares de una familia en cuyo seno ocurre un asesinato, limpia el lenguaje de adjetivación, y con su novela Ojos de pez, comprueba una vez más que ninguna mirada es objetiva.

Iliana Gómez Berbesí forma parte de la generación nacida en los años cincuenta, cuatro volúmenes de cuentos publicados y una novela inédita forman su obra hoy. Siguiendo el hilo histórico quisiéramos revisar los personajes femeninos que aparecen en algunos de sus relatos. Iliana resulta muy urbana y muy contemporánea en cuanto a tratamientos y asuntos que le interesan. “Un día libre” y “E amor” es una cosa esplendorosa, son cuentos en los que, por un lado, se nos describe a una mujer que espera a su amante, quien está casado; hay en el tono un entrecruzamiento de líneas de pensamiento en cuya descripción fluctúan las atmósferas referenciales que anotábamos en “Psicodelia”, de Antonieta. El ritmo del mundo exterior, la intromisión de lo social y lo político-nacional en el mundo de la intimidad y, efectivamente, la descripción de un personaje femenino –distinto en su cobertura, pero con ansiedades parecidas a las de sus predecesoras– que tiene, sin embargo, un asombroso sentido del humor.

En “Un día libre”, habla de dos mujeres, una sola y otra con hijos. Anotamos el párrafo final:

De todos modos, la vida es simple, yo no sé por qué tú te enrollas tanto. Si al menos te pusieras a lavar los pantalones, tenderlos, y saber decir con elegancia estoy cansada. Que tener que estar esperando a que llegue el hombre de tu vida y amanecer siempre lo mismo. No, lo que yo quiero cuando sea vieja es tener un día libre para ir a visitar el cementerio. No por mamá, a ésa la debí matar de puro disgusto. Sino porque, mira, te puedes parar donde tú quieras y escoger la lápida que ninguno te va hacer desprecios, ni tampoco eso de ¿mire, qué hace usted aquí, sin permiso? Y ¿por qué mejor no se pone a trabajar?, etcétera. No me vas a negar que lo mejor de los días libres es pararse encima de los muertos. (Gómez Berbesí).

Este humor sarcástico se afina en su último volumen titulado Extraños viandantes, en cuentos como: “¿Dónde está Casino Royale?”, “No todo se derrumbó dentro de mí”, o “Si hubiera tenido un Moulinex madame Bovary se habría salvado”. Y finalmente el objeto de nuestra incursión está bien delimitado: hemos terminado comentando los personajes femeninos de las escritoras venezolanas de las últimas décadas. Josefina Jordán es otra escritora que ha vivido un proceso de cambios perceptibles con respecto a las imágenes femeninas de un libro a otro. En su primer volumen de cuentos Sol de la calle el sol expresa el punto de vista de una niña y es por tanto el obligatorio recuento nostálgico de la infancia.

Los cuentos de Romance de la mía gente, reúnen otras circunstancias aunque con marcadas huellas del libro anterior (como en Y tal vez llegue un príncipe y La llegada de Jorge Negrete), pero en Panfleto del querer, Josefina se aventura en la invención de personajes femeninos adultos con contradicciones, y sin perder el nexo con los detalles de la intimidad. Fernando Rodríguez es muy acertado al señalarnos con respecto a este libro:

Estos relatos refieren una temprana madurez, marcada por una hora terrible y luminosa de la historia, eso que se ha dado en llamar los años de la lucha armada en Venezuela, esa señalada hipérbole que fusionó, en pocos años, la más mesiánica de las esperanzas, la prueba de fuego vital y un prolongado y amargo caso de la utopía. […] Este libro se inscribe de un modo peculiar en esa tarea necesaria. Es raro, precioso. Lejano de la obsesión testimonial y de la crónica épica, así como del deseo de juzgar políticamente, se dirige a una zona poco explorada, los entramados psicológicos y existenciales que subyacen detrás del estruendo y el furor. (Prólogo de la obra).

Efectivamente, lo más interesante de estos relatos está en el cómo Josefina cuenta, va al accionar y al estar sin olvidar el ser. Cómo vivimos desde la intimidad de los sentimientos y las emociones cada situación. El personaje femenino del relato que da título a todo el volumen tiene vida, la imaginamos menuda, móvil, sentimental, fuerte, racional. Ella trabaja en la clandestinidad, va y viene, tiene los sentimientos normales, deseo del marido a quien casi no ve, miedo de situaciones inesperadas, tensión y frialdad frente a los que sitúa como sus enemigos, en la cárcel o intentando manejar un camión demasiado grande para su estatura, el personaje nos conmueve.

La escritora utiliza diversos recursos literarios en el relato, incorpora el texto de “papelitos”, los mensajes, como claves de fragmentos, usa primera y tercera persona, el diálogo, la trama psicológica, los saltos de tiempo. Tenemos frente a nosotros un personaje complejo, veraz, creíble, una mujer de hoy, del ahora latinoamericano. En los primeros libros de Jordán vimos esa “infancia nostálgica” de la que hablaba Juan Carlos Santaella (1983) en su artículo, pero vemos también hoy la traducción de un orden social, la inserción en un contexto nacional y latinoamericano, vivencial, adulto, complejo, negarlo es no querer leer.

Referencias

Araujo, Helena (1984) “¿Crítica literaria feminista?”. Revista ECO, N°- 270, (Abril) 598-606.

Belli, Gioconda (1989). La mujer habitada. Editorial Diana S.A. México.

Bermúdez de Belloso, Mercedes (1988). El candelabro y otros cuentos. Edición Comisión Presidencial por el Natalicio del General Rafael Urdaneta, Maracaibo

Esquivel, Laura (1990). Como agua para chocolate, México: Planeta.

Gómez Berbesí, Iliana (1982). Secuencias de un hilo perdido. Cumaná: Universidad de Oriente.

____________(1981). Confidencias del cartabón, Caracas: Fundarte

____________ (1990). Extraños viandantes. Caracas: Fundarte.

Jordán, Josefina (1990). Panfleto del querer, Caracas: Fondo Editorial Orlando Araujo, Federación de Asociaciones de Escritores de Venezuela.

____________ (s.f). El sol de la calle El sol. Caracas: Centro de Estudios Literarios Rómulo Gallegos.

Larralde, Trina (1981). Guataro. Los Teques: Biblioteca de Autores mirandinos

López González, Aralia (1985). De la intimidad a la acción. La narrativa de Escritoras latinoamericanas y su desarrollo. México: Cuaderno Universitarios, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa

Madrid, Antonieta (1972). Reliquias de trapo. Caracas: Monte Ávila Editores.

____________ (1990). Ojo de Pez. Caracas: Planeta.

Santaella, Juan Carlos (1983). “Cuestión de pudor será”. Papel Literario. Diario El Nacional, mayo.

Sobre la autora

*Publicado originalmente en 1993.Varios autores. Diosas, musas y mujeres. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana.

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