literatura venezolana

de hoy y de siempre

El motivo del petróleo en la novela venezolana

Jul 4, 2022

José Amador Rojas Saavedra

Introducción 

Aceite de roca, azeite de petrolio, alquitrán, asfalto, betumen, betún, chapote, chachapote, chapatote, chapapote [del náhuatl chapopotli, corrupción de tzaucpopochtli, Dios de los senderos, compuesto de tzacutli (engrudo) y popochtli (perfume)], pez, brea, pichi, galipote, estercus demonis, excremento del demonio, estiércol del diablo, mierda del diablo, lacus asfaltibus, malta, mene, mumiya, nafta, naphtha, neft, oro líquido, oro negro, petróleo dorado, petróleo-arma, petróleo-símbolo, petro-oil, petro-oleum, pisafalto, pixmontana, crudo o simplemente petróleo, son nombres que, desde la antigüedad, el hombre ha utilizado para hacer mención de este mineral. Nombres que, para decirlo en palabras de Julia Elena Rial, tienen la capacidad de ser ópticamente activos y anuncian la policromía discursiva que, desde los diferentes ejes, convierten al petróleo en un denso conglomerado literario (Rial, 2002, p. 11).

Petróleo-símbolo. Petróleo-ideología, que asume el carácter de pretexto, de valor, de reivindicación o de esperanza. Petróleo dispar que es, según el caso y dependiendo de quién lo ve: soberanía y libertad, opresión y sojuzgamiento, entrega y traición, nacionalismo o imperialismo. Petróleo-símbolo que mueve las voluntades de los gobernantes, las estrategias de las compañías y las esperanzas de un pueblo que cree en una vida mejor y en un país más posible‖. (Viloria Vera, 1997, p. 36).

Viloria Vera destaca que el petróleo es:

Expresión de lo inasible e intangible, de lo recóndito y poco conocido. Hace aflorar las profundidades de un ser colectivo y personal para afirmar una pertenencia, un carnet de identidad, una carta de ciudadanía, una forma de sentir, de ser y de pensar, de anclarse en el mundo, de entenderse a sí mismo y a los demás. Petróleo identificador y vivificador de una sociedad que llegó tarde a encontrarse consigo misma, es decir, con su tiempo y su circunstancia. Barril que modificó una historia signada por el anonimato y el desconocimiento, por la ausencia de presencias y por el poder decapitador de la pregunta ¿Qué produce? ¿Qué la distingue? ¿Dónde queda? Petróleo que ayudó a la inserción de Venezuela en su ahora y en su aquí, en su tiempo y en su espacio.

Barril que traslada al país de mapas inconsultos y apolillados a salones de arte que sí son capaces de ubicar e identificar, de diferenciar y constatar una presencia, una identidad, una idiosincrasia‖ (Viloria Vera, 1997, pp. 55-56).

Para algunos narradores venezolanos, el petróleo  es visto  como  arma, usado  ―como instrumento para reivindicaciones y como mecanismo para las venganzas. Arma inocente en las manos de quienes alimentan el deseo insano y las ansias de exterminio. Fuente negra de tensiones y enfrentamientos, de embargos y de conflictos‖ (Viloria Vera, 1997, pp. 18- 19). Oro negro, factor silente e inofensivo que reconforta la mirada y aviva los espíritus, fuente de progreso y de vida, instrumento para el entendimiento profundo de los hombres. El petróleo forma parte fundamental de nuestras vidas, de nuestro acontecer diario, de nuestra cotidianeidad. Para unos es un elemento demoníaco y despreciable; para otros, un motivo de lo sublime, de lo excelso.

Un aspecto relevante es que el petróleo, se convirtió —en pequeña medida— en motivo para algunos escritores y críticos literarios venezolanos del siglo XX y parte del XXI, entendiendo en este caso la propuesta de Kayser (1961) que destaca que ―el motivo es una situación típica que se repite; llena, por tanto, el significado humano‖ (p. 77).

Este texto reflexiona sobre el motivo histórico del petróleo, en el proceso de transformación de una sociedad rural a una sociedad urbana petrolera. Es un tema recurrente, tiene una fuerte constitución social, relevancia y cierta autonomía como objeto de estudio.

La narrativa hispanoamericana se ha alimentado principalmente de los conflictos políticos, económicos, culturales y sociales que afectan a sus habitantes. Los escritores se han expresado —y seguramente lo seguirán haciendo— ya sea, de forma directa o indirecta, a través de personajes cultos y populares, de sujetos oprimidos y opresores, y en ocasiones, mediante testimonios, muestra de realidades, visiones, sueños, pesadillas o alegorías, su correspondencia con la problemática real de los pueblos, buscando por encima de todo, una literatura que exprese con fidelidad al hombre latinoamericano y su modo de vida, su lenguaje, costumbres y tradiciones, tristezas y alegrías, preocupaciones y sufrimientos.

Entre muchos aspectos, la literatura latinoamericana manifiesta y denuncia la lucha social, las injusticias y el abuso de poder. En nuestro continente existen varias novelas que tratan en diferentes magnitudes estos temas. Ramos-Harthun en el texto La novela de las trasnacionales: hacia una nueva clasificación (2001) realiza un ordenamiento de lo que ella denomina la novela social. Hace énfasis en que, dentro de la novela social, se puede observar el tema de las compañías trasnacionales y los abusos del capitalismo. A pesar de esta clasificación, la autora afirma que no existe una sola novela que pueda, con derecho, situarse o ubicarse dentro de una categoría específica. Todas tienen algo de las otras, lo cual se observa con la existencia de las diversas tendencias, clasificaciones o terminologías derivadas de la novela social que se relacionan, unas más que otras, con el tema de las trasnacionales.

Según la clasificación de Ramos-Harthun, en la novela social se incluye la novela indigenista, de las gaucherías, la proletaria, de la tierra, la agraria, de la selva y la novela de la revolución (mexicana). También encontramos la novela antiimperialista (o antiyanqui) y la que asume temas de las trasnacionales como la novela de la mina, la bananera y diferentes obras cuyo contenido depende de la actividad del recurso de explotación como es el caso de la novela del caucho, el azúcar, el café, el cacao, y por supuesto, la novela del petróleo (Ramos-Harthun, 2001, p. 4).

Se establece como novela petrolera aquella obra literaria cuya narratividad está ligada directamente al motivo del petróleo. Una obra cuya trama está imbricada en los ambientes petroleros venezolanos. Para considerársele novela petrolera debe existir la presencia del motivo petrolero, el hidrocarburo debe ser el promotor y gestor de toda la problemática a desarrollarse en el texto.

Durante el siglo XX y parte del XXI, Venezuela ha sido identificada por su principal producto de exportación: el petróleo. Aunque el impacto económico, político y social que causó el oro negro captó la atención de decenas de académicos en este país y en el resto del mundo, todavía no se ha analizado en profundidad la huella del hidrocarburo sobre la generación de individuos que formaron parte de esta industria, y cómo su participación en dicho proceso afectó su visión sobre los conceptos de cultura, costumbres, la construcción de ciudadanía y el lenguaje del venezolano, generadas a raíz de la implantación, crecimiento y auge de la industria petrolera.

En el siglo XX, la cultura petrolera permitió modificar las viejas normas sociales y culturales, y a la vez intentó implantar un nuevo modelo de ciudadanía y participación social. El fenómeno de la explotación petrolera se convirtió en un factor determinante en las transformaciones de la vida venezolana, tanto en el ámbito de la economía o la política, como también en la sociedad y la cultura; en las formas tradicionales de vivir, pensar, sentir y actuar.

El mene —como alguna vez se le llamó— es sin duda un elemento socio-histórico que ha modificado —y seguirá alterando— estilos de vida y sistema de valores no exclusivamente de Venezuela, pues también otros países han sido bendecidos por la existencia de este mineral en sus entrañas. Este suceso se ha convertido en fuente de inspiración, motivo literario, y en ocasiones, simple alegoría de una pequeña parte de la narrativa.

La literatura venezolana con motivo petrolero, ha caído en un juego maniqueo, en calificaciones y descalificaciones. El tema ha sido colocado en una balanza, donde el aspecto negativo que trajo la industria petrolera al pueblo, se inclina a su favor. Nuestra narrativa que recoge el motivo del petróleo fue escrita desde una posición crítica, de alerta y cuestionamiento a la realidad nacional. Los intelectuales de la Venezuela que surgía impulsada por el oro negro, desarrollaron la perspectiva de una conciencia desgarradora sobre la realidad, con un afán pedagógico, utilizando a la literatura como un vehículo de denuncia. Erigieron una obra que apeló al nacionalismo del lector al denunciar los atropellos de los que eran objeto los venezolanos por parte de grupos de personas extranjeras en representación de las Compañías, contaron las perversidades del petróleo, pues ―una de  las constantes en la  literatura es la  concepción del petróleo  como  elemento aniquilador de la naturaleza, anulador de la tierra. La tierra se presenta como una gran madre generosa, que ante el aluvión del mineral, deja de darnos sus frutos y sucumbe ante las máquinas del petróleo‖ (Arenas, 1999, p. 33).

Las obras literarias venezolanas que tienen como motivo el petróleo, exaltan la agresión a la madre tierra, a nuestros primeros pobladores campesinos, a sus costumbres y modo de vida. Puede observarse nítidamente que el crudo irrumpió en medio de la existencia de una nación atrasada, ignorante, pobre y débil, y desarticuló la forma tradicional de vida de los venezolanos. Según Arenas:

Tenemos claro que estamos tratando con literatura y ésta es ficción obviamente, pero si tenemos en cuenta que este tipo de obras centraron su preocupación en el testimonio, en documentar una realidad que despertaba angustias, no nos queda menos que conceder una buena dosis de verdad al propósito de colocar afuera de lo existente (el paisaje, los nativos, etc.) todo lo que tuviera que ver con el hidrocarburo. Por ese camino, la incomprensión y la ignorancia, se glorifican literariamente‖ (Arenas, 1999, p. 31).

Algunos escritores han narrado los efectos de una actividad que ha producido espejismos y desarraigos, y como lo ha señalado la crítica literaria, el oro negro es un maná que nos ha corrompido y envilecido pero, sobre todo, nos ha separado, creando grandes distancias entre los que han podido y sabido disfrutar de sus ventajas, y aquellos otros, que solo han ido a engrosar los cinturones de pobreza y miseria cerca de las principales ciudades o que aún permanecen olvidados en muchos de nuestros campos.

La matriz cognitiva que el liderazgo venezolano fraguó en torno al hecho petrolero da para mucho más: no solo contribuyó a modelar una conciencia nacionalista sino que — paradójicamente—  nos distanció  del petróleo  ―al  sancionarlo  como  elemento  perturbador del orden y anulador de una Venezuela inocente, buena, ineluctablemente triturada en las fauces del monstruo  mineral‖ (Arenas, 1999, p. 5).  Arenas destaca que ―no  se han hecho investigaciones sobre la imagen que el venezolano se hizo del petróleo a partir de aquella matriz, es posible aventurarnos a afirmar que la misma coadyuvó a conformar una identidad negativa en el venezolano con respecto a ese recurso productivo‖ (1999, p. 6).

La fuerza de la representatividad del motivo petrolero en la novela venezolana es de suma importancia. La brea milenaria es un monumento, ocupa un lugar privilegiado y fundamental en la economía nacional, es un motivo gravitante sobre toda la vida económica, cultural, social y política venezolana. El petróleo es demasiado importante para los venezolanos. Para nosotros, el oro negro lo representa todo —es nuestra bendición pero al mismo tiempo nuestra maldición— porque no hemos logrado diversificar nuestra economía, y menos aún, «sembrar el petróleo», como lo propuso Uslar Pietri en el editorial que salió publicado en el Diario Ahora el 14 de julio de 1936.

Novela del petróleo: ¿una narrativa inexistente?

Críticos y analistas señalan que la novela del petróleo en Venezuela es inexistente. Ejemplo de ello lo encontramos en la introducción que hace Carrera al libro La novela del petróleo en Venezuela, ganador del premio municipal de literatura (mención prosa) correspondiente al año 1971, y quien manifiesta:

Este libro versa sobre una novela que no existe. Y no hay en ello ninguna hipérbole. No se da en Venezuela una novelística del petróleo, como por ejemplo, está presente en el ámbito hispanoamericano una novelística de la revolución mexicana, o siquiera con la condición irregular con que sí hay una novela venezolana de la dictadura gomecista‖ (Carrera, 2005, p. 27).

La del petróleo es una cultura que alcanza áreas de dimensiones que varían de una región a otra, de una clase social a otra, de una persona a otra. ―Un estilo de vida definido por rasgos particulares, nacido en un contexto bien definido: la explotación de la riqueza petrolera nacional por empresas monopolistas extranjeras‖ (Quintero, 1968, p. 21). Y por supuesto, con mucha dificultad y precariamente, la literatura se ha hecho eco de esta problemática. Al respecto Quintero reflexiona lo siguiente:

―Mucho se ha escrito y se escribe sobre el petróleo y sus influencias en la vida del país. Pero fundamentalmente sobre los aspectos económicos del fenómeno. Incluyendo la de los especialistas, la bibliografía sobre la materia, valiosa en otros sentidos, acusa la deficiencia de ignorar o subestimar los aspectos culturales del mismo, de particular importancia como factor de cambio de la manera de vivir los venezolanos durante los últimos cincuenta años‖ (Quintero, 1968, p. 15).

Es la misma preocupación que manifiesta Núñez al destacar la ausencia de una narrativa en la que el centro de reflexión sea el tema petrolero:

En el país del petróleo se habla con vaguedad del petróleo. Hay escasa información acerca del petróleo, fuera de los datos oficiales, las estadísticas o los lacónicos comunicados de las Compañías. Si se toma el petróleo como punto de referencia, se apreciará la falta de información existente acerca de todo lo demás‖ (Núñez, 1987, p. 198).

Observaciones con las que coincide el crítico venezolano Campos, quien ha mostrado una profunda preocupación sobre la escasez de estudios referidos al tema. En el libro Las novedades del  petróleo  (1994,  pp.  9-10) señala:  ―podría  decirse  que  el tema  petrolero  es encarado a regañadientes, perezosamente‖, y agrega:

Quienes  escriben  la  saga  del  petróleo  (…)  son  seres  ausentes,  casi  diríamos  que consignan contra su voluntad. Pocos, poquísimos escritores de oficio y vocación y muchos autores de un solo cuento. Es obvia la notable indiferencia mostrada por la literatura de ficción y creación en general ante el asunto petrolero‖ (Campos, 1994, p. 8).

Arenas en el libro Las visiones del petróleo 1940-1976 hace énfasis en que:

La explotación del petróleo ha sido el hecho económico más importante de Venezuela durante el presente siglo. No es posible conseguir ningún análisis serio con respecto al desarrollo económico, social y político venezolano que pueda permitirse ignorar este acontecimiento‖ (Arenas, 1999, p. 5).

Arenas (1999) destaca que ―no ha habido en Venezuela, para el caso de la novela, una producción que permita hablar de una novelística petrolera en el país‖ (p. 29). El tema es tratado en algunas novelas de modo indirecto, y en otras logra constituir el aspecto central:

Tomando  en  cuenta  que  la  novela  es  uno  de  los  géneros  más  importantes  de  la literatura, nos atrevemos a hacer extensiva esta ausencia de la novela petrolera hacia la literatura en general, pues tampoco existe una cuentística del petróleo y menos aún, una poética del petróleo‖ (Arenas, 1999, p. 30).

Britto García, en su página dominical titulada Pare de Sufrir, publicada en el diario Últimas Noticias analiza en profundidad la ausencia en Venezuela de una literatura del petróleo:

¿Por  qué  los  venezolanos  deberíamos  escribir  sobre  el  petróleo?  preguntó  en  una ocasión Oswaldo Trejo. ¿Acaso los irlandeses tienen que escribir la novela del bacalao y los escoceses la del whisky? Pero los ingleses dedicaron toda una literatura a la expansión marítima, los estadounidenses, laboriosas sagas a la conquista capitalista del Oeste y los franceses copiosas epopeyas al desarrollo de su burguesía. No hay gran potencia que no exprese en su narrativa los procesos económicos, sociales y políticos que la constituyen. Venezuela ha estado a punto de culminar la paradoja perfecta de un país petrolero sin literatura sobre el petróleo‖ (Britto García, 2002, p. 54).

¿Por qué los venezolanos reclamamos la novela del petróleo? Acaso los japoneses exigen la novela de la Toyota; y, como dice Britto García, los irlandeses la novela del bacalao y los escoceses la del whisky. En nuestro país, la renta petrolera ha oscilado — aproximadamente— entre un 41% y 96% de la economía nacional. La presencia del petróleo en nuestra sociedad es demasiado importante como para pensar que el tema de la renta petrolera y su papel fundamental en la sociedad venezolana pasa desapercibido. ¿Por qué no reclamamos a los noruegos, a los ingleses, los colombianos, ecuatorianos o los habitantes de Katar (Qatar) o Arabia Saudí una novela petrolera? Sencillamente porque para ellos, la cultura petrolera está relegada a un segundo plano. Para ellos, el petróleo no ha formado su imaginario de país, no han forjado sus instituciones sustentadas en la renta petrolera como el caso nuestro. Son culturas con grandes trayectorias económicas y menos apego a un monoproducto. Para ellos, el petróleo es una cosa marginal, secundaria. En dichos países no hay partidos,  ni sociedades,  ni grupos,  ni sindicatos,  ni escuelas, ni hospitales, ni universidades que viven exclusivamente del petróleo. Contrariamente para los venezolanos, la renta petrolera ha llegado a ocupar un porcentaje muy alto en la economía del país. En Venezuela nos hemos desarrollado gracias al petróleo.

Quintero (1968), Núñez (1987), Campos (1994), Arenas (1999), Carrera (1971, 2005), Britto García (2002) destacan que en nuestra literatura, el tema petrolero se ha convertido en el innombrable. La conspiración de silencio de nuestros literatos contra los hidrocarburos data desde 1922. El reventón aceitero generó ingresos que tendrían peso decisivo en el presupuesto nacional. A través de él, se determinó la política, la economía, la sociedad y la cultura. Britto García señala que ―en Venezuela todo huele a petróleo, salvo la literatura. Quizás se cuenten con los dedos de las manos las novelas en que el oro negro es algo más que mención pasajera‖ (2002, p. 54). Y Campos (2005, p. 6) agrega que el tema del petróleo ―ha sido encarado a regañadientes y a ratos con desdén, se le ha construido una identidad donde hay mucha economía, poca sociología y una literatura más bien raquítica‖.

Es el silencio de los culpables. Habría que preguntarse ¿cuál es la razón de la inexistencia de una novela petrolera, mientras el país flota sobre un mar de hidrocarburos? Si el petróleo incidió —y aún influye— en la conducta, pensamiento y acción de los venezolanos, en nuestra psiquis y pasión vital, ¿por qué existe una carencia evidente en cuanto a estudios e investigaciones que, tomando en cuenta la literatura, aborden la cultura y el lenguaje de los venezolanos novelizados, ante la presencia del petróleo en su vida cotidiana?

¿Por qué si el oro negro es la base que sustenta la economía venezolana, hay un vacío tan profundo en la narrativa? Si existe la certeza de que se debe dar a conocer el tema, para así crear memorias futuras sobre este mineral lleno de complejidad económica, social y cultural, que nos mueve y conmueve; ¿por qué no se editan novelas, cuentos, poemas, ensayos, canciones, obras de teatro, pintura, escultura, arte y literatura en general, cuyo centro de reflexión sea el petróleo venezolano? ¿Por qué los investigadores, críticos y estudiosos de la literatura, la cultura y el lenguaje, obvian o soslayan el tema derivado de la presencia del petróleo en la narrativa venezolana? ¿Por qué se ha dejado a un lado o no se han realizado estudios profundos sobre el lenguaje, el discurso, el léxico y la cultura presente en la narrativa y poesía petrolera, sabiendo que estos textos están pródigamente empapados de expresiones particulares especialmente extranjeras, y resalta en ellos una maravillosa mezcla de gentes, razas, etnias y costumbres, especialmente de la cultura venezolana?

A  decir  de  Britto  García  (2002),  en  el  caso  venezolano,  ―el  oro  negro  financia numerosos industriales que no producen, sino que importan lujos para que unos pocos finjan estilos de vida que nada tienen que ver con el país‖ (p. 54). De igual manera, el oro negro costea a ciertos intelectuales que en lugar de crear, reflexionar e interesarse por este tema de índole nacional, importan modas culturales para consumo exquisito de minorías que simulan disociarse de nuestra realidad. También financia el populismo, que es la tajada de los más pobres para que no pase nada. Y Campos agrega:

El petróleo no era tema aristocrático para el escritor artístico y quienes lo retomaron, no lo hicieron por necesidad creadora ni expresiva, sino por urgencias políticas; ni siquiera la tradición desmayada de un cierto positivismo sociológico alcanzó a solazarse en lo que ha podido ser un festín de proposiciones. Todavía hoy poco se sabe en Venezuela acerca de esa industria. Los intelectuales demuestran escaso interés por ella. Prefieren apartar los ojos de tales materias. En el país del petróleo se habla con vaguedad del petróleo‖ (Campos, 1994, p. 17).

En ningún momento he querido descalificar los escasos pero valiosos trabajos existentes sobre el tema, tampoco he querido marcar la ausencia total de una narrativa. Este es un tema que merece nuevas y exhaustivas investigaciones.

Novela del petróleo en gotas 

Con el correr de los años la literatura y el arte del petróleo han permanecido como un reservorio del cual se han hecho pocos estudios. Revisarlos hoy día —como lo manifiesta Rial (2002)— significa abrir las compuertas con diferentes combinaciones, revertir la tendencia al archivo de lo pasado por caduco, para abordar una obra que hoy nos proporciona nuevas fuentes de conocimiento, a partir de la revalorización de un patrimonio literario tanto nacional como latinoamericano1, que aún ofrece mucho por explorar.

En el texto La novela del petróleo en Venezuela (1972, 2005), Carrera realiza un balance de 52 años (desde 1909, momento en el que se publica Lilia hasta 1961, año de publicación de Oficina Nº 1), que le permite tener el siguiente resultado:

Más  de  medio  siglo  de  evolución  del  tema  petrolero  en  novelas  y  obras  de  tipo novelesco; siete novelas que pueden considerarse precursoras en el tratamiento del asunto; cinco que tocan el tema en mayor o menor grado; siete de carácter petrolero propiamente dicho, de las cuales solo cinco pueden considerarse como novelas del petróleo: Mancha de aceite, Mene, Guachimanes, Casandra y Oficina Nº 1, fragmento de novela una: Remolino, y esbozo de novela otra: Campo sur. Como se observa, en cuanto a producción novelística petrolera especial el cómputo es pobre, por no decir desolador. En cambio en cuanto al camino recorrido por el tema hasta la actualidad, en relación a la evolución de la gigantesca industria petrolera y a la propia historia del país, el proceso es rico en elementos significativos y aleccionadores‖ (Carrera, 2005, p. 109).

No es abundante la novela petrolera dice Carrera, sin duda escribirla significaría una ardua tarea. Siguiendo las observaciones de críticos venezolanos como Quintero (1968), Núñez (1987), Campos (1994), Arenas (1999), Carrera (1971, 2005) y Britto García (2002), en nuestra narrativa el petróleo es apenas salpicadura en obras literarias dedicadas a otros temas.

Concuerdo  una  vez  más  con  Arenas  (1999)  cuando  afirma  que  ―en  materia  de petróleo es posible constatar una gran ausencia: siendo un país petrolero, en Venezuela poco se ha escrito sobre el petróleo y es insignificante lo que los venezolanos en general sabemos sobre nuestra principal fuente de sostenimiento‖ (p. 5). Sin embargo, Rial contradice esta afirmación, pues destaca que:

Sí existe una narrativa donde convive el intrincado mundo de las corporaciones con diferentes discursos, con espacios y tendencias ideológicas y heterogéneas, que enriquecen el haber cultural y conforman todos ellos un polivalente relato literario del petróleo. Cuentos, ensayos, poemas, leyendas, novelas, dramas, guiones cinematográficos, obras de arte y menes digitales, en los cuales la ficción adquiere mayor realismo que la realidad conocida y donde el creador se enfrenta a un tema totalmente disponible desde el subsuelo del mundo, cuyos personajes se sitúan en un tiempo y espacio históricamente bien determinados‖ (Rial, 2002, p. 41).

Sin duda alguna, la crítica literaria no discute la presencia del motivo petrolero en la literatura venezolana. Estoy plenamente de acuerdo con Rial cuando señala que sí existe — aunque escasa— una narrativa petrolera, lo que la crítica reclama es la poca existencia de obras con motivo petrolero en un país que ha hecho de la renta petrolera su primordial fuente de sostenimiento económico. El petróleo nos metió en la modernidad, mucho le debemos a él. Nos dio un siglo XX de paz y progreso. Además, nos vinculó con una cultura moderna, con alta tecnología. La historia de Venezuela es muy particular, su paso de una economía rural-agrícola a una economía minero-rentista ha marcado todos sus avatares.

Es importante resaltar —en la literatura venezolana— la publicación de veintinueve (29) novelas que tienen como motivo la presencia del petróleo. No obstante, a pesar de su existencia, pocas tocan directamente el petróleo como motivo central.

Una parte de la novela venezolana del siglo XX se ha visto influenciada por el impacto que produjo la presencia del petróleo. Diferentes han sido las perspectivas de los narradores. Cada uno ha contado su visión de la historia. Escritores venezolanos como Ramón Ayala, Daniel Rojas, José Rafael Pocaterra, Teresa de La Parra, Rufino Blanco Fombona, Enrique Bernardo Núñez, Mariano Picón Salas, Miguel Toro Ramírez, César Uribe Piedrahita, Ramón Díaz Sánchez, Ramón Carrera Obando, Rómulo Gallegos, Julián Padrón, Gabriel Bracho Montiel, Mario Briceño Yragorry, Efraín Subero, Arturo Croce, Miguel Otero Silva, Luis Britto García, Alberto Vázquez Figueroa, José León Tapia, Gustavo Coronel, José Balza, Milagros Mata Gil y Juan Pérez Ávila, han ambientado algunas de sus obras —bien sea en pequeña, mediana o gran escala— en los efectos del espejismo de la riqueza petrolera. Veamos en detalle cada una de estas etapas y obras narrativas.

El motivo del petróleo en la novela venezolana

La narrativa en su constante búsqueda de imaginarios, se ha apropiado, en un momento determinado, como un hecho de ficcionalización, de aquellos personajes anónimos —el viejo de la esquina, la maestra de un pueblo, el anciano mayordomo, el soldador, el obrero, la prostituta, etc. — para contar el cambio social que sufre Venezuela tras la aparición, exploración y explotación del oro negro. La novela venezolana que tiene como motivo el petróleo, se ha llenado de personajes ignotos, de seres tomados de la realidad y ficcionalizados magistralmente por la mano del enunciador general. Y desde estas identidades discursivas, textualiza y resignifica una cultura que, durante años, ha permanecido adormecida, al margen, en la periferia, abordando con ello los distintos espacios y los actores discursivos que pueblan estos bordes, esas orillas; legitimando a su vez, un hacer narrativo que asume en serio el hecho social y cultural, y que da cuenta de la sociedad venezolana desde mediados del siglo XX hasta principios del XXI.

Se sabe con certeza, que esta narrativa petrolera se detiene en algunas transversalidades temáticas comunes: el cambio social, los procesos migratorios, la llegada del progreso, el cambio perturbador, la nostalgia de un pasado y, en pequeña medida, la presencia del amor en sus distintas manifestaciones de aceptación o rechazo, lo erótico y pasional; la muerte; lo político; lo sociocultural; la integración etnocultural. Asimismo, en imbricaciones discursivas: la polifonía, la intertextualidad, el dialogismo, lo carnavalesco.

La novela petrolera venezolana se destaca por la puesta en abismo, en discusión, en acción de heterogéneos personajes, casi siempre seres que habitan los barrios periféricos de los recién creados campos petroleros; identidades discursivas que moran y crean esos mundos posibles, mundos de ficción, de los que hablan Pavel (1991) y Eco (1993); ambientes y espacios híbridos, fronterizos, por cuyas calles, plazas, esquinas, bares, se van desarrollando las distintas historias simuladas, narradas en la voz de sus protagonistas, de aquellos que han visto de cerca o han tenido experiencia directa con el suceso.

Indudablemente en la novela petrolera, al momento de hacer mención de un suceso en los campos de producción de crudo o de la cotidianidad de las distintas identidades discursivas, es válido hablar de una literatura que se nutre desde variados registros lingüísticos, producto de esa mezcla de gentes y culturas llegadas a la tierra del oro negro, esperanzados en mejorar su calidad de vida, lo cual matiza ese grado de pluriculturalidad que subyace en el interior de cada obra literaria.

De allí la riqueza de la novela petrolera venezolana, que se erige como insignia, como estandarte de coincidencias y convergencias, en reivindicación de un petróleo mal entendido y mal considerado, tanto por nuestros escritores como por la crítica literaria, al calificarlo como estiércol del diablo, el causante de todos nuestros males pasados, presentes y futuros.

Tras abordar estas petronovelas, se puede confirmar que esta narrativa da cuenta de los sucesos acaecidos, y a su vez, el petróleo puede ser consustancial tanto a un país como a un escritor (sin uno no existe el otro), pues coexiste una relación de interdependencia mutua que es necesario asumir e interpretar. Así, la literatura funge como puente conector entre realidades disímiles y distantes. La narrativa petrolera es polisémica, plural y multifacética. A través de las manos de los distintos enunciadores generales, el oro negro deja de ser frío e impersonal, para transformarse en compendio de significados y conceptos; elemento transformador de una sociedad, de una manera de vivir y observar la realidad; un elemento transformador del sentido.

Oro negro que surge de las entrañas de la tierra para posesionarse del presente y del futuro de la sociedad venezolana. Para nunca más marcharse. Para formar parte de la cotidianidad. Para impregnar nuestra literatura, nuestra música, nuestra escultura, pintura (el arte en su totalidad).

Al considerar el hidrocarburo como un aspecto fundamental de la sociedad, algunos venezolanos reclaman la presencia, el auge de la novela del petróleo. La ausencia de una producción narrativa que tiene como motivo central el petróleo, se debe —y ésta es mi posición muy particular— a que la mayoría de los escritores coinciden en evidenciar las experiencias personales de su mundo interior, influenciado por la geografía y el ambiente de una época, por sus lecturas y su sistema de creencias, códigos afectivos y emocionales, y especialmente, concepciones ideológicas y políticas. Mene (1936) de Díaz Sánchez, Oficina Nº 1 (1961) de Otero Silva y Memorias de una antigua primavera (1989) de Mata Gil versan, entre otras cosas, sobre las reflexiones personales de los males producidos por el petróleo, la llegada de los extranjeros que nos despojó de todos nuestros bienes y el cambio geográfico perturbador (especialmente en Mene). Quizás, el lector avezado e informado y el crítico inteligente, en un momento determinado, rechazaron esas posturas ideológicas, esas formas de interpretar la realidad y dejaron de leer, criticar y darle valía a esta forma literaria naciente.

Alguien podría afirmar que, producto de la modernización, los cambios en la sociedad, la aparición de distintas corrientes y movimientos literarios, la posibilidad de diálogo de la literatura venezolana con la que se produce en el extranjero, y la consideración fundamental de que este es un país petrolero, conlleva a que toda la producción literaria que se ha desarrollado en Venezuela después de la implantación de la industria petrolera (durante el siglo XX y principios del XXI) se le podría denominar literatura petrolera y en nuestro caso novela petrolera.

Visto desde la perspectiva de que los venezolanos dependemos el 96% de la renta petrolera, es posible pensar una sociedad mono dependiente, por lo tanto, todo es petrolero. De ser así, ¿se podría pensar que la poesía de finales de los años 40, que reflexiona sobre las grandes ciudades iluminadas, los neones, etc.; o la novela de finales de los 90, que reflexiona sobre la barriada, la contaminación y la basura, podría considerarse literatura petrolera, en el entendido de que las zonas marginales son el resultado de ese cambio rural- urbano?

No creo que —desde la literatura— le hayamos dado la espalda al tema petrolero. Algunas novelas tienen el motivo y lo expresan directamente, otras son petroleras que se manifiestan sin darse cuenta. En cuanto a los narradores y poetas de los años 40 en adelante, quienes hablaban de la Venezuela de las luces de neón, de la autopista de asfalto, de las maravillas de la modernidad, esos temas son parte del proceso constitutivo de la nación y por lo tanto, también son “indirectamente” petroleros. El petróleo nos abrió la vista al mundo entero.

La producción novelística del siglo XX y parte del XXI referida al tema del petróleo

Es claro que ninguna historia literaria puede concebirse limitada por épocas, períodos, etapas o años, de manera que en su flujo constante los hechos estén como encerrados en compartimientos estancos, apartados. Esta separación por períodos se realiza con el objeto de ver ese hilo tensional de la presencia del petróleo en la novela venezolana durante los períodos señalados.

El siglo XIX proyecta sus razones y circunstancias en el ámbito literario del XX y, como es evidente, lo mismo sucede con la siguiente centuria. No existe, por lo tanto, rompimiento visible entre estos períodos. Sobre todo hay un movimiento (el modernismo) que con indudable fuerza y consistencia persiste en las formas expresivas, lo cual es palpable al observar una y otra novela de las distintas fechas estudiadas.

Esta segmentación en etapas aborda dos elementos fundamentales: uno, el hecho histórico; dos, la representación que de este aspecto ha hecho la literatura. No obstante, hay acontecimientos que traspasan inevitablemente sus áreas cronológicas naturales, esos compartimientos estancos en los que en algún momento y por alguna necesidad han permitido encasillar las obras, y cuyas proyecciones y consecuencias se precisan, con toda nitidez, en la perspectiva del tiempo venidero.

Respecto al recorrido-acercamiento por la novela petrolera venezolana, se puede señalar que el oro negro es el gran ausente de nuestra literatura. Se desprende de la trayectoria evolutiva trazada a lo largo de todas estas 29 novelas, un desarrollo gradual del tema petrolero, que va desde la breve mención en algunas novelas hasta otras, cuya trama gira plenamente en torno a los hidrocarburos.

Al balance de cinco novelas petroleras que da Carrera (2005, p. 109) en las que menciona que cinco pueden considerarse plenamente como novelas del petróleo: Mancha de aceite, Mene, Guachimanes, Casandra y Oficina No 1, fragmento de novela una: Remolino y esbozo de novela otra: Campo Sur, se le suman dos más: Viento de huracán y Memorias de una antigua primavera. Coincido  con la  frase de Britto García:  ―sobran los dedos de las manos para enumerar las novelas dedicadas al petróleo en la madre patria de la OPEP‖ (2002, p. 54), pues en Venezuela, el petróleo es apenas salpicadura, pequeñas manchas, gotas de petróleo en el amplio panorama de la literatura.

En cuanto a la idea de narrar la presencia y evolución del petróleo en la vida de los habitantes de este país, la novela venezolana da un giro fundamental. En Mene (1936) de Ramón Díaz Sánchez, observamos el petróleo que brota del suelo, que se puede tocar y oler —como lo hace la identidad discursiva Joseíto Ubert—, una materia grasienta que la gente utilizaba para prender el fogón o alumbrar en la oscuridad por la ausencia de luz eléctrica. En Oficina Nº 1 (1961) de Miguel Otero Silva, asistimos a la constitución y establecimiento de la industria petrolera venezolana: continúan las migraciones de gentes desde los campos hacia las recién creadas ciudades petroleras —migraciones ya reseñadas en Mene—. El petróleo se convierte en elemento de comercialización, que le permite al país un mayor auge y desarrollo. En Memorias de una antigua primavera (1989) de Milagros Mata Gil, la compañía petrolera se ha marchado, los pozos petroleros se han secado, ya se ha arraigado en los habitantes un conjunto de costumbres, producto de esa mezcla de gentes y culturas. Desde un presente, a través de la memoria, se cuenta y se añora un pasado.

Podría afirmar que la novela petrolera venezolana es fundamentalmente de denuncia. Denuncia en el entendido de que comunica algo, revela, avisa, notifica, descubre, manifiesta, expresa un significado claro: la presencia del petróleo en tierras venezolanas. Una narrativa que quiere llamar la atención sobre la importancia del petróleo, su utilidad económica y su significación para la sociedad. Quizás por ello, la mayor producción novelística sobre el tema del petróleo se da hasta 1961, época que se ha denominado, en este corto recorrido histórico-literario, Venezuela en transición.

Se parte de la idea de que al abordar la novelística del petróleo en Venezuela se presentan dos fenómenos. El primero de ellos se ha denominado aquí como intrínseco, que indica el valor del oro negro por sí mismo (el petróleo tiene un valor fundamental, esencial, básico, primordial que es necesario expresar, dar a conocer). De allí que la producción novelística desde principios del siglo XX hasta 1961 sea de denuncia, manifestación, puesta en evidencia. El segundo elemento llamado extrínseco indica una cualidad o circunstancia que no pertenece directamente al petróleo sino que es adquirido o superpuesta a él. Es decir, a raíz de que Venezuela conoce el petróleo, vive de él y lo considera la principal fuente de sostenimiento económico, ya no es necesario seguir contando el surgimiento, aparición y desarrollo de este mineral. Quizás esta sea la respuesta prematura a la escasez de la producción novelística sobre el tema del petróleo en los últimos 40 años: estamos ante una narrativa que extrínsecamente narra la presencia (omnisciente) del petróleo en la sociedad venezolana.

En las últimas décadas del siglo XX surgieron textos en los que prevalece la idea del bar, los prostíbulos, el recuerdo de los campos petroleros, la violencia de un pasado próximo (presente al alcance de la mano), la explosión del cambio rural-urbano, la fundación y presencia en las grandes industrias de los sindicatos. Obras que relatan las vidas trasegadas, trastornadas, desordenadas y reprimidas de los seres humanos que habitan en las grandes ciudades y que su existir se ve afectado por la ciudad y la vida rutinaria. Novelas en las que se narra el poder incontenible —y a veces destructor— de la imaginación y la fantasía del hombre, y donde contrapuntean las pasiones de los personajes fundamentales. Personajes que representan la pasión, la ironía, el sarcasmo, las ambiciones, las esperanzas, el amor, el temor, el odio y la creatividad en sus más altos niveles de desarrollo; pero también personifican el irrespeto, la voluptuosidad, los sueños y el vagar sin norte fijo por el mundo. Actores discursivos que se describen a sí mismos como seres maléficos, victimarios, que dedican su vida a una búsqueda afanosa de venganza — como por ejemplo la identidad discursiva Teófilo Aldana de la novela Mene (1936)—. Otros, por el contrario, que se catalogan como hombres buenos, inocentes, ingenuos, que hacen de la vida una aventura: su única e irrenunciable realidad. La universalidad del mundo de estos personajes no se queda en las ruidosas calles de las grandes metrópolis venezolanas, sino que trasciende y toma como escenario algún remoto lugar de la inquieta y convulsionada Latinoamérica.

Finalizado el siglo XX, aparecen obras en la que se narra el vivir en sociedad, un buceo contumaz en la realidad inmediata de la gente, del mundo y de las cosas. Desaparece el chorrito de petróleo brotando de la tierra, esas manchitas grasientas que ensucian las ropas del patiquín y producen mal olor. El petróleo se transforma en sociedad moderna, con sus vaivenes, peligros, miserias, progreso y tecnología. Aparece una narrativa auténtica, comprometida con las vivencias del hombre y su entorno, que le permite reencontrarse con su ser y con su circunstancia para cambiarla en beneficio de todos. Surge una prosa en la que destaca la sustancialidad de la vida, el verbo encarnado en el papel para la recreación y la reflexión. El lector deberá encontrar en ella la letra palpitante, en ebullición, que salte y lo tome por sorpresa, que lo hunda en las corrientes tormentosas del fragor existencial y que lo devuelva a su verdadera esencia. Finalizado el siglo XX e iniciado el XXI, como un proceso normal, la literatura se ha transformado a la par de la sociedad.

El petróleo embetuna todo el mapa literario de Venezuela durante el siglo XX y lo que va del XXI. Las montañas, los llanos, la selva y el mar son protagonistas, actores principales en este océano del petróleo, donde se rescatan lenguajes y sentimientos olvidados, frente a los cuales el lector y el crítico literario, cierran por momentos los ojos para imaginar no lo verdadero, sino lo que un escritor en particular narra, siempre consciente de lo que significa la palabra y el hecho narrativo.

Tengo no la sospecha, sino la certidumbre, de haber omitido obras esenciales, obras fundamentales. La crítica indiferente y los distribuidores perezosos me las ocultan. Este es un tema apasionante que merece novedosas y exhaustivas investigaciones. Invito a una lectura inmediata, a una reflexión y análisis profundo de cada una de estas novelas, como búsqueda personal de la gama de enfoques a los que pueden ser sometidas estas obras literarias, tan ricas estéticamente, tan abundantes en interpretaciones, y sobre todo, tan insuficientemente leídas.

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*Publicado en: Cambios y Permanencias, ISSN 2027-5528, Vol. 8 No. 2, julio-diciembre de 2017, pp. 124-179. Crédito de la imagen: www.pdvsa.com (creación de la refinería Cardón).