Zona nigromántica
aquí se llega después de enlazar carga con todas las estrellas de la noche remontando el orinoco entre silbatos y sacudidas de retiro metiéndose uno por el caño pedernales hasta encontrarse con la boca del tigre sitio domesticado limpio de ciénagas en una corriente particular que empuja directo al costado del llano sin advertir señas en la orilla próxima de estaciones petroleras hierro colado y ruedas que se muerden bajo la mirada odiosa de americanos allanando mesa con las trampas de acero que armé hasta hundir mi cuerpo en la prisión de estas muletas.
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Zona sur
Recalamos desnudos a este banco de sabana que se pierde de vista manchado por la extensión de la riqueza en tierra llena de lepra al abandono y al temblor de máquinas con armaduras retorcidas sobre el rastro de tibieza quieta fuera de trillas abiertas en tierra yaciente atravesada de principio a fin por fuego de acero removiendo suelo truncado incendiando profundidades precipitando el zumo fétido matizado de antigua sangre para curtir el resplandor de la hierba y envenenar las aguas del delirio que nos arroja al barco en llamas donde nos han esposado de pies y manos.
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Okey boy
la gente se contentaba cada domingo con la hora de verlo pasar primero fue el reloj de un guachimán después siguió con un chinchorro la máquina de afeitar de un americano
un pantalón de gabardina planchas de hierro y hasta piezas de radio de la compañía así estuvieron viéndolo durante mucho tiempo y se acostumbraron tanto que llegó a convertirse en un ser querido por todos unas veces pasaba riendo otras bañado en lágrimas cualquiera de las dos situaciones entretenía alguien le tiró piedras una mañana y ocurrió la primera pelea había momentos de encontrarlo jadeante muy cansado entonces solicitaban un mejor trato sabían que no era peligroso y le daban agua y comida cuando llevaba mucho tiempo caminando descalzo frente a las casas donde esperaban espectadores medio desnudos mirando a veces sus propias pertenencias en manos de aquel hombrecito delgado y feo abrochado con la camisa talla mayor que escogía el comisario antes de mandarlo a devolver las cosas que había robado.
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La casa de lona
Yo le dije:
¡Usted no se mueva de allí, no resuelle tan fuerte que se pueden dar cuenta, no intente asomarse y quédese quietecito como si nada!
No sé qué lo separaba de la muerte, era puro hueso y susto, un temblor y una fatiga imposible de suspender. Era un hombre enterrado en vida, un muchacho de veintiséis años que no se le notaban por lo raquítico y la barba que le escondía la herida del ojo derecho por donde ya no miraba tanto espanto disfrazado de guerrero, tantos guardias para vigilarlo, para descubrir cómo pudo escaparse del campamento de presos que vi un día a cuarenta horas de camino, lo vi de lejos, unos hombrecitos alzando pico contra la tierra, abriendo carreteras, los estudiantes regados con látigos en la espalda custodiada cada dos metros por un verdugo armado de rabia entre el olor desagradable de la fiebre exterminante azotando los presos y el ruido lejano de camiones que pasan hacia el taladro. El muchacho me llamó con una voz desesperada y comenzó a llorar cuando lo toqué devorado en fiebre con un temblor que le iba llegando por todas partes cortándole la respiración.
Yo le dije:
¡Usted tranquilícese que puede llamar la atención, trate de descansar más bien y tápese con estos trapos mientras invento cómo bajarle la fiebre!
Y el muchacho cae al suelo por encima del sueño que ha vagado con él quién sabe cuántas leguas, se acomoda encogiéndose entre sus dientes y desenvuelve sin miedo el paquete donde trae un cuchillo oxidado, terroso todavía picado del tiempo dolorido que ahora se retiene en la mano buscando batalla. Filo de cuchillo repasado donde brilla una manada de cabezas reconocidas. El muchacho llena mi casa con su pensamiento, registra de arriba abajo; hace hervir la arena cuando se abre paso entre latidos subterráneos y asciende en breve momento de locura.
Yo le dije:
¡No salga!
Y el aire se puso amargo de tanta puntería sobre su cuerpo tendido junto a la casa de lona.
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A mengua
qué juanjosé ni qué nada yo que estaba detrás del poste de madera con la china la estiré bien y apunté el primer chinazo se lo metí en el casco y sonó pero el segundo fue en la pata’e la oreja y yo no sé qué color vería pero te soltó y ahí llamaste a juanjosé que salió en guardacamisa y lo cogió por la hebilla de la correa y lo alzó y lo recostó en la pared y quién sabe qué le haría y el hombre gritaba suélteme coño suélteme que yo no voy a pelear con usté y juanjosé diciéndole de todo y tú llorando te fuiste a meter en la casa de marcolina que alborotó a todo el mundo y yo escuchaba cuando le decían a juanjosé déjelo no le vaya a pegar déjelo que está borracho total que lo empujaron por última vez y se perdió por esa sabana tropezando con la brisa refunfuñando hasta que sonó la sirena y juanjosé se fue rapidito para la casa porque era el cambio de guardia y salió con la ropa de kaki manchada de tanto acomodar tubo en ese taladro los guantes y la bolsa con la cuestión del sindicato juanjosé se metió ahí desde que empezaron a botar trabajadores se reúne en la casa con el señor tulio cheché y el negro isidro yo los oigo cuando discuten y hablan y hablan y dicen de ir a buscar material y van de dos a dos meses dan sus viajes y regresan cargados de la propaganda que juanjosé tiene en el cuarto donde dormía paíto así fue como empezó la cosa tuya con el hijo del chofer cada vez que juanjosé se iba por dos días aparecía él y salían y que a buscar guayaba sabanera y pasaban fuera medio día y como yo también me iba a cazar pajaritos tampoco me fijaba hasta que una tarde los encontré bajo una mata’e merey sin que se dieran cuenta y yo al principio creí que era un juego pero después entré en razón y yo no sé qué me daba verte con el tipo ese montao encima espaturrándote y tú también apretándolo y beso y beso y yo no soy el único que lo sabe por eso a mí me duele que venga a decir la mamá dél que saliste igualita a mi mamá que era una zorra mi pobre mamá que yo no la conocí pero sé que era buena porque a paíto cada vez que me hablaba de ella se le salían las lágrimas y decía que tenía el pelo como un azabache y que cuando llegaron al taladro todos los hombres tenían que ver con ella y él más de una vez tuvo que insultar a uno porque mi mamá sí que era bonita así barrigona de mí y todo y que llamaba mucho la atención porque no se podía comparar con nadie en lo dulce y trabajadora que era mi mamá que la respetaban eso sí pero que los hombres no se contenían y le echaban bromas y mi papá por eso tuvo que dejar el negocio para no seguir agarrando calenturas de cabeza y en esos diítas fue que me parió y que todo el mundo estaba triste con lágrimas en los ojos después de todo y a la señora arcadia y que se la querían llevar presa pero y que no dejaron porque ella no tuvo ninguna culpa y que más bien hizo mucho con todo lo que ayudó en el parto.
