literatura venezolana

de hoy y de siempre

César Panza, entre los comunes

Por: Vielsi Arias

Conocí a César Panza en el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo (UC), un espacio que él visitaba con frecuencia por su compromiso con la edición de la Revista Poesía; la revista de crítica literaria más antigua de América Latina, en la que él participó activamente traduciendo a poetas franceses, norteamericanos o realizando crítica literaria. César fue uno de los artífices, en los últimos años, de que esta revista se mantenga vigente.

El Departamento también era un espacio para el encuentro con amigos poetas y artistas que veían en él a un maestro. A menudo lo visitaban para discutir proyectos o revisar textos que luego orientaba hacia algunas lecturas. De la misma manera era un orientador de experiencias comunitarias y aportaba a la reflexión de sus prácticas a través del debate. Se interesó en la crítica del arte y acompañó proyectos de algunos artistas.

César era un ser noble y polémico, siempre cuestionaba todo: la política, la literatura, el arte y el sistema económico. De allí su  interés por cultivar el lenguaje, pero no cualquiera, sino en el sentido de Simón Rodríguez: “Pensar es hacerse entender”, y para él entenderse era hacer el intento de “hacerse entender”. Esta idea lo convirtió en un ser preocupado por cultivar el pensamiento.

Por ello, siendo tan joven, cursó estudios de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela (UCV); estuvo en una residencia de Matemáticas en el IVIC, estudió el inglés y el francés, cultivó la música, cursó la Licenciatura de Matemáticas en FACYT de la Universidad de Carabobo y estaba por graduarse en la Maestría de Matemáticas Aplicadas de la misma casa de estudios.

“Pensar, el problema de pensar. Saber de dónde se piensa, hacia dónde se piensa. El pensamiento también tiene una geometría. Un sistema dinámico. Un nervio que es el lenguaje”.

De allí que para él los géneros representaran una “dictadura”. Un límite para comunicar las ideas, por ello su obra es multigénero y experimental, pues no está inscrita en un formato propiamente dicho. Su forma no es precisa en el sentido del género. El motivo que anima su escritura es la vida misma, la vida cosificada por el sistema del capitalismo tardío a escala global, donde los seres particulares no son más que máquinas, en el sentido de la deshumanización como consecuencia de la relación impuesta por el mercado.

Como los seres humanos no tenemos valor  también somos mercancías. César devela en su poesía que para el capitalismo las personas también son mercancías almacenadas y transportadas por grandes cadenas para satisfacer necesidades que caducan cada segundo. Por ello siempre fue un entusiasta y colaborador del trabajo colectivo, solidario y amoroso, profundamente amoroso que mostraba su afecto con el aporte, la meditación de ideas para lo nuevo.

Ética que mantuvo hasta su último día en este plano: corrigió sus exámenes, entregó sus traducciones para la revista y se despidió, abandonó el cuerpo que seguramente asumió como mercancía cosificada, porque para César lo más importante era el pensamiento y eso es lo que nos hereda: una obra valiosa circunscrita a la realidad del mundo global, que devela los miedos y luchas internas de los seres humanos. Frustraciones y contradicciones  frente a un sistema que nos promete una felicidad que no puede garantizarnos, porque finalmente para el mundo no somos más que objetos.

César se queda entre nosotros, los comunes.

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*Texto e imágenes: www.ciudadvalencia.com.ve

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