Escrito en La Habana
Bajo el cielo tropical del Caribe, volaban sus ojos
al ritmo de trova, son, salsa y chachachá.
Ella cargaba sus piernas de mástil en el vuelo de las gaviotas.
Ella increíblemente bella disparó arena blanca.
Ella bañada por un cálido mar turquesa
movía su silueta en el velero de Eros.
Violenta tormenta me llevó anclar a lo que yo simplemente soñé,
liberar sus pecas rosas como si fuera el verso en primavera.
Un pedazo de mí arrodillado en los caracoles
en la plenitud de su ombligo guardó silencio.
Quizá Guillen haría un soneto de miel.
Quizá Martí diría en especie de profecía:
«Montar a caballo, ir a la guerra, es ir en cara al amor».
Quizá Heredia cantaría el verso en las alturas goteando golondrinas.
Quizá yo mismo no sería capaz de fusilar poemas en la alcoba de sus besos.
Pero como buen marinero
colgué la brújula de su memoria,
pulí mi traje con estrellas marinas
para abrazarla a los cuatros vientos
en el salvaje sabor de su lengua
ciudadela que ilumina las paredes.
Ella enciende crucigramas en un barco enloquecido
que no encuentra olas de vuelta a casa.
Quisiera silbar su boca
y lubricar su cuerpo
en una noche entera en alas blancas.
Ahora que soy un moribundo marinero
imagino desgranándose el poema como la misma lluvia.
Y aquí a cientos de kilómetros acostado en el mueble
viendo tejer hojas, llueve su ausencia.
La nostalgia puede ser un poema
ardiendo como piedra de horno dentro de uno mismo.
Miro mis manos, veo su rostro celeste
lo real maravilloso queda suspendido en el calor de sus besos.
La distancia es una llama que aviva el deseo
las palomas llevan en su vuelo una carta
espero que guste.
Quisiera beber mañana
su piel de leche.
Zarpazos en el mar
El tigre salió del mar,
una inmensa ola lo llevó hasta la orilla,
en la arena se echó y respiró.
De pronto, salió del mar un león,
las olas lo arrastraron hasta la orilla,
y cuando vio al tigre,
rugió.
Los felinos abrieron sus fauces,
el tigre iluminó sus ojos,
el león entendió el mensaje,
siguió su camino.
El tigre
quedó echado en la arena.
Sueño viajero
Cuando el maestro
desplegó sobre la arena
el pergamino de los marineros,
salió la sonrisa de un querubín,
el ocaso quijotesco,
el resplandor de una estrella.
El maestro reveló un sueño
donde las constelaciones hablan,
los versos viajan en una red
que guarda el poema.
