Osvaldo Larrazábal Henríquez
Enrique Bernardo Núñez, uno de los más importantes creadores literarios que ha habido en nuestro país, nació en Valencia el 20 de mayo de 1895 y murió en Caracas el 1° de octubre de 1964. “ Fue un hombre sencillo, con la sencillez de lo complejo”1 y “A través de su vida desempeñó muchas actividades, pero, esencialmente, fue escritor”2. Estas dos connotaciones acerca de la personalidad de Enrique Bernardo Núñez dan, posiblemente, la exacta dimensión de lo que él fue y de lo que quiso ser. Desde muy joven, cuando viene a la ciudad capital a iniciar estudios universitarios, da muestras de la intensa actividad intelectual que posteriormente iba a desempeñar, y, en un rapto definitorio de su poderosa personalidad, abandona los cursos de Medicina y de Derecho en la Universidad Central de Venezuela, para dedicarse a la literatura, acicateado por su amigo Ángel Miguel Queremel. A la edad de veintitrés años, tiempo de publicación de su primera novela, Sol interior, se hace conocer como el ganador del Accésit de los Juegos Florales de ese año, en la especialidad Historia, con la publicación de su trabajo “ Bolívar orador” , que marca, además, su ingreso en un área de creatividad que siempre lo atrajo y a la que dedicó sus mejores y más altos momentos expresivos: la interpretación histórica.
Envuelto en una casi febril actividad periodística, que lo lleva a colaborar en los más importantes diarios nacionales, va delineando su labor en lo que había de ser su vida en sucesión de actuaciones: el periodismo, la diplomacia, la creación literaria y el pensamiento constante y fortalecido de hombre de claridad iluminada en la captación, reflexión y enfoque de los problemas y circunstancias que afectaban a su patria y al hombre como ser humano. Exquisito en la forma del decir, exigente en la construcción final de sus párrafos —a los que siempre encontraba algún defecto—, estricto en la economía de lo que quería
expresar, va determinando un camino muy propio de manifestar sus opiniones y de elaborar sus creaciones literarias, avalando la opinión que de él había expresado el distinguido poeta nacional Pedro Sotillo. Efectivamente, en declaraciones acerca de la personalidad de Núñez, emitidas por Sotillo y aparecidas en día 3 de octubre de 1964 en el diario El Nacional de Caracas, dice que “ cuando yo vine a acercarme más que incorporarme a los hombres de la llamada Generación del 18, podía considerarse a Enrique Bernardo Núñez como un joven maestro de la prosa” ; y esa maestría, acrecentada con la lectura despaciosa e íntima de su creación, nos induce a pensar de él, lo que Enrique Anderson Imbert dice sobre el poeta colombiano Guillermo Valencia: “ Tenía el don de la definición lírica; o sea, que con un mínimo de lengua conseguía reducir a sus límites la imagen que se había formado en su fantasía”3.
Pensador, escritor de diaria tarea en el periodismo y en la crónica trascendente, filósofo de callada y reservada obra, intérprete de la historia, cuentista y novelista, definió, por muchos y logrados medios, su personalidad creadora y su personalidad humana. Ahora y aquí, a lo lejos de su presencia física y cercanos a su presencia de hombre total, pensamos, una vez más, en la infinita grandeza de las dos novelas que lo elevaron hasta la luminosidad de la trascendencia, porque en pocas oportunidades dos obras literarias de la calidad de Cubagua y de La Galera de Tiberio han servido como testimonio de la actividad conclusiva de un hombre que descifró muchas circunstancias históricas en beneficio, inmediato, de la interpretación del hombre y su paso por la historia.
Hasta 1931, cuando aparece Cubagua, no comienza lo que fue la etapa definitiva en la novelística del autor. Comenzó en 1918, publicando Sol interior, continuó en 1920, cuando da a conocer Después de Ayacucho, y silenció su actividad de novelista hasta el año 1931, cuando entre los meses de junio y julio y a través de cuatro capítulos publicados en el diario La Esfera, se edita La Ninfa del Anauco; dejó, con esta última, un primer período de inseguridades, de búsquedas expresivas y de familiarización con temas que luego irían a resumirse en la reflexión y la interpretación que expresó en las dos novelas finales, y que, también, estaban siendo el tema de una novela inconclusa, titulada tentativamente como Atardecer sobre el mundo, y subtitulada con la atrayente denominación de “ Crónica de los años de guerra” . Las dos etapas a las que hemos hecho referencia, tienen poco en común. Podría decirse que la primera sirvió de crisol —a veces muy doloroso para el autor— de lo que fue la segunda y propiamente definitoria. A esa primera etapa pertenecen, según un ordenamiento de puro valor estético: Sol interior, Después de Ayacucho y la novela corta La Ninfa del Anauco. Un segundo y muy valioso grupo incluiría sus dos obras novelísticas trascendentes: Cubagua y La Galera de Tiberio.
SOL INTERIOR (1918)
Durante el año 1918 sólo se publican dos novelas en el país. José Rafael Pocaterra lanza su tercera obra, Tierra del Sol Amada, y Enrique Bernardo Núñez irrumpe con la publicación de su libro Sol interior. Apenas contaba el escritor con veintitrés años de edad y su nombre comenzaba a figurar a raíz del premio recibido en los Juegos Florales correspondientes a ese año. Las impresiones críticas acerca de esta obra coinciden en señalarla como una buena primera contribución que hace el autor al desarrollo de la novelística nacional, centrándose casi todo el interés en destacar la juventud de Enrique Bernardo Núñez y su apreciable talento para el oficio que había comenzado a desempeñar.
Una nota, anónima y sin título, aparecida en el diario El Universal de Caracas y fechada el 17 de octubre de 1918, comenta la carrera ascendente de Núñez y destaca el hecho, significativo y ejemplarizante, de que a la edad de veintitrés años se haya decidido por un género de tan manifiestas dificultades, más aún cuando no son notorias las influencias de otros escritores en su novela Sol interior. El escritor colombiano Luis Enrique Osorio, residenciado por entonces en Caracas, publica, igualmente en El Universal y con fecha 2 de marzo de 1918, un artículo intitulado “Algo sobre Enrique Bernardo Núñez”, donde lo proclama como “ el novelista más joven de los que han alcanzado hasta hoy en Venezuela una apreciable popularidad” , señalando que la obra presenta fallas apreciables y “detalles comunes a las narraciones”, pero reconociendo el valor de la “aventurada acción del escritor que a tan corta edad se ha lanzado a la palestra en un medio donde la obra nacional está muy lejos de ganarse la atención del público” ; y el 16 de enero de 1921, Alberto Fernández, en un artículo publicado asimismo en el El Universal y titulado “La juventud intelectual”, expresa su asombro y complacencia por la juventud del novel escritor, y formula elogios, que considera merecidos, para recibir una novela escrita, según él, “con toda la levedad que requiere el siglo XX”. El propio Enrique Bernardo Núñez, en la Introducción de su novela, que él titula “Palabras liminares”, expresa que es “un libro de juventud”; consciente de la magnitud de la empresa que ha emprendido y, quizás, como justificación a una serie de oposiciones que allí hace del ambiente literario del momento y de la opinión que ese ambiente le merece. Calificando su obra de “espontánea”, declina, per se, formar parte de lo que conceptúa como “aristocracia de ciertos escritores”, apegados a “la pomposa consagración de la Academia o al docto veredicto de un cenáculo”, manifestando, así, la posición escéptica e iconoclasta que habría de ser una especie de rumbo de su vida de creación.
Es importante insistir en el hecho de lo expresado por Núñez en esa parte introductoria de su primera novela. Tal y como era común entre los escritores de la época, allí el autor, al hacer profesión de fe, establece sus propias reglas de juego para que su posición de novelista quede clara ante el público y ante la crítica, además de que le sirva como manifestación teórica de lo que se pretende dentro del género. Núñez no podía escapar a esa tentación y volcó parte de “su genio” en esas palabras liminares, que anteceden al desarrollo anecdótico de la novela. Una manifiesta contradicción se establece cuando “pretende escribir (un libro) sin pulcritudes de estilo”, para luego, y en manifestación propia, expresar que se siente partidario de “ el adjetivo sonoro y acaso también del estilo retumbante”, apegándose a la exuberancia del modernismo, aunque midiendo el empleo de exageraciones expresivas. En lo relativo a la confección misma de la obra, declara que es un ferviente partidario de la actitud realista y que, como los maestros del pasado, “tomó datos, observó amores juveniles y copió hasta el lenguaje con que se manifiesta”, en una definitiva definición de su método de trabajo.
La novela Sol interior es una obra que, aparentemente, es muy sencilla en su estructura y en su desarrollo; pero la verdad es otra, determinada por la presencia de personajes muy absorbentes: esta obra se desliza entre situaciones de mucha complejidad provenientes de la actuación de los personajes centrales y de sus relaciones con los secundarios y con el ambiente de desarrollo de la obra. La Caracas de mediados y finales de la segunda década del siglo sirve de marco efectivo a una serie de situaciones que giran alrededor de Armando Ibáñez y de Marta, exponentes principales de la anécdota y de las complicaciones que constituyen el libro. Ellos son el centro y eje de todo lo que acontece y el autor expresa en esas dos personalidades toda su capacidad de análisis del elemento humano representativo de una gran porción del momento.
El personaje representado en Armando Ibáñez constituye una preocupación bastante constante en los novelistas venezolanos de aquel entonces. Ya había tenido una primera personificación cuando José Gil Fortoul a finales del siglo pasado creó su interesante Enrique Aracil, protagonista de dos de sus novelas y participante en la tercera. La creación se fue perfilando al través de variadas interpretaciones del papel y destino de la juventud del país; y en Reinaldo Solar, personaje galleguiano de honda repercusión, tuvo su más fiel exponente como ejemplo y consideración de todo un modo de actuar y de pensar. Armando Ibáñez va por el mismo camino. El de la constante introspección; el de la lucha continua entre el querer y el poder; el de la desequilibrada armonía entre lo material y lo espiritual; el de la incierta angustia ante el porvenir de la patria; el de la duda sistemática hacia el valor de los valores. En este sentido los tres personajes mencionados no son los únicos que aparecen en nuestra novelística; a su lado hay muchos más que, en una forma u otra, representaron la reflexión e interpretación que hicieron los autores y que quisieron expresar en los hechos, circunstancias y pensamientos de sus personajes masculinos. Podría decirse que una línea continua hilvana la actuación de muchos caracteres representativos en la novelística nacional de entonces. Es una línea que comienza en las inquietudes positivistas y que se manifiesta en forma de extremado sentimentalismo, acompañado por una caracterización dubitativa entre el pesimismo y el panteísmo que les permite justificar la imperfección o la inacabable búsqueda de una identidad perdida en raíces ancestrales de muy difícil reestructuración. Núñez captó muy bien el espíritu de esa juventud y el análisis interpretativo que hace en Ibáñez es del todo coherente con el modo de actuación muchas veces manifestado por diferentes y valiosos novelistas de la época y del país.
DESPUES DE AYACUCHO (1920)
Dos años después de haber publicado su primera novela, Enrique Bernardo Núñez insiste con su segunda obra: Después de Ayacucho, en 1920 Ese mismo año la producción novelística venezolana se enriquece con tres obras que han pasado a ser fundamentales: Tierra nuestra, de Samuel Darío Maldonado; ¡En este país!. . de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl; y El último Solar, de Rómulo Gallegos.
El nuevo libro de Núñez representa un avance muy reducido en comparación a su primera novela, Sol interior. Se observa, aún, un inseguro manejo del trabajo creativo y, por el contrario, la obra se resiente de las constantes intervenciones del autor a través de los personajes o en comentarios directos sobre diferentes circunstancias. La temática sí varía, diametralmente, de lo que se había intentado en la anterior oportunidad. Ya en Sol interior se incluían algunos comentarios de orden interpretativo histórico, y ahora el tema de la historia interpretativa va a ser lo fundamental. Tomando un amplio período de nuestra historia republicana, Núñez transita por diversos episodios de la Venezuela posterior a la Independencia y por intermedio de su personaje central, Miguel Franco, va reconstruyendo escenas, pensando alrededor de los sucesos que se produjeron, reflexionando sobre las consecuencias que esos sucesos ocasionaron, e interpretando las manifestaciones que derivaron de lo acontecido; es decir, tratando de obtener enseñanza de la historia para la explicación y comprensión del presente. Desde este punto de vista esta novela tiene una gran importancia en el desarrollo de la actividad creadora literaria de Enrique Bernardo Núñez, porque, si bien en forma algo incipiente y sin mayor profundidad, esta actitud que se inicia en Después de Ayacucho, va a proyectarse y llegará a ser el valor esencial de las dos obras mayores del autor. Tanto Cubagua como La Galera de Tiberio deben considerarse como grandes recreaciones históricas en búsqueda de una explicación que permita interpretar y comprender la realidad contemporánea, cualquiera sea el momento cronológico en que se produzca.
Con el personaje de Miguel Franco el autor recobra una de las más connotadas representaciones de la novelística venezolana en su intento de interpretar algunas realidades del país. Son muchos los personajes que han elevado su nivel social amparados en las vicisitudes de las continuas guerras fratricidas y el ejemplo de Paulo Guarimba, célebre personaje de Urbaneja Achelphol en su novela ¡En este país!…, que se había venido produciendo en la novela nacional, Núñez también lo utiliza. Es el hombre de presa que alcanza posiciones inesperadas tan sólo en base al valor y la audacia. Es, a no dudarlo, un reconocimiento ante una verdad incontrastable, pero es, asimismo, la dolida angustia de la impotencia ante un hecho que ha llenado la historia patria de arribistas e inconfesados mediocres que debido a los azares de la guerra llegan a ocupar posiciones de esencial valor y desde ellas influir en los destinos del momento político-histórico-social. Núñez creyó que el ejemplo debía ser referido, y a través de Miguel Franco analiza un largo espacio de la historia nacional. Creación lograda en base a un concepto, Franco representa un modo real de novelar y responde a una idea de Enrique Bernardo Núñez, expresada en su trabajo “Historiadores y novelistas”, perteneciente al libro Bajo el samán, cuando afirma que “las masas de lectores se interesan más por personajes sacados de la historia que por los de ficción, así hayan salido de la vida real, que no de otra parte puede sacarlos el novelista”.
Como en el caso de su anterior novela, Sol interior, la crítica fue bastante favorable con Después de Ayacucho. En una serie de artículos publicados todos en el diario El Universal, donde Núñez se desempeñaba como redactor, varios críticos exponen sus opiniones. Una nota editorial califica a Núñez como “ una de las mentalidades más fuertes de la nueva generación literaria de Venezuela” . Eso sucede el 24 de enero de 1921. Al día siguiente otra nota manifiesta que la novela Después de Ayacucho es un “Estudio veraz de pretéritos días que tuvieron honda influencia en la evolución política y social de nuestro país”. El 4 de febrero, Agustín Aveledo Urbaneja, en un ensayo sobre la literatura criollista, la define como “un afortunado ensayo de criollismo”; y ocho días después, el columnista Andrés Pacheco Miranda establece las relaciones de la obra con la realidad de los sucesos, llegando a identificar a Miguel Franco con un verdadero José Sánchez, que ofrecía sus mismas características, añadiendo que la novela es “una lección y una lección real” ; pero quizás el trabajo más importante sobre esta obra se deba a Juan José Churión, quien en un artículo titulado “Después de Ayacucho” , publicado el 14 de febrero, analiza a profundidad el libro con un gran sentido crítico valorativo que escapa al impresionismo de la lectura efectuada y ahonda en los logros conseguidos con la interpretación que intenta el novelista.
UNA AVENTURA MENOR
En el diario caraqueño La Esfera, correspondiendo a los números 1.548 a 1.554 y en fechas que van desde el 28 de junio hasta el 4 de julio de 1931 aparece, en cuatro breves capítulos, la novela corta, La Ninfa del Anauco, de Enrique Bernardo Núñez. Tratando un asunto de poca importancia y sin ningún desarrollo temático, da la impresión de que se tratara de algo que con posterioridad iba a ser retomado; pero ni aun así es justificable, ni explicable dentro del contexto narrativo del autor.
“Hay tanta distancia entre cualquier punto de la creación novelística de Núñez y esta ‘insólita’ novela, que cualquier explicación para justificar su existencia se derrumba ante la realidad de su negativa presencia. Nunca más habló de ella y cuando se le preguntaba dónde se podía localizar, pretendía no haber oído. Si la hizo, alguna razón ha debido tener en su favor; si la ocultó, posiblemente estaba convencido de su negativo valor”4.
CUBAGUA
En el mismo año de 1931 Enrique Bernardo Núñez se eleva, definitivamente, en el panorama de la novelística, y, más aún, en el de la novelística nacional. La contribución de su libro, Cubagua, es suficiente para considerarlo como uno de los baluartes de la nueva creación narrativa del país, sobre todo si se toma en cuenta que el poder insinuativo de esa obra trasciende su temporalidad, porque a cada momento adquiere nuevos contornos de majestuosidad y nuevos relieves de gran creación literaria, capaz de soportar los embates del tiempo y de las nuevas proyecciones de la literatura.
Entre los años 1920 y 1924, período de intensa actividad periodística del autor, los principales periódicos de la nación se nutren de sus artículos, y es la época, también, en que es solicitado por el entonces Presidente del Estado Nueva Esparta, el eximio escritor patrio Manuel Díaz Rodríguez, para que Núñez se traslade a la Isla de Margarita con el propósito de fundar un diario que se llamó El Heraldo. La ocasión se le hace propicia para la reflexión histórica y para el manejo de documentos en la propia redacción del periódico, instalada en la capilla de una vieja iglesia franciscana. Allí conoce y estudia afanosamente.
“la crónica de Fray Pedro de Aguado, hallada por azar entre los pocos libros del colegio de La Asunción, en la cual se narra la historia de Cubagua, nombres, personas, cosas, ruinas, soledades, venían a ser como un eco del tiempo pasado. Aquellas imágenes acudieron luego a mi memoria, y éste fue el origen de mi librito, simple relato donde sí hay, como en La Galera de Tiberio, elementos de ficción y realidad”5.
y obtiene los primeros materiales para la construcción de su obra. Desde entonces estuvo macerando un asunto que habría de interesarle sobremanera, habida cuenta de las conexiones intelectuales que solía efectuar entre los hechos sucedidos y su proyección para la interpretación y comprensión del presente, y hasta para la posible figuración del futuro. A nuestro juicio en esta actitud, permanente y trascendente de Enrique Bernardo Núñez, reside el inmenso valor de su obra novelística; porque si bien en Cubagua esta preocupación está plasmada en cada una de sus ideas, transformándola en una novela contentiva de una parcela de la realidad nacional, en La Galera de Tiberio el panorama se amplía hacia una dolorosa panorámica latinoamericana; dolorosa por lo que allí se plantea y por lo que allí se pronostica que habrá de suceder, de acuerdo al análisis de los acontecimientos que ocurren y que se narran en la novela.
Cubagua, como novela, va a ser el hilo inicial, urdido a conciencia y paciencia, de una permanente inquietud de su creador. A la sombra del contenido del libro, la historia diaria, la historia rutinaria, la historia personal, la historia de cada instante, la historia del pequeño incidente, se va a transformar en el germen constante de la historia grande, de la historia voluminosa, de la historia que se escribe como documento, de la historia que queda plasmada en los libros que recuerdan los sucesos del pasado, de la historia que se nutre de aquélla que convive en nosotros y que está hecha de nuestra presencia, pero que se diluye ante el torbellino de los acontecimientos y ante la importancia de hechos decisivos para un conglomerado o para una cultura o para una civilización; pero la historia menuda, la historia constante, la historia de todo momento, es la contentiva de los sumandos que habrán de conformar la suma y darle la posibilidad al acontecimiento que se estudia y que se analiza como conjunto y como proyección. Enrique Bernardo Núñez procedió, en sus dos grandes novelas, de manera particular, y en el caso concreto de Cubagua el ejemplo es convincente. El paralelismo histórico entre seres de dos temporalidades le sirve de referencia, de marco de proyección, de ejemplo y de definición de un modo, personal, de juzgar el hecho histórico. Cubagua es, por eso, el relato de unos sucesos diarios y comunes, pero totalizados en una interpretación de historia íntima que trasciende y se convierte en reflexión interpretativa tras la cual el novelista y el historiador se unen y se manifiestan.
En diversas oportunidades y por una extrema delicadeza de su parte, tuve ocasión de hablarle y acompañarle en presencia. Cada vez hablamos de su novelística y cada vez se mostraba más insatisfecho de no haber podido escribir “la novela eterna”, la que tocara la verdadera condición del hombre en sus más sencillas y elementales, pero también esenciales, características. No estaba conforme con lo que había escrito y deseaba proyectarse en un sentido de compenetración con esa esencia del ser humano que siempre persiguió en sus manifestaciones escritas.
“También Cubagua fue un intento de liberación. ( . . . ) Desearía escribir una nueva versión de Cubagua, de igual modo que a veces nos viene el deseo de hacer una nueva versión de la vida”6.
En tal sentido, y siempre cuidadoso de perfeccionar lo expresado, para tratar de darle nuevos alientos —acordes con la contemporaneidad de su pensamiento—, intentó reformar algunas partes del texto original de su novela. En el artículo “Algo sobre Cubagua” , que publicara en el diario El Nacional el 13 de diciembre de 1959, relata algunas de las intimidades de la creación de Cubagua. Refiere que originalmente debió publicarse durante el año 1930, “ porque cada libro, al menos los de esta clase, tiene su año” , pero que algunos inconvenientes mayores lo impidieron, haciendo alusión a que apenas circularon, en nuestro país, un pequeño número de ejemplares —sesenta en total— , siendo posible que el resto de la edición “ fuese incinerada por aquel tiempo en la Aduana”.
Refiere, igualmente, que en ocasión de planificarse una nueva edición de Cubagua para el II Festival del Libro Venezolano, preparada en Lima durante el año 1959, él convino con los editores que la versión debía ser la que había sido corregida y considerada como definitiva, pero que en una carta, fechada en la mencionada ciudad de Lima el 1“ de abril del año señalado, se le comunicaba que la novela ya estaba impresa, agregando, resignadamente, que “la hicieron tal como se hallaba en anteriores ediciones”.
No obstante las apreciables diferencias que pueden constatarse en los textos que existen sobre las correcciones efectuadas, la obra permanece casi inmutable en su esencia y en su intención. Cubagua participa de muchas concepciones y es producto de la depuración de muchas ideas que le imprimen una contextura de texto profundo que va mucho más allá de lo que expresa, para llegar a los límites de la insinuación y del señalamiento casi tácito que hace el autor en favor de hondas y definitivas reflexiones, en temas que tratan de abarcar los más variados aspectos de las realidades diarias del ámbito histórico y político y social que nos rodea y dentro del cual nos desenvolvemos. Cubagua puede ser desde el alerta permanente contra la imprevisión y el facilismo que permiten casos como el de Antón de Jaén “dueño en Cubagua de un tonel de perlas, a quien se vio pedir limosna en Santo Domingo”, que recoge el propio Núñez en su Discurso de Incorporación a la Academia de la Historia, pronunciado el 24 de junio de 1948, hasta el señalamiento de la usurpación legendaria de la tierra por fuerzas insaciables y de diferentes orígenes, representadas en personajes que como Stakelun y Leizeaga son manifestaciones de poderes y ambiciones irrefrenables.
En esa variedad de impresiones que se insinúan desde el texto de esta novela, tienen cabida, también, aquéllas que corresponden a los propios personajes que la estructuran y que, en cierta forma, son voceros de los pensamientos del autor. La primera visión personal que se da de la isla en la novela, la expresa Fray Dionisio, quien con una absoluta carencia de emociones y manifestándose en un admirable sintetismo definitorio, la llama “islilla triste”, interpretando todo un contexto de añoranzas y de decepciones que reflejan, en una opinión, el panorama íntimo y substancial de la tierra. El propio autor, en una descripción de la isla, que es asimismo la primera que aparece en el texto, la define como “ una isla decrépita, de costas roídas y aplaceradas”, como tratando de integrar el paisaje natural a la tragedia de devastación y abandono que signaron su desaparición. Pero al lado de esas manifestaciones ominosas, portadoras casi del mensaje de desolación, auge, desenfreno, caída y olvido de la tierra rodeada del mar generoso y vengativo, se levanta la realidad histórica que significó y que Enrique Bernardo Núñez supo captar con tanto acierto para transferirla a sus propias reflexiones e interpretaciones y lograrla como un ejemplo evidente de la inexorabilidad de la historia. En este sentido Cubagua novela se opone a Cubagua isla, porque si la última está referida en sus más inhóspitas condiciones existenciales, la primera, Cubagua novela
“narra un cuento muy sencillo. Pocas palabras serían necesarias para totalizar lo que el autor quiere contar. La forma como lo hace, los elementos que utiliza en esa narración y el tratamiento poético, unidos a la sutileza y a la habilidad exhibida, son las circunstancias en que se basa la grandiosidad de esta ‘pequeña obra’ ”7.
Cuando Enrique Bernardo Núñez murió, Lorenzo Batallán escribió para El Nacional de Caracas, el día 2 de octubre de 1964, un artículo titulado “La muerte escribió un signo en el tiempo”, expresando una de las más claras definiciones que esta novela haya logrado de crítico y lector alguno. Allí dice Batallán que la grandeza de Cubagua y de su autor había estado en “hacer de la nada un libro, crear del amor a una tradición una novela y encontrar el lenguaje de la evocación para el relato apasionado”.
Cubagua novela y Cubagua isla se confunden en la intemporalidad que les ha conferido la expresividad del escritor. No existe un límite que las diferencie, pero es casi imposible imaginar el límite que las identifique, sin embargo son una sola y misma cosa en la magia creadora del novelista. Cubagua isla ha pasado a ser una irrealidad que aunque imposible de determinar, asir o fijar en un tiempo y en un lugar, evidencia una constante permanencia insinuada en su presencia mágica y lúdica, misteriosa y distante. Cubagua novela se interna en los laberintos de la irrealidad y hace de la temporalidad un fenómeno inexistente que sólo sirve para repetir las cosas, los hechos, las personas y la inescrutable esencia del hombre de cualquier tiempo. Una y otra, indiferentemente que se acerquen o se alejen, están inundadas de la intemporalidad que las ilumina y les da consistencia de efecto mágico. La lejanía de Cubagua isla, ahora sólo existiendo en la realidad geográfica, no la imposibilita para que su lejanía histórica se haga cada vez más presente porque la Cubagua novela la ha hecho posible y factible para que prosiga en la
enseñanza de sus realidades eternas y se confunda, siempre, con la realidad diaria y se repita y nos envuelva en su misteriosa posesión evocativa.
Quizás sea el tratamiento intemporal que se le da al tiempo, uno de los valores esenciales de esta novela. En efecto, los manejos temporales e intemporales que se manifiestan a través del recorrido textual, hacen de Cubagua un ejemplo de ambigüedad intencionada donde es precisamente la indefinición lo que marca la pauta del misterio y de la realidad. Cubagua isla está y no existe, Cubagua novela se afirma en una irrealidad posible y factible. La confusión parece ser el instrumento para resolver el enigma que la historia le provée al autor para el planteamiento cíclico que pretende al paralelizar los tiempos, los sucesos, los personajes y las consecuencias. El lógico desenvolvimiento del tiempo no funciona en su devenir establecido y pasados son futuros, presentes son pasados y futuros se intercambian con temporalidades circunstanciales que se deslizan en una sola y única esencia: el tiempo es el recipiente infinito donde el hombre actúa; y el tiempo puede confundirse y labilizarse hasta la confusión, pero el hombre y sus acciones serán siempre los mismos y actuarán dentro de los infinitos límites que el tiempo le permite. Esta es la razón por la cual el novelista cambia constantemente los presentes, que serían el elemento germinal de su narración, y el tiempo pierde importancia como referencia para adquirirla como continente del hombre en una dimensión infinita. Cubagua novela establece, con certeza, algunos tiempos de acción y así lo atestiguan los desarrollos de las acciones donde intervienen determinados personajes en determinados sucesos y en determinados y delimitados espacios temporales; pero cuando la novela establece la relación existente entre las dos vertientes anecdóticas, todos esos determinados se difuminan en un juego maravilloso y a veces incomprensible y dan paso a una indeterminada panorámica de recuerdos, de suposiciones, de situaciones ambiguas, de insinuaciones veladas y, sobre todo, de confusiones intencionales que tienen por objeto la probatoria de la idea repetitiva de la acción del ser humano en su contexto existencial.
En Cubagua el autor desarrolla un juego expresivo y anecdótico donde se establece la conexión entre el tiempo y la realidad; pero, también, el autor se deleita haciendo intervenir los elementos necesarios para que esa relación, que aparentemente es establecida, se entreteja sobre sí misma y se desdoble en facetas de nuevas e insinuativas posibilidades. Parecería que Enrique Bernardo Núñez más que una novela sobre un espacio físico y un espacio temporal y un espacio humano, hubiera querido escribir una novela sobre la imposibilidad del tiempo, pero también sobre la posibilidad cierta de la reiteración del ser humano. De esta manera es permisible determinar, en su justo contenido, la idea que anima a la duplicación de un personaje clave en la dilucidación del interés del autor: Fray Dionisio; eslabón, justificación, ejemplo y guía para entender este complicado y mágico texto que es Cubagua, recreado en fabulosas suposiciones y construido para la divagación efectista. Fray Dionisio es la explicación de la idea del autor. En un aparente y maravilloso inmovilismo —aparente por lo que tiene de incomprensible—, este personaje se establece como la significación de la dualidad tiempo/hombre y así recorre la obra, que es como recorrer la idea del novelista, y se convierte en todas las significaciones que el autor quiso connotar con su texto. Cubagua novela es, por ello, la expresión de una idea del tiempo y del hombre, en función proyectiva de una enseñanza y de un ejemplo del paralelismo de algunos hechos históricos.
Según los datos proporcionados por el mismo autor al fechar su novela, Cubagua ha debido ser escrita en dos momentos de creación expresiva del novelista: la primera en la ciudad de La Habana, entre los meses de enero y abril de 1929, y la segunda en Panamá, desde marzo hasta julio de 1930. La publicación, sin embargo es en 1931, año muy significativo para lo novelística nacional. En efecto, además de la aparición de la quinta novela del ilustre polígrafo Rufino Blanco Fombona, tiulada La bella y la fiera, se produce la iniciación novelística de dos nombres que con el tiempo adquirieron merecida y justificada importancia. Mariano Picón Salas da a conocer su primera novela, Odisea de tierra firme, que subtitula “Vida, años y pasión del trópico”. Arturo Uslar Pietri publica, también, su novela inicial, Las lanzas coloradas, que es considerada, junto a Cubagua, como dos de las mejores contribuciones que la novelística venezolana ha aportado al contexto narrativo hispanoamericano.
En una lectura lineal, lo narrado en Cubagua es bastante sencillo y carece de evidentes implicaciones temáticas. Visto desde el punto de interpretación anecdótica, el autor ha querido referir dos momentos temporales que, por diversas circunstancias, empalman las actuaciones de dos grupos humanos. El paralelismo histórico, el doble juego del tiempo y, a la vez la significación de una intemporalidad que permite el mencionado empalme, y las derivaciones interpretativas que se generan de lo planteado, son los elementos que le dan valor trascendente a la novela y la hacen interesante desde un modo interpretativo complejo y profundo.
Desde el punto de vista eminentemente literario, Cubagua es, igualmente, un libro lleno de logros, de consecuencias y de acertada conducción expresiva. El gigantesco paso dado entre las primeras novelas del autor y lo conseguido en su luminoso libro sobre la isla histórica, testimonia un arduo trabajo de confección manifestativa, donde cada cosa está en su exacto lugar y donde la participación del lector está dada, indiscutiblemente, por la captación emotiva que el asunto despierta y por las infinitas insinuaciones que el texto genera, nutriéndose de un inefable misterio y de un tenue sabor de fantasmagoría que contribuye a presentar y, también, a resolver la inasible ecuación que se plantea entre el valor del tiempo y el valor del hombre. Justa razón tuvo el ya citado crítico Lorenzo Batallán cuando expresó “que la grandeza de Cubagua y de su autor había estado en hacer de la nada un libro”; pero esa razón va más allá de lo que en efecto propone. Cubagua está hecha de la nada, porque la nada es un elemento fenomenológico desde donde pueden surgir las más variadas y expectantes realidades; permitiendo la utilización de los tiempos para construir un tiempo novelístico de muy especial condición; facilitando que los hombres se dupliquen en los espacios indeterminados del tiempo y se paralelicen en sus acciones existenciales como probatoria de la eterna condición de ser; comprobando que la palabra es la más fabulosa creación, porque encierra todos los contextos y es capaz de hacer todas las designaciones y multiplicarse en sentidos y en fabulaciones de juegos que esconden realidades y de realidades que significan ejemplos consuetudinarios porque están germinadas por el ancestro y por la repetición del hombre en el hombre. Y es, quizás, la palabra, el más eficaz elemento en las explicaciones que conlleva Cubagua. Desde el primer Enrique Bernardo Núñez novelista, autor en 1918 y en 1920 de Sol interior y de Después de Ayacucho, hasta el que publica, en 1931, la novela Cubagua, la palabra se ha engrandecido, no obstante haberse recogido sobre sí misma para buscarse y encontrarse como resplandeciente instrumento de comunicación. La prosa acompaña a la idea creativa: es tajante y adecuada al subyacente misterio que recorre la obra; y se hace esencialmente poética porque recibe la carga emotiva del autor y porque es la respuesta a una interacción entre lo que se ha pensado escribir y la emoción que se produce al encontrar lo que se ha querido escribir; y porque el libro está escrito de esa manera, es por lo que la constancia de los logros literarios va aparejada a la de las consecuciones desde el punto de vista histórico. En este sentido el capítulo III, “Nueva Cádiz”, refleja una armoniosa combinación de relato y descripción donde la historia real y documentada se engalana con las mejores palabras y con los mejores giros expresivos para equilibrar un conjunto sencillo, elegante y profundo: engastado en la mejor tradición del cronista y en la mejor posibilidad del narrador literario. El juego de sintetismo expresivo y las variantes insinuativas, son los dos elementos claves que sostienen el andamiaje estructural de esta magnífica novela. A tal punto se equilibran las acciones manifestativas, que dentro de un sobrio rigor anecdótico se entrelazan los arabescos de un lenguaje puro, hermoso, pleno de profundidades connotativas y poderoso en la relación escueta de hechos y de circunstancias. Sólo esta forma de manejo lingüístico hace permisible y factible la captación de todos los juegos propuestos por el autor, donde mitos y leyendas y simbologías van y vienen entre la ficción de la irrealidad y de la intemporalidad, y la certera realidad histórica de sucesos y de personas cronológicamente existentes y actuantes. Es como si una compleja concepción de lo histórico quisiera fundamentarse en la presencia permanente del hombre, con su carga de situaciones existenciales y su similitud a través del devenir existencial, y la presencia lábil y difuminada del espacio temporal: continente y proyectante del hombre que lo habita y que le da certidumbre de haber sucedido.
En Cubagua se narran muy pocos hechos y un círculo concatenante limita esas circunstancias anecdóticas. Historias diarias y particulares que están dentro del contexto inexorable de ese círculo y que por atracción o por rechazo van a constituirse en un sedimentado crisol de experiencias, de apetencias, de virtudes y defectos, de angustias, de sueños y ensoñaciones, de apetencias y de entregas, para hacer una historia y hacerla repetir cuando el tiempo se haya multiplicado y acaso no queden ni los recuerdos de lo sucedido ni de quienes protagonizaron lo sucedido. Sólo la historia, como un poder eterno y repetitivo, posibilita que ese hombre y sus circunstancias, se repita —idéntico— cuando el tiempo posibilite la repetición. Así, Cubagua novela es historia integral de la Cubagua isla, poblada entonces y despoblada hoy, pero espacio para la permanencia fugaz y para la analogía humana.
Como interpretación de acontecimientos, en Cubagua, la literatura se plena de historia; y ésta, severa, imperturbable, necesitada de testimonios y de probatorias, se ilumina en la concepción literaria que la reviste y la recrea y la hace dócil y comprensible y la traduce en palabras sencillas, pero cargadas de un profundo contenido reflexivo que permite el ejemplo y la interpretación para beneficio del conocimiento que debemos tener de la realidad eterna.
Por variadas razones puede considerarse que la novela Cubagua representa la síntesis de una realidad. Extremando los recursos narrativos y ampliándolos con injerencias históricas desde donde derivan importantes planteamientos y cuestionamientos, Enrique Bernardo Núñez se internó en un campo poco explorado dentro de la novelística nacional, para estructurar una obra donde por igual transcurre el interés literario puro como el interés historicista y el interés didascálico: ejemplificación de sucesos que al paralelizarse, en el tiempo, constituyen un espejo reflejante de realidades específicas y concretas, pero que pueden transformarse en ampliaciones proyectistas de circunstancias afines a la existencia del hombre y de las constantes y eternas preocupaciones de éste. La importancia de la elaboración está en el hecho de que, con muy buen aprovechamiento, el escritor escrutó los más íntimos detalles de personalidades y hechos, traduciéndolos desde su inmediatez o de su pasajera significación, hasta un punto donde por la representación que adquieren, se convierten en hechos de historia verdadera, de historia que se proyecta para enseñanza y alerta. Núñez, en Cubagua, trastoca esa inmediatez sempiterna y rutinaria en acontecimiento profundo y ejemplificador, superando la propia consistencia de personajes y sucesos en mensaje aleccionador y alertante.
La base de esta acción está centrada en la actuación de personajes que, por diversos y misteriosos motivos, se mueven en infinitas temporalidades y sirven de respuesta a las múltiples y casi angustiadas preguntas que a través del texto se va haciendo el propio escritor. El trasunto de Leizeaga, como moderno representante de un estrato que va surgiendo y se va adueñando del secreto de la realidad inmediata; personaje complejo como la época que lo produce y con una idea fija del aprovechamiento del progreso, enfrentando a una sombra indefinida como la que representa Fray Dionisio, especie de conciencia histórica que es la voz de represión, de reflexión y de ejemplo. Entronque con la lejanía y con la permanencia de la historia. Personaje de cada tiempo y significación del valor de la temporalidad, a la vez que representante de la fluidez de ese mismo tiempo. Repetición sintomática de una actitud, y voz propia del autor para advertir y para señalar. Ellos, acompañados por comparsas que vienen de los tiempos y se pierden en los tiempos; enfermedades bíblicas, personajes ambiciosos, jugadores, aventureros, timadores, indios defensores del alma de la raza; conquistadores envilecidos, mujeres alegres, calamidades, sufrimientos, angustias al lado de la alegría repentina —por inestable—, regocijo y preocupación infinita, parecen ser algunos de los rumbos que delimitan las personalidades diversas de esta novela que se pierde entre los vericuetos de la narración y de la historificación y de la interpretación reflexiva. Nila Cálice, bandera de todo el mestizaje que está constituido en la más absoluta libertad: consecuencia positivista de teorías educacionales del mejoramiento del espíritu; relación prelativa de la posterior Remota Montiel que inspiró en Rómulo Gallegos el desarrollo, una vez más, de las tesis deterministas que con tanto acierto manejó. Nila Cálice, representación de una modernidad que viene del atavismo y que, necesariamente, debe ser continuación, en una modernidad adaptada y alienada. Personajes, casi todos, que funcionan en bloques manifestativos, expresantes de ideas y de dinámicas búsquedas conceptuales, para darle razón a su creador cuando se planteaba la posibilidad de una nueva versión de esta novela, “de igual modo que a veces nos viene el deseo de hacer una nueva versión de la vida”, según señalábamos anteriormente en este mismo estudio. Versiones de la vida como versiones de una novela: modificaciones, omisiones, añadidos; trabajo continuo de reestructuración al que era tan afecto el escritor y que lo llevó a una visión perfeccionista que quiso reflejar en sus opiniones y, más aún, en las reflexiones que a diario exponía en sus artículos de prensa.
Esta preocupación por una nueva versión de su novela se refleja en la variación, a veces substancial, de los textos diferentes a la primera edición. Cotejando el material expresivo es posible determinar cuatro tipos de diferencias en los mencionados textos: el afán de añadir en corrección formal para dar explicaciones de algunas actitudes inmediatas de los personajes: correcciones no significativas pero referentes y modernizantes de lo expresado. Correcciones propiamente dichas donde se cambia la idea de lo expuesto, pero donde se resguarda la tonalidad manifestativa que, en general, tiene la novela. Así es posible señalar partes amplias donde el autor se percata de defectos visibles en la construcción o en la manifestación literaria, y corrige, eliminando actitudes narrativas que casi conllevan a lo dramático y a lo rebuscado. Diferenciación de textos que en la primera edición no aparecen, pero que, en sentido estricto, no cambian la panorámica del libro, sino que lo estilizan y elegantizan y, como cosa inexplicable, omisión de textos de esencial significación, no sólo por lo que contienen, sino, principalmente, por lo que, en nueva versión, dejan de expresar. Quizás una de las mejores consecuciones de esta novela sea el momento final cuando Leizeaga se debe ir hacia las regiones del Orinoco; escena que dentro de una síntesis expresiva magistral, el autor concibió como premonitiva de la gran riqueza futura de la zona, y que en versiones posteriores es eliminada, privándolas de la precoz interpretación de una futura realidad.
Si bien los asuntos temáticos no significan grandes implicaciones en la estructura de la novela Cubagua, aquellos que se refieren a las preocupaciones generales del autor sí representan un campo variado y de gran interés para el conocimiento, inclusive, del modo de pensar misceláneo y universal de Enrique Bernardo Núñez. Cubagua está llena de toda clase de implicaciones ideológicas y de toda clase de reflexiones sobre asuntos de diversa índole. Podría decirse que sirvió al novelista para encajar muchas ideas permisibles dentro del contexto intemporal que funciona en el texto, densificando la intención expresiva y dándole un toque inusitado, dentro de la novelística nacional de la época. La novela que insiste en el análisis de cuestiones generales de interés universal, sin descuidar los asuntos inmediatos de la realidad del país, no se estilaba en Venezuela, o al menos no con la intensidad y la intención reflejada en Cubagua.
Estructurando un conjunto atractivo dentro de una concepción moderna de la narración, Núñez va tejiendo ideas alrededor de la trama que le sirve de base a su novela. Preocupaciones particulares que como hombre reflexivo proyecta a la universalidad de las circunstancias, pasando, realmente, revista a toda una gama de situaciones que permitidas dentro del conjunto armónico de lo literario e histórico, significan un aporte efectivo y trascendente no sólo en el estudio del ideario del autor, sino, y con mucho acierto, dentro del orden de ideas que por entonces representaban algún interés acorde en el ámbito del pensamiento.
En diversas ocasiones, y siempre con vehemencia denunciativa, Enrique Bernardo Núñez se manifestó preocupado por el destino de la tierra, no considerándola como posesión esencial para el asentamiento y beneficio del hombre, sino, más bien, como símbolo de la permanencia y de la pertenencia que el hombre hace del ambiente. La redención de la tierra, redención sólo posibilitada por el trabajo, es tema consecuente en esta novela y en él están implícitos los desenvolvimientos de personajes tan importantes como Leizeaga y como Stakelun, representativos de fuerzas diferentes y antagónicas, pero identifacadas en el interés final: la posesión por posesión; tesis que naufraga porque la intención del autor es ejemplificar a través de esa posesión de la tierra, y así lo resuelve en la novela. Fray Dionisio, en conversación intencionada con Leizeaga le recuerda la equivocación que comete al dejarse deslumbrar por la riqueza fácil, advirtiéndole, en la parte final del capítulo II, que “ Todos buscan oro. (pero) Hay, sin embargo, una cosa que todos olvidan: el secreto de la tierra” , con lo cual se establece como intérprete de su creador, reflejando la importancia capital de un regreso al pensamiento coherente de lo inmediato y de lo seguramente productivo; oponiéndolo al constante aniquilamiento que ejerce el hombre sobre la tierra, y al trabajo insistente de los saqueadores, acusados en la relación que hace el escritor en su Discurso de Incorporación a la Academia de la Historia, ya citado, cuando al relatar el caso de Antón de Jaén, también ya mencionado, concluye expresando que “ Fue por lo común la suerte de estos saqueadores de la tierra”.
Enjuiciando diversos aspectos de economía social, Núñez es una voz premonitiva, derivada de sus profundas reflexiones sobre la realidad. La visión que se da en Cubagua de la región de Guayana y de su potencial de riqueza, es ejemplo definí torio del pensamiento que lo animaba. Leizeaga, derrotado en su afán de desmedida ambición por la riqueza fácil, es ubicado, al final de la novela, en la tierra promisoria de Guayana, que no sólo le proveerá de sus infinitas posibilidades sino que le permitirá desarrollar las que como hombre de acción ha manifestado a su paso por la obra.
“Desde Porlamar o desde cualquier sitio La Tirana, La Osa y El Faraute, partirán llevando al Orinoco la esperanza de la tierra nueva. Leiziaga será portador y recipiendario”8.
En el mismo orden de cosas, las ideas que se expresan en Cubagua consitituyen fundamentadas apreciaciones del escritor en diferentes direcciones, todas adaptadas al tratamiento anecdótico que se hace, en ese momento, en el texto de la obra. De esa manera es posible conocer opiniones autorizadas y reflexiones sobre las relaciones América-Europa, reflejadas en la opinión —intencionada por parte del autor— de Stakelun al hacerlo decir que “Europa ha terminado” y que nosotros estamos naciendo ahora; o en las reflexiones que se hace Leizeaga cuando piensa que “Tarde o temprano, el mundo viejo iría desapareciendo, borrándose en América” , incluidas ambas a mitad del texto del capítulo I. Igualmente podemos enterarnos de la idea que animaba al autor con respecto al petróleo, interesante planteamiento porque aquí se ve considerado en su relación histórica, enumerada en datos que significan, sin embargo, la visión proyectiva que sobre el asunto expresó el escritor. Estas ideas principales, de las muchas que funcionan en la novela, se conjugan en una representativa de la actitud visionaria de un novelista que entrelaza sus pensamientos y sus interpretaciones con el devenir narrativo que le permite estas conjeturas. América joven, petróleo como suceso histórico, aunados al interés y defensa del secreto de la tierra, confluyen en la idea del progreso que Núñez predicaba como solución de acercarse al mundo contemporáneo necesario para el país.
Al lado de esas preocupaciones proyectivas de asuntos de interés vital para el desarrollo del país nacional, Enrique Bernardo Núñez incluye, con justificada angustia, el problema de la raza, en todas sus derivaciones. Para él la raza es la procedencia, lo autóctono, lo propio, lo que originalmente sirvió de semilla para el posterior mestizaje; pero también lo es la resultante de ese mismo proceso que produjo al nuevo tipo de adaptación humana donde realmente se basamenta nuestra identidad. Al lado del pasado, del alma de la raza, que el autor resume en la primera descripción que hace de Nila Cálice, en los mismos comienzos del libro, cuando la llama “bella y altiva, con una emoción de fuerza y los rasgos puros de una raza tal como debió ser antes de que el pasado les cayera en el alma”, incluye la nostalgia de la propia alma perdida, como conclusión pesimista de todo lo que pudo provenir desde las fuentes primigenias de un mundo humano amplio, sencillo, característico y pleno de los mágicos poderes que la Naturaleza les confería. Leyendas y certidumbres de Amalivaca; presencia concatenante de Vocchi en explicación de proceso existencial de transferencia de cultura y de renovación del espíritu; y nostalgia, también de todo el poder maravilloso de Erocomay
“Personaje que penetra en el mito con objeto de materializarlo para el uso de la narración, se mueve en un ambiente de consecución poética que eleva la prosa hasta una tonalidad de intrínseca evocación. Erocomay personaje se convierte en un grito de vida para los indios ante el recuerdo de que era bella y fuerte y reinaba entre las mujeres. ( . . . ) Erocomay se transforma en un símbolo de vida, y en deseo nostálgico del autor”9.
Cubagua novela presentiza, cada momento con mejor evidencia, la Cubagua isla que ha servido de ejemplo histórico para la reflexión del presente con la enseñanza del pasado, pero también presentiza el pensamiento vigente del escritor que fue visionario a través de páginas maravillosas, plenas de la angustia vital de un hombre preocupado por el futuro de su tierra.
LA GALERA DE TIBERIO (1938 y 1967)
“Esta novela de Enrique Bernardo Núñez ( . . . ) , titulada La Galera de Tiberio, es una obra con historia. Es decir, que tiene un proceso largo y accidentado, lleno de una serie de circunstancias que la hacen más interesante. Bastaría con empezar informando que fue escrita en dos ciudades y en dos años: Panamá, 1931 y Barcelona de Venezuela, 1932; pero fue a editarse en Bélgica, en Bruselas, en el año 1938. Y, entonces, el público tampoco pudo conocerla, pues su autor decidió echar aquella edición al río Hudson. Sólo reservó algunos poquísimos ejemplares, sin duda con la intención de volver a trabajar en ella, como realmente lo hizo años después”10.
La estructuración de una novela que conjugara lo literario con el manejo de un pensamiento histórico-filosófico interpretante, por parte del autor, de realidades establecidas desde donde se pueden derivar ejemplificaciones y reflexiones explicativas, como es el caso de Cubagua, animó a Enrique Bernardo Núñez a ampliar la visión en torno a problemas de interés general latinoamericano, pensando en la identidad de actitudes y pensando, asimismo, en la identidad de problemas y de situaciones análogas en el contexto socio-histórico-político de nuestros países. De esta índole, entre otras, puede considerarse el intencionado manejo tramático de La Galera de Tiberio; novela documento, novela testimonio, novela interpretación y, sobre todo, novela premonitiva y novela relación de hechos y de circunstancias significantes de realidades evidentes y prospectivas.
La lectura de esta obra, en una ubicación bilateral del tiempo y en seguimiento a esa bilateralidad que le confiere su fecha de publicación inicial y su fecha de publicación posterior, permite concebir —como hubiera sido del gusto del escritor— una dualidad de conceptualizaciones al respecto de su interesante y trascendente contenido. Necesariamente un mismo lector, puesto en situación de esa bilateralidad temporal, debería enfrentar este texto novelístico con dos actitudes bien diferenciadas. Leyendo la obra en el momento cronológico de su aparición inicial, la reflexión debe estar basamentada en el reconocimiento explícito a la capacidad del autor que plantea cuestiones de tanta profundidad y de futura resolución, sustentadas, tan sólo, en la experiencia reflexiva que trata de interpretar una realidad actuante, pero no clarificada.
En este sentido, Enrique Bernardo Núñez debe ser visto como el visionario interpretante de sucesos que necesariamente habían de producirse, porque la dinámica geopolítica así lo hace suponer. La Galera de Tiberio, para el afortunado lector de su primera publicación, ha debido ser un texto cúmulo de sorprendentes revelaciones y de no menos sorprendentes planteamientos. En otro sentido, y ya cuando el tiempo permitió la edición que podría llamarse definitiva, la novela representa otra cosa. El relato cronificado de unos acontecimientos y de las circunstancias y consecuencias que de ello derivaron. Crónica detallada de muchas situaciones y registro —interpretativo— de la actuación de muchos hombres y de los sucesos en los cuales tuvieron participación.
Interesante destino el de este libro que permite una doble, y doblemente acertada, visión de una misma realidad: la proyectiva y la cronificada. Si en Cubagua el escritor actúa como un personaje espectador que reflexiona e interpreta sucesos pasados y los alinea con sucesos de una modernidad que él puede testimoniar porque pertenece a ella, en La Galera de Tiberio el autor es personaje espectador y personaje efectivo de muchas de las peripecias que allí se narran. Esta nueva condición permite a Enrique Bernardo Núñez una nueva posición, asimismo, ante su responsabilidad como escritor y como novelista.
Existe una definida e intencionada ambigüedad en el texto de esta novela que hace pensar, también intencionadamente, que el escritor deseaba jugar con la mayor posibilidad de esa mencionada intención en el sentido de una utilización libre de los asuntos a tratar, pero condicionados, en cierta forma, a un esquema establecido de sucesos cumplidos. En la edición belga y firmada como E.B.N., aparece una nota explicativa donde el lector es informado de algunos pormenores acerca del libro que va a leer. Es una especie de relación que hace el novelista sobre su contacto y Xavier Silvela y, también, sobre el modo en que se convirtió en propietario —recipiendario más bien—, de “ sus libros y papeles” ; refiriendo cómo
Un día me puse a examinarlos y hallé el cuaderno que ahora publico y una copia en máquina. Se trataba de un relato escrito en forma autobiográfica y titulado La Galera de Tiberio o Crónica del Canal de Panamá. ( . . . ) Un relato extraño, un poco desordenado y escrito a ratos con bastante descuido y negligencia, mezcla de hechos fantásticos y de otros más reales o menos increíbles, como dos mundos distintos y contra dictorios, o mejor dicho, como si en el fondo de todo aquello el uno apareciese derivándose del otro. A pesar de sus defectos, me pareció digno de que algún lector compartiese tales impresiones”.
y, a la vez, juzgando, acertadamente, el contenido esencial de la obra que había escrito. Destacan, entre estos datos suministrados, algunos que revisten excepcional importancia: los que hacen referencia a “un relato escrito en forma autobiográfica” , porque muchos de los datos identificadores de la personalidad de Xavier Silvela, coinciden, exactamente, con algunos de los datos identificadores de la existencia del novelista. El hecho de que las páginas “ Las escribió Xavier Silvela en los días de 1930 y 31” , que son fechas casi idénticas a las que se señalan al final de la novela. Es muy coincidente que para esa época tanto Silvela como el escritor contaran con la misma edad; el que se refiere a la similitud de estudios universitarios cursados; y el final que habla del abandono de esos estudios sin haberlos concluido. Datos y hechos que hacen pensar en una similitud, demasiado casual, entre el novelista y su personaje principal. Existe, además, la manifestación de la vida en el ámbito diplomático —expresada en la novela— y el trabajo que, en ese sentido, desempeñó Enrique Bernardo Núñez en Panamá, para llegar a pensar que gran parte de lo relatado en esta novela procede de ese rubro autobiográfico que en forma tan sutil asoma el autor, pero que, igualmente, en forma tan definitiva desautorizó en su debida oportunidad. Se trata, a mi juicio, de una manejo propio que hacen algunos novelistas con sus propias experiencias vitales. No necesariamente un personaje está calcado en una presencia humana definida e identificable; puede, y lo está en la mayoría de los casos, confeccionado con el agregado de muchas experiencias, sin que ello determine, ni quiera decir, que no constituye un ejemplo singularizado de una representación que ha querido dejar el novelista como testimonio de una interpretación o de una caracterización.
Basándose en una fantasía, representada en la posesión de un anillo, Núñez desarrolla una anécdota múltiple con el fin, establecido, de pasar revista a una serie de acontecimientos producidos a raíz del desarrollo de unos sucesos de categoría mundial. Ese anillo, cuya posesión es símbolo de poderío, y cuya presencia es la significación del espacio temporal: pasado, presente y futuro, determina una esfera de poder que es proyectiva y señala el rumbo del tiempo en que actúa. Ese anillo ha estado presente en los más relevantes acontecimientos del mundo y es utilizado, en la obra, como elemento que garantiza el misterio, la posibilidad y la proyección de lo histórico para explicación de sucesos de actualidad y de futura realización. En base a este elemento lúdico, el autor se adelanta a su tiempo en las reflexiones que hace acerca de lo acontecido y de las conclusiones que se permite expresar como producto de su conocimiento del ser humano y de sus posibilidades dentro del contexto socio-político-histórico en que se desenvuelve.
La Galera de Tiberio es una novela concebida y escrita dentro de las características que se le reconocen al realismo inmediato, crítico, señalativo, denunciativo e interpretativo de las realidades que en ella el novelista presenta. Cada uno de los bloques de intereses expresados, representa la visión y estudio de un grupo humano de singular importancia, destacándose, como voceros que traducen ios planteamientos básicos del autor, dos ideas conductoras: Xavier Silvela y Herr Camphausen, encargados, así, de formalizar las cuestiones históricas que son, en esencia, las que determinan el sostén de todo lo narrado. Apoyado en esa actuación manifestativa de realismo, el autor logra conciliar las diferentes vertientes que confluyen en el texto y logra, asimismo, llegar a las conclusiones que surgen de la reflexión originada en la consideración y análisis de los importantes problemas que plantea la obra. Sólo en función de ese realismo primitivo, si puede llamarse así, para implicar la inmediatez y sencillez de su expresión, Enrique Bernardo Núñez puede presentar tantas y tan variadas cuestiones, resultantes de la actuación de seres humanos en conflicto con el medio, con sus semejantes y con las realidades que los contienen. Los personajes de ficción, así como los personajes históricos, están vistos tal como son, sin añadiduras literarias y sin artificios que puedan distorsionar la imagen que realmente representan. Cada ser humano está analizado en su exacto contenido y es requerido en todas sus manifestaciones, extraído de su propio contexto y señalado, específicamente, en la medida en que la novela lo necesita para explicar sucesos y circunstancias. El paisaje, de igual manera, está tratado con una singular exactitud. Las diferentes visiones que se dan de la ciudad de Panamá están enmarcadas en una rigidez de crónica referente, matizada tan sólo con algún rasgo de emoción que la literaturiza sin despojarla de su sentido descriptivo. Esa manera directa de enfocar las cosas se ve interrumpida con algunas interpolaciones que le confieren al libro un toque de novedad por la sugerencia que sus temas despiertan en el lector, sobre todo si se toma en cuenta la época inicial de publicación de esta obra. La utilización de ciertas noticias, fechadas e identificadas como provenientes de fuentes conocidas, orientan la resolución de la trama y le sirven de ubicación espacio/temporal.
Además del contenido historicista de esta novela, que es el principal ingrediente de todos los que la constituyen y el que le confiere mayor validez, La Galera de Tiberio es obra de afortunadas consecuciones literarias. Ya el novelista estaba en plena madurez y su capacidad reflexiva lo inducía a profundos soliloquios que habrían de resolverse en textos novelísticos. Todas las características del oficio de escritor logrado por Núñez se encuentran incluidas en esta nueva incursión en que la narrativa y su texto contiene, en forma evidente, todas esas manifestaciones, decantadas y acrisoladas. Narración casi esquemática que se apoya en pilares fundamentales y se desliza en un constante diálogo entre la posición del creador, siempre polémica y combativa, y la presencia de cada uno de los temas que hilvanan, al final, un gran mural de proposiciones y de conclusiones provenientes del largo discurrir con la conciencia histórica, añadiendo el intencionado cariz didascàlico, característico del escritor. Juego de presentaciones y de ejemplificaciones que tanto acostumbraba el novelista, colmado de juegos de temporalidades como testigos de los sucesos y corno explicación de la presencia permanente e inmutable del ser humano. Proposición semejante a la planteada en Cubagua novela, pero esta vez extraída de una realidad más generalizante de nuestra identidad latinoamericana.
Una de las grandes consecuciones de esta novela se evidencia en la utilización de grandes ejes analógicos que permiten derivar un asunto de otro, encadenándolos de tal manera que al irse desenvolviendo van estructurando el asunto general, que es la suma de cada uno de los asuntos que en su debida oportunidad han sido esenciales en el sentido anecdótico. De esta manera Enrique Bernardo Núñez puede manejar diversas situaciones y hacer —lo que era tan de su gusto y tan característico de su mejor novelística— los diferentes planteamientos, justificación casi de su quehacer narrativo.
Aprovechando las posibilidades de la trama, el autor plantea, para analizar y reflexionar al respecto, muchas de sus preocupaciones existenciales; sencillas casi todas, pero plenas de algo que en una oportunidad consideró como “las cosas eternas de la vida, que (él) quisiera utilizar para escribir la novela eterna”. La Galera de Tiberio, por los temas que maneja, está saturada de teorizaciones. Apoyándose en algunos personajes, voces singularizadas del escritor, o en situaciones que intencionadamente presenta, o en simbologías y mitos, Núñez repasa una amplia e importante gama de planteamientos cónsonos con la materia que está tratando en su libro. La relación de la vida con la historia, basada en la inmutabilidad del hombre como existencia opuesta al cambio esencial que puede modificarlo y hacerlo diferente, avalada por los infinitos años de la vida y por los infinitos ejemplos de la historia, le sirven de punto de partida para la mayoría de sus cuestionmientos. Una lucha incruenta pero sostenida y sordamente librada, trata de apartar al hombre de su destino espiritual para envolverlo en las maquinaciones de las cosas materiales y perderlo por el facilismo y por el comportamiento deshumanizado: poderes transitorios, auges deslumbrantes, imperios inconcebibles, grandeza sin solidez, son puestas al tapete de la reflexión que el autor resuelve en uno de sus más afortunados ejes analógicos contrarios: la existencia eterna de las pirámides y el auge incierto del Canal de Panamá, o la comparación efectista y luminosa del poder transitorio de los modernos aviones contra la fragilidad eterna y hermosa de una fugaz mariposa. Al estilo de lo referido se desarrollan las grandes preocupaciones que angustiaban al escritor, que se aferraba, por convicción conciencial, a la idea de lo eterno, y lo eterno para él estaba en la condición del hombre en estado de valor intrínseco. Allí residiría la gran verdad y la única forma de oposición a la inestabilidad, inasibilidad e impredicibilidad de la vida. Comienzo y fin son los límites del hombre y esa certidumbre nostalgiza nuestro entendimiento y nos hace buscar el acercamiento humano como solución permanente del tránsito existencial.
Pero el hombre es debate y polémica y búsqueda e insatisfacción y el siglo en que vivimos es propicio para la lucha y para la imposición por medios diversos. El hombre se inmerge en el torbellino que le impone la época y olvida la tradición y el pasado constructivo; olvida las viejas culturas que han sido enseñanza y ejemplo permanente; olvida su condición fraterna y comunitaria y se deslumbra por los avances, cada vez más prodigiosos, del progreso; de las nuevas ideas económicas y de la tecnología que trata de reemplazarlo. Otro eje analógico, también contrario, concluye esta serie de reflexiones y el hombre se conecta con la idea de América como posibilidad, y todos los razonamientos que se han hecho en base al hombre sirven para explicar la confusión americana y la inquietante búsqueda de su identidad y de su definitivo destino.
Casi al comienzo de la novela, cuando se está describiendo la ruta del Canal, el autor incluye una reflexión, dolorosa y trágica, cuando comenta que “Para el hombre del norte, el trópico es un animal rebelde al cual es preciso enseñar hábitos disciplinados” ; y a comienzos del capítulo III, el personaje Revilla, viendo la variedad humana que transita por la ciudad de Panamá, piensa acerca “de la humanidad que iba a nacer de aquella mezcla”. Es la confluencia del mestizaje en toda su expecteante realidad. Es el sedimento humano y es, también, la posible esperanza de una tierra nueva. Todo esto le permite al novelista desarrollar una teoría sobre nuestro continente geográfico y humano. Al igual que Rómulo Gallegos, Núñez le concede primera importancia a la proveniencia asiática del hombre americano. Sin emitir los conceptos discriminatorios que nuestro gran novelista incluye —aunque muy someramente— en el capítulo inicial de Doña Bárbara, Núñez habla de que “América desea el Asia. En el fondo del alma de América, Asia se mira y sonríe” (p. 72); y esta apreciación, impregnada de un visible determinismo, le da pie para emprender el desarrollo de su amplia reflexión.
América está confundida y una evidente ineptitud se manifiesta en muchas de sus características; resolviendo el término América en un eje analógico que es el hombre americano. El personaje Luis Argote se convierte en la voz y en las palabras que muchos de nuestros grandes hombres han expresado para alertar y prevenir acerca de la identidad americana
“Compañeros y hermanos en sufrimiento: nosotros somos una fuerza dispersa y se nos mantiene divididos para sujetarnos mejor. Si estuviéramos unidos podríamos luchar en iguales condiciones con la iniquidad y la injusticia. Nosotros, hombres americanos de esta o aquella región, somos una misma cosa” (p. 174).
y de ello deriva el autor un comentario mordaz cuando al hablar sobre los “ emigrados de distintos países de América” , se refiere a estos últimos como “ provincias todas de un mismo imperio” (p. 109); totalizando, en un párrafo magistral, la idea que pesimistamente le merece la realidad. Hablando de los gobiernos latinoamericanos, dice:
“En Sur América, por ejemplo, apenas se les permite nombrar ministros plenipotenciarios, declarar los días de fiesta y de duelo y hasta llevar a cabo una revolución para reemplazar unos burócratas con otros” (p. 53).
Analizando estas cuestiones, que tanto le preocupan, dirige las reflexiones hacia su patria Venezuela. Juzga los acontecimientos acaecidos el año 1928 y hace alusiones al régimen del General Juan Vicente Gómez como inicio de algunas consideraciones que habrán de llevarlo a plantear sus teorías acerca del policaudillismo venezolano que impidió cualquier acción revolucionaria positiva. En este sentido Núñez defiende la misma tesis que propugnó José Rafael Pocaterra en su famosa obra Memorias de un venezolano de la decadencia; pero Núñez, en esta novela La Galera de Tiberio va más allá: habla y critica la influencia depredatoria del caudillismo como salida personalista. Coincidiendo con aquella gran tesis de Gonzalo Picón Febres, expresada en su novela El sargento Felipe, increpa contra las guerras fratricidas como culpables del desmoronamiento de la tierra y del hombre venezolano. Cuando habla del problema de la despoblación, se suma a la tesis positivista defendida por también novelistas venezolanos del siglo XIX como Manuel Vicente Romerogarcía y Rafael Cabrera Malo en sus novelas Peonía y Mimí, quienes advertían sobre la necesidad urgente de una inmigración selectiva y de un poblamiento dirigido.
La intervención del autor en su obra es algo inherente al modo expresivo de Enrique Bernardo Núñez. En Cubagua se percibe a través de las múltiples insinuaciones que se hacen al respecto, y es permisible cuestionar si los personajes no son otra cosa que la manipulación intencionada del autor en favor de sus planteamientos. Sin embargo la sutileza y el modo mismo de las intervenciones se diluye en una sobrecarga efectista del tono de esos personajes cuando son manifestaciones de lo que quiere decir su creador. En La Galera de Tiberio la situación no es diferente, aunque varía en matices. Cubagua es una novela de ejemplificación con la historia; La Galera de Tiberio lo es, pero de una historia inmediata y no de un paralelismo histórico; y es esa inmediatez la que permite que el autor se identifique, en muchas ocasiones, con los planteamientos y las circunstancias que la novela revela. Aunque descartando la similitud autobiográfica que se le señala, no hay duda de que gran parte de las experiencias vitales del escritor se ven retratadas en estas páginas; y no lo es menos el hecho de que gran parte de su actividad cotidiana está reflejada en la anécdota de esta novela. La actitud crítica que se ejerce a lo largo de las páginas de este libro parece confirmar la actitud crítica permanente que su autor ejercía; las variadas concepciones acerca de diferentes tópicos no son más que prolongaciones de tópicos que siempre estuvo develando para muestra o para ejemplo ante sus lectores; las constantes formas de recordar el pasado —que tanto atraía al escritor—, son también elementos identificadores de la presencia viva del novelista en su novela; y, más que todo lo son, aquéllas que lo sitúan directamente en el texto.
Núñez se deja ver al través de un personaje o haciéndose presente por intermedio de alguna insinuación o, en forma de análisis y crítica de las personalidades, cuando define —con un toque de magistral conocimiento del ser humano— , las características que los constituyen. Así, está presente en el juicio que hace contra tiranos como Chía y Manjaloto; lo está cuando habla de periodistas venales como Carlos Bache; asimismo, al enjuiciar la vida disipada de diplomáticos como Castrebil y Reveur. Opina en forma tajante contra los dudosos valores morales de personajes como Bergamota, o de hombres sin escrúpulos ni moral como Paco de Laredo. Objeta las acciones de aventurerismo de Luis Argote y de Cayetano Robles, al tiempo que elogia y dignifica la actitud ilusoria de Félix Palma. Establece una especie de conceptualización generalizante cuando describe a Miss Alice Ayres, recubriéndola de las más diversas y contradictorias condiciones que pueden ir desde el aventurerismo, lo misterioso, el desdeñoso desparpajo, hasta su presencia de conquistadora y de mujer de activa modernidad. También está presente en todo el apasionamiento humano que revela Xavier Silvela y en la simbología que representa, para la totalidad de la obra, la presencia del personaje Revilla. Pero también lo está en las apreciaciones de historia inmediata venezolana que presenta y trata de interpretar en su obra. Juicios contra el aventurerismo de los caudillos venezolanos. Juicios cáusticos contra los falsos revolucionarios y contra los falsos desterrados, a quienes califica como “desterrados de sí mismos” (p. 85), y que identifica en su personaje Jaime Lobo. La vida disoluta e improductiva de los diplomáticos le merece especial y mordaz consideración, y la relata con una vivencia que certifica su presencia enjuiciativa y crítica.
Pero donde posiblemente se encuentra la mejor huella del autor en esta su obra, es cuando la estructura en base a su concepción de la historia. Desde la historia íntima y cotidiana que comenzó a manejar en la novela Después de Ayacucho, y que elevó a límites extraordinarios en Cubagua, ha habido una afirmación del concepto. Esa historia íntima y menuda, constituyente de la gran historia y de la historia que trasciende, permite la elaboración de una anécdota donde la suma de las circunstancias va a conformar este amplio cuadro de interpretación histórica que es La Galera de Tiberio; y es aquí donde vemos la diferencia esencial con Cubagua. Esta es el intento, luminoso, de reflexionar sobre la historia para obtener un ejemplo y una enseñanza. La Galera de Tiberio es la profundización de una interpretación histórica en base a hechos y sucesos que comprometieron una parte de la realidad de América; y Enrique Bernardo Núñez, al intentarla, en forma de novela, se nutre de sus propias teorías y de sus propias concepciones, presentando una base real de acontecimientos, tratando la historia desde un punto de vista que la hace grande y decididora; no olvidándose de los permanentes misterios que la misma historia presenta, ni de las posibilidades teóricas que permite; pensando en que la historia es, a veces, repetición, porque es referencia del hombre y el hombre parece ser inmutable. Pasados que regresan y constituyen presentes y se proyectan en posibles futuros: historia dinámica, divulgativa, interpretativa y, muy por encima de todo, constructiva en actitud de una nueva mentalidad capaz de hacer derivar las constantes enseñanzas que proyecta desde los sucesos que la generan.
NOTAS
1 VELASQUEZ, Ramón J. Discurso pronunciado el 2 de octubre de 1965.
2 LARRAZABAL HENRIQUEZ, Osvaldo. Enrique Bernardo Núñez, p. 9.
3 ANDERSON IMBERT, Enrique. Historia de la literatura hispanoamericana. Tomo I, p. 387.
4 LARRAZABAL HENRIQUEZ, Osvaldo. Obra citada, p. 27.
5 NUÑEZ, Enrique Bernardo. “Algo sobre Cubagua”. El Nacional. Caracas, 13 de diciembre de 1959.
6 NUÑEZ, Enrique Bernardo. Obra citada.
7 LARRAZABAL HENRIQUEZ, Osvaldo. Ibidem, pp. 29-30.
8 LARRAZABAL HENRIQUEZ, Osvaldo. Ibidem, p. 67.
9 LARRAZABAL HENRIQUEZ, Osvaldo. Ibidem, p. 37.
10 ORIHUELA, Augusto Germán. Prólogo a La Galera de Tiberio.
