José Ygnacio Ochoa
El escritor venezolano Julio Garmendia devela un mundo que acerca al lector a través de una naturaleza regida por una contemplación que se despoja de cuadros rebuscados. En el libro de cuentos La hoja que no había caído en su otoño (Monte Ávila Editores/INCE, 1986) Garmendia propone una búsqueda que permuta en cada uno de los diez cuentos de esta edición: «El gusano de luz», «La joroba», «La hoja que no había caído en su otoño, «El pequeño nazareno», «La máquina de hacer ¡pu! ¡pu! ¡puu!», «El señor Del Martillo», «Sí, no; no, sí», «La Fe», «Cita nocturna interrumpida» y «Los de a locha». Cada cuento es una experiencia lectora diferente. Quiero decir con esto que personajes y argumentos serán únicos, ambos coexisten con sus diferencias. Los une el asombro, además de la naturalidad con la que se asienta la palabra en el discurso. El gozo está en una lectura sin inclinaciones, y de existir ésta, será una lectura constituida por imágenes como en el primer cuento «El gusano de luz»:
—Dirige tu vista al horizonte y verás una gran luz purpúrea larga como un camino.
—No pongas tu esperanza, hermano mío, en esa luz maldita. No es luz, no es la luz verdadera, es un gusano luminoso que está pasando por ahí. El mismo que ha dado la vuelta a la tierra. (p. 13)
Sí, un gusano luminoso que da vuelta a la tierra, así como los hombres que no tienen luz en los ojos. Giros o expresiones verbales que vinculan al lector con una historia que puede estar en el imaginario de un niño o un adulto rememorando su niñez. Vemos el caso del gusano quien sepulta a la verdad y ver cómo esa verdad vuela al tercer día, entonces, nos atrevemos a afirmar que, es una historia que abre ventanas a lo ilusorio, a la figuración porque la realidad se trastoca para dar paso a los devaneos de la vida. En el cuento «La hoja que no había caído en su otoño» Garmendia le confiere vida a una hoja de ceiba. Esta hoja le pide al viento de marzo, a la llovizna pasajera, al carretero, a los retoños del árbol hasta llegar un tordo que la liberen de su estado casi que perpetuo en la rama donde se encuentra. Ella, la hoja quiere ser normal y cumplir su ciclo de vida, es decir, como todo el mundo o mejor dicho como todas las hojas de cualquier árbol. Esa es la escritura creativa de Julio Garmendia. Persuade al lector para que lo acompañe en recrear otros mundos alrededor de lo cotidiano convertido en descargas narrativas. Lo asombroso y sorprendente está a la vista, solo que lo descubre y lo evidencia desde el componente ficcional, que en definitiva es el signo que se antepone:
—¡Oh, tordo —le rogó—. ¡Despréndeme y llévame! ¡Ponme en el fondo de tu nido, como colchón; o ponme arriba como techumbre, o ponme delante como puerta y no se mojarán tus pichones, ni tú mismo, cuando llueva ni se enfriarán cuando haga frío. (pp. 27-28)
Es la destreza de cómo se cuenta, para convertirlo en un acontecimiento creíble a los ojos de quien lee. Garmendia propone una lectura desde lo inverosímil con elementos de la cotidianidad. Pero creemos que así es el ser humano en esencia. Esta hoja como protagonista no desea posesiones ni oscuridades. Su idea no es acumularse o perpetuarse en un espacio. Entonces, les sugiero leer el cuento para que detallen el final de la historia. La pauta va por darse un espacio en la lectura. Garmendia nos da esa posibilidad, leerlo es un gozo. El autor propone una estructura y un guión el lector construye el signo. Es como abrir una ventana sin el ánimo de detenernos en inmensidades teóricas. Los cuentos de Garmendia evaden un tiempo y un espacio determinado. Ellos, los cuentos, se redimensionan en cada lectura.
En «Cita nocturna interrumpida» Garmendia juega al sentido irónico. La palabra en el espacio de la ficción cobra vida con el diálogo entre dos personajes. Uno de ellos espera a alguien, el otro presupone de quién se trata. El humor y la picardía se presentan en una historia precisa. El comienzo, desarrollo y final están contenidos en dos páginas y medio. Ahora, lo resaltante está en cómo se concibe cada forma discursiva: narración, descripción y diálogo para transparentarse en la totalidad del cuento: su unidad. La historia se concentra alrededor de la luna para dar paso a lo que aspira y desea el personaje que la espera. Es un encuentro entre dos donde lo demás no importa. Realidad y ficción se fusionan para darle paso a lo otro. Aquello que está contenido en la imaginación de quien espera. Quién evidencia la aparición de la luna, o quién ayuda a forjar esa imagen de la luna, no la que, en el filo del monte, por encima de la inmensa cabeza del Hombre Yacente (p. 64), esa sabemos cuál es, nos referimos a la otra que está en el imaginario del personaje. Esa es la que juega y se corresponde con la otra realidad. Ese es el juego. Transfigurar(se). Como lo afirma Víctor Bravo en Los poderes de la ficción (Monte Ávila Editores, 1987) es la ambivalencia del límite: su atracción hacia un ámbito otro… (p. 77) El personaje que espera se atreve a vivirlo conjuntamente con el lector. Por lo cual se acerca a aquello no real. Establece conexión con lo figurado del personaje para la correspondencia con la otra realidad creada. Otra realidad a la cual se accede por la filtración de lo vivido internamente en el personaje, acéptenme esta analogía, es como una gota de agua, es decir que gota a gota en el transcurso del tiempo se va sedimentando para deshacerse de un vínculo material. Ese es el momento del relato, la historia adquiere el otro carácter, la otra presencia: la ficción. Para luego aparezca la catarata de agua, quiero decir, la imaginación.
Lo sustantivo de Julio Garmendia está en la constante dualidad de las acciones. Estas acciones se corresponden, no con un estilo, —porque no es nuestra intención ubicarlo en una corriente literaria determinada—pero sí con una marcada tendencia de un verbo que requiere de un manejo del lenguaje trabajado a conciencia, quizás allí radica la distancia entre sus publicaciones, es una mera especulación. En Garmendia la palabra —sustantivo, verbo y adjetivo— está para crear una subjetividad entre lo que aparenta ser real y lo que se produce en el imaginario del lector producto de las confluencias de las palabras. Dos momentos para un encuentro. Lo que sucede con los personajes contenidos en el libro La hoja que no había caído en su otoño: hojas, gusanos, ratones, pájaros, la luna y hasta frases como, «No llores más mi amor», que le da corporeidad a un autobús, conquistan una voluptuosidad propia en las historias y por ello la transcendencia en el tiempo. Dicho de otro modo, personajes e historias crean el artificio en el ámbito ficcional para entrar en la perplejidad de la creación escritural: Julio Garmendia lo asume.