Por: Rafael Victorino Muñoz
Quisiera compartir con ustedes unas breves anotaciones que hecho, a vuelo rasante, mientras releía la obra de Rafael Cadenas “En torno al lenguaje”, la cual tuve oportunidad de conocer en mis primeros tiempos de universitario, y que felizmente he vuelto a encontrar y a frecuentar.
Aunque la obra ensayística de Cadenas no goza del mismo fervor que su poesía, o al menos no se le menciona tanto, dicho libro se ha constituido en un hito muy particular en nuestra literatura. Es casi una obra de culto, si nos atenemos a las vagas definiciones que se dan a este término.
Lo que, en primer lugar, hace de esta una obra singular es el hecho de que es una reflexión sobre el lenguaje emprendida por un no lingüista o emprendida desde una visión no lingüística o no estructuralista. Es decir, no se vivisecciona el idioma, como si se tratara de un mecanismo inorgánico, compuesto por partes que semejan meros fuelles de relojería o algo por estilo. El lenguaje del que nos quiere hablar Cadenas es un idioma vivo: es la lengua con la que amasa su prosa y con la que desteje sus versos, es la lengua nuestra del día a día.
Tal vez por eso, cuando le toca apelar a una autoridad, no acude tanto a los teóricos como Chomsky, Saussure o Hjelmslev, sino que cita a filólogos o filósofos, cuya visión en torno a este objeto es más clásica o romántica, si cabe. Es el caso de Karl Kraus, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Pedro Salinas o Ángel Rosenblat, con quienes comparte Cadenas el amor por la lengua y la visión de esta más como poiesis que como artefacto, dispositivo o sistema.
En torno al lenguaje está dividido en cinco secciones: La quiebra del lenguaje, Karl Kraus, Un abogado de buenas causas (sobre Pedro Salinas), La gramática contra la lengua y Lenguaje y literatura. Me interesan particularmente la primera, cuarta y la quinta parte, ya que creo que en ellas el autor de Memorial expone más directamente su visión de la lengua y de la enseñanza de la misma, antes que revisar las de otros.
Voy a empezar, si es que no he empezado, por la penúltima y luego pasaré a la última, para dejar al final la primera. No se trata de capricho de escritor o de un juego de hipérbaton, sino que como estoy muy de acuerdo con unas partes y con otras no, postergaré la discusión o la disensión.
En Sobre el lenguaje Cadenas expone una idea que hoy todos sabemos; sin embargo, parece que nadie hace nada por evitar que suceda. El asunto es que en la escuela el enfoque de enseñanza que ha predominado con respecto al lenguaje escrito es excesivamente gramaticalista, en contraposición a lo que sucede cuando aprendemos el habla oral, que es más natural o está más orientada a los usos y satisfacciones que la misma nos brinda.
En sus palabras, se trata de una aberración, en la cual “los maestros y profesores han sustituido el aprendizaje y perfeccionamiento de su lengua por el aprendizaje de la gramática” (p. 70). Para explicarlo con una metáfora, de mi autoría (ya que yo también he sido profesor y defensor de la lengua por años), es como si quisieran enseñarnos a manejar un carro explicándonos el funcionamiento de cada una de sus piezas. El resultado: un fracaso.
Pero no nos adelantemos, sigamos con Cadenas, quien nos dice que ignora cuál es la causa de esta situación: “¿A qué atribuir esta obstinación? ¿Estupidez? ¿Fuerza terrible de la inercia? ¿Rigidez esclerótica del sistema educativo que no permite variaciones individuales? ¿Resignación a una rutina a sabiendas de que constituye una pérdida de tiempo?” Luego añade: “¿Conocen bien el castellano los maestros y encargados de su enseñanza?”
Considero que en estas dos o tres últimas preguntas está la respuesta, valga la aparente paradoja. Una parte podría resumirse en el concepto de resistencia al cambio, aplicado a la enseñanza del idioma propio: no quieren romper el paradigma gramatical. Aunque quizás sea aventurado usar el término resistencia, ya que los docentes de lengua no se oponen a nada: el sistema educativo mismo los impele a seguir trabajando de esa manera. No se ha propuesto o impuesto una reforma seria sobre este asunto.
En segundo lugar, con respecto a si los docentes manejan su propio idioma, podríamos responder junto con el famoso Mario Moreno: ahí está el detalle. Mal se puede enseñar lo que no se conoce. Mal pueden enseñar la lengua escrita quienes no la usan sino para actividades superfluas. Dicho más claro: si los docentes de lengua, no producen textos escritos, no manejan su propia lengua, ¿cómo iban a enseñarlo? Seguirán revisando para qué sirve un carburador de un carro que no se mueve del lugar de donde está, desde hace años. Seguirán revisando y enviando mensajes por sus teléfonos (cosa que no sucedía cuando Cadenas escribió su libro), y evitando a todas luces enfrentarse con un libro.
Entre las soluciones para este o estos problemas, Cadenas afirma que se impone la tarea conocer la lengua directamente en los textos. Aprender sobre la lengua leyendo, leer atendiendo el lenguaje. Comprenderla en acción, en movimiento. “La lengua se absorbe indirectamente”, dice más adelante, dando a entender que, tal como sucede con la oralidad, no necesitamos tanta estructura programática para aprender el lenguaje escrito.
Entonces, la vía sería la lectura. Leer, dar de leer, o dejar leer, incluso. Pero, todo esto supone un mayor escollo, que tiene que ver, nuevamente con los maestros, quienes deberían ser grandes lectores. ¿Cuántos lo son realmente?, se pregunta Cadenas. Es una pregunta que estamos lejos de responder; aunque sospechamos cuál es la oscura y siniestra realidad: lo que está a la vista…
No obstante, para cerrar estas ideas, el autor deja algunas sugerencias:
– seleccionar una lista de textos “desde nuestro hoy”, dejando para después los supuestos grandes clásicos que tienen menos que ver con nosotros y que alejan más bien al estudiante (lo aplaudimos y secundamos);
– en segundo lugar, sugiere concentrarse en el goce estético y olvidarse de las informaciones inútiles sobre las obras (tales como tendencias, figuras retóricas, etc.);
– y, por último, revisar los programas.
La idea es una transformación total de la enseñanza de la lengua, nada más y nada menos: olvidar la gramática y volcarse sobre los textos.
Y aún Cadenas va más allá, ya que el aprendizaje de la lengua escrita es un fin en sí, pero también un medio. ¿Un medio para qué? Para el goce, para el disfrute, para poder acceder a los grandes bienes del espíritu. “A los fines de este ensayo he querido ver la literatura como asiento del lenguaje y ruta principal hacia su riqueza”, señala. Dicho de otro modo: el lenguaje, en su máxima expresión, está acrisolado en las grandes obras literarias. Y frecuentar estas nos enriquece, lingüística, además de estéticamente.
Hasta aquí todo bien y totalmente de acuerdo. Pero había dicho que dejaría para el final el tema del quiebre del lenguaje, que el autor expone al principio. Y es que algunas de estas ideas entran en conflicto con otras que he conocido por autores también interesados en el tema. La posición de Cadenas por momentos parece la de un purista o la de un reaccionario, horrorizado por lo que llama el empobrecimiento del lenguaje del venezolano, ocasionado por una mayor interacción con los medios audiovisuales que con el texto escrito. Al respecto, el autor emplea términos como “inopia irreversible”, “grave descenso lingüístico”. Y aún más, acusa a los medios, particularmente los televisivos, de ser causantes, coadyuvantes o cómplices de tal situación.
En mis estudios sobre el lenguaje siempre he tendido a afiliarme con aquellos que defienden más el uso que la prescripción. Es decir, los que ven lo que se hace con la lengua, o cómo la emplean los usuarios, que con aquellos que dicen cómo deberían hacerlo. Después de todo, el idioma que hablo o que escribo es una deformación del latín vulgar, mal hablado en la Hispania, y mezclado con no sé cuántas lenguas más, desde el celtibérico hasta el árabe. Incluso aquel era una deformación del latín clásico, el cual era una variación proveniente del tronco itálico de las lenguas indoeuropeas que derivaron del sánscrito… Si nos pusiéramos muy puristas, deberíamos terminar hablando o escribiendo, en efecto, sánscrito.
Yo, de manera particular, aunque no empleo mucho el habla de la calle, menos aún por escrito, la veo como lo que es: un fenómeno o una variación. Y siempre tenemos la posibilidad de acceder a las otras variedades más elevadas a través de los textos. Por otra parte, no veo tampoco la necesidad, a estas alturas de la vida, de satanizar los medios. Si alguien quiere leer, bien, que lea. Si alguien no quiere hacerlo, allá él que se lo pierde. Y tercero, podemos ver en tales medios unos aliados potenciales… En tal sentido, podríamos dejar de ser un poco apocalípticos y ponernos más integrados, citando a Eco. En fin, son estas las cosas que he pensado leyendo o releyendo En torno al lenguaje de Rafael Cadenas. Es un texto que para mí logra su cometido, ya que, como debería hacer cada ensayo, nos emplaza a asumir una postura, a discutir. No en todo podemos estar de acuerdo y no en todo podemos estar en desacuerdo. Como a ustedes, seguramente, queridos lectores, les pasará conmigo.