literatura venezolana

de hoy y de siempre

El ensayo literario en Hispanoamérica. Su expresión en Venezuela

Nov 25, 2021

Cesia Ziona Hirshbein

Introducción

Este papel de trabajo va encaminado al desarrollo de la tesis sobre la importancia del ensayo en Latinoamérica desde los momentos mismos de la fundación de una expresión literaria que se manifiesta después de la colonia. Intenta igualmente servir de aporte al estudio genérico (asunto inevitable) de la expresión literaria conocida con el nombre de ensayo.

La circunstancia tan sugestiva del título nos obliga a recordar el origen de la palabra ensayo. En su sentido primitivo presagia la incompletez, el hacer una prueba, intentar o más bien tentar como lo sugiere Chesterton -con su acostumbrado tono irónico- en el ensayo titulado «Sobre el ensayo», y donde compara este género con una serpiente que es tentativa en todos los sentidos de la palabra. «El tentador está siempre tentando su camino», nos dice el ensayista inglés. Y este engañoso aire de incompletez hace que nosotros también estemos tentados por la serpiente, y queramos aclarar que, de igual modo, estoy ensayando aquí algunos caminos para perfilar este género, ya que es una de las formas más interesantes de la literatura y pensamiento latinoamericano en general y del venezolano en particular.

Para empezar ensayaré algunas características que nos acerquen al género, pues aunque muchos tratan de definirlo, buscar ciertas fronteras o especificaciones, pareciera ser el ensayo una forma de expresión que no acepta ni límites ni definición precisa. Shipley en su Diccionario de Literatura afirma que «nunca se ha determinado con exactitud en qué consiste el ensayo». Y es que aún más que la gran mayoría de las formas literarias, ésta se resiste a una definición estricta.

En efecto, el ensayo es camaleónico y tiende a adoptar la forma que más le convenga. De naturaleza reflexiva e interpretativa, es también flexible, subjetivo y donde existe muy especialmente la participación del lector, sobre todo por su intimidad. Es a la vez interesante observar que usa los más variados y sorprendentes recursos literarios: recordemos los ensayos dialogales de Osear Wilde, el intenso ensayo en forma de memorias de Unamuno dedicado a Salamanca, o las conversaciones imaginarias de Stevenson; tenemos también ensayos en forma de sueños, apuntes, diarios o epístolas. En cuanto al contenido, aún cuando generalmente se lo asocia con el tema literario, existencial y el filosófico, es importante destacar que acepta cualquiera de las múltiples e infinitas vetas del conocimiento humano; igual como hay ensayos sobre la verdad, sobre el entendimiento humano, los hay sobre la energía nuclear, la biología, el átomo o también sobre un abrigo de piel, un grano de especias, un desván elisabetano o unas papitas fritas, por sólo citar algunos ejemplos. Montaigne (el primero y más grande de los ensayistas) decía hacia 1580: «Tomo al azar cualquier tema que se me presenta. Todos me son igualmente buenos… Penetro en él, no con amplitud sino con la mayor profundidad que puedo…».

De ahí que afirme que en el ensayo todo depende del enfoque, del modo original con el que se acerque la pluma de un escritor al texto, no del tema que circunstancial o coyunturalmente haya escogido (por azar, como dice Montaigne), pues es el autor quien con su perspicacia, talento y estilo peculiar crea el interés y el sabor del tema. Por eso creo que es lícito llamar al ensayo «prosa de ideas», de igual modo, «poema en prosa», pues son los ensayistas en el sentido que lo estamos apuntando, quienes transfiguran esas ideas en imágenes, visiones y vivencias, y éste quizás sea uno de sus aspectos más interesantes, pues es el hacedor de imágenes el que fija la diferencia entre un ensayo y un artículo periodístico, un tratado, una crónica o una monografía.

Pero por el otro lado, igualmente su tarea, así como lo afirma el profesor Han Stavans en su libro antológico Latín American Essays, es la de confrontar, discutir, contradecir y pensar. Surge según esto una confrontación inevitable: ¿es el ensayo arte? Pues como bien lo apunta Walter Pater -otro de los fundadores del ensayo actual- el arte trata siempre de independizase de la mera inteligencia; de convertirse en percepción pura, de liberarse de sus responsabilidades con respecto a su asunto o material, y donde forma y contenido presentan un solo efecto a la «razón imaginativa». Por su lado Oscar Wilde afirma que el objeto del Arte no es la verdad simple, sino la belleza compleja.

De manera que hemos llegado a lo que considero el punto neurálgico del género: Si el objetivo primordial del ensayo es el de conscientizar y confrontar, ¿dónde insertamos el aspecto literario? Pues bien, lo literario está precisamente en la simbiosis entre forma y contenido, y ahí es donde se presenta en forma contundente su diferenciación del tratado, en el cual priva el contenido por encima de todo. Debo decir que en efecto, en el ensayo se expresa en efecto un pensamiento, pero es un pensamiento creador e informal, impulsado por la imaginación, que es artísticamente creadora y busca siempre una nueva forma. Y solamente adquiere existencia literaria por la intencionalidad estética, por ese afán de crear belleza.

Puedo ya decir que el ensayo es literatura inclusive y aun cuando su tema no sea literario, pues lo resaltante en este género es la finalidad literaria en sí, aquello que los estructuralistas no se han cansado en llamar la literaturidad del texto, aquello que hace que un texto sea literario.

Con estas consideraciones iniciales, debo subrayar que ésta así llamada «reflexión original» ha sido en Hispanoamérica en general y en Venezuela en particular, una de las manifestaciones de la creación literaria de mayor alcance para la expresión del pensamiento y la cultura nacional. Y es importante decir que ningún género literario ha sido tan adecuado para demarcar la psicología latinoamericana, sus patrones laberínticos y sus más profundos secretos.

El ensayo hispanoamericano. Su expresión en Venezuela

Es importante, al introducir el ensayo en Venezuela, enmarcarlo dentro de Hispanoamérica, ya que el nuestro -el venezolano- se inserta en forma armónica y muy destacada en el del resto del continente del sur. Además, entre las figuras más connotadas que fundan modernamente en toda Latinoamérica este género literario están los venezolanos Andrés Bello, Simón Rodríguez, Francisco de Miranda y Simón Bolívar, quienes junto a Fray Teresa Servando de Mier, Fray Camilo Henríquez y Fernández de Lizardi, «fecundos, vastos y enormemente influyentes», son los padres del género.

A partir de 1810, las luchas independentistas con sus evidentes preocupaciones políticas e ideológicas se van a convertir en el tema fundamental de la literatura de la época, y el ensayo, por su idiosincrasia reflexiva y concientizadora, es el texto más idóneo para expresar los conflictos y las preocupaciones de este momento histórico tan convulso. Es una literatura de combate, lo que inevitablemente hace que el pensamiento y la acción estén unidos en la mayoría de ellos. El escenario, en efecto sirve para los cuadros históricos y muestra el desafío de una literatura que se sumerge en el humus de la guerra, y donde en esa transición (desde el punto de vista cultural) del barroco al romanticismo de fines del siglo XVIII y principios del XIX se sorprende con rasgos ya de raigambre muy americana. Sin romper con la tradición hispánica, la escritura literaria de esta época abre un nuevo camino a la reflexión y la expresión de los problemas más candentes del momento. Es importante aclarar que estos hombres de la época independentista aún no son conscientes, al escribir, de la categoría de ensayo, y expresan sus ideas en un texto que algunos llaman «proto-ensayo», y que en alguna medida se emparenta todavía con el tratado, el artículo, la epístola y la oratoria, pero que resalta por una forma que ya es propiamente literaria. (Lo que llamaba la intencionalidad del texto).

Se levantan voces que hablan de la tolerancia religiosa, de los derechos individuales, de la libertad intelectual y la sociedad igualitaria y republicana. El espíritu de la Ilustración se muestra en todo su alcance ya que circulaban -aún cuando en forma clandestina- libros de orientación moderna para la época: la Encyclopédie, las obras de Bacon, Descartes, Copérnico, Gassendi, Boyle, Leibniz, Locke, Condillac, Buffon, Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Lavoisier, Laplace.

Es de rigor destacar a Simón Bolívar y a don Andrés Bello. En primer lugar tenemos al Libertador Simón Bolívar (1783-1830) que como lo señala Teodosio Fernández (Los géneros ensayísticos hispanoamericanos) Bolívar es autor de más de tres mil cartas y doscientos discursos, arengas o proclamas; y añado, algunos escritos que podría catalogar como de crítica literaria poco conocidos y únicos en su género para la época. Todo esto conforma un extraordinario testimonio de su decisiva participación en los hechos no sólo militares sino también político-sociales que entonces determinaron el destino de Hispanoamérica. De su obra han merecido particular atención Mi delirio sobre el Chimborazo, una apasionada y poética reflexión sobre su misión libertadora, también el famoso Manifiesto de Cartagena de 1812 fundamental para el conocimiento de su pensamiento político, en esa misma categoría están la Carta de Jamaica de 1815 y el Discurso en el Congreso de Angostura de 1819. Son interpretaciones de la realidad hispanoamericana de excepcional lucidez donde asoma la fe en el poder de la razón (la Ilustración). Oigamos este fragmento de una carta que le escribe el Libertador al poeta José Joaquín Olmedo:

Ya que Vd. ha hecho su gasto y tomado su pena, haré como aquel paisano a quien hicieron rey de una comedia y decía: «Ya que soy rey, haré justicia… he oído decir que un tal Horacio escribió a los Pisones una carta muy severa, en la que castigaba con dureza las composiciones métricas; y su imitador, M. Boileau, me ha enseñado unos cuantos preceptos para que un hombre sin medida pueda dividir y tronchar a cualquiera que habla muy mesuradamente en tono melodioso y rítmico… prepárese Vd. para oír inmensas verdades, o, por mejor decir, verdades prosaicas, pues Vd. Sabe muy bien que un poeta mide la verdad de un modo diferente de nosotros los hombres de prosa. Seguiré a mis maestros…

Permítaseme ahora extenderme en la figura de don Andrés Bello (1781-1865), -reconocido por los críticos como el primer ensayista moderno latinoamericano – no sólo por el respeto universal que provoca su obra, movida como está por el amor a la belleza y por el placer de conocer, sino también por ese interés suyo de enseñar, encaminar y alumbrar. Además, ese afán de compartir e impartir sus conocimientos se une en él a su «fe literaria» que define en el «Discurso de Instalación de la Universidad de Chile» (1843), en donde defiende la libertad, pero dentro del orden. Debemos subrayar que ese equilibrio literario de Bello está dirigido finalmente hacia América, hacia nuestra América. En efecto, su tema es América, la audiencia a la que se dirige es americana, americanos son sus sentimientos y sus conceptos; incluso, durante su permanencia en Inglaterra, la vocación por lo americano se hace en él más profunda y decidida. La nostalgia del desterrado avivó en él ese sentimiento. En cuanto a Inglaterra es importante hacer notar que ese estilo «moderno » de hacer ensayo, que había empezado con la generación de Andrés Bello debe asociarse en efecto a la tradición de ensayistas británicos tales como Francis Bacon, Charles Lamb, William Hazlitt, Thomas de Quincey, Stevenson, Thomas Carlyle, Ruskin, Walter Pater entre otros.

Dentro del marco latinoamericano, mientras Bello figura como cauto, moderado y con sentido del orden, en cambio el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) resulta apasionado, impetuoso y desigual. De su fecunda obra ensayística hay un libro que destacar, el Facundo (Santiago, 1845), donde plantea la antinomia Europa frente a América. De la misma época es Juan Montalvo (1832- 89), quien aparte de escribir sobre la realidad americana, compone ensayos al estilo del inglés Francis Bacon con títulos como «De la nobleza», «De la belleza en el género humano», «Los héroes» (Simón Bolívar) y «Los banquetes de los filósofos». Como lo afirma José Miguel Oviedo (Breve historia del ensayo hispanoamericano, pág.22), «hay una clara línea que va del Facundo (1845) de Domingo Faustino Sarmiento al Martín Fierro (1872) de José Hernández y de éste a Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes», y continúa diciendo que «el influjo de El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz sobre la novela mejicana es también evidente, así como el magisterio de Reyes sobre algunos poetas contemporáneos de su país. Hay una viva interrelación entre los géneros que se cultivan en Hispanoamérica y en esa red de estímulos y ecos es de justicia reconocer el papel seminal que cumple el ensayo…»

Y este ensayo latinoamericano se desarrolla vivamente, entrelazando una temática común a todos ellos: la de la preocupación por la identidad nacional a través de una expresión típicamente americana. Es la elaboración de un pensamiento, que sin desligarse de los contenidos universales, reflejan un modo de ser, de reaccionar frente a las cosas típicamente latinoamericano. Hay que entender pues ese inicial auge del ensayo como un fenómeno asociado a las reflexiones sobre la realidad socio-histórica de un continente que quería cobrar total autonomía tanto política como culturalmente, América frente a Europa y frente a los Estados Unidos. Aparece pues este tipo de literatura flexible y versátil para una sociedad que estaba cambiando rápidamente, en una necesidad de expresar un pensamiento nuevo como instrumento pues, de la búsqueda de la identidad y expresión original de las nuevas naciones. Expresión que se une a la temática que quiere a través de la palabra conseguir la autonomía frente al dominio político-cultural de los Estados Unidos, hecho que era evidente en esos momentos. José Martí, Rubén Darío, José Enrique Rodó resumen después de Bolívar, un llamado continental de liberación; por un lado frente a los gigantes europeos y por el otro a los del Norte del Continente americano. Quiero subrayar cómo ambas temáticas, la de la preocupación por una expresión americana original y la de la autodeterminación de los pueblos de la América del Sur, han quedado como unas constantes permanentes en el ensayo de los escritores hispanoamericanos más destacados de estos inicios y de todos los tiempos.

Después de la época de la definición de las nacionalidades, casi inmediatamente surge la generación positivista, favorecida especialmente por el éxito de las teorías de la ciencia, que en Venezuela (no tanto como en el Brasil por supuesto) va a consolidar «un grupo homogéneo y literariamente organizado», como lo afirma el escritor venezolano José Ramón Medina. La historia, la sociología, la filosofía, el derecho, la psicología, la antropología, las ciencias naturales y la crítica literaria entran al mundo del ensayo dentro de una nueva concepción metodológica, novedosa entre los intelectuales latinoamericanos de fines del siglo XIX y principios del XX, concepción que se refleja también en un ensayo que va a profundizar en los temas históricos y también sociológicos.

Paralelamente con el positivismo, el modernismo cobra vigencia literaria en toda Latinoamérica con la publicación de las Prosas profanas en 1896 de Rubén Darío. Señala Oviedo que hacia 1900 nace el ensayo hispanoamericano contemporáneo. Junto a los poemas de Darío tenemos el largo ensayo de José Enrique Rodó, Ariel publicado precisamente ese mismo año.

Desde la cúspide del así llamado movimiento modernista, el más esteticista es el venezolano Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927), quien con sus signos llenos de sugestivas imágenes, publica su «elegante» obra titulada, Camino de perfección (1908), modelo de la prosa ensayística del momento a la vez que un penetrante retrato crítico del mismo modernismo. Su contemporáneo Rufino Blanco-Fombona (1874-1944) escribirá su diario titulado Camino de imperfección, en un contrapunteo paradójico de los destinos que se bifurcan pero que confluyen en un interés común, la preocupación por Venezuela.

En estos principios del siglo XX se van dando cambios en el género, aún cuando éstos no son estructurales. La preocupación del destino de «nuestra América» sigue presente entre los intelectuales pero con un agregado: «les duele cada uno de sus países de origen». Sienten la necesidad de explicar y analizar -sin olvidar el contexto latinoamericano- la crisis socio-política ya propiamente de sus países. Es de destacar que en esos momentos el género evoluciona también hacia la reflexión íntima, y paralelamente al tema americano surgen nuevos intereses, de tal modo que intercaladas a las especulaciones de índole histórica, política y social se entretejen temas más novedosos como el del conflicto entre el escritor y su arte, el estético propiamente dicho, el personal y el existencial entre otros.

De este período, en cuanto a Venezuela, debo mencionar a Mario Briceño Iragorry (1897-1958) quien dedicó la mayor parte de su vida a estudiar los aspectos más sobresalientes de nuestros orígenes, evolución, destino y transformación como nacionalidad. Igual tendencia histórica, pero más biográfica se observa en Augusto Mijares (1897-1979) sobre todo con sus textos sobre El Libertador, aporte fundamental a la biografía e interpretación del héroe. Este cuadro que cubre los primeros cincuenta años del siglo XX, lo cerramos -convencionalmente- con la importantísima figura de Mariano Picón Salas (1901-1965) cuya obra ha sido revalorizada en forma amplia y profunda por las nuevas generaciones de jóvenes ensayistas quienes descubren y reconocen en él al padre del ensayo venezolano actual. Entre los latinoamericanos debo mencionar al escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña y al «maestro» mejicano Alfonso Reyes.

Se va estructurando así un cuadro ensayístico latinoamericano de gran vigor, con una escritura siempre artística y con un gran sentido de lo estético. En todos ellos destacó en forma evidente la imaginación y la habilidad de mezclar el ensayo con otras formas literarias, de ahí que se van a crear ciertas dificultades en establecer fronteras entre el género ensayístico y los otros géneros literarios. Y es así como él se podrá inclinar hacia la crónica de viajes, a veces hacia las memorias, diarios o confundir con el cuento corto. En este sentido a veces un cuento puede pasar por un ensayo; transgrediéndose así la delgada línea divisoria entre la ficción y la no-ficción; y el ejemplo más interesante lo podemos deleitar en la obra de Jorge Luis Borges (1899-1986) algunos de cuyos ensayos pueden leerse como cuentos y viceversa. Igual «problema» presentan muchos textos del poeta cubano José Lezama Lima (1910-1976), quien junto a Borges, además de ser gran poeta y novelista, es ensayista inolvidable.

Finalmente puedo decir que estos nombres añadidos a los de Alejo Carpentier (1904-1980), Miguel Ángel Asturias (1899-1974), Julio Cortázar (1914-1984), Octavio Paz (1914-1998) y los más actuales como los venezolanos Rafael Cadenas, José Balza, Luis Beltrán Guerrero, Francisco Rivera, Osear Rodríguez Ortiz, Domingo Miliani y Eugenio Montejo junto a Ángel Rama y Ariel Dorfman demuestran la potencia y la vitalidad de un género atento tanto a las preocupaciones sociales y políticas del momento, como a las estéticas y culturales de cada hora, al empezar a explorar más a fondo el potencial de la forma.

Al concluir con estos nombres (y perdónenme las ausencias de otros) el recorrido hecho, ha sido para mostrar el esplendor del ensayo y su importancia en nuestra inquietante historia cultural, que necesariamente se expresa a través de este género literario. Y que responde a la necesidad de germinar una expresión auténticamente propia, original. Tierra americana donde nace una extraordinaria flor ensayística a través de escritores que son los legitimadores de nuestro pensamiento más original. Pensamiento que busca afanosamente la corroboración de nuestra identidad e independencia cultural.

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