literatura venezolana

de hoy y de siempre

Dos cuentos de Eduardo Liendo

Nov 20, 2021

El cocodrilo rojo

Me arrecha que me miren ¿qué me ven? ¿nunca habían visto un cocodrilo? Todo el mundo viene y me molesta, me jalan por la cola, me meten un dedo en la nariz. Sí, lo hacen ahora después que se me cayeron los dientes. Algunos dicen que estoy loco, eso me desquicia y les grito: cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo. Yo estaba bien en la playa con Amatista, ella me cortaba las uñas, me cepillaba las escamas, me lustraba la cola. Tenía un cuerpo calientico y yo la tranquilizaba con la cola cuando las rodillas le comenzaban a temblar, ella me decía Ramón, y yo, ningún Ramón cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo. Cuando estaba en la playa estaba bien, a veces me escamaba o me volteaba panza arriba para ver el cielo; era un cielo rojito, se iba incendiando, incendiando, hasta que el diablo metía sus barbas en el agua. Yo con el diablo siempre me he entendido, es como un compadre, nos sentamos, conversamos de las almas envenenadas y de los cuernos que le pone su mujer con un autobusero; es un pobre diablo, él me dice, «mira Ramón éste sí es el infierno». Es una vaina seria cuando uno es de playa, porque se acostumbra a ese suelo blandito que le lame las plantas y uno va marcando sus patas por aquella arena y después se voltea y le dice a Amatista por aquí pasé yo, ese rastro soy yo.

Ella me contestaba, tienes que hacerte un porvenir Ramón, en Caracas busca trabajo en una construcción, y se me recostaba así, así pegadita, hasta que la cola se me iba templando, templando. ¿Y cuándo te vas mi amor? Y yo, ningún amor cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo.

Me vine por la carretera arrastrando mi cola hasta que llegué aquí, a la gente no le gustan mis escamas pero a la comadre Teotiste sí, ella me dijo: «si quieres te acuestas en esta esterilla que donde caben quince caben dieciséis». Yo aplané el Ávila con mi cola, el italiano me dijo póngase esas botas y túmbeme aquel cerro. Yo venía con mi cola plaf, plaf, plaf, Paraulata con su pala y lo dejamos todo parejito plaf, plaf, plaf. Amatista decía en Caracas busca trabajo en una construcción, yo aplané la playa con mi cola plaf, plaf, plaf.

Ahora monto en autobús, y siempre la puerta me aplasta la cola ¿y qué carajo me miran? ¿por qué se ríen? y después esa tipa se restruja, se restruja, se le pone caliente esa pierna, se mete mi cola roja en las rodillas y empieza a brincar hasta que se queda tranquilita, toca el timbre y se va. Este es el infierno Amatista, me empujan, me arrecha que me empujen, los carajitos me pisan la cola y gritan ¡mira un cocodrilo! ¡un cocodrilo! Y yo, ningún cocodrilo, Ramón, Ramón, Ramón. Por la noche me tiro en la esterilla y tampoco puedo descansar, están todos revueltos en el rancho y cuando Pantaleón viene borracho siento a Teotiste, qué vaina es ésta digo, cállate corazón, y me agarra la cola y la soba y la soba y la soba hasta que se endereza, y la chupa y la chupa y la chupa hasta que se vacía.

A veces me pongo a dar vueltas por ahí como si fuera loco, casi ni arrastro la cola para que no me vean, cuando me canso entro en el botiquín y pido una cerveza pero siempre hay algún borracho que me mira y se frota los ojos, me arrecha que me miren, se frota los ojos y grita: ¡un cocodrilo! ¡mesonero un cocodrilo!… pero si me dejan tranquilo escucho la rockola: Voy por la vereda tropical la noche llena de quietud. ¿Te acuerdas Amatista? cuando paseábamos por el malecón, cuando tenía una cola roja nuevecita, cuando te lamia la arena de los pies. Y llega Paraulata y me dice: «Sécate esas lágrimas de cocodrilo, vamos a poner otra canción»: Yo tenía una luz que a mí me alumbraba y venía la brisa y suaz… y me la apagaba.

Voy arrastrándome por esas calles en plena madrugada. No sé cómo subo esas escalinatas que nunca terminan plaf, plaf, plaf. Me tiro en la esterilla y Teotiste viene calladita a sobarme la cola, cuando siente que está como muerta me da un chancletazo en la trompa y me dice: «tú también llegaste borracho desgraciado eres más inútil que el pipí del Papa».

Ahora dicen que estoy loco, que vivo babeado, que se me fueron los tapones; la verdad es que ésta no es vida para un cocodrilo, yo soy de arena y sol, me gusta sentarme en una piedra y que la vista se me pierda lejos, lejísimo, hasta donde la mirada se gasta en el agua. En la playa soy igual a todos, igual a Amatista y a los caracoles. Por eso escondo mi cola roja debajo de la mesa y meto el espinazo dentro de esta franela, Paraulata me dice, quitate ese complejo Ramón, y yo, ningún complejo, cocodrilo, cocodrilo, cocodrilo.

Un día entré en el restaurant escondí bien la cola pero al ratico dijo una mujer en la mesa de al lado, «mi amor no sientes un olor a cocodrilo» y desde el frente me miraron dos más y una le dijo a la otra en el oído, «huele a cocodrilo», y una vieja le dio un codazo a su marido y murmuró, «esto está hediondo a cocodrilo». Después pasó el mesonero tapándose la nariz con una servilleta y me pisó la cola; entonces para no arrancarle la canilla de un mordisco, salí arrastrándome y me perdí por la avenida, plaf, plaf, plaf.

¡Ay Amatista, esto está lleno de trampas para cocodrilos! Lo peor es que ya no puedo regresar se me perdió el camino, me encandilan mucho las vidrieras del centro comercial, me gusta subir y bajar la escalera mecánica aunque algún carajito me tuerza la cola, para colmo ya hasta prefiero las salchichas a los camarones. A veces pienso en regresar a la quebrada y esperar las lluvias, perderme contigo en el gamelotal, escamarme en la arena, volver a ser Ramón. Ya hasta miedo me da quitarme la franela. A veces sueño que a las palmeras se las llevó el viento. Me despierto sudando, me toco las escamas y digo: no está muerto cocodrilo estaba de parranda, todavía puedes aguantar, todavía te quedan dos colmillos.

La valla

Desde la tarde que me suspendieron la incomunicación y salí del calabozo para recibir en el patio un poco de sol y de brisa salobre, la valla adquirió su dimensión de reto. Cuando regresé al calabozo ya me había penetrado la obsesión de la fuga. Mi corazón no estaba resignado a soportar la servidumbre del tiempo detenido. Por eso, el reto de la vida tenía la forma de esa cerca metálica, de no más de cinco metros de altura, enclavada en el patio de la prisión. Del otro lado se encontraba la continuidad del tiempo y la promesa de una libertad azarosa y mezquina. Era mi deber intentarlo. Cada vez que salía al patio durante esa hora vespertina, mi intención se fijaba en tratar de precisar cuál podía ser el punto más vulnerable de la valla, según la colocación del guardia (el puma) y el momento más propicio para saltarla. Era una jugada que requería de tres elementos para ser perfecta: ingenio, velocidad y testículos. Para no considerar la acción descabellada, debía descartar también la mala suerte. Por ese motivo escogí, para intentarla, el día más beneficioso de mi calendario: el 17.

Entre mi proposito de fugarme (y seguramente el de otros compañeros que caminaban pensativos por el patio) y su feliz consumación, se interponía la dura y atenta mirada del puma que siempre mantenía la submetralladora sin asegurador. Era un hombre en el que fácilmente se podían apreciar la fiereza y la rapidez de decisión. Por su aspecto físico resultaba un llamativo híbrido racial: una piel parda, curtida por el mucho sol, ojos grises de brillo metálico y el pelo marrón ensortijado.

La única ocasión que me aproximé con temeridad hasta la línea límite, marcada a unos dos metros antes de la valla, se escuchó un seco y amenazador grito del puma: ¡alto! (Supe por otros prisioneros más antiguos, que alguien al intentar saltarla, recibió una ráfaga en las piernas). Después del incidente hice algunos esfuerzos por cordializar con el guardián, tratando, de este modo, de ablandar su atención, pero el puma no permitía el dialogo ni siquiera a distancia. Estaba hecho para ese oficio, sin remordimientos. Lo máximo que obtuve de él, fue que en un día de navidad me lanzara un cigarrillo a los pies desde su puesto.

Durante cinco años, mi plan de fuga se quedó en la audacia de lo imaginado. Por mi buena conducta fui transferido del calabozo a una celda colectiva, hasta que el almanaque puso fin a la espera y obtuve la costosa libertad de forma legal y burocrática. Regresé así a la normalidad calumniada que tanto despreciamos.

De nuevo el tiempo había recuperado su perdido sentido y mis reflejos comenzaron a adaptarse nuevamente a la prisa de la ciudad. La memoria de los días inmóviles se fue desdibujando. Pero una noche, durante un sueño intranquilo, reapareció la valla con su reto. Al principio logré asimilarlo como uno de esos indeseables recuerdos que con mucho empeño logramos finalmente desgrabar. Pero la misma visión comenzó a repetirse cada vez más intensa, hasta transformarse en un signo alarmante que surgía en cualquier situación. Eso me hizo detestar mi suerte: la libertad no era más que una simulación, porque yo había quedado prisionero de la valla y del miedo a saltarla.

Una mañana decidí visitar la prisión y solicité hablar con el puma (Plutarco Contreras, era su nombre). Me recibió cordialmente y hasta mostró agrado cuando le dije que tenía buena readaptación a la nueva vida, que me desempeñaba como vendedor de enciclopedias y estaba a punto de casarme. También a mí me sorprendió favorablemente no encontrar en sus ojos la antigua dureza. Volví a verlo en varias ocasiones y se estableció entre nosotros un relación amistosa. Una vez lo esperé hasta que terminó sus obligaciones, conversamos un rato y yo le ofrecí como regalo un llavero de plata con la cara de un puma. Antes de irme, con recelo le pedí un favor, él estuvo de acuerdo y comprensivo con mi solicitud.

Cuando entramos al patio, su mano descansaba con afecto en mi hombro. Después él se colocó en su sitio habitual de vigilancia, mientras yo (exactamente como lo había pensado durante años) me trepé por la valla metálica y salte hacia el otro lado del tiempo. Al caer, sentí una súbita liberación. Me di vuelta para despedirme, y apenas tuve tiempo de ver la terrible mirada del puma que me apuntaba con el arma.

—Lo siento —dijo antes de disparar— yo también esperé mucho tiempo esta oportunidad.

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