Felipe Masiani
Con Reinaldo Solar, Gallegos se incorpora a la novelística venezolana, si ya no lo estaba con La Rebelión, magnífico esbozo, escasamente conocido aún. Reinaldo Solar pertenece a esa línea pesimista que se había abierto en Venezuela con Miguel Eduardo Pardo, y en la cual están inscritas Ídolos Rotos, de Díaz Rodríguez, y Vidas Oscuras, de José Rafael Pocaterra.
La primera novela de Gallegos es la historia del descendiente de clase patricia, imaginativo, finísima sensibilidad; pero con la voluntad abolida, o mejor, solicitada por todos los impulsos. El perfecto héroe romántico: Reinaldo Solar.Espíritu, actitud, continente. Temperamento generosísimo solicitado por lo sublime y bajo la influencia de la lectura de momento —Renán, Tolstoi, Nietzsche— sucesivamente escribe capítulos de novelas, se hace mentor de un socialismo tolstoyano, entre la peonada de la hacienda que lo escuchan embobados como los pastores a Don Quijote. Un día amanece fundador de una religión nueva. Líder intelectual de un grupo de juveniles idealistas, se lanza a la formación de una agrupación de espíritus puros que deberá acometer la salvación de la patria. Finalmente, desilusionado, derrotado en gran parte por el espíritu sórdido del momento que vive, Reinaldo Solar se lanza a la revolución, al golpe armado.
Solar es personaje simbólico también: encarnación novelesca del pueblo que aún no ha encontrado su ruta, y que por eso mismo es todo caminos, como la voluntad. El mismo Reinaldo Solar nos señala su clave psicológica:
“El hombre debe hacer como el agua inconsciente. ¿Por qué la línea recta de un destino único, de una única actividad? Sólo el imbécil gasta la vida en llevar a cabo un solo propósito. La verdadera constancia está en no perseguir dos días el mismo ideal. La actividad es una, pero la acción debe ser múltiple.”
Es el romántico —insistimos. Tiene en efecto el ímpetu emotivo para entregarse íntegro a cualquier empresa que lo incite; pero al propio tiempo carece de la continuidad necesaria para darle una línea de persistencia a la acción. En Menéndez, otro personaje del libro, está justamente la contrafigura de Reinaldo Solar: es el hombre tenaz, del esfuerzo diario, ponderado, que trata de represar y aun de darle un cauce fecundo a la inagotable y dispersa energía de Solar.
En esta novela Gallegos se muestra como un riquísimo temperamento creador, lo que es ante todo este novelista. Decía una vez Jorge Mañach, refiriéndose a Gallegos, que en él había ya aquello que Balzac pedía como el síntoma más acusado del novelista: la pirámide. En efecto, Gallegos hace un alarde, en la novela que venimos comentando, de personajes secundarios, de tipos que están sirviendo simplemente como de compañía, de accesorio, al personaje principal. Así Ortigas y Lenzi el agrónomo y el Padre Moreno, etcétera.
Adviértese igualmente el tino de Gallegos en la descripción de las costumbres del paisaje nativo. Léase esta cálida estampa. Es una tarde de toros coleados:
“En el pueblo, en la misma calle ancha y llana, que en la de la entrada cuyas bocas estaban cerradas ya por las talanqueras, se sentía el bullicio de la fiesta típica y primitiva. El gentío, encaramado sobre las empalizadas, agrupado en las puertas, excitado por el aguardiente, por el sol y por la expectativa del rudo espectáculo prorrumpía en griterías, silbaba a los espectadores a caballo, se agitaba en un júbilo febril o enmudecía de pronto en un silencio unánime que le comunicaba mayor intensidad al cuadro, como si hiciera resaltar más el colorido del sol y la animación de las figuras. Desbordados los instintos, a cada rato, en simulacros de riña al garrote, los hombres se daban acometidas entre las aclamaciones de los espectadores que celebraban los ágiles saltos, las paradas y las puntas de aquella esgrima bárbara y fachendosa, mientras los muchachos, estremecidos de júbilo, aclamaban a los coleadores que iban llegando ufanos, haciendo caracolear los caballos en alardes de destreza y gallardía. En las ventanas y sobre los pretiles de los corredores, jarifos grupos de mujeres reían y se agitaban locamente. Ardía la sangre en todas las venas, chispeaba el sol en el metal de los arneses, gritaba el color en todas partes y entre el clamor unánime de una embriaguez dionisíaca, gemía el joropo nativo o vibraba el pasodoble español.” ( Reinaldo Solar, p. 75.)
Luego tenemos la vigorosa descripción de la montaña:
“De un lado, el mar era un inmenso esmalte azul, en cuyo desvanecente confín de suaves amaneceres
reposaban vagas sombras violáceas de remotos islotes, como ballenas dormidas hasta el alba; del otro lado, las tierras: los riscachales de la rispida cresta de Naiguatá, sembrada de rocas sueltas que hacían pensar en el fragor de gigantescos desmoronamientos; el dromedario colosal de La Silla, parado en su marcha hacia el valle de Caracas, con una resplandeciente gualdrapa sobre las gibas; la montaña toda desperezando en la luz su nervura formidable, cortada de abismos vertiginosos, áspera en los fragosos peñascales de los voladeros, suave en las laderas tendidas que bajan cubiertas del raso joyante de los pajonales, arregazando la felpa azulosa de las hondonadas, dentro de las cuales la voz de los torrentes formaba ese fondo rumoroso de los grandes silencios de las montañas. Abajo, en las faldas, suaves lomas y quietas llanadas, surcadas de senderos, moteadas de cultivos; el valle, en el fondo, cubierto de grumos inmóviles que parecían rebaños dormidos; más allá las cordilleras de colinas que se metían, tierra adentro, azules con toque de sol, como un escarceo de otro fantástico mar; los grupos de pueblos y caseríos, pequeños y dispersos a grandes trechos, en los vallecitos por donde iba el alba saltando; la remota franja de dorados celajes de llanuras que cerraban el horizonte. . . Todo el paisaje de la tierra natal, que es una embriaguez de luz y de color.” ( Reinaldo Solar, p. 91.)
Un clima de sentimiento envuelve la novela. Llenas de tensión sentimental se hallan las páginas protagonizadas por Carmen Rosa, la hermana delicada y sensible de Reinaldo. Los diálogos de Carmen Rosa con Graciela, rebosan de sentimentalismo. La partida de Reinaldo es reveladora:
“Cada uno de los detalles de aquella casa iban a ser entonces evocadores de un mundo de recuerdos: la fachada antigua, lisa y austera, el ancho alero festoneado de hierbas que el viento sembraba entre las tejas, las seis ventanas siempre cerradas, el espacioso portón. . . y el interior silencioso, las viviendas vastas, los muebles viejos que tenían historias, los cipreses centenarios del patio de entrada, las araucarias del corral, aquel corral que era un huerto donde por mayo florecían las orquídeas de Pablo Leganez. Preimaginaba la vida que de allí en adelante iba a discurrir en aquel caserón: la madre gimiente, la hermana apegada a sus cantos y a sus recuerdos fraternales, ¡como las cepas de flor de mayo a los naranjos del corral! ¡Qué inútil derramarse el sol sobre aquellos patios! ¡Tan sólo para secar las albas y sobrepellices del Padre Moreno! ¡Ya no habría en aquella casa ojos para la belleza de los rincones sugestivos, ni para la gloria del color en el jardín, ni para el oro de los atardeceres sobre los cipreses y las araucarias! (Reinaldo Solar, págs. 161-162.)
La presentación del mundo de los Solar, en los primeros capítulos, da la sensación de que esta sociedad, en la que se mueven los protagonistas, es en esencia la misma sociedad colonial de 1810. Leyendo con atención, observamos que el interior casero casi no ha cambiado; las costumbres y la intimidad siguen exactas; un mismo sentimiento místico aparece en las almas (es de observar que Gallegos escribe
su novela para 1920). De paso, anotemos que el testimonio novelístico serviría de documental para el observador sagaz que no se quedase con la superficie de las cosas —en las que acaso se notase transformación — sino que captase en la importancia del detalle aparentemente menudo (Carmen Rosa recuerda a las místicas. Es de notar aquí la atracción que el claustro sigue ejerciendo, aun hoy día sobre aquellas de las venezolanas que creen no haber encontrado el verdadero sentido de sus vidas.)
Reinaldo Solar, además de otras cosas, es una excelente novela romántica escrita en 1920. Inserto en la novela hay un sugestivo tema femenino contenido en Reinaldo Solar: novela de Carmen Rosa. Ella, en efecto, constituye todo un boceto novelístico independiente. Creemos que el sugestivo conflicto psicológico de Carmen Rosa proporcionaría, él solo, materia suficiente para una interesante novela de intimidad. Los problemas interiores de Carmen Rosa están apenas planteados dentro de Reinaldo Solar; quedan casi sin análisis. Porque en el mundo de ficción, como en la vida, a ella le ha tocado estar supeditada al hermano. A nuestro juicio, Carmen Rosa no es el personaje secundario. Es de los más sugestivos y mejor logrados de la novela, de los que más se ganan nuestra simpatía humana. Pasa simplemente con Carmen Rosa que, en el plan del libro, no cabe su total presencia, tal vez de allí que casi se muestre en perfil. (La novela de la intimidad femenina continúa apenas con escasa presentación entre nosotros. Nada más que Ifigenia, de Teresa de la Parra, y Guataro, de Trina Larralde que hayamos leído). Carmen Rosa ofrecería más de una motivación para las reflexiones del ensayista y del novelista de la “interioridad” venezolana.
La sensitiva que un día sin saberlo se enamora de Pablo Leganez, es Carmen Rosa. No le ocurren más los fenómenos que la aquejaban siempre. Dolida naturaleza de sentidora, es puro mundo interior en el que vive acorralada porque no puede revelar su intimidad al hombre que la trata casi brutalmente: Reinaldo. En el conjunto de implicaciones que hay en el “caso” de Carmen Rosa, se alude también a todo un sistema social: a una educación y a una organización moral. En efecto, cuando de la existencia de Carmen Rosa desaparece Leganez, ella orienta su vida espiritual, que es la que tiene más independencia de movimiento en ella, hacia el misticismo. Pero cuando el hermano, deseando ella hacerse monja, la ofende con el gesto de ofrecerle el dinero que le pertenecía, Carmen Rosa se inhibe. Desaparecen entonces o se paralizan todas las determinaciones que había tomado:
“¿Por qué al volver de su estupor desistió de su propósito? No podía decirlo. Durante aquella pausa algo más poderoso que ella le enajenó la voluntad y extirpó de su corazón hasta la más pequeña raíz de aquel
deseo místico.”
Le enajena la voluntad porque vive en la órbita espiritual del hermano; y él es el director sentimental de la familia. (Aquí, al paso, podemos observar los rasgos de la vida colonial en la que el espíritu de la mujer se actualizaba poco o nada.) Carmen Rosa es igualmente un problema de educación. En ella está la imagen de una sociedad católica. En una sociedad ortodoxamente católica, la solución para su alma atormentada la debe buscar Carmen Rosa en el sacerdote. Y el sacerdote de inteligencia primaria define: que había sido el demonio de la soberbia y del despecho”.
¡Pobrecita la dulce Carmen Rosa bajo la terrible tensión vital del hermano: ella es todo lo contrario de una voluntad! El sacerdote ignorante soluciona, o cree solucionar, con razones toscamente teológicas las agitaciones de aquella delicada alma de mujer, sin profundizar los conflictos del desgarrado mundo anímico que estaba deseando ser poblado por la ternura, por el amor. Carmen Rosa, el paisaje de su alma, constituye un hondo tema en Reinaldo Solar. La novela de la educación sentimental de nuestra mujer.
Reinaldo Solar puede calificarse de novela-ensayo. En efecto, son frecuentes las disquisiciones sobre el arte nacional, sobre política, sobre historia, etc. El protagonista central, Reinaldo Solar, realiza frecuentemente discursos. Los diálogos de Menéndez con Solar son largas teorizaciones alrededor del destino venezolano. La mayor parte de las veces encontraremos a Reinaldo Solar dentro de una actitud trascendental, casi mesiánica:
”—Convénzase, señor Solar, en este país. . . Pero Reinaldo no lo dejó terminar:
— Permítame que no lo deje concluir esa frase que no he podido oír nunca sin pensar que somos una nación de Pilatos donde todos estamos constantemente lavándonos las manos. Hablando así parece que nos redimimos de la ignominia que debe caer sobre todos, echando la culpa de nuestros males a un vago personaje que no se encuentra en ninguna parte, que no es nadie, que no es ninguno de nosotros, siendo en realidad todos nosotros. Asumamos con valor nuestra responsabilidad, confesemos que cada uno de nosotros ha crucificado muchas veces el ideal y ha sentido hervir en su interior el podrido fondo de tendencias disolventes que hay en el corazón de este pueblo.” (Reinaldo Solar, p. 302.)
Reinaldo Solar, amargo documento, es la confesión de un grupo de hombres de honesta sensibilidad y las reacciones de estos hombres ante la vida y ante el destino del país. Para el tiempo en que fue publicado, Jesús Semprum, de los críticos más sagaces de Venezuela, saludó el libro con frases que Angarita Arvelo califica de adivinadora precisión:
“En El Último Solar, encuéntrase el ambiente venezolano tal como lo hemos respirado desde la niñez. Más que los personajes mismos, es el ambiente el que nos da esa impresión de exactitud. El plan de la obra, se presta para producir tal impresión; pero es acaso demasiado vasto porque intenta abarcar en su ámbito muchos factores sociales. Es casi seguro que en sus libros venideros Gallegos limitará las dimensiones del marco, y así tal vez gane su producción en intensidad lo que pierde en amplitud.”
I I
Con La Trepadora se produce un viraje completo en la “intención” de la novela de Gallegos. Reinaldo Solar, en efecto, como ya lo dijimos, se podía incluir en la serie de libros amargos y desesperanzados, sobre el futuro venezolano. La Trepadora es una novela optimista. Novela de tema criollo tanto que su argumento se relaciona directamente con nuestra trayectoria social. Jaime del Casal, vástago de una familia de aristócratas hacendados, en sus relaciones con una muchacha humilde, de las que viven en
las vegas de los del Casal, tiene un hijo: Hilarito Guanipa.
Este Hilarito Guanipa va a ser de doble naturaleza; en ella se entrecruzarán a un mismo tiempo, la jactancia, el orgullo montaraz y el noble impulso generoso. Hilario Guanipa se casará con la sobrina de Jaime del Casal, Adelaida Salcedo, mujercita fina, sensitiva, educada por Beethoven, Liszt, Chopin. Se casará ella extrañadamente seducida por una rara atracción, en que quién sabe jugó su rol una ley de contrastes; y por amor a su tío Jaime del Casal que prevé la ruina de los suyos y comprende que sólo podrá salvarlos su hijo natural, Hilario Guanipa. En la segunda y la tercera etapas de La Trepadora, Adelaida se revela en lucha psicológica, silenciosa y sutil, con su marido, Hilario Guanipa, el hombre cuyo espíritu está compuesto por lo que de noble y generoso había en su padre, Del Casal, y por los sentimientos rudos y el individualismo montaraz de los Guanipa.
Los primeros capítulos de La Trepadora tienen su desarrollo en el campo venezolano, en la hacienda de los del Casal, a pocas horas de Caracas, “Cantarrana”, y en el pueblo cercano a la hacienda. Gallegos moverá aquí muy certero su técnica: la presentación de los personajes irá bien unida a la acción de la novela, que se desarrollará rápidamente, captando pronto el interés del lector. Su conocimiento del costumbrismo venezolano, se revelará igualmente en atinadas descripciones de las costumbres de los agricultores, del trabajador del campo venezolano. Realizará también descripciones movidas y llenas de color sobre los distintos incidentes de la novela. El episodio del paso del río estará lleno de gracia criolla. Las misas de Aguinaldo por el tiempo de diciembre, en que la gente humilde de Venezuela se regocija y alegra en fiesta de fuerte aroma popular. El relato de la entrada de los Barbudos, los tíos bandoleros de Hilario Guanipa, y la estratagema que éste emplea para capturarlos, es muy espontáneo. Se desenvuelve ágilmente; prueba de paso la rica inventiva del novelista venezolano.
Se ha criticado alguna vez a Gallegos la “elementalidad” de sus personajes (se ha dicho que son en extremo “planos”). Sin embargo, los dos protagonistas centrales de La Trepadora, Hilario Guanipa y Adelaida, son dos caracteres substancialmente humanos y ricos en reacciones psicológicas. Hilario Guanipa muestra todos los movimientos y mudanzas del alma. El hombre primario arrebatado cualquier instante por el torrente pasional que lleva con él; y el hombre capaz de ser ganado por sentimientos de nobleza espiritual. Además, las reacciones de Guanipa son inesperadas, explosivas. Y lo que presta más interés a su carácter es el contrapunto que bate en su espíritu entre los buenos y los torcidos impulsos; el antagonismo entre la porción elemental y primitiva de su alma y las reservas bondadosas y capaces de ser canalizadas hacia el bien.
Hilario Guanipa se erguirá siempre en la novela luciendo el mestizaje psicológico doblado en lo interno. A Adelaida la quiere desde chico, pero con sentimientos contradictorios: unas veces en forma primitiva; otras el amor de Guanipa será más que amor: admiración y hasta veneración hacia Adelaida Salcedo, la mujer superior. Esas contradicciones incluso llegarán a detener sus determinaciones bruscas, sus instintos incontrolables. Así, cuando Hilario está resuelto a raptar a Adelaida, se detiene por una súbita transformación de su espíritu; al contacto con la música y con la naturaleza exquisita de Adelaida:
“ ¡Pero. . . aquella música! ¿Qué virtud tenía, desconocida para él, que no le dejaba hacer la señal necesaria para que Adelaida fuera a arrojarse en sus brazos? ¿Por qué lo subyuga hasta el extremo de no poder moverse, de querer retener el aliento para escucharla mejor?. . . ¿Qué era esto nunca imaginado siquiera, que de pronto se le manifestaba en los acordes que los dedos de Adelaida producían, acariciando apenas el teclado del piano? ¿De qué mundo misterioso, jamás vislumbrado, venían aquellos sonidos que le suspendían el alma en arrobamientos desconocidos, aquel soplo invisible de belleza que le iba apagando dentro del corazón las brasas impuras del deseo?
Adelaida terminó de tocar. Se quedó largo rato con las manos extendidas y posadas sobre el teclado. Hilario la contempló lleno de inefable emoción. Su dulce figura, los dorados reflejos de las lámparas sobre sus nudosos cabellos, la languidez de la cabeza inclinada sobre su hombro, la carne blanca y fina del cuello, de los brazos desnudos, sus manos, aquella perfección nunca vista de sus armoniosas manos, todo le produjo un sentimiento singular, el primer sentimiento delicado que experimentaba el alma ruda de un Guanipa. .. Dio un paso atrás. Luego otro y otro… Ya no veía a Adelaida y le pareció que para nada más necesitaba los ojos aquella noche.. . Ya está a campo raso otra vez … Ya va por el camino oscuro, solo, despacio, feliz. . . ¡Singularmente feliz!” (La Trepadora, p. 88)
El carácter más interesante que hay en La Trepadora es Adelaida. “La peculiaridad de este carácter” dice don Julio Planchart, “consiste en que Adelaida, energía negativa, voluntad abolida, pero energía interna, un alma dolorosa, toda fuerza para el sufrimiento y la abnegación, en un momento dado halla en sí capacidad para acciones de energía positiva.” Nosotros sentimos en Adelaida la heroína romántica. (Sería interesante un cotejo de la Adelaida de La Trepadora con la María de Jorge Isaacs.) Creemos también que con Adelaida, precisamente, exhibe Gallegos su capacidad de creaciones psicológicas; su lucidez para entrever los matices espirituales. Por ser como lo advierte Planchart, esencialmente de vida interior, como lo es también Carmen Rosa de Reinaldo Solar, es un “personaje de menos bulto”. Resulta así un protagonista más difícil de realizar. Adelaida no es una naturaleza débil, sino simplemente una naturaleza romántica. De ese modo se explica su aparente renunciamiento, su entrega a aquello que su espíritu considera como sublime: la conquista de Hilario Guanipa. Ella se une a Guanipa, rompiendo en cierto modo con su casta y hasta con su propio ser de mujer refinada y sensitiva, en buena parte por realizar el deseo de Jaime del Casal a quien venera; pero esta última circunstancia, al lado de la fuerza de las otras motivaciones subterráneas que operan en ella, cobra el carácter subalterno de un pretexto. En realidad, a la naturaleza romántica de Adelaida Salcedo, la ha atraído inconscientemente siempre lo que en Hilario
Guanipa hay de hermosa fuerza bárbara desatada.
Recuérdese cuando Hilario Guanipa detiene el asalto de sus tíos bandoleros en el pueblo, y Adelaida presencia emocionada la hazaña de Hilario:
“ ¡Aquí está Hilario Guanipa! Volvió a sonar frente a la talabartería la voz valiente y alegre. Al oírla,
Adelaida se irguió, como una alucinada, sin que su voluntad hubiera intervenido en aquel movimiento, transfigurada, con los hermosos ojos llenos de asombro y de soberana 3 belleza.” (La Trepadora, p. 68)
Y, cuando, haciéndose confidencias las dos primas, Adelaiday Eleonora, ésta la interroga extrañada sobre su amor a Guanipa:
“— ¿Qué le encontraste a ese hombre que te pudiera agradar?
Adelaida responde:
— Precisamente que no tiene nada de lo que yo buscaba.“
Aparentemente la explicación es absurda. Pero recordemos que en Adelaida está operando siempre el sentimiento agudizado, la naturaleza romántica; y que a estas naturalezas las atrae lo que el contraste tiene de sublime, de extraño, hasta de desacostumbrado.
Totalmente Adelaida está denunciando la sentidora, hasta su presencia física, y el espíritu con que vive en la novela. “Su alma tímida, su delicado ser entero, su vida, corría hacia Hilario, fuerte, brutal, valiente, como corre el río manso y débil hacia el mar inmenso y temible.” Su presencia resulta de suma nobleza: “su dulce figura, los dorados reflejos de las lámparas sobre sus undosos cabellos, la languidez de la cabeza inclinada sobre un hombro, la carne blanca y fina del cuello, de los brazos desnudos, sus manos, aquella perfección nunca vista de sus armoniosas manos”.
Todo en ella estuvo en acuerdo para producir la naturaleza que había de tener. Adelaida en el hogar vivía en la atmósfera sentimental de casi todos nuestros hogares —y ello era más agudo veinte años atrás—; luego su educación sentimental va a estar a cargo de Beethoven, Listz, Chopin (no se olvide que era un intérprete apasionado de estos músicos).
El romanticismo es clima espiritual en nuestras tierras hispanoamericanas. Ya dijo Teresa de la Parra, que el romanticismo había existido en América mucho antes de que apareciera en Europa como corriente literaria. Luis Alberto Sánchez, precisa diciendo que el romanticismo es una actitud ante la vida. De modo que Adelaida, mujer de un país donde lo colonial casi se mantiene todavía, tiene aquella actitud. No es pues una voluntad menguada sino encendida de romanticismo.
El romántico no es por definición voluntad débil. Gallegos se manifiesta novelista genuino hasta en esto: incurre con Adelaida en el mismo error de los padres de cualquier chico al creer diagnosticar certeramente las crisis psicológicas de sus hijos. En efecto, define a Adelaida como una voluntad débil; y ella no lo es. Es otra cosa diferente. El temperamento bien acusado la denuncia. De este modo no nos extrañará ninguna de sus reacciones si recordamos que están presididas por un sentimiento hipertrofiado. En su mundo interior, el padrino Jaime del Casal oficia de semidiós. En el sino de la novela, Hilario Guanipa la raptará virtualmente en el paso del río; y ella se entregará en lo espiritual, avasallada por este hombre que choca con sus sentimientos; pero en contraste que llega a ser sublime con las imágenes delicadas que pueblan su espíritu. El padrino le suministrará el símbolo: él mismo será el dios al que hay que sacrificarse para que ella pueda sumirse sin remordimientos, en ese su éxtasis voluptuoso de renunciamiento.
Adelaida es verdadero acierto en la novela de Gallegos. Criatura de la intimidad femenina habría cobrado más presencia dentro de una técnica novelesca de ritmo lento, como la de muchos exponentes modernos. Es lástima que dentro de la novela de gran acción que nos da Gallegos, Adelaida se apague entre la avasalladora realidad de Hilario Guanipa, en la primera parte del libro. La aparición de su hija Victoria, tan semejante a su padre, trae a la novela otra voluntad combativa y dominadora que ejerce su imperio sobre Adelaida y que ahoga también su personalidad.
El citado crítico Planchart, en estudio exhaustivo que venimos citando, sobre La Trepadora, nos define así la naturaleza de Adelaida:
“¿Su naturaleza? era un alma enfermiza, nacida para sufrir; una sensibilidad extremada. Cuando soltera y
antes de enamorarse de Hilario Guanipa, nadie le conoció novio ni amorío pasajero, porque andaba enamorada de un hombre ideal inexistente, seguramente muy distanciado de la realidad de un Guanipa. Su única pasión era la de Chopin, su favorito, le producía misteriosas sofocaciones y la fatigaba mucho. Todo esto, descrito en una hermosa página acredita a Gallegos como un excelente retratista. Pero cuando esta niña de ánimo enfermizo se enamoró de Guanipa, tuvo la energía de romper con todos los prejuicios de casta y de posición social con una energía pasiva, pero inquebrantable, a la cual daba ella visos de fatalismo; y la noche en que prometió a don Jaime librar a Hilario de sí mismo, tocó el piano con manera poco habitual que sugería luchas valientes de almas trágicas con el inexorable destino. Hubo entonces en su ejecución la altanería con que los caracteres débiles alardean de sus inesperadas e inexplicables resoluciones” (Planchart, Julio; op. cit., pág. 28).
La última parte de la obra se resiente de la rapidez con que fue elaborada. La escena de la comida en casa de los Alcoy es artificiosa. Se advierte que Gallegos descuidó la composición de este capítulo; o bien, no estudió el ambiente caraqueño en donde se desarrollan esas páginas. Sin embargo, si bien es cierto que en las últimas páginas se advierten defectos por la causa ya señalada, no por ello decae el tono y la calidad de conjunto de la novela. Los diálogos son fluidos, amenos, ingeniosos; los rasgos de lo descriptivo están trazados con pulso seguro. Véase esta linda viñeta de Macuto:
“Mañana de sol y de brisas marinas. El balneario tiene la alegría de un palomar. Los trajes blancos de los temporadistas que aspiran el aire yodado a la sombra de los almendrones; el blanco vellón de espuma que va carmenando el alegre viento marcero sobre el mar azul, bajo el claro sol; las velas de las embarcaciones que salen del puerto o navegan hacia él; las palomas del parque que han salido todas a volar. La brisa peina el cocal sonoro, mece el follaje rumoroso del laurel y por las faldas del monte trepa,
levantando tenues neblinas resplandecientes, hacia el picacho abrupto; la luz brilla en la hoja del uvero y en el cristal de la ola al reventar y la ola se abre, a lo largo de los rompientes, con un ruido suntuoso de sedas que se rasgan. El alcatraz insaciable acecha en vuelo cernido, se lanza de pronto tras la saeta del pico, se sumerge, engulle y remonta de nuevo, batiendo las anchas alas para pescar más allá; pasa un grupo de bañistas; sombrillas, rostros frescos, risas alegres. El balneario tiene la alegría de un palomar.” ( La Trepadora, p. 335.)
Victoria es otra interesante mujer del libro. Es una mixtura psicológica de Hilario y de Adelaida. Resulta la naturaleza elemental de Hilario Guanipa, cernida y tamizada a través del alma exquisita de la madre. De Hilario tendrá desde adolescente, el genio imperioso y el sentimiento de rebeldía y hasta de recio individualismo; de Adelaida, la bondad, la ternura manifestada curiosamente en forma de tendencia a señorear la persona amada: rasgo muy Guanipa.
Viven en la novela otros personajes secundarios muy bien realizados: don Jaime del Casal, el hidalgo criollo con todo el aire de familia del hidalgo español. Es de las figuras más simpáticas del libro. Doña Carmelita, la viejecita humorista. Nicolás del Casal, y hasta el comandante Rosendo Zapata, tipo del guerrillero venezolano que desciende a caporal de hacienda. Como en toda su obra la imaginación de Gallegos se ha manifestado hasta en la creación o en la recreación de elementos subalternos dentro de la acción de la novela; pero que tienen su belleza y su valor folklórico. Una manifestación de ello es la leyenda del Pozo de Rosa.