literatura venezolana

de hoy y de siempre

La brasa duerme bajo la memoria

Mar 22, 2022

Por: Radamés Laerte Giménez

Sardia viste tres veces de blanco, Nerio la desposa, Cario vive sus tibiezas. Roque sobrevive para ser el agente memorioso de un trío en el que padece recordando. En el año 1.977 Monte Ávila publicó la colección de cuentos “Casi tan alto como el campanario” de Rafael Zárraga. Once años habían transcurrido desde que el yaracuyano había obtenido su segundo reconocimiento otorgado por el diario El Nacional por su relato “La brasa duerme bajo la ceniza”. Este cuento en esa colección reunida une con cuerda evocativa y lírica el pulso consciente de una obra con el reconocimiento del espacio local.

Subiendo por la torre del campanario en la iglesia de Cocorote, se siente el olor de excrecencias y plumas, un rumor de gorjeos llena el lugar para descubrir el alboroto de palomas unos escalones más abajo de la campana. Rafael Zárraga visitó las estridencias en el campanario, se asomó por la  oquedad seriada que da a la plaza y allí tuvo que adquirir la primera imagen o el delirio de aquella que entró a la iglesia con tres signos variados del blanco. Sardia, blanca en primera comunión, blanca en las misas de domingo, blanca hacia el sepulcro. Entre las tres blancuras: una pasión.

Amor, locura y muerte. La Ofelia de Millais, solvente frente al Eros-Tánatos, sobre las ondas calmas y negras que soñó Rimbaud y que tuvo su primera constitución de imagen en Shakespeare, pudo ser el molde para Zárraga. No es que las motivaciones escriturales tengan que rastrearse en los tópicos recorridos de la literatura; hay hermanazgos y cada creación va creciendo en su propio espacio febril. Porque este relato parece provenir de un escanciado, macerándose en ideas, pálpitos… que no está negado el súbito sorpresivo. ¿Quién no lo ha vivido?

Cario, el amante, devuelve a Sardia a la vida, la regresa para amar, con el sonido de las llaves-campana cada domingo. Es la realización consagrada del deseo, más allá del bien y del mal, realización en sí y perpetuación repetida del goce. En cambio Nerio Apolo creyó ganar una ostentación, un premio con que se premia a los muchachos de bien en ascenso, herederos de privilegios aún en la sociedad rural de Cocorote… las escalas pretendidas se encuentran en cualquier lugar. Había dejado notar Zárraga la oposición de clase en otros cuentos y memorias. En estos polos opuestos se ubican el engañado Nerio y el enamorado Cario. Pugna por la apariencia y por la esencia: Sardia debe cumplir con su condición de doncella, objeto-trofeo único y a la vez sujeto de sus deseos.

¿En qué posición nos toca presenciar los hechos? Roque Mauro ama como puede, en la distancia, voyerista, inútil de piernas, perseguidor de anhelos supurosos. Verdadero, único amador. Ojos nuestros, amplificación de los tormentos por la negación; no nos sirve como liberación ni catarsis sino como posibilidad desgraciada de quien queda fuera del juego, aunque esté jugando. Como Celestina, vive su última ruina para facilitar el amor ajeno como si fuera propio, cediendo llave y cama para cobrársela a través del ojo de la cerradura. Tal vez consciente y abarcador por ser factor externo, hace y rehace en el recuerdo lo que podría ser la única manifestación de su vida apagada.

Roque hace que el episodio regrese entre dispersas luces del cielo en Cocorote. En ese intento Sardia vuelve con su pasión para volver a fallecer. Como cuando se invoca al personaje al leerlo para luego reposar bajo la brasa de las páginas en el libro cerrado. Otra cosa es la memoria cíclica en quien narra. En “La mano junto al muro” de Meneses es caleidoscópico (fractal), laberíntico en su recorrido, cubista (me arriesgo), pero no fragmentario. En “El hombre y su verde caballo” de Márquez Salas es táctil, de ascenso rocoso pero de paso seguro. En “La brasa duerme bajo la ceniza” de Zárraga se va de un borde a otro, sin eludir el centro. Meneses y Márquez nos acercan a la agonía, Zárraga avisa la muerte sin drama. Los tres hablan desde el delirio.

*La brasa duerme bajo la ceniza, en Zárraga, Rafael: Casi tan alto como el campanario. Monte Ávila Editores. 155 págs. Caracas, 1977.

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