Jesús Puerta
¡Qué impresión!, lo vi frente a la parada, frente a la facultad. Era él. La franela blanca se la había embojotado en la cara. Se envuelven el rostro con la camisa. Así hacen las capuchas. Se tapan la boca y el pelo. Sólo se les ve los ojos. La mitad del cuerpo desnudo. Empapados de sudor. Se le veían todos esos músculos tensos. Es peludito. Daba órdenes a los otros. Habían detenido una camioneta y le ordenaban al chofer que se bajara. El tipo lo hizo, entonces él se montó. Llevaba como un cañón en el brazo. Los músculos le reventaban. Sí, chama. Es muy fuerte. Es bello. Alto y fuerte. Estudia Educación Física. Por eso tiene esos brazotes tan gruesos. Los pectorales. Esos bíceps. Hace pesas. Y se dejó la barba. A mí no me gusta así, chama. Antes estaba mejor. Con esa melenita. Bueno, será que se quiere parecer al Che. Porque el che es su ídolo, tú sabes. Y Alí Primera. Toca cuatro y canta las canciones de Alí Primera. Todas se las sabe. Tiene un vozarrón. Todo lo tiene grande. ¡Ay, chica! ¡Jajaja! No sé. Eso no sé. No seas grosera. ¡Que no te lo digo! ¡Pregúntaselo a la novia! ¡En serio! Agarraron la camioneta y la pasearon por los alrededores de la facultad. Yo lo miraba entre la gente que estaba aplaudiendo y gritando groserías. El me vio. Estoy segura. Se me quedó mirando. Le brillaban los ojos detrás de esa capucha. Yo me quedé paralizada. Me saludó con el cañón que cargaba. Era como un tubo, no sé. ¿Un chopo? Ajá, él después me explicó que lo habían hecho en la ferretería de Manuel. llevaron a la Después de que pasearon la camioneta, entrada y la quemaron. El gritaba consignas. Bueno, tú sabes, son un grupo. Como diez o veinte. No sé. ¡Cuerda de locos! Le gritaba groserías a los policías que se disponían a disparar las lacrimógenas. ¡Chica! ¡Era la primera vez que me calaba eso! ¡Qué horrible! No, en el colegio, nunca. ¡Se me pusieron esos ojos! ¡Rojísimos! Y él, ahí, enfrentándose a piedra limpia. Sí, disparó con su cañón… con su chopo, pues… Fue emocionante… Te sorprende? Es muy correcto. Se te ofrece, con aquella seriedad y respeto. Después te obsequia un caramelo o un café. Sí, chama. El es un caballero. No te extrañes que te haya ayudado con esas bolsas. Pero si todas las cha- mas de la facultad lo saben. El es un caballero. A mí me lo presentó Gabriel. El llegó y tomó mi mano y se incliné. Casi me besó la mano. ¡Muérete! Dijo: mucho gusto, preciosa; ¿cómo te llamas? Con una suavidad en la voz. La mano me la apretó duro. No, no me dolió. No jodas. tanto. Después, me lo conseguí y me ayudó con los libros y con las bolsas llenas de cartulina. «Vas a hacer una cartelera; ¡qué bien!», me dijo. Si: tiene voz de locutor. Así, profunda. Me llevó las cosas hasta la cartelera y ahí se estuvo conmigo toda la tarde, ayudándome a pegar los recortes. Ese día le di gracias a la floja de Marlene porque no vino a ayudarme. Tú tampoco viniste, chama. Es hora de que te enseries. De verdad, chica, !asume tu vaina! La tarde paso rapidísimo. Me preguntó que qué semestre estudiaba. Que si me gustaba la música. Alí Primera y eso. Él conocía a Magaly. Bueno, y a los muchachos. Y empezó a hablar mal de los tipos de la Federación. Que si eran unos burócratas y tal. Bueno, un ratico. Después me habló de sus ideales. Sí, sus ideales revolucionarios. Que el país tenía que cambiar. Que tenía que haber una revolución. Que a él siempre le había impresionado mucho la miseria en que vivían los niños. ¿Yo? ¡Fascinada! tabla muy chévere. Me dijo que entre los estudiantes había muchos policías infiltrados. Eso si me pareció raro, pero le seguí la corriente. Tú sabes. Le hacía ojitos. Se me puso a la orden para todo, ¿tú ves? Después me lo conseguí en el cumpleaños de Nelly. No, yo no sabía que él estaba empatado con Ginger. ¿Qué iba a saber? Me sacó a bailar. Bailamos Chayanne. «Tu amor me dio en el centro de mi corazón». ¡Ay, qué rico! Me dio un beso rico. Nos empatamos ahí mismo. Pero era un caballero. No seas grosera… ¡No! ¡No! No hicimos nada esa vez. Después… bueno, chica, ¿qué te importa? Después, me lo volví a conseguir en el pasillo de la facultad y me brindó un café. Nos sentamos ahí a conversar. Estaba hablando conmigo. No sé. Tú sabes me doy cuenta. Además, él se me quedaba viendo y yo que yo me pongo a hablar de cualquier pendejada y no con aquella emoción. Agarró mi cuaderno y dibujo algo. hecho un corazoncito. Una «I», un corazoncito y des Yo se lo quité. «Abusador!» le recriminé jugando. Había pués puso «k-pucha». Como las calcomanías de «I love New York». Ajá. Así pero con la capucha. ¡Qué loco! Después vino esa semana en que todos los días habia combates con la policía. Papá me llamó a casa de la abuela. Que me fuera a la casa. Yo le decía: «no, papi, no me pasa nada». Y él «que te vengas». ¡Qué rabia! Tú sabes cómo se pone de necio mi papá. No, si mi mamá se puso también de su parte: que me tenía que ir. Que era peligroso que siguiera en la universidad. Se lo tuve que decir a mi encapuchado. El se puso triste, porque los comba- tes continuarían y él me necesitaba. Bueno, él se entre- naba siempre. Decía que los combatientes del pueblo tienen que tener unas perfectas condiciones físicas. Hacía pesas y gimnasia y boxeo. También hacía grandes caminatas. Subía cerros. Me invitó a unas excursiones. En una de esas… tú sabes. ¡No seas tan curiosa! ¡Ya te imaginas! Claro que sí… No… Ya había roto con Ginger. ¡No ves que es muy correcto! Yo no iba a permitir tampoco que andara con las dos al mismo tiempo. Ya yo lo iba a precisar. Pero no, él mismo tomó la iniciativa de romper con ella. ¡No, chica, él habló con ella de nosotros! ¡Es un caballero! No, chama, no, no creo que él sea policía. Eso lo han estado regando por ahí, pero yo te digo que no. Bueno, eso es pura suerte que no lo hayan detenido. El siempre está al frente de los muchachos. Bueno, tuvo suerte de que no lo detuvieran. Te digo que lo conozco muy bien y te aseguro que no es policía. Los chamos andan con eso. Y lo miran raro a uno. No le hablan a uno ni a él. ¡Qué gafos! Pero apenas los llama para organizar una acción, ahí están otra vez con la capucha. ¿Ves que son unos loquitos? Empezamos a discutir. Porque la verdad era que era muy feo todo eso. Lo que hacían. No daban ninguna razón y estábamos perdiendo muchas clases. ¡Eran unos locos! Saqueaban todos los camiones que venían con jamones o con carne. Entonces, se puso raro. Un día me dijo que yo era muy burguesita para entender lo de la lucha revolucionaria y eso. Yo me arreché. Le dije que eran una cuerda de loquitos. Además, si a ver vamos, él también es un burguesito. Vieras el carro que tiene el papá. Es divorciado, creo. Pero tiene plata. Claro que sí! Se quedó callado, se levantó y se fue. Me dejó ahí como una pendeja, arrecha y triste, sin él. Una vez cayeron en el centro comercial de ahí, de la avenida. Ahí hay una armería. Creo que se llevaron unas escopetas. También unos zapatos. Decía que era una acción heroica. Yo me le reía en la cara. ¡Qué horror! Y el pobre se calaba que yo me riera de él. ¡Es que es muy dulce! Como un Arnold Schwarzenegger dulce. Además, ya habíamos perdido más de un mes de clase, y papá a cada rato llamándome a la casa de la abuela, que me regresara, y en ese fastidio. ¡Qué fastidio! Pero él es un caballero. Por eso no es raro que te haya ayudado a llevar esas bolsas. El siempre ayuda a las muchachas, y las saluda con mucha amabilidad. Sí; ahora está empatado con esa chama. Está toda golpeada. Antes era muy bonita, alta, rubia. Ella fue geva del poeta Napo. El alto. Sí, el del grupo de teatro, el de «Virginia Woolf». La chama está toda flaca y demacrada. Bueno, no es para menos. Tienen que estar de un susto para otro. Lo andan buscando. Además, ella es aguantadora de los saqueos. Por ahí tienen zapatos, comida, ropa. No sabías? Chama, si tienen todo un supermercado por ahí, encaletado. En el cubículo que está detrás de geografía, ahí: bueno, tienen toda una tienda con todo lo que se han llevado en los saqueos frente a la facultad. Bueno, no hay mal que por bien no venga. Menos mal que rompí con él. ¡No pretenderás que yo me ponga así de fea! ¡Nunca! Además, papá se daría cuenta… ¡Nunca!
