literatura venezolana

de hoy y de siempre

El arte de contar de Teresa de la Parra

May 13, 2025

Velia Bosch

I

Si bien no es Teresa de la Parra nuestra primera novelista, en sentido estrictamente cronológico, lo es sí en cuanto a trascendencia continental y universal y en cuanto a integrar el tríptico de narradores de una época venezolana signada por la esperanza, la utopía y la frustración. Mariano Picón Salas, en uno de sus magistrales prólogos es quien nos precisa el panorama: “Después vendrá —cuando ya el siglo XX vive su tormentosa adolescencia y con la Primera Guerra Mundial se desvanece el hedonismo y los ornamentos de la belle époque, otra generación que separada entre sí por pocos años, presenta tres maestros del arte de contar: Rómulo Gallegos, José Rafael Pocaterra y Teresa de la Parra. Suma de la más diversa y rica venezolanidad serán —mientras dure nuestro país— Doña Bárbara, Canaima y Cantaclaro; Las Memorias
de un venezolano de la Decadencia y los Cuentos grotescos; Ifigenia y Las Memorias de Mamá Blanca. ¡Cuántas y varias líneas de carácter nacional, se disparan desde la fuerte objetividad de Gallegos, de su pupila de brujo adivinador, pasando por el sarcasmo de Pocaterra, hasta el fresco lirismo, la confidencia
y la ternura de nuestra Teresa del Ávila! No en balde la montaña que ella evoca se llama como la ciudad de Castilla donde la santa, partiendo de su propia alma, edificó el confidencial laberinto de sus “moradas”. En tan magníficos y contrarios libros, Venezuela está clamando a la vez, su esperanza, su utopía y sus horas de frustración”.1

La cita me parece indispensable, habida cuenta de que en muy escasas oportunidades se reproducen los prólogos, y que constituye éste un material perdido y olvidado en viejas ediciones. Además de indispensable, me acompaña en el planteamiento de este preámbulo, para justificar y explicar la filosofía del presente volumen y para, desde ya, suprimir las frases ya gastadas de narradora femenina o literatura femenina, con las cuales, más que iluminar, se oscurece el camino de la interpretación en el tiempo-espacio literario.

Teresa de la Parra irrumpe en la literatura venezolana cundo ya nuestros criollistas habían incursionado en los caracteres y costumbres nacionales: pintura de ambientes, captación de lo típico y lenguaje popular. Pensamos, para sólo mencionar tres de ellos, en Manuel Díaz Rodríguez, Manuel Vicente Romerogarcía y Luis Manuel Urbaneja Achelphol. Y aparece Teresa de la Parra, sus temas y personajes, como preludio, además, de la agria ironía de Pocaterra o de la novela integral de Gallegos. Maestra, repetimos, en el arte de contar. Su estilo no deja de interesar aun por la genuina —no ingenua— conciencia de novelar, al recoger la influencia del criollismo, jugar con la evocación y la nostalgia e ironizar, con la mordacidad que deja escapar a ratos Virginia Woolf en medio de su agrio sarcasmo inglés, o la otra ironía de Katherine Mansfield, aunque sin llegar al atrevimiento de Colette.

Y le hace digna antesala a nuestra más novedosa narrativa, no quedándose como un caso aislado o único, pues al superar el exteriorismo paisajístico de su época, abordó su presente con espíritu crítico, instrumentó el material lingüístico de que disponía y se instaló en el sillón de los nuevos, proyectándose.

Es maestra en el narrar porque, como buen tallador, penetra con la punta de su buril, rasga la superficie, hiere la materia y agrega entornos para fundar un universo literario; cualidad esta que juzgamos propia de gran narrador porque logra tamizar vivencias de manera tal que la comprensión del hombre y su universo novelesco no nos resulta, en modo alguno, postiza entelequia, sino más bien virtuales y sustantivas esencias.

En sus dos novelas, tres conferencias, epistolario y diario agónico,2 la sociedad de su época ha sido reflejada de manera insidiosa, como sólo un narrador perspicaz puede hacerlo, como a través de un espejo retrovisor desde el cual escuda su coquetería de mujer que aparentemente retoca el maquillaje,
afinando el rojo Guerlain de sus labios, cuando en verdad no hacía sino captar con mirada incisiva seres, palabras y gestos. Marcel Proust lo había formulado con la sociedad parisina, sin que podamos asignar al escritor francés la suma de perversiones que estremecen algunas de sus páginas. Inquirió en la conducta de su época, escudriñó y mostró, Teresa de la Parra, lo que otros callaron con hipocresía.

No es la primera novelista cronológicamente3 afirmamos al principio y sí lo es por engranaje nacional y proyección universal.

IFIGENIA, ENTRE LA CRONICA LIRICO-PSICOLOGICA Y LA TRAGICOMEDIA NOVELADA

En 1924 se edita por primera vez Ifigenia.4 Francis de Miomandre traduce al francés la parte correspondiente al Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba y prologa esta primera edición, la cual merecería el premio nacional de 10.000 feos., otorgado por la Casa Editora Franco Ibero Americana de París, ese mismo año. Aceptada y comentada con elogios por exigentes críticos europeos, Ifigenia pronto transitó el camino de las traducciones. Famosos fueron los juicios de Miomandre, Maurice de Waleffe, Max Dairaux, Maurice André, del grupo de escritores que formaron parte de la Academia Goncourt.5 En lengua hispana, el juicio ponderado de Don Miguel de Unamuno, el breve sentir de Juan Ramón Jiménez y de acá de este lado, las críticas de los latinoamericanos de intenso errar europeo o acendrada querencia venezolana: Alberto Zérega Fombona, Gonzalo Zaldumbide, Gabriela Mistral, Benjamín Carrión, Enrique Bernardo Núñez y José Vasconcelos. Una extensa y significativa nómina de ensayistas venezolanos, colombianos y ecuatorianos de más reciente data, se suman a esta primera lectura de su novela.

Pero no obstante el triunfo europeo coetáneo, en Venezuela y Colombia, en ese primer cuarto del siglo, la novela Ifigenia fue piedra de escándalo. La misma autora, hecho insólito para el momento, se erige en juez y parte al contestar los ataques, en Bogotá, ante un numeroso público reunido con motivo de su primera conferencia: “Son ya muchos los moralistas que con amable ecuanimidad los más o con violentos anatemas los menos, han atacado el diario de María Eugenia Alonso, llamándolo volteriano, pérfido y peligrosísimo en manos de las señoritas contemporáneas. Yo no creo que tal diario sea perjudicial a las niñas de nuestra época por la sencilla razón que no hace sino reflejarlas ( . . . ) es la exposición de un caso típico de nuestra enfermedad de bovarismo hispanoamericano, la de la inconformidad aguda por cambio brusco de temperatura, y falta de aire nuevo en el ambiente”.6

La polémica se enciende en 1927, mientras que en Europa se intentan las traducciones. El traductor de Proust se ofrece trasladarla al alemán. Surgen ofertas para su publicación en Rusia, y no se dejan esperar los ofrecimientos de Italia y Estados Unidos.

Enrique Bernardo Núñez levanta su voz discreta para descargar al Tío Pancho de toda culpabilidad histórica, en relación con el suceso de las nueve musas, y cita en su apoyo el cuadro de Gil Fortoul: “Negros, pardos y blancos. Gran número de criollos que alegaban pureza de sangre española, eran en realidad mestizos o pardos, por secretos desvíos de sus abuelas” . Y añade Enrique Bernardo Núñez la poca suerte de Teresa por habérsele ocurrido situar sus personajes en Caracas y no haber escondido además sus procedencias, en tanto que Bossuet, y quién sabe cuántos más, en los siglos XVII y XVIII francés, lo habían hecho con la nobleza sin recibir diatribas. Finaliza su crónica, el autor de Cubagua, con este juicio: “Consuélese Teresa, de todas las incomprensiones, de dardos que puedan lanzarle, con la idea de ser suyo uno de los libros más sugerentes que con ambiente venezolano pueden escribirse. Uno de los más bellos, nobles y sinceros que se han escrito en nuestra patria”.7

Permanece Ifigenia como crónica lírica que divide a la obra en tres definidos temas imbricados en el gran argumento: la crónica lírica, ordenada descripción del regreso a la patria, con cuyo lente descriptivo la autora va marcando su desplazamiento desde el puerto de La Guaira hasta el rítmico encuentro con el reloj de la Catedral de Caracas; una segunda crónica, la psicológica, sin la cual la ciudad no hubiese sido posible como personaje y que va surgiendo de una escritura del hastío, irónica y áspera a ratos; y un tercer final, acorde trágico que justifica el título de la novela por el símbolo griego. Como en un tejido sutil María Eugenia Alonso, suerte de Malibea criolla8 e Ifigenia, la rediviva esclava del antiguo mito euripidiano, se encuentran y chocan hasta quedar la una abatida por la otra, su propio fantasma, fruto de la batalla perdida ante un descomunal gigante que recorre impunemente las habitaciones de la casa, su natural escenario, y cuyas cuatro paredes —como en el símbolo de las mujeres gorquianas— se derrumban sobre la protagonista, condenándola a su inmensa soledad.

Ifigenia, la modorra de sus descripciones, no es más que aquella siesta eterna de una ciudad encerrada entre sus muros aldeanos a pesar de fingir modernísimo maquillaje.

LAS MEMORIAS DE MAMA BLANCA, UNA COMPRENSIÓN DEL MUNDO AMERICANO

Su segunda novela, publicada en 1929, coincide con la publicación en España de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos y se adelanta en seis años a la publicación de Canaima, del mismo autor. Las Memorias y Doña Bárbara, aparecen en fechas en que lo moderno, lo nuevo comienza a utilizarse como conceptos, aplicados a una narrativa que arranca en 1913 y abarca poco más o menos tres décadas, si tomamos como hitos de la llamada en ese entonces, nueva literatura, a autores como Marcel Proust y Franz Kafka.

La crítica literaria coetánea marcó pauta en la interpretación de Las Memorias, se repitieron hasta la saciedad juicios que la enmarcaban como relato de reminiscencia infantil. Sencillez, ternura, religiosidad, ingenuidad fueron nociones que obligadamente acompañaron a ensayos, apreciaciones críticas y crónicas, hasta muy entrado el último cuarto de este siglo. No obstante, leída esta segunda novela, en una estricta relación de tiempo-espacio galleguiano se perfila como dueña de un discurso afirmado en lo que podríamos llamar una comprensión del mundo americano.

Producto de madurez, no encontramos en ella la impostura de María Eugenia Alonso pero tampoco debíamos sentir nostalgia por ella. Las Memorias de Mamá Blanca propone un personaje producto del mestizaje en el cual soterradamente, entre magia y fe, comienza a manifestarse el extenso caudal de nuestra mitología: se trata de Vicente Cochocho. Mucho tiempo después aparecería en el tapete literario la terminología de lo real maravilloso y sin embargo dos personajes, el Cochocho de Las Memorias y Juan Solito de Canaima, nacían, afirmándose como precursores.

Este Vicente Cochocho, tierno, menospreciado y bello de alma parece provenir de aquel mundo impenetrable e indígena. Es la interpretación misma de un modo de “ fe” latinoamericana. Lo mágico en él no aparece reñido con lo real. La realidad constituye un mundo cerrado en el cual las probabilidades pueden aparecer como categorías de lo imposible o viceversa.

“Como mascaba tabaco, “escupía por el colmillo” con frecuencia, es cierto, pero era menester ver con qué arte y nitidez lo hacía. Nadie hubiera podido imitarlo y nadie podía saber dónde, cómo ni cuándo, Vicente había escupido. Era lo mismo que un rayo: ¡psst! que cruzaba con rapidez el espacio y se perdía en lontananza entre las matas. Lejos de ser un acto vulgar, el escupir por el colmillo era en Vicente una demostración de respeto y sumisión. Poco lo hacía al dialogar con sus iguales. Por lo general indicaba perplejidad…

Este acto de escupir la mascada de tabaco es utilizado por Gallegos en la escena del conjuro en Juan Solito cuando al contemplar el salivazo a sus pies, puede describir al tigre, y otro personaje exclama: “Parece que lo estuvieras viendo como en un espejo, sólo con mirar la saliva de tu mascada”. Y Vicente Cochocho es además el depositario de la lengua viva cuyo eco tierno son las seis niñitas, y es también un personaje arrancado de las páginas tristes de una Venezuela patriarcal: la de Juan Vicente Gómez.

Las Memorias de Mamá Blanca, siendo novela de madurez, es muestra de un criollismo universalizado que por la vía de la reminiscencia se instala en la más importante literatura de la época, rebasando los límites de lo nacional, afirmándose en los valores hispanoamericanos y proyectándose en el ámbito europeo. Y son Las Memorias, una búsqueda deliberada de la musicalidad, en el ritmo inherente a la prosa misma y en el logro de sonoridades propias del ritmo poético.

TRES CUENTOS FANTÁSTICOS

Corresponden los tres cuentos a una etapa de iniciación literaria que podríamos llamar fantásticos, si entendemos como tal a la narración corta cuyos temas, personajes y circunstancias están concebidos desde una perspectiva de irrealidad deliberada y cuya invención y desarrollo son desde un punto de vista, sobrenaturales. El cuento fantástico aparece y desaparece en forma latente sin que constituya en sí un género cronológicamente diferenciable. Lo quimérico es aquello que toca los límites de lo inexplicable aunque no de lo absurdo, ya que posee una lógica apariencia real, un argumento o argumentación cuasi verídico. El cuento folklórico, el de hadas y la caballería le comunican su sólido prestigio.

En nuestras tierras americanas, la narrativa fantástica no fue tan afortunada como en Alemania, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. A pesar de ello, el modernismo nacido en nuestras tierras, la acogió con cierta prudencia. Teresa de la Parra escribe, obedeciendo a cierta influencia de época, dos cuentos muy a la moda de las japonerías. En la revista Billiken, N° 15 del 20 de febrero de 1926, aparece publicado Un evangelio indio: Buda y la leprosa; ya anteriormente en la revista La vie latine se había publicado Flor
de loto: una leyenda japonesa, ambos relatos forman parte del tipo de literatura exótica tan en boga.

Teresa de la Parra se ejercita en una literatura muy lejana del criollismo y la reminiscencia, es un discurso con fundamento en lo lúdico, gratuito y desligado, por tanto, de la tradición venezolana o hispanoamericana. El genio del pesa-cartas, El ermitaño del reloj y La señorita grano de polvo, bailarina
del sol, representan eso, una búsqueda, un inicio, un ejercicio narrativo.

La narrativa en nuestra historia literaria, nació apegada a la verdad, estos cuentos representan su corta aventura por el reino de lo fantástico. Va a ser mucho más tarde cuando nuestros creadores, sintiéndose autorizados por la corriente nacida en Europa y aclimatada en tierras del sur de América, emprenderán la aventura del cuento fantástico que poco a poco ha ido ganando adeptos y consolidando prestigio, tanto en editores como en lectores y críticos.

MILITANCIA EN LA SOLEDAD Y LA NOSTALGIA

En el epistolario de Teresa de la Parra se evidencia el estilo confidencial y conversacional que había venido desarrollando en su obra mayor. Redundaríamos en afirmaciones ya repetidas suficientemente, si apuntásemos el carácter autobiográfico que ellas atesoran. Sin embargo hay que señalar que es en su epistolario donde se descubre cómo el escribir, para un ser acosado por una enfermedad incurable, es el medio más acorde para invertirlo todo en obra de arte. Un comentario, un detalle, aparentemente superficial, en una carta resulta el arma posible para desvelar misterios y en su caso particular, para ganarle tiempo a la batalla perdida contra la tuberculosis pulmonar. He aquí el porqué del tono trágico de alguna de ellas o el excesivo parloteo de otras; un modo de escudar su soledad y nostalgia.

Reproducimos algunas de sus cartas ya conocidas,9 porque consideramos que ciertas ediciones de muy antigua aparición, no contaron con el número de ejemplares suficientes que asegurase la difusión de dichas cartas, algunas son de casi imposible localización y otras, por el lujo de su formato se han reservado a muy pocos y selectos lectores.

Por primera vez, se da a publicidad el epistolario sentimental dirigido al escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide, o al menos una selección de éste, con lo cual robustecemos lo ya afirmado por Gloria Stolk en su trabajo presentado ante el III Congreso Interamericano para el Estudio de la Obra de las Escritoras, Universidad de Otawa, Ontario, Canadá, mayo, 1978. En dicho trabajo atestigua Gloria Stolk el romance correspondido, y confesado por Zaldumbide a la escritora venezolana, recientemente fallecida, quien afirma:

( . . . ) “Teresa parece empezar a enamorarse de un apuesto diplomático quiteño: Gonzalo Zaldumbide. Hombre elegante, de aventajada estatura, de rostro fino, escritor él también, autor de una famosa novela titulada La égloga trágica, Zaldumbide es una digna pareja para Teresa. Salen juntos, se les ve en todas las embajadas y ateneos y ella le escribe al amigo de Caracas pidiéndole le obtenga una copia de su certificado de nacimiento. Esta carta, que he tenido en mis manos, y que fue una de las que Carias por consejo mío y de otras personas, no llegó a publicar, prueba que Teresa pensaba en la boda. Muchos años después de muerta Teresa, un día Zaldumbide me confió que Teresa había sido el gran amor de su vida y que sólo la delicada salud de ella impidió esta unión”.

Hay matices en las cartas a Gonzalo Zaldumbide, primero es la confesión de un amor “ abundante y lujoso” . La carta a veces no basta y es seguida por el telegrama o el recado, para repetir a Gonzalo, Gonzalo querido, Lillo o Lillito que la palabra escrita con amor es huella imborrable, más que la superficie
del beso, porque se queda, se pega, se hace carne. “Es tu rojo” , dice la enamorada. María Eugenia Alonso habría dicho, “ algo que hace sentir el dolor terrible de la carne”.

Otras cartas, las de 1927 y 28, corresponden a su época de vagar y aturdirse, de reflexionar y enredarse en el otro laberinto de La Habana.10 El Congreso de la Prensa cuyo preámbulo aparece contado con lujo de detalles en la carta a su madre y hermanas, igualmente inédita hasta hoy y su devoción por Lydia Cabrera, folklorista cubana, cuya amistad al calor de las tertulias de la calle Jovellar, selló una amistad imperecedera. En las cartas también se reflejan sus viajes por Europa, Italia, sin faltar un rincón de museo,
con Lydia. Y en medio de ese torbellino de vivir, los primeros signos del cansancio: un recado de ausencia para Gonzalo, con un “ todavía te quiero”. Todavía que es andadura hacia la nada. Siete años después, ni eso siquiera. La imagen se había emborronado, cuestión de tiempo, como al verde de las hojas en otoño…

Se revierte el amado en el tiempo, con mucho de Gabriel Olmedo y otro tanto de César Leal. Usuario de una máscara, el intelectual diplomático, nunca lo suficientemente ingenioso para llegar a afirmarse en la bohemia. . . En estas cartas de amor y recados breves se encuentra resumido el romance.

En su correspondencia con Enrique Bernardo Núñez se manifiesta una Teresa crítica frente a los sucesos del año 28 y una escritora, como muy pocas en la Hispanoamérica de entonces, con una visión total de su existencia como creadora y como ser pensante de su época y de su entorno.

En su epistolario dirigido al historiador Vicente Lecuna, se encuentra el proyecto de la biografía íntima de Bolívar, género con el cual pensaba abordar esta biografía novelada: “Quisiera hacer algo: fácil, ameno, en el estilo de la colección de vidas célebres noveladas que se publican ahora en Francia” ; o bien, “Quisiera ocuparme más del amante que del héroe, pero sin prescindir enteramente de la vida heroica tan mezclada a la amorosa”. Ama a Venezuela a través de Bolívar: “Me parece que todo me coge de nuevo como si no lo conociera” y en las últimas cartas, un descenso en el entusiasmo, lo que había sido ardor por una Manuelita Sáenz, amante total, anti-Ifigenia, se torna pesimismo, su sueño cortado a tajos, . .a ratos me parece que he perdido la facultad de narrar. Toda aquella inútil visión deviene en esta otra del Bolívar enfermo como ella: “A veces me pregunto qué habría hecho Bolívar si en 1830 lo hubieran mandado a curarse a Leysin (que no existía entonces). ¿Cómo hubiera podido refrenar su actividad? Tal vez como era tan complejo, se habría desarrollado en él el gran poeta que llevaba adentro” .

“TODO ES JUGUETE UN RATO”

Teresa de la Parra fue muy afecta a los diarios. En 1920, en la revista Actualidades, dirigida por Rómulo Gallegos publica El Diario de una Caraqueña (Por el Lejano Oriente) que fue en verdad el producto de la refundición de las cartas enviadas por su hermana María durante su viaje por el Japón, China y Manchuria.

La primera parte de Ifigenia sigue la estructura del diario y lleva el subtítulo de la misma, señalando esta forma narrativa. Otro diario desapareció junto con su biblioteca de París y éste que hoy publicamos por vez primera, sus últimas anotaciones desgarradas, agónicas y profundamente reflexivas, configuran un panorama bastante completo de lo que fue su disciplina de escritora.

El Diario de Fuenfria había permanecido inédito en las arcas familiares, lo hemos transcrito con cuidado y dedicación. Hemos querido destacar aquellas frases o párrafos que nos conducen al conocimiento de su personalidad. Estos últimos años de reflexión íntima nos la muestran dueña de aquel destino esencial que consistió en ofrecernos una obra en estrecha relación de mengua con la vida, esa muerte lenta de su convalecencia. Este trenzarse de su dolencia con la obra postergada, en espera siempre de una recuperación que nunca fue y que puso la nota más trágica en nuestra literatura nacional.11

Escribió Teresa de la Parra, no para complacer sino para hacer estallar cuanto por siglos permaneció instalado en los predios de la hipocresía. Ahí está, señalando rutas, con un tono de autenticidad entre nuestra mejor prosa del presente siglo y con esa saludable presencia que es lección dentro de la más nueva literatura.

En su diario agónico de Fuenfría, el sábado 18 de enero de 1936, tres meses antes de morir, escribió una breve sentencia ilustradora de su desprendimiento final y del balance espiritual de todo su apoteósico triunfo terrenal: “Cada vez que veo la verdadera desgracia me pregunto, ¿para qué emprender nada y sobre todo para qué poseer nada? Cuando gozamos con la posesión de algo, somos iguales a los niños cuando reciben un juguete: jugamos con “lo mío” creyéndonos inmortales. Todo es prestado, todo es
juguete un rato”.

SU ENTORNO HISTÓRICO BIOGRÁFICO

La infancia de Teresa de la Parra se encuentra enmarcada históricamente entre los períodos caracterizados por el nacimiento del caudillismo político, cuyas razones aparecen explicadas en lo económico por el latifundismo, el predominio del analfabetismo y la inexistencia de un cuerpo militar coherente y verdaderamente profesional. En 1908, muy pequeña, es trasladada a la hacienda
“Tazón” de sus padres; el general Juan Vicente Gómez en ausencia de Cipriano Castro, traicionó a éste e inicia su poder omnímodo hasta 1935, un año antes de morir la escritora en Madrid.

1889-1936,12 sus fechas de nacimiento y muerte, son los años más dramáticos de nuestro despertar como República: fin de la autocracia guzmancista y el largo proceso de las llamadas “ revoluciones” , Legalista, Nacionalista, Restauradora y Libertadora y que no fueron otra cosa que guerras fratricidas por ambiciones personales. Su primera infancia transcurrió en esa Venezuela feudal afligida por el desastre económico, entre el trapiche, la conseja de los alzamientos que rumiaban los peones, el corralón de las vacas y el habla característica de nuestros habitantes del campo.

Fallecido su padre, Rafael Parra Hernáiz, son trasladados todos los niños a España, por su madre, doña Isabel Sanojo de Parra Hernáiz. Su educación en el internado de las hermanas del Sagrado Corazón, y la formación parisina posteriormente, no pudieron borrar el aprendizaje de la tierra ya fijado en su alma.

Se afina la joven en el conocimiento del francés y la lectura de los clásicos españoles, privilegio éste que muy pocas mujeres venezolanas de su época lograron poseer, y que pronto la harían una mujer de exquisita cultura. Escribe desde muy pequeña,13 poesías, cuentos y diarios. En París, hacia 1915 en la revista La vie latine, publica sus primeros relatos y en Caracas, hacia 1920, su primer diario. En las revistas de la capital, Actualidades y La lectura Semanal, dirigidas por Rómulo Gallegos y José Rafael Pocaterra, respectivamente, aparecen sus primeras publicaciones. Es leída, premiada, festejada y criticada.

1923 es la etapa de su triunfo parisino, termina la redacción de su novela Ifigenia, la publica y merece en el mismo año de publicación, el Premio ya señalado. En su época de tertuliante, aquella en la cual las ideas de John Ruskin (1819-1900) flotaban en el ambiente elegante europeo, Proust traduce a este
escritor, y aunque apenas conocieran sus coetáneos los trabajos publicados por el autor de Por el camino de Swan, era tema obligado en los cenáculos literarios, tanto Ruskin con su nueva manera de “ver” la realidad, como Bergson y su espiritualismo.

Teresa estuvo informada del empleo del mecanismo introspectivo: negación de la realidad, del mundo exterior y hallazgo eN el fondo de la conciencia de elementos propios para reconstruir esa realidad perdida. En Ifigenia, aparece el suceso de Miss Pitkin y en Las Memorias, el episodio del rizado del cabelló, además de los múltiples fragmentos dispersos en su epistolario o en sus diarios, como muestra del empleo del recurso de la reminiscencia.

Curiosamente podríamos anotar que en 1922, cuando se publica el Diario de una señorita, Proust acababa de morir y ni Colette ni Joyce, sus amigos de ciertas reuniones parisinas, lo habían leído ni estudiado. Después vendrá su infortunada vida amorosa, el triunfo en La Habana y Bogotá, su segunda novela y el reiterado elogio de famosos críticos. Hacia 1930, la abatirá una tuberculosis pulmonar y se verá encadenada a un largo peregrinaje por los sanatorios en Suiza y en España. Será su época de reflexión y escribirá cartas y su último diario.

Una carta de su hermana María cuenta minuto a minuto aquellos momentos finales. Un cirio de amistad presente y otro ausente le acompañan y tratan de dar calor a aquel cuerpo casi helado: fueron sus amigas Lydia Cabrera y Gabriela Mistral. Dice Gabriela: “Habría preferido no conocerla nunca a tener esta conciencia horrible de que no la veo más, no la disfruto más en el regalo inefable que ella era una vez vista y sabida”.

NOTAS

1 Prólogo a Dos siglos de la prosa venezolana. Selección de Mariano Picón Salas. Madrid. Edime, 1965. 1251 p. Reproducido por El Nacional, Caracas, 24-1-1963.

2 El Diario de Fuenfría, que denominamos así por el nombre de la localidad enclavada en la sierra de Guadarrama donde estaba situado el sanatorio último de su enfermedad, había permanecido inédito hasta ahora y es uno de los varios que escribió Teresa de la Parra. Unico sobreviviente de sus mudanzas y andanzas entre Europa y América.

3 La primera novelista cronológicamente es Virginia Gil de Hermoso, falconiana (1856- 1913).

4 Reproducimos en este volumen la 2° ed. de Ifigenia, debido a que su autora corrigió e interpoló parlamentos en los originales de la primera versión.

5 Un boletín de suscripción de la edición francesa de lujo de Ifigenia, París, 1924, aparece recomendada en breves juicios por: Henri de Régnier de la Academia Francesa, Jacques Boulanger, Edmond Jaloux y Max Daireaux.

6 Tres conferencias inéditas. Caracas. Edic. Garrido 1961 p. 22.

7 Enrique Bernardo Núñez. “Teresa de la Parra y sus críticos” . El Universal. Caracas, 6-4-1927.

8 En mi obra, Esta pobre lengua viva. Caracas, Edic. Presidencia de la República, 1979, sostengo que “por el camino del Siglo de Oro Español puede encontrarse una especie de clave secreta que permita releer la obra, no exclusivamente por la vía del símbolo que propone su título, sino por la empatia, Celestina-Mercedes Galindo, o bien, María Eugenia Alonso-Melibea, para así llegar más exactamente a descifrar la contradicción existente dentro de esta Melibea criolla, de educación parisina y refinamientos burgueses, menos sensual que la amante de Calisto, pero con un concepto del amor tan humano como divino”. Una descripción del amor en Ifigenia, recuerda aquella de Melibea en La Celestina. “ … Si es esta tragedia subterránea y callada sobre la cual todos pasan su indiferencia, como se pasa sobre el suplicio macabro del que enterraron vivo. . . sí, sí. . . ! a qué engañarme. . . ! si ya lo conozco.. .! ¡sí, es esta brasa siempre chispeante y encendida, es esta quemadura dolorosa y ardiente, que me hace sentir el dolor terrible de la carne y me pone a pensar con ansia y con infinita nostalgia en el dulce silencio de la nada.. . ! ”

9 Su epistolario ha sido publicado por: Cruz del Sur, Caracas, 1951. Línea Aeropostal Venezolana, Caracas, 1953. Rafael Carias, Alcalá de Henares (España), 1957 y Editorial Arte, Caracas, 1965.

10 En El Diario de la Marina de La Habana, 1 de abril de 1928, Armando Maribona, célebre caricaturista, publica un dibujo de Teresa, acompañado de una extensa entrevista donde la escritora expone opiniones políticas que disgustan a políticos exiliados en Colombia y que provocan la reacción adversa de Barranquilla contra su conferencia. El contenido del citado reportaje, aparece corroborado días después en su lamentable carta al dictador Juan Vicente Gómez, de abril, 12, 1928.

11 El escritor Ramón Díaz Sánchez, conoció este diario y lo comentó en un capítulo de su obra, Teresa de la Parra (Clave para una interpretación), editada por Garrido, en 1954, y señaló, en referencia al estilo: ‘‘Nótese el ritmo entrecortado y cada vez más impaciente de la escritura, lo que la lleva al final a una casi ininteligible manía de condensación y de abreviatura”.

12 Una vez localizada por mí su partida de nacimiento, la fecha de 1889 aparece como la verdadera y no las que otros autores han venido señalando.

13 En forma detallada puede seguirse, en la cronología preparada por mí para este volumen, el curso de su vida y obra en relación con el período de postguerra europea, los cambios fundamentales que se producen en los países desarrollados, tanto en la técnica y ciencia como en la cultura, donde el vuelco fue radical.

Sobre la autora

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