literatura venezolana

de hoy y de siempre

Uslar Pietri: el hombre que fue

Dic 4, 2021

Rafael Victorino Muñoz

Preámbulo

Cuando se escoge hablar de un autor, se tienen diversas razones, pero creo que básicamente estas razones se pueden reducir a dos: la importancia del autor para una literatura (venezolana, latinoamericana, en este caso) y la importancia que tiene ese autor para uno, de manera personal, íntima. Me animan ambas razones, sin que sepa cuál de las dos pesa más. Y es indudable hablar de la importancia de Uslar para las letras de Venezuela y del mundo de habla hispana, es casi llover sobre mojado, valga el lugar común.

Paralelamente, me inclino también por hablar desde mi experiencia, aclarando que lo hago a la manera de Montaigne: lo que digo no es la medida de las cosas sino la medida de lo que yo pienso de las cosas. En este sentido, comienzo por confesar que hay dos autores por los cuales me animé a escribir, porque quería ser como ellos cuando fuera un escritor grande. Uno fue Cortázar, pero antes fue Uslar; de hecho, el primer libro de literatura seria que tuve fue Camino de cuentos, que llegó a mis manos por un avatar que aún no llegó a recordar o a comprender.

Sin perder de vista su unicidad presento, pues, un conjunto de ensayos donde sucintamente abordo algunos de los diversos aspectos de la vida de Uslar: político, novelista, cuentista, articulista, ensayista, poeta, dramaturgo, historiador, lector, televisivo o audiovisual, docente, viajero; haciendo la salvedad de que es difícil separar todas estas facetas: el Uslar novelista es historiador y es docente también. Además de que el conjunto se unifica por la figura central, el hombre, que es recogido en el último ensayo del volumen, se debe señalar que la escritura de Uslar Pietri está atravesada de largo a largo por su pasión por la historia, que es como una especie de hilo conductor o de eje transversal.

Coincido plenamente con Avendaño (2006), quien señala que hay varios Uslar en uno. De igual modo, al hacer la presentación de nuestro autor en el acto de entrega del premio Alberdi-Sarmiento, conferido a nuestro compatriota, el mismo Borges dice: “presentar a Uslar Pietri es presentara muchos hombres, porque nuestro huésped puede decir, como Walt Whitman, el escritor americano por antonomasia: soy amplio y contengo muchedumbres.” Sin embargo, la personalidad de nuestro autor es una sola: en todo lo que fue y todo lo que hizo siempre actuó movido por las mismas ideas y convicciones y con la misma ecuanimidad.

Asimismo, aclaro que no a todos los Uslar que fueron los conozco en igual medida. El Uslar más cercano es el de los cuentos, al político le conocí bien a través de los medios; por otra parte, el de los poemas lo he leído apenas, casi nada al de las obras teatrales, y me interesé muy poco por su programa de televisión y por su columna en la prensa, el tiempo que duraron mientras tuve uso de razón (además, cuando yo era pequeño, en mi casa cambiaban el canal apenas comenzaba a sonar la música, que hoy día sé que es de Vivaldi). Así que no todos los Uslar están aquí, acaso de una manera implícita algunos asomen a estas páginas. Particularmente, el Uslar historiador no recibe tratamiento aparte en ningún capítulo, ya que la historia, nuestra historia, está en todo lugar y en todo momento de su obra, quizás de manera menos intensa en los cuentos.

Cierto que también hay otros Uslar, hay otras facetas de nuestro autor que merecen destacarse. ¿Por qué no hablo de ellos en detalle? En algunos casos, porque no creo que el teatro de Uslar esté ni a la altura de sus novelas, cuentos o ensayos ni esté a la altura de dramaturgos como Cabrujas. Lo más notable de Uslar pienso que está en lo que quiero abordar aquí. Si Arturo Uslar Pietri hubiera sido sólo el autor de Chúo Gil o de poemas como Manoa o Día a día, no sería más que un autor de ésos que uno menciona, como al pasar, diciendo “por aquella época también escribían…”, sería el personaje de la foto que acompaña a los otros conocidos sin que uno sepa quién es en realidad. De hecho, sus poemas y obras teatrales, apenas conocen reediciones. De igual modo, aunque fue un gran docente, no es ésa precisamente la faceta por la cual lo recordaremos.

Así, lo que he hecho en realidad en este volumen es como una antología personal de los distintos Uslar Pietri. Los voy presentando en el mismo orden en que los fui descubriendo y conociendo. Me ha sucedido que en la medida que he ido adquiriendo experiencia, como lector y como persona, he sentido predilección ya por uno ya por otro: al principio fue el de los cuentos, el de las ficciones; después pasé al de las novelas; actualmente leo más sus ensayos, sobre todo sus crónicas de viajes. Ignoro si a todos nos pasa lo mismo como lectores, en relación con los géneros; lo cierto es que he encontrado un Uslar para cada momento de mi vida.

Uslar cuentista

Al primer Uslar que conocí fue al cuentista. Paradójica y coincidencialmente, su primer libro también es de cuentos: Barrabas y otros relatos (1928), aunque ya antes había publicado algunos artículos y poemas, como refiere Arráiz (2005):

En 1920 (…) publica su primer artículo el 28 de agosto en el diario El Comercio de Maracay… en 1922 publica unos primeros y olvidables versos en el semanario Paz y Labor (pág. 13).

Con respecto al volumen antes mencionado, Barrabas y otros relatos, distintos críticos (como Miliani, 1969, y Araujo, 1988) no dudan en afirmar que marca un importante hito en la renovación de la narrativa breve venezolana del siglo XX, en un momento que todavía aparece dominado por el criollismo y donde aún no se manifiesta en toda su plenitud la vanguardia. El mismo Miliani (1991: 358) afirma que Uslar Pietri “con su primer libro de cuentos (…) llevaba la firme vocación renovadora que lo orientaría hacia el realismo mágico”.

En su momento Uslar Pietri señaló que existía, para la fecha en la cual sale a luz Barrabas, una clara conciencia de época (valga el término que tomo prestado de Rene Wellek), en relación con el necesario deslastrarse de una literatura, una cultura y una épocas que lucían como anquilosadas. Sobre esto, Uslar (citado por Miliani, en Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, 1995) anotó:

… algunos de los que éramos jóvenes escritores venezolanos sentíamos la necesidad de traer un cambio a nuestras letras. La escena literaria del mundo estaba entonces llena de invitaciones a la insurrección y nuestro país nos parecía estagnado… había que realizar una obra que reflejara, en su condición nueva, la presencia de una nueva conciencia no sólo de la literatura, sino de la condición venezolana (p. 4799).

Sin embargo, y a mi juicio, en ese libro, publicado cuando el autor apenas cuenta con 22 años, algunos cuentos todavía no dejan asomar plenamente la verdadera prosa de Uslar Pietri. Me refiero a textos que dejan en quien lo lee una lejana reminiscencia de Maupassant, como en No sé, o de Poe, como La caja. De igual modo, aún cuando se afirma que este libro puede constituir un importante precedente en la narrativa venezolana, de cara a su renovación, pesan en él acentos costumbristas y criollistas, en cuentos como El ensalmo. En este sentido, Miliani (1969) señala que en Barrabas y otros relatos se pueden detectar la influencia modernista, del criollismo y a la vez de la vanguardia.

No en balde, en las antologías de cuento donde aparece algún texto de Uslar, siempre se ha preferido los de otros libros, como Lluvia, por ejemplo, o Maichak o El gallo, donde ya muestra nuestro autor una voz clara y de contornos definidos. Con todo, en Barrabas y otros relatos hay textos interesantes, donde, tal como se afirma, se produce un paulatino, aunque no total, alejamiento del campo, se introduce el tema de la ciudad o, aún, se concede buena parte de la atención a la psicología de los personajes antes que al paisaje, o a la mera anécdota, tal como se observa en el propio texto que da título al volumen o en Ahora y en la hora de nuestra muerte, que sin ser una precisamente una joya de la narrativa, dista años luz de Urbaneja Achelpohl.

Esto no significa necesariamente que en su primer libro, o aun en los otros, Uslar Pietri haya soslayado nuestro paisaje, o nuestro folklore, en suma, nuestras raíces; antes bien, se siguen presentando tales elementos tan caros a los criollistas y costumbristas. ¿Cuál sería, entonces, la novedad de Uslar? Parte de la respuesta la tiene Araujo (1988):

[Uslar Pietri] va a rescatar de manos del criollismo la temática rural para tratarla más adentro, en la almendra misma del hombre del nuevo mundo… Uslar se ha liberado ya de aquella trampa (…) positivista y que Gallegos y él estereotipan en la violencia irracional del mulato y del mestizo (pp. 93-94).

En esto coincide Jiménez Emán (1989), quien, en el prólogo de la antología del cuento venezolano, que él compiló y que publica la Biblioteca Ayacucho, señala lo siguiente: “[Uslar Pietri] logra innovar las atmósferas telúricas y otorgarles un aliento integrador” (p. XXVI).

Yo diría algo más: en los primeros cuentos, aun en los de raigambre costumbrista, no se nos presenta tampoco el conflicto civilización-barbarie que sí se da en Gallegos o Urbaneja Achelpohl; el llano y el llanero de Gallegos son el llano y el llanero vistos por un hombre que fue a pasear un día a caballo y se quedó deslumbrado y después escribió una novela en la que el héroe viene de la ciudad a poner orden y a rescatar a los personajes que se hunden en la vorágine de la selva o del llano, como se hundía Lorenzo Barquero en el tremedal. En el caso de Uslar, la manera de ver y de tratar los asuntos de nuestra tierra es desde dentro: ni el punto de vista ni los personajes son extraños a la tierra que pisan, como  se ve en el cuento El prójimo o en una de sus mejores piezas, La lluvia.

Por otra parte, los libros de cuentos publicados por Uslar Pietri aparecen bastante espaciados a lo largo de toda su vida. Posteriores al ya referido Barrabas y otros relatos (publicado como ya se dijo en 1928, bajo el sello de Tipografía Vargas en Caracas), le siguieron otros volúmenes, en cuanto a cuentos se refiere: Red (1936, publicado en Caracas por Élite), Treinta hombres y sus sombras (1949, Buenos Aires, Losada), Pasos y pasajeros (1966, Madrid, Taurus), Los ganadores (1980, Barcelona, Seix Barral). Casi un libro por década, y a veces hasta más tiempo entre uno y otro libro de cuentos.

Yo tuve la curiosa suerte de hacer el recorrido cuentístico de Uslar exactamente al revés, desde los cuentos de Pasos y pasajeros, pasando por Red, luego Treinta hombres… hasta Barrabas. Este es el orden en el que nos lo presenta el Círculo de Lectores, en la recopilación titulada Camino de cuentos, que dicho sello hace de la obra narrativa breve de nuestro autor y que aparece fechada en 1975, cuando aún no estaba en prensa el último volumen de cuentos que nos dejó (ignoro si fue el mismo Uslar quien sugirió presentarlos en ese orden cronológico inverso). Del último libro que publicara- Los ganadores– apenas aparecen en la recopilación dos relatos (“Cuando yo sea grande”, “El camino desandado”); quizás para la fecha era lo que había avanzado Uslar en la escritura de ese libro.

Este itinerario de lectura me hizo que tuviera una idea quizás distinta del autor. Los recorridos pueden ser determinantes en nuestro juicio. Así que comencé por los cuentos en los que Uslar ya era una voz firme y segura; y terminé en los acaso menos notables. De hecho, hoy que releo el volumen y reviso el índice, donde hace cosa de veinte años marqué los que me habían gustado, abundan más en Pasos y pasajeros o en Red que en Barrabas. Los cuentos que  más recuerdo y he recordado, así como releído, son Simeón Calamaris, La hembra y La lluvia.

Aunque suelo asumir que es una necedad tratar de explicar (o explicarse uno mismo) los gustos en cualquier asunto (vinos, mujeres o canciones, parafraseando a Strauss), creo que la razón, en los dos primeros cuentos mencionados (La hembra y Simeón Calamaris), tiene que ver con el hecho de que fueron leídos cuando yo contaba unos quince años y con el hecho de que se trata de relatos de iniciación, historias de jóvenes o adolescentes o niños que se enfrentan por primera vez a algo: a la muerte, a los padres, al amor, al desengaño amoroso, al “mundo ancho y ajeno”, entre otras cosas. Este tema también aparece en otros cuentos de Uslar Pietri: El viajero, El camino, Cuando yo sea grande.

A propósito de temas, debo referir que es en los cuentos en donde Uslar tiende menos a lo histórico, y no es porque no esté presente; al contrario, cuentos como El rey zamuro, El enemigo, No sé, Gavilán colorao, están ambientados en diversos momentos históricos de nuestro país, sobre todo en las distintas guerras intestinas vividas a los largo del siglo XIX. Pero, a diferencia de lo que sucede en las novelas, me parece que en estos cuentos la historia de Venezuela no es más que un marco o una escenografía, acaso un telón de fondo contra el cual se recorta, nítido, el relato que Uslar quiere contarnos. No diría yo que son relatos históricos, o no lo son a la manera de sus novelas, y de las novelas de quienes le siguieron en este afán de novelar la historia. Sobre este asunto volveremos luego.

La ciudad (Yo soy Martín) y la violencia (La noche en el puerto), sobre todo la de los grupos subversivos de los ‘60 (como se ve en El novillo amarrado al botalón), también están presentes en los cuentos de Uslar, un poco menos también lo está la sexualidad (el ya  mencionado Simeón Calamaris, pero también más sugerentemente en El hombre de la isla). Estos tres temas se entrecruzan de una manera sin igual en uno de sus relatos más logrados: Caín y nuestra señora de la buena muerte. La ciudad como fondo, la guerrilla urbana, cierta tensión sexual, se exponen o afloran en los diálogos que sostienen un hombre y una mujer que se han encontrado cuando ésta viene huyendo después de un atentado, en el que acaso ha participado, y se introduce en la habitación de pensión donde vive aquél. El relato discurre casi enteramente en los diálogos de los personajes, en sus vacíos, en sus silencios, en lo que dicen entre líneas y en lo que dejan de decir.

Otro elemento interesante de la cuentística de Uslar Pietri es que recoge de las tradiciones orales, del folklore, del relato del pueblo, de la leyenda de nuestros aborígenes y  recrea y revive para nosotros las historias con su estilo y lenguaje. Tenemos al clásico, mítico, personaje de Juan Bobo, y al José Gabino, arquetipo del indigente que deambula en todos los pueblos, que sobrevive pidiendo un poco aquí, robando algo allá; de igual modo, retoma nuestra fábula de tío Tigre y tío Conejo, un poco a imitación de quien fuera su amigo y compañero de generación, Antonio Arráiz; Uslar también trabaja con las formas y en la forma de los mitos y leyendas de nuestros aborígenes, en Maichak: “historia de un indio de la región sur de Venezuela (Estado Bolívar), atravesado por los dilemas de la tierra” (Jiménez Emán, 1989: XXVI) (sic).

En relación con los personajes, con los poco convencionales personajes, cabe decir algo más, destacado por Beatriz González (1975), quien en el prólogo de Camino de cuentos señala que “pareciera que los personajes viven como si estuvieran muertos, vacíos de conciencia histórica, sonámbulos en su miseria y podredumbre… una perspectiva desencantada y escéptica”. Esto último le recuerda a la autora al México después de la revolución, y a mí me recuerda a Juan Rulfo; si no fuera porque los libros de Uslar Pietri más bien son anteriores, hasta pensaría en una influencia. Volviendo con los personajes, para la autora citada, en el tratamiento que les da Uslar dentro de los cuentos:

… se privilegian los estados de soledad, de búsqueda (La lluvia), de enajenación (Fuego fatuo), de locura (El patio del manicomio), delirio (La siembra de ajos), desubicación, marginalidad (El gallo, Los herejes), persecución, orfandad y muerte (p. III).

Contrario a lo que acaso pueda interpretarse de este conjunto de rasgos, los personajes de Uslar están perfectamente delineados en su psicología; lo cual sería común en una novela, pero constituye una circunstancia peculiar tratándose de cuentos. Ésta es, sin duda, otra de sus grandes virtudes como cuentista: dibujar un personaje sin abusar de la paciencia del lector y sin distraerse demasiado de lo que está contando, sin olvidar que lo importante en el cuento es el hecho.

Éstas y otras razones me llevan a estar plenamente de acuerdo con Araujo (1988) cuando señala:

Con Las lanzas coloradas, Uslar Pietri se consagra como un buen novelista, y allí queda. Con sus cuentos, con su vasta obra cuentística (fundamentalmente Red y Pasos y pasajeros), Uslar se consagra y se mantiene como un cuentista universal de la estirpe de Maupassant en Europa y de Horacio Quiroga en Hispanoamérica (p. 97).

Ahora bien, aun cuando Araujo habla de una vasta obra cuentística, si comparamos el número de volúmenes de ensayos (cerca de treinta) con el de cuentos (sólo cinco), dan ganas de preguntarse por qué Uslar cultivó menos el género con el que inició y el que le dio mejores dividendos literariamente hablando. Quizás las razones tengan que ver con el mismo género: se afirma que el cuento es el más difícil de todos; en el mundo abundan más las novelas que los libros de cuento, en una relación de 20 a 1, no sé si más. Se pueden escribir varias novelas en un año, tal como lo demostró Balzac, pero no varios libros de cuentos.

Vila Matas (2000) refiere, entre las muchas circunstancias que llevan a un autor a preferir el silencio, el hecho de que a cierta edad un escritor le puede comenzar a parecer una fatuidad imaginar algo (pongamos por caso, la forma del sombrero que usa un personaje) y después describirlo. Es como un ejercicio sin sentido, que supone un esfuerzo mayor que el de escribir un ensayo o un estudio, que requiere más de asiduidad, o de constancia que de inventiva.

Quizás a Uslar le pasó un poco, ya que el cuento es el género que demanda más imaginación (más imaginación que investigación). Al llegar a los cuarenta años, ya tenía tres libros de cuentos. Pasaron 17 años y luego otros 14 más, para que vieran luz el cuarto y el quinto volumen de relatos. Después siguió escribiendo, principalmente ensayos (y hasta una novela), pero parece que ya no quiso nada más con ese género, aunque no sé si habrá quedado algún cuento inédito, para solaz de sus lectores.

Uslar novelista

A Uslar Pietri se le atribuyen comúnmente dos paternidades y un padrinazgo en la literatura. Sobre la primera, una paternidad más bien por adopción, la renovación de la cuentística en Venezuela, ya algo se habló en el aparte anterior; la otra paternidad, acaso también adoptiva, es la de la nueva novela histórica, venezolana, latinoamericana y hasta de habla hispana, de lo cual hablaremos aquí, en este capítulo. Por último, se considera también que Uslar Pietri tuvo el honor de haber bautizado a una criatura, de haberle dado nombre a una vertiente de nuestras letras: el realismo mágico; pero éste es un asunto sobre el cual no voy a discurrir por ahora.

Al parecer, no se puede hablar de nueva novela histórica sin hablar de Uslar. De igual modo, no se puede hablar de las novelas escritas por Arturo Uslar Pietri sin de inmediato tildarlas, absolutamente a todas, de históricas, sea lo que sea que eso signifique; tercero, la mayoría de las afirmaciones que se pueden hacer en relación a dichas novelas tiene relación con su historicismo. Esto nos lleva a plantearnos varias cuestiones que trataremos de resolver, en nuestro afán de acercarnos al Uslar novelista, ya que en la medida que clarifiquemos los conceptos con base en los cuales justipreciamos la obra de nuestro autor, estaremos exponiendo dicha apreciación.

Las preguntas, entonces, que subyacen a esta discusión, serían a mi modo de ver y en ese mismo orden: ¿qué significa que una novela sea histórica? ¿Acaso hay novela que puede no ser histórica o, bien, ser no histórica? ¿Qué había antes, en contraposición, en relación con la novela histórica? ¿En qué radica la novedad de la nueva novela histórica, valga la redundancia? ¿Qué hay en las novelas de Uslar que nos permita llamarlas así: históricas, o incluso considerarlas nueva novela histórica? ¿Surge, en efecto, con Uslar Pietri un nuevo (sub)género?  Intentaremos responder algunas de estas cuestiones, acaso no en ese mismo orden y acaso no sea necesario responderlas todas explícitamente.

Pero comencemos, antes, por revisar el más difícil y elusivo- por lo amplio- de los conceptos: la novela; partiremos de la propia noción de nuestro autor, ya que sus postulados en cuanto a la novela bien pueden y/o deben corresponder con lo que se plantea como novelista y asimismo iluminar nuestra pesquisa. Al respecto, en sus Letras y hombres de Venezuela (1993) señala:

Hay que esperar a Cervantes y a su dominio del tiempo y del espacio, y a su intuición de la condición humana y de sus contradicciones para que nazca la novela moderna (p. 249).

Así que, como primera premisa, podemos sentar que para Uslar Pietri la novela está íntimamente ligada la naturaleza humana, a sus paradojas. Curiosamente, este tímido concepto de novela, lo expresa nuestro autor al momento de hablar del cuento: en el libro referido, hay sendos capítulos, referidos a ambos géneros en la literatura venezolana; pero si bien en el de cuento comienza por dar su definición, en oposición incluso a la novela, en el capítulo de la novela venezolana, prescinde de definiciones.

No obstante esta omisión, cualquiera que haya sido su razón o su intención, en otros momentos discurre Uslar Pietri sobre la razón de ser que, desde su punto de vista, debe asumir la literatura, sea novela, cuento o ensayo. En su Discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua Correspondiente de la Real Española emitió los siguientes conceptos, al hablar de la verdadera misión de la literatura venezolana:

… le queda a él  [al escritor], y a nadie más que a él, el encargo de de expresar las concepciones generales, las intuiciones básicas, la formulación de las direcciones y de las explicaciones que el país requiere para sentir que tiene una unidad y un camino, es decir, que tiene un ser… una unidad superior y más duradera que ellos mismos, que posee un espíritu (…) cuya expresión  suprema, inconfundible y permanente, está en su arte, en su pensamiento y en su literatura (…). A nuestros escritores y nuestros artistas (…) corresponde (…) crear un pensamiento nacional y una emoción nacional (Uslar, 1993:  91).

De alguna manera, pienso yo, estas tesis hayan más cabida en lo que hizo en sus novelas y en lo que intentó con sus ensayos. No es una intuición gratuita; previas a las afirmaciones citadas anteriormente, Uslar había emitido juicios en relación con las novelas, y particularmente en relación con los personajes de la novela venezolana:

Si pudiéramos hacer un censo de los personajes de la novela venezolana, resultaría impresionante el número de añorantes, abúlicos, soñadores y fracasados que la pueblan. Todos los que encarnan las ideas de reforma terminan en fracaso o en repudio (Uslar, ob. Cit.; p. 283).

Asimismo, continúa en su crítica diciendo que “son excepciones los pocos casos que podrían encontrarse de una actitud afirmativa, estimulante y verdaderamente realista en nuestros grandes narradores” (Uslar, ob. Cit.; p. 284). Es oportuno aclarar que aun cuando Uslar habla de narradores, precedente e intencionalmente había enumerado novelas y novelistas. Así que, por contraste de estos dos espíritus y de estas dos visiones, una optimista y otra pesimista, surge implícitamente la visión de la novela uslariana, que ambicionaba acrisolar en su esencia el alma y el ser de un país: Venezuela, mostrando a la vez el camino a seguir.

Es inevitable, pues, que con estas ideas en relación con la función de la novela y de la literatura en general, haya Uslar buscado respuesta en la historia venezolana, para encontrar la raíz de esa alma. Este irse hacia atrás en la historia responde a una doble motivación en Uslar Pietri: por un lado, como decíamos antes, se indaga en las raíces de lo que somos como pueblo; por el otro, este movimiento en retrospectiva surge, de acuerdo con Araujo (1988: 84), “para rehuir el costumbrismo” y para rehuir, consecuentemente, de Gallegos. Señala el citado autor que, tanto Uslar Pietri con Las lanzas coloradas como Enrique Bernardo Núñez con Cubagua, “buscaron hacia atrás, en las raíces, lo que la literatura de su tiempo no les daba: qué eran ellos, qué es Venezuela, qué somos nosotros”.

Uslar, a pesar de lo dicho anteriormente, al parecer no estaba muy cómodo con el hecho que sus novelas fueran simplificadas diciendo que eran históricas; en este sentido, expresa sus desacuerdos tanto con el uso de la etiqueta para sus obras como con la noción misma de novela histórica, llegando incluso a dudar de la existencia de los géneros. Esto nos lleva tanto a revisar tanto la primera de las interrogantes que nos planteamos líneas atrás (qué significa el que una novela sea histórica) como algunas de las subsiguientes.

Respecto a la novela histórica, Uslar (1998) comienza por señalar:

Aún aceptando (…) que se puede hablar de novela histórica, se tropieza de inmediato con la dificultad de definir el género.

El hecho de referirse al pasado no constituye un criterio suficiente. Todos los relatos se refieren al pasado, aun aquellos que en el momento de escribirse parecieron más contemporáneos… El tiempo de una manera fatal las ha convertido en testimonio histórico (p. 188).

Así que nos encontramos en un dilema que puede ser planteado silogísticamente: si todas las narraciones son de algún modo históricas, no es necesario que se denomine histórica particularmente a ninguna. Más adelante, para reforzar su punto de vista, Uslar (1998) señala que “el tema verdadero de la novela es el tiempo” (p. 190) y añade:

De este modo toda novela es historia porque voluntariamente o no, se propone detener y preservar un momento del acaecer, lo que constituye la tentativa absurda de sustraer del tiempo un fragmento del tiempo (p. 192)

Para nuestro autor, la visión que muchas veces se entreve en una novela histórica no se corresponde precisamente con el momento que pretende novelar sino, más bien, con el momento del novelista, lo cual le restaría mucho valor histórico. Así, dice, el Cid de Corneille es más cónsono con la Francia del autor que con la España de la reconquista.

Aludiendo implícitamente a Walter Scott y explícitamente a los románticos, Uslar afirma que este interés por la reconstrucción arqueológica del pasado la trajeron ellos- los románticos- que reinventaron todo con más imaginación que verosimilitud: “reinventaron toda una Edad Media tan teatral y convencional como la más gratuita imaginación”. Así que las novelas que aparentemente son históricas terminan, a su juicio, siendo las menos históricas, siendo las que menos dicen de la sociedad y de la época en la que se desarrollan los hechos.

A estas alturas, aun sin haber terminado de responder todas las preguntas que inicialmente me planteé, no puedo evitar que surja otra, que acaso también se estarán formulando en este momento mis lectores: ¿por qué, si tenía esa opinión acerca de la novela histórica, decidió Uslar emprender algunas en ese género, si es que existe, o con ese tema? Pienso que la respuesta en parte está en las líneas que hemos citado del autor, pero hay que leerlas con un espejo, y esto de seguro nos ayudara con las otras interrogantes que aún tenemos pendientes.

En primer lugar, lo que Uslar cuestiona más que una forma de novelar, es un género o una etiqueta que por ser tan amplias nada dicen en realidad de una obra; segundo, se puede admitir que la intención de nuestro autor, con Las lanzas coloradas, por ejemplo, no es hablarnos de cómo era ese tiempo, sino cómo lo vemos, cómo lo ve él. Haya o no similitudes, que bien puede haberlas, con la Venezuela de la época de la independencia, es su visión como hombre, como ciudadano, como venezolano, lo que nos quiere contar. ¿Su visión de qué? En sus propias palabras, muestra su visión de “un espíritu (…) cuya expresión  suprema, inconfundible y permanente, está [la] literatura” (Uslar, 1993:  91).

Uslar busca “la acción del pasado en el presente y la transformación continua del presente en el pasado” (ob. Cit.). En las novelas históricas de Uslar el tema no es la historia, ni el pasado de Venezuela o de América; el tema es el presente de Venezuela y de América, sólo que está expresado en una suerte de parábola intemporal. Araujo (1988), respecto a Las lanzas coloradas, sostiene: “Uslar no busca orígenes, sino momentos de eclosión del ser” (p. 192), del ser de una nación. Más que una narración histórica, Lanzas coloradas es una novela ontológica, aunque no estoy muy seguro de que no haya novelas que no sean en algún modo también ontológicas.

Disculpéseme por insistir, al modo de los socráticos, con tanta mayéutica, pero, cabe también preguntarse: ¿por qué entonces Uslar Pietri ubica la acción y los personajes en otras épocas distintas de la suya, si tal era la intención? Ya en parte la respuesta fue dada líneas atrás: rehuir del criollismo y de Gallegos, que se enfocaban en el momento presente; pero, también cabe acotar, que Uslar sí emprendió narraciones ambientadas en su momento presente: el inacabado ciclo de El laberinto de la fortuna (en el que ensaya con la novela política), así como la mayor parte de sus relatos, son una prueba fehaciente de ello.

En efecto, volvamos a la idea de que en sus novelas no importa la historia de una época o de un momento, cómo eran y si eran tal como los presenta el novelista; como diría él en sus propios términos, no importa la reconstrucción arqueológica del pasado. Esto cabe afirmarlo de un modo más o menos tajante para Las lanzas coloradas o La isla de Robinson, en las que no se puede o se debe reconstruir nada a partir de ellas, ya que no tratan de ser verosímiles o fieles a la historia; incluso en buena parte de la trama, de ese itinerario espiritual que es La isla de Robinson, prácticamente lo que permite vincularlo con algún momento o época en particular, la historia de Venezuela, importa menos que la historia de un hombre, que vivió en un lugar y en un momento.

Pero este mismo juicio no se puede sostener con Oficio de difuntos o con El camino de El Dorado, que sí son bastante miméticas en el sentido que refiere Auerbach. Para no caer en contradicciones con respecto a sus propios postulados, Uslar Pietri dice que sus novelas no son novelas sino reconstrucciones históricas (Arráiz Lucca, 2001: 46). Aunque él lo dijo en un sentido general, a mí me parece que el término es válido para aplicarlo en esas dos obras- Oficio de difuntos y El camino de El Dorado– en las que el estricto apego a la cronología y a los hechos, menor capacidad de fabulación, incluso menor profusión en el lenguaje, hacen pensar en un texto de historia antes que una novela.

Así que en el supuesto, ya varias veces negado, de que sigamos usando el término de novela histórica para referirnos a las novelas de Uslar, habría que, por un lado, hacer la discriminación que ya hicimos, o por otro lado, matizar el concepto adjetivándolo con un nueva, lo que no sería del todo descabellado. Esta denominación se ha dado particularmente a Las lanzas coloradas, que es la obra de Uslar a partir de la cual se dio en usar la etiqueta de nueva novela histórica y con la cual se atribuye a nuestro autor la reinvención del género.

Si bien ya no cabe usar, para nosotros, el término novela histórica, sí podemos referirnos a un conjunto de novelas en las que el autor ubica las acciones y personajes en el pasado, en el marco de algún acontecimiento significativo o trascendental. En esta clase de textos la visión que había predominado era la romántica, en la que se resaltaban las cualidades de los héroes y se elevaba a categoría de epopeya cualquier gesta o cualquier batalla. En este caso, estaríamos hablando de obras como Ivanhoe de Walter Scott y, en nuestro país, de la Venezuela heroica de Eduardo Blanco.

En efecto, más allá de cualquier denominación que queramos darle, estas obras guardan pocas similitudes con Las lanzas coloradas. Al respecto dice Araujo (1988):

Uslar no podía falsear el sentido histórico del mundo sobre el cual trabajaba, pero podía alumbrar la historia con un nuevo sentido. Comienza por despojar la historia venezolana de algunos trajinados mitos: no construye una novela de héroes- Bolívar apenas es una sombra- sino de grupos humanos, de masas que se mueven, chocan, se desplazan (p. 85)

Más o menos en los mismos términos Anderson Imbert (1957) se refiere a la obra del venezolano:

¿Novela histórica? Bolívar no aparece. Sin embargo, la figura de Bolívar encuadra la novela… Pietri pasa al lado de los precipicios abiertos por la literatura romántica; pero no se desbarranca nunca… Pietri nos presenta movimientos de muchedumbres, no de héroes (pp. 414-15).

En el mismo orden de ideas, Medina (2006: 753-54) afirma que en esta obra de Uslar Pietri “los personajes históricos no son concreciones, sino sombras que se yerguen sobre la realidad”; no se delinea el contorno del personaje, sino que se le desdibuja, pues, intencionalmente, en un juego de claroscuros y de sombras; incluso el mismo Bolívar “nunca deja de ser una sombra”.

Volviendo a un comentario que ya insinué antes, en las restantes novelas de Uslar Pietri, no hay tal profusión de lenguaje como la que se presenta en Lanzas coloradas. Es una novela muy rica en imágenes, desde el mismo título, muy visual y muy plástica, completamente impresionista, si cabe. Es la sensación que tuve en la primera lectura y en una relectura más reciente. Tiempo después, revisando la biografía que hace Arráiz Lucca (2005) vengo a saber que la intención inicial de Uslar fue hacer un guión para un audiovisual; en sus propias palabras:

No una película con escenarios y argumento… lo que hay que lograr no es un episodio de Bolívar visto en la pantalla, sino al contrario una interpretación cinematográfica del Libertador… un poema fotográfico al Libertador (citado por Arráiz Lucca, 2005: 28).

Más adelante el mismo Uslar añade que quería hacer “una película sin protagonistas” (citado por Arráiz Lucca, 2005: 29); pero esta intención inicial se trastocó y se convirtió en novela, pienso yo que para bien, ya que le catapultó a un nivel de reconocimiento que no tenía antes. De ese discurso, híbrido de cine con novela, surgió una propuesta literaria bastante interesante que, sin embargo para mi disgusto, Uslar prácticamente no retoma y explota en narraciones posteriores, con la excepción quizás del relato La lluvia.

Creo haber respondido más o menos a casi todas las preguntas que me planteé, quedando sin resolver la incógnita de si surge, en efecto, a partir de Las lanzas coloradas un nuevo estilo de novelar, si lo que hicieron en su momento Herrera Luque o Denzil Romero, así como Ana Teresa Torres o Laura Antillano responde a esta visión, sigue ese camino abierto por Uslar Pietri. Responder a tal pregunta es una empresa vasta que rebasaría los alcances de este pequeño ensayo.

Por último, debo aclarar que si bien no he revisado las distintas concepciones que los teóricos y estudiosos(as) manejan en torno a la novela histórica, y más particularmente de la reciente novela histórica en Venezuela, ha sido por una razón: he querido proceder de una manera inductiva, acercándome al concepto desde la obra, acercándome a la visión de la nueva novela histórica partiendo desde la propia obra de Uslar Pietri, y no al revés, partiendo del concepto o de la teoría para examinar su presencia en la praxis literaria.

También, mi actitud se debe al hecho que los distintos teóricos que hablan de la nueva novela histórica (Menton, Rama, Anderson Imbert, entre otros) no mencionan a Uslar ni como precursor ni como iniciador; ambos ubican el boom de la nueva novela histórica en la década del ’70 y los dos primeros mencionados consideran que es partir de El reino de este mundo de Carpentier (publicada en 1949) cuando se gesta este género. Dada la posición de Uslar al respecto, quizás esta omisión le habría dejado indiferente.

Debo reconocer que si bien es cierto que la primera novela de nuestro autor no guarda mucha similitud para con lo que los críticos preconizan como típico en la nueva novela histórica hispanoamericana- distorsiones y anacronismos intencionales o por omisión, ficcionalización de los personajes históricos, metaficcionalidad, intertextualidad, lo carnavalesco y paródico, polifonía discursiva (ver Alcayaga, 2006)- también es cierto que Las lanzas coloradas no se parece en nada a la anterior novela histórica, como vimos. Para cerrar esta digresión final, podríamos decir que Las lanzas coloradas constituye, simplemente, una nueva, o distinta, forma de novelar la historia.

Uslar ensayista

Por definición y por efecto acumulativo, Uslar es fundamentalmente un ensayista. Su prosa de ensayo abarca tantos volúmenes como el resto de su obra reunida. En efecto, si nos atenemos al listado que hace Arráiz Lucca (2005) y sumamos siete novelas, cinco libros de cuentos, seis libros de crónicas de viajes (algunos también un poco ensayísticos), tres poemarios y dos volúmenes con sus obras de teatro, no llegamos aún a los 31 libros de ensayo que contabiliza Arráiz.

Aunque, él incluye como ensayos los tres volúmenes de Valores humanos así como sus recopilaciones de artículos de prensa, por ejemplo la publicada en 1955 por Edime, que recoge la columna Pizarrón. Sin ánimos de parecer purista, según mis criterios estas recopilaciones de los programas televisivos no son ensayos propiamente, deberían constituir listado aparte, ya que se acercan más al género didáctico. Casi otro tanto ocurre a veces con el Uslar de la prensa, a quien por razones de gusto no leí mucho; se me hacía menos interesante, aun menos ensayista, que el de los libros. Pero respeto el criterio de Arráiz para proceder de esa manera.

Ahora bien, cualquiera que sea la visión de los géneros que se tenga, en relación con su prosa no narrativa, es decir, con los textos que pueden ser tenidos por ensayos, no hay dudas de que en Uslar Pietri predomina un tema fundamental: la patria, Venezuela (pero también América, sentida como una patria), en sus tres vertientes: la historia, sus letras y su pensamiento; en buena medida escribe sobre otros temas que nos tocan y nos afectan: la economía y el petróleo se presentan recurrentemente. En relación con la otra gran pasión de su vida, como él mismo decía, la política propiamente dicha, aunque no es la más importante tampoco es la más desdeñada de sus preocupaciones como ensayista, así como tampoco la educación, ya que Uslar era un docente por naturaleza.

Con todo, para mí uno de los aspectos más valiosos de la lectura de los ensayos de Uslar es el gran valor informativo que poseen; Uslar Pietri fue, sin duda, un gran erudito, un gran conocedor de nuestra historia y un excelso divulgador de la misma. Uslar siempre estuvo, incluso al momento de escribir ensayos, atento a su tarea de docente, y atento a la tarea formadora de las letras, en concordancia con su visión de que corresponde a la literatura, y a los escritores, la formación de un pensamiento nacional; de allí que la historia, pasada pero también presente, la de su tiempo y del nuestro, es la gran protagonista.

Es en sus ensayos, contrario a lo que dije de los cuentos, donde Uslar da rienda suelta a su más secreto anhelo: ser un historiador, pero un historiador no de esos cientificistas que tratan los hechos con pinzas y que carecen de lo más fundamental a la hora de escribir: el estilo; Uslar es un historiador apasionado, de ésos que da gusto escuchar y leer, porque cuentan la historia como un cuento y no como una mera enumeración de hechos y fechas; es un historiador de los de antes, en el buen sentido, a lo Suetonio. Antes que leer cualquier manual de historia, prefiero leer a Uslar. Por ejemplo, su texto sobre Samuel Robinson me parece perfecto para introducirnos al ideario del maestro del Libertador.

Ya anteriormente había tenido la oportunidad de abordar la ensayística de Uslar. En esa oportunidad señalé precisamente que Uslar era un docente escritor, un espíritu apolíneo, metódico, mesurado y, sobre todo, ordenado; más un erudito que un ensayista: su afán didáctico predomina y a la opinión personal se superpone muchas veces el deseo de aprovechar el momento para enseñar algo. Esto es notable sobre todo en los ensayos literarios, en los históricos, en sus crónicas de viajes y en sus programas de televisión. De allí que sus argumentaciones cedan espacio a sus exposiciones.

Por otra parte, aun a pesar de lo abundante que fue su incursión en este género, y aun a pesar de que sí lo hace en otros casos y otros géneros, Uslar Pietri no expone su concepción sobre el ensayo, o al menos yo no la he podido leer. Quizás esta actitud obedece un poco a lo que dice Rodríguez Ortiz (1983):

Que se sepa, todas y cada una de las consideraciones sobre el ensayo padecen la prueba de la definición desde la primera línea… No es extravagante entonces que las concepciones sobre el ensayo salven mal su propósito y decepcionen. Es más, su fin deliberado está destinado al fracaso. El género acostumbra a defenderse proclamando arbitrariedad… toda consideración sobre el ensayo es una proclama indirecta de estética y un grito contra las averiguaciones (pp. 9-10).

Así, al parecer, Uslar a sabiendas de esta situación, como que se ahorró el problema o la vergüenza de pasar por allí y no dijo lo que creía del género, que a mí me hubiera gustado saberlo, así como me gusta conocer el ars poética de todos los ensayistas, lo que piensan de la forma a la que apelan para darle rienda suelta a su pensamiento.

De lo poco que dice, se puede entrever que nuestro autor valoraba bastante este género. Particularmente, en una de las entrevistas que sostuviera con Arraíz (2007), Uslar Pietri critica a Gallegos por no tener una obra de pensamiento: “la obra de pensamiento de Rómulo Gallegos no existe. Nada, ni un artículo” (p. 37), afirma rotundamente, a la par  que lo catalogaba de ser un hombre débil y perezoso.

En esta entrevista observamos algo que Uslar no practica en demasía como ensayista, volviendo al tema de la condición docente (expositiva o informativa) de Uslar en sus ensayos. Así como vemos a un hombre menos ecuánime y más vehemente en ese juicio sobre Gallegos, creo que también fue en los textos de opinión política en los que más se nota a un hombre exaltado, apasionado y vehemente, inclusive.

Se sabe de su permanencia en puestos políticos, en épocas no muy claras ni muy gloriosas, como sus cargos durante el gobierno de Gómez, su silencio ante Pérez Jiménez, su presencia en la Comisión Delegada del Congreso Nacional durante el Porteñazo; lo cual siempre le reprocharían sus oponentes políticos y literarios (imagino que los políticos lo acusaban de intelectual y los literatos, de político). Todos estos hechos lo habrían hecho sentirse obligado muchas veces a justificarse, ante los otros y ante sí mismo; su capacidad argumentativa al respecto sería más ejercitada. Es, pues, en los ensayos de contenido político en los que leo a un hombre que opina y no sólo a un hombre que enseña.

Ahora bien, en su novelística y en su cuentística creo que es posible encontrar momentos culminantes (relatos como La lluvia y la novela Las lanzas coloradas), así como momentos malogrados (Un retrato en la geografía, por ejemplo), pero en el ensayo tuvo una gran regularidad y homogeneidad. Se me haría más fácil, por ello, hacer una antología de cuentos de Uslar que una antología de ensayos. Con todo, recuerdo particularmente algunos textos, como el ya mencionado sobre Samuel Robinson (en Letras y hombres de Venezuela), o uno, muy narrativo y muy emotivo, sobre Borges, que forma parte del conjunto Fantasmas de dos mundos.

En líneas generales, en sus ensayos Uslar siempre se va a lo profundo, a lo que considera lo esencial, sin detenerse en lo aparentemente superficial, se va a lo ontológico antes que a lo fenomenológico; su línea es, pues, de acuerdo con lo que hemos venido diciendo, la interpretación de la historia, de la cultura, del espíritu de nuestros pueblos, un poco a lo Mariátegui o a lo Octavio Paz. Sin embargo, su visión de la historia es un poco la que ha sido siempre: la de los hombres representativos, por ello mismo un poco romántico y un poco grandilocuente.

Para mi gusto, creo que también hace falta el ensayo sobre lo cotidiano, un poco a la manera de Key Ayala, o a la manera del creador del género, Michel de Montaigne. Las observaciones que hace Uslar Pietri sobre lo cotidiano, lo corriente, lo de todos los días, están principalmente en sus libros de viajes; me parece que se trataba de un agudo y tenaz observador (el texto La ciudad de nadie, sobre Nueva York, es sencillamente excepcional), pero que no concedía demasiada importancia a nuestra petit histoire.

Otro asunto que echó de menos en la obra ensayística de Uslar Pietri, coincidiendo con lo que dice José Ramón Medina (s/f) en el prólogo de Mundo nuevo nuevo mundo (1998), es un poco de sentido del humor, quitarle algo de solemnidad al asunto, incluso hablar de lo baladí o intrascendente; si bien, como señala el citado autor, Uslar Pietri “ha utilizado la eficacia del ensayo en la mayor parte de las modalidades” (p. XV), con la excepción ya señalada.

Sobre este particular, las diversas modalidades que asume el género que nos ocupa, Rodríguez Ortiz (1983) señala:

Hay, entre otros, el [ensayista] doctrinario, el poemático, el crítico, el estético, el social, el concentrado, el paródico, el difuso, el largo, el costumbrista, el narrativo, el aforístico, el dramático, el mediano, el epigramático (pág. 11).

A éstos, yo añadiría: el ensayista apolíneo, el ensayista docente y Uslar Pietri, que no es lo mismo pero es igual.

Uslar político

Uslar Pietri prácticamente transitó toda la vida política de Venezuela del siglo XX, abrazando, a lo largo de este tránsito, todas las posturas, tesis políticas, cargos y funciones que pueden ejercerse, faltándole tan sólo uno: la presidencia, que podría haber sido el destino natural de quien recorre el camino de la administración pública de la manera que él lo hizo, aunque su suerte final en materia de política y en el ejercicio de cargos públicos terminó siendo lo contrario de lo que al principio fue. Creo que primero fue un funcionario acólito y después un hombre con conciencia, hasta finalmente convertirse en una especie de conspirador, en el buen sentido de la palabra. Pero ya veremos en detalle lo que ocurrió.

Como se sabe, Uslar Pietri nació despuntando el siglo XX, el 16 de mayo de 1906, en los últimos años del gobierno de Cipriano Castro (quien había asumido desde 1899). A los pocos años, en 1908, el General Juan Vicente Gómez, en un golpe de dados, se haría con el poder, y allí permanecería hasta 1935. Es decir, la mayor parte de la infancia, adolescencia, juventud y hasta el inicio de su edad adulta, Uslar Pietri viviría en un país donde predominaba la monolítica figura de un dictador.

Las vinculaciones de Uslar Pietri con el poder y con la administración pública las tuvo desde muy temprano. En primer lugar, sus padrinos fueron el mismo Cipriano Castro y su esposa, Zoila de Castro, para entonces Presidente de la República y primera dama, respectivamente. Por otra parte, el padre de nuestro autor, el coronel Arturo Uslar Santamaría, estuvo al servicio del Estado, primero con Castro y después con Gómez (tras una breve estadía en la cárcel), ocupando diversos cargos de no muy excesiva relevancia pública pero sí de gran importancia para la familia de nuestro escritor, ya que eran la fuente del sustento familiar. Por último, con los hijos del General Juan Vicente Gómez nuestro autor tendría una relación de amistad durante la adolescencia.

Según señala Arráiz Lucca (2005):

Aquel adolescente solía sentarse a la mesa del general Gómez con mucha frecuencia… De modo que la adolescencia de Uslar está vinculada con la experiencia del trato frecuente del poder absoluto (pág. 13).

No es de extrañar pues que, ya en su juventud, la primera postura asumida por nuestro escritor haya sido la de un conservador, acaso timorato y medroso por la suerte que podría correr el padre, como ya dijimos, un funcionario menor bajo el régimen gomecista.

… la participación política de Uslar en contra de la dictadura gomecista suponía daños a su familia que el joven no quiso asumir. Además, la amistad con los hijos de Gómez (…) seguía en pie (pág. 17).

Así que mientras se va calentando el panorama político, con miras a la manifestación política de la llamada generación del ‘28, Uslar discretamente se hace a un lado, guarda silencio y no apoya públicamente a este movimiento, donde estaban algunos de los que eran sus compañeros de generación literaria y de universidad. Si bien militaban en el mismo bando en relación con literatura (se hacían ver a sí mismos como la vanguardia), en política Uslar estaba en la acera del frente, o quizás más bien en la del medio.

Después y durante los sucesos de la semana del estudiante en febrero de 1928, y lo que ocurrió en abril de dicho año, mientras los participantes terminaron en la cárcel, detenidos o porque se entregaron, y algunos luego fueron al exilio, Uslar se limita a la preparación de la publicación de su primer libro. En palabras del mismo autor, y para tratar de hacer entender su actitud, establece una diferencia entre la generación literaria, muy reducida, con la cual sí tuvo vinculación, y lo que después se llamó, de manera general, la generación del ‘28, que “fueron aquellos estudiantes que protestaron contra Gómez en Caracas” (citado por Arráiz Lucca, 2007: 11).

Respecto a este momento, tan polémico en su vida, Uslar añade:

Cuando el movimiento tomó un cariz político, a mí se me planteó un problema: ¿debía seguir, sabiendo que esto le iba a ocasionar a mi padre, que era funcionario del gobierno en Aragua, problemas graves y de consecuencias impredecibles? […] era preferible cargar con la responsabilidad de abstenerme. Entonces, me aparté. No caí preso y continué mi carrera en la universidad hasta finalizarla (Eskenazi, 1988).

Probada su fidelidad, si no al régimen por lo menos a la familia y a los amigos, en el año 1929, una vez que Uslar concluye su doctorado en Ciencias Políticas, es nombrado Agregado Civil de la Legación de Venezuela y, también, Secretario de la Delegación de Venezuela ante la Sociedad de las Naciones, razón por la cual viaja a París.

Hay diversas versiones con respecto a esta partida. Arráiz Lucca (2005) refiere lo siguiente

Sobre los intríngulis de su nombramiento, nada se sabe, pero es evidente que los vínculos entre Uslar y los hijos de Gómez han debido contribuir con la designación. Por lo demás, no se trataba de un cargo de importancia… [y] No era un absoluto desconocido para (…) el general Gómez (pág. 22).

En tanto que Spinato (2001) asegura que fue otra la razón:

… la inocente atracción del joven en una órbita que no se limitó a la protesta literaria, indujo su familia a alejarlo de la vida cultural caraqueña. Temerosos de que su actitud pudiera afectar al respeto y las cargas de que gozaban muchos de sus familiares, sus padres hicieron que se le enviara a Francia como Agregado Civil de la Legación Venezolana. De este modo Arturo Uslar Pietri se sustrajo a las represiones y a los encarcelamientos de los meses sucesivos…

Uslar permanecerá en ejercicio hasta 1934, desarrollando su labor con discreta eficiencia y aprovechando al máximo la estancia en Europa para viajar y conocer otros sitios así como entrar en contacto con la flor y nata de la vanguardia artística del mundo. En ese año es llamado a regresar a Venezuela, donde le esperan nuevos cargos, así como el inicio de sus coqueteos con la política, por la cual se dejó seducir, aunque sin olvidar del todo su vocación literaria.

De vuelta en nuestro país, es designado Presidente de la Corte Suprema de Justicia del estado Aragua, donde permanecerá por muy poco tiempo: renuncia a principios de 1935, pero no pasa a ejercer ningún otro cargo ni durante lo que queda del gobierno de Gómez (que fallece, oficialmente, el 17 de diciembre de 1935) ni hasta unos meses después de que asumiera el general Eleazar López Contreras. Sin embargo, éstos no son meses vacíos en cuanto a la actividad política de Uslar Pietri, al contrario, se comienza manifestar su interés en participar más activamente, no sólo como un mero funcionario, sino como un hombre que tiene ideas, gracias a que en el nuevo gobierno de López Contreras hubo una mayor apertura política y libertad de expresión, para nuestro autor y para muchos venezolanos que habían permanecido callados por largos años.

Al respecto, un hecho importante lo constituye el comienzo de su actividad como articulista de la prensa, en el editorial del 27 de diciembre del diario El Universal. En dicho editorial Uslar, por primera vez, realiza un análisis directo de la realidad de nuestra nación,  haciendo un llamado a la unidad. Igualmente, se vincula a la redacción del diario Ahora, donde también elabora los editoriales, entre ellos el célebre texto titulado Sembrar el petróleo, del 14 de julio de 1936. En los referidos editoriales, Uslar mayormente abordaba los asuntos políticos de la nación.

A la par de esta actividad en la prensa, Uslar se vincula con agrupaciones políticas, específicamente hablamos de la Organización Revolucionaria de Venezuela (ORVE), donde también estaban Rómulo Betancourt (quien luego se desvinculó para fundar el Partido Democrático Nacional, germen de Acción Democrática), Mariano Picón Salas, Alberto Adriani, entre otras figuras destacadas de la intelectualidad venezolana (Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, 1997; tomo 3: 512); gracias a este último, recién nombrado Ministro de Hacienda, Uslar Pietri regresa a ocupar un cargo en la administración pública, como jefe de la sección de Economía del referido Ministerio.

Así, Uslar inicia, a la par de un largo silencio como escritor (entre 1936 y 1945 no publica un solo libro), una larga permanencia en la administración pública, ininterrumpida hasta la caída de Medina Angarita. Después de la ya mencionada sección de Economía, llegará a ocupar diversos cargos, varios de ellos ministeriales, durante los años referidos. Así fue, sucesivamente: director de Información y director de Política Económica, en la Chancillería; Director del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización; Ministro de Educación, todo esto durante el gobierno del General Eleazar López Contreras. Cuando asume Medina Angarita, Uslar Pietri siguió siendo hombre de confianza, de la más alta confianza, ya que es nombrado Secretario de la Presidencia de la República; por unos meses es el Ministro de Hacienda pero después regresa a ocuparse nuevamente de la Secretaría de la Presidencia; cuando ocurre el golpe de estado del 18 de octubre, Uslar Pietri era el Ministro de Relaciones Interiores.

En todos estos cargos, que Uslar desempeñó con su característica eficiencia, participó en importantes decisiones y acciones que contribuyeron a configurar una nueva etapa en la vida republicana de nuestra nación. Por ejemplo, estando en la Cancillería, como Director de Política Económica, promueve la negociación del primer Tratado Comercial con Estados Unidos (Arráiz Lucca, 2005: 42); como Ministro de Educación, reformula el proyecto de la primera Ley de Educación, la cual es aprobada (tomado de http://www.me.gov.ve). Es interesante señalar que Uslar es uno de los primeros en tomar en cuenta las ideas de avanzada que, en su momento, esbozo don Simón Rodríguez; esto se refleja en el espíritu de la Ley antes referida.

Al frente de este despacho, Uslar obtuvo otros importantes logros: la ampliación de la matrícula; la preocupación por el mejoramiento del magisterio, tanto en sus condiciones socio económicas como en su formación; la reforma de la escuela primaria, que se dividió en dos etapas; la enseñanza de la historia de Venezuela como una asignatura independiente de la historia universal (comunicación Nro. 1975, del 15 de septiembre de 1939); la creación de la Biblioteca Venezolana de Cultura. La gestión de Uslar Pietri al frente del Ministerio de Educación posiblemente ha sido una más significativas del siglo XX, aun a pesar de que apenas contaba 33 años cuando entra a ese despacho.

Paralelamente al ejercicio de estos cargos, Uslar Pietri participa activamente en y con agrupaciones políticas en ciernes. Además de su ya mencionada presencia en la fundación de ORVE, Uslar se integra en 1937 a las filas del Partido Agrario Nacional, cercano al gobierno de López Contreras; asimismo, en 1943, se encuentra entre los líderes y fundadores del Partido Democrático Venezolano (PDV), que también era un partido de gobierno. Uslar es el gran ideólogo del partido y del Estado y mantiene una viva polémica con el más acérrimo de los opositores de la Presidencia de Medina Angarita: un tal Rómulo Betancourt.

Es interesante señalar que, durante el gobierno del antes mencionado, Isaías Medina Angarita, es cuando Uslar Pietri estuvo más cerca de la cima del poder. No sólo porque desde el puesto de Secretario de la Presidencia podía mover muchos hilos, sino porque parecía ser el sucesor natural para ocupar la primera magistratura del país; estamos hablando de una época en la cual se sometía a elección, por sufragio directo y universal, sino que era designado por quien ocupara el cargo, es decir, el presidente de la República elegía a su sucesor. Así, como decíamos, parecía que Uslar era el hombre, pero tenía un handicap: no era militar y no era andino, rasgos que eran una constante de los presidentes de Venezuela desde Cipriano Castro hasta el que era para ese entonces, Isaías Medina Angarita.

En una entrevista, el mismo Uslar habla de ese momento:

Era muy difícil que me escogiera a mí: yo no soy tachirense, y la tradición de militares tachirenses se imponía, hubiera sido un atrevimiento, una osadía contra los instrumentos del poder. Un día [Medina Angarita] me dijo: “Vamos a hablar Arturo, vamos a hablar de la sucesión de la Presidencia. Tú deberías ser el Presidente de Venezuela, tienes todas las condiciones para serlo, pero desgraciadamente en las circunstancias actuales yo soy el heredero de Cipriano Castro, a pesar de que mi padre murió peleando contra él, y no sería posible que yo rompiera esa tradición. Vamos a ver en quién pensamos” (Arráiz Lucca, 2007: 20)

No le habrá dejado un muy buen sabor a Uslar el haber tenido que coadyuvar en la elección de alguien para que ocupara el cargo que él hubiera querido para sí. El elegido resultó ser Diógenes Escalante, quien sí había sido militar y era, por demás tachirense; con su nombramiento estuvieron de acuerdo inclusive los factores que más adversaban a Medina, como la Acción Democrática de Betancourt. El eventual sucesor:

Inicia su campaña electoral  en agosto de 1945, pero a las pocas semanas, empieza a manifestar señales inequívocas de enajenación mental. Obligado a renunciar a su candidatura… vive hasta su muerte, recluido en un hospital psiquiátrico  de Miami, retirado de toda actividad (Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, 1997; tomo II, pág. 232).

El estado mental del eventual sucesor a la presidencia desatará  la grave crisis política que desemboca en el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, historia que ya todos conocemos, incluso hasta en sus más mínimas consecuencias. En este estado de cosas, Uslar termina yendo al exilio, a Nueva York. Interrumpe así su permanencia en la administración pública pero retoma la interrumpida actividad literaria. Como él mismo lo confiesa, si no hubieran derrocado a Medina el 18 de octubre, él no hubiera sido un escritor sino un político, un Betancourt más; ese golpe lo devolvió a las letras de golpe, como él mismo dijo:

Si no hubiera habido el 18 de octubre lo más seguro es que yo no hubiera hecho mi obra de escritor, o la mayor parte de ella, que es por lo que la gente más o menos me considera y respeta. Hubiera sido un político profesional, me hubiera tragado la política, hubiera figurado en el dudoso catálogo de los presidentes venezolanos… el 18 de octubre hizo que me reorientara y me devolviera a lo que fundamentalmente soy. Soy un hombre de pensamiento (citado por Arráiz Lucca, 2005: 61)

Uslar regresa a Venezuela, en 1950, tras un exilio de 5 años. Pero no regresa para integrarse a la política de inmediato, al menos ésas no eran sus intenciones. Además de comenzar con su programa de televisión, alternó sus labores al frente de la agencia de publicidad ARS y del Papel Literario de El nacional. No debería resultar extraño este alejamiento de la política y de la administración pública en tales circunstancias: haber vivido un golpe de Estado, haber sufrido la cárcel (aunque sólo por un mes), luego el exilio, no muy buenas condiciones económicas (sus bienes fueron confiscados), ser sometido a la vergüenza pública (se le acusaba de corrupción).

Pero, aún así, a mí no deja de sorprenderme, no sólo el hecho de que Uslar ha regresado al país después de un golpe de Estado a un gobierno legítimamente constituido (el gobierno de Gallegos, quien se impuso en las elecciones de 1948 y luego fue derrocado), sino su silencio ante dicho golpe y ante los diversos hechos acaecidos entre el momento de su regreso y la caída de Pérez Jiménez en 1958: el asesinato de Delgado Chalbaud (en 1950), a la sazón presidente de la Junta de Gobierno; el desconocimiento, por parte de Marcos Pérez Jiménez, de los resultados de las elecciones de 1952, donde había resultado electo Jóvito Villalba. Uslar, como en el ‘28, calló o se hizo a un lado (y si algo dijo, no fue públicamente, no lo he leído o no ha llegado hasta nosotros). No es mi interés juzgar, menos aún sin estar en sus zapatos; sólo doy constancia de mi perplejidad.

Durante las dos peores dictaduras que padeció Venezuela en el siglo XX, Uslar pareció dormir el sueño de los justos, políticamente hablando, sin mayores preocupaciones. Primero, como funcionario de gobierno con Gómez; luego, durante el gobierno de Pérez Jiménez, Uslar aparecía en televisión (en 1953 comienza la producción de su programa para la pantalla chica) y en otros espacios de la vida nacional, sobre todo de la cultura y la academia: en 1951 fue electo como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española; en 1954 le confieren el Premio Nacional de Literatura, junto con Picón Salas; en 1955 ingresa a la Academia de las Ciencias Políticas y Sociales.

Sólo en 1952, cuando es eliminada la autonomía universitaria, Uslar sucribe, junto a otros profesores, una carta de protesta, y al año siguiente renuncia a su cátedra (Miliani, en Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, 1995); y a principios de 1958, faltando pocos días para la caída del régimen, parece despertar del letargo; sale del silencio y suscribe, junto con otros, el Manifiesto de los intelectuales (14 de enero). Va nuevamente a la cárcel, pero esta vez es menos de una semana. De allí sale el 23 de enero, para sumarse a los que redactaban el acta constitutiva del nuevo gobierno en el Palacio de Miraflores. Es él quien le habla, por radio, a la nación en aquel momento. Es a él a quien consultan acerca de la conformación de la junta de gobierno, de la cual no quiso formar parte.

Ese mismo año marca también el regreso a la vida política y en el debate público, desde su columna Pizarrón que había retomado. Así, Uslar suscribe su nombre a la plancha del partido URD, para ser senador por el Distrito Federal. A la postre, es electo, en diciembre de 1958; y permanecerá como senador hasta 1973, cuando decide no presentarse nuevamente a elección. A lo largo de su vida parlamentaria, participa en la Comisión Especial para la redacción de la Nueva Constitución de 1961; asimismo, apoya la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA, luego CONAC) y del Instituto Nacional de Cooperación Educativa (INCE).

El momento culminante de su vida en la política nacional lo marca la participación en las elecciones de 1963. Es interesante señalar que su plataforma para ser candidato no son las letras sino la televisión, ya que como él mismo señaló en algún momento, de cada diez venezolanos, nueve le conocían por su programa. Sin embargo, en vista de que la oposición no logró un consenso, Uslar se presenta a las elecciones apoyado por partidos minoritarios (como el Frente Nacional Democrático, que él mismo fundara junto con Ramón Escovar Salom) y obtuvo un 16%. El vencedor en los comicios es Raúl Leoni (con apenas un 32%). El sueño de Uslar Pietri de ser presidente nuevamente se había esfumado.

Como no quería ir para atrás ni permanecer en segundo plano- ya había sido ministro y casi presidente-, qué otra cosa podía aspirar. Se quedó viendo el poder desde lejos y suspirando como por un amor imposible. Renuncia al partido que nació para avalar su candidatura. Se limita a apoyar, tibiamente, la candidatura de Miguel Ángel Burelli Rivas, en 1967. Y en 1975 acepta la propuesta de Carlos Andrés Pérez de ser embajador ante la UNESCO, a la que renuncia en 1978, cuando era Vicepresidente del Consejo Directivo de este organismo internacional. Después de eso comienza a alejarse progresivamente de la política, o más bien, de los partidos y de los cargos públicos.

En relación con su credo político, Uslar nunca fue de izquierda, ni siquiera de cerca. Pero tampoco parecía ser claramente de derecha; menos aún con la derecha venezolana, con la católica derecha venezolana (claro que Uslar no era exactamente un ateo). En algunos de sus discursos dejó entender que debía haber liberalismo pero también debe existir la intervención del Estado, de un Estado fuerte, sobre todo en un país como Venezuela (Smith con Keynes). En Golpe y Estado en Venezuela, su postrer libro, recoge sus ideas sobre el tema.

Los ochenta ven reaparecer a Uslar Pietri en la política pero desde un nuevo rol: desde la oposición, haciendo duras críticas al sistema, tanto en la prensa como en la televisión. Ya para ese momento había abandonado, definitivamente, todo intento de ocupar algún cargo, incluyendo la presidencia.  Sin embargo, esto no le impide aceptar tampoco la propuesta de estar al frente de la Comisión Presidencial para el Estudio del Proyecto Educativo Nacional, invitación que le extendiera el para entonces presidente Jaime Lusinchi.

El epílogo de la participación de Uslar Pietri en la vida política nacional parece un final de Shakespeare, con la conformación de un grupo que se dio en llamar Los notables, quienes comienzan por enviar una carta a la Presidencia; en esa misiva, entre otras cosas, aseguraban que se hacía necesario el cambio del sistema político venezolano, sustentado en el Pacto de Punto Fijo. Luego, en otra carta, se insta a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia a renunciar. Éstos renuncian. Por fin, solicitan la destitución del Presidente, Carlos Andrés Pérez. Y, en efecto, la Corte Suprema de Justicia ordena a aquél que se separe del cargo.

Casi a la inversa de lo que hacen muchos dirigentes de hoy día (que comienzan lanzando piedras a la policía y terminan siendo los que ordenan a la policía arremeter contra los estudiantes), el de Uslar fue un largo y extraño periplo, el que lo llevó a ser de un funcionario acólito a una suerte de conspirador, en el buen sentido, como ya dijimos; pasó de ser un ocupante de cargos públicos y aspirante a la presidencia, a un crítico feroz del sistema. Así como muchas veces pasamos, casi sin transición, a odiar a la persona que amábamos, cuando ésta nos ha abandonado.

LISTA DE REFERENCIAS

Alboukrek, A. y Herrera, E. (2001). Diccionario de escritores hispanoamericanos (del siglo XVI al siglo XX). México: Larousse. 2da edición.

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