Stefanía Mosca
DE COMPRAS
Los corazones se exponen en las carnicerías sin ninguna indulgencia. Los corazones infartan por colesterol o la oclusión nicotínica y no temo que el corazón se encoja, disminuya; yo sólo temo que descubran mi hábito insano, mi manera de exorcizar —si sucede— estas pequeñas divagaciones nocturnas. Un amigo repite, como un don, el hecho de que no tiene tragedias en su vida. Un balance y los buenos estados financieros compensan las pérdidas afectivas; ¿pérdidas? En fin, que aunque ya el dinero no vale ni en la bolsa, nosotros, como unos bolsas (risas), seguimos dejándole a esa partitura la climatización musical de esta estancia donde si fuera un hombre con un corazón afligido por las desvencijadas bisagras de este amor que llamé un día, cuando la esperanza me volteó la cara, cuando me quedé con el lado del pasillo donde o abres una puerta —si la puerta no es una vana ilusión— o te quedas en la espera como los muelles, crujiendo sus maderos de sal. Y como el que espera, desespera y el que desespera… abres una de las puertas, suelen ser dos, cuando la simpleza de la apuesta es el todo o nada; suelen ser tres y sus múltiplos, cuando nos botan hacia la desazón que muchos defienden como tema y causa literaria; la realidad, el conjunto de desaciertos en la combinatoria infinita de la vida, si nos asomamos al misterioso juego de imágenes que el azar convoca para la formación del espíritu, para el parto de su alma, señor mío, qüe cree jugar bien porque apuesta a sus cuentas corrientes. El dinero. El dinero es un invento antiguo, periclitado, como diría un protagonista carismàtico con sus deudas, con los corazones rotos de la otra que siempre deja el protagonista por más que desvaríe su drama. Pobre Ofelia, inútilmente bella, transporta sobre las aguas de un río su muerte de amor.
El dinero todavía lo compra todo, pero producirlo requiere de un mefítico trato con su alma señor, que piensa que usa a menganito y le pone en el corazón un suspiro, y después se ausenta, le niega lo propuesto pero compra algo para la necesidad: un apartamento, su casa, un carro, mi carro que es muy bueno, y aunque no sea lo apropiado para un intelectual, me consuela enormemente. Es tan confortable, es de tan alta fidelidad su equipo de sonido, es de un aislante ensoñador su aire acondicionado, que entonces, cuando voy al trabajo por la Cota Mil, me siento apta, en armonía, feliz. Todo muy bien para el día de hoy. Pero uno, señor mío, no se puede quedar en un carro toda la vida. El carro que me regaló no compensa nada. Me mete en la pretensión de sus efervescencias machistas: admite ciertos dones de mi imaginación, y cierta agudeza en los pensamientos que formula, pero me encierra en la biblioteca a reclutar y llenar los archivos con las obras de amigos míos, aunque no lo sepan, porque soy una solitaria, una tímida acomplejada por disturbios sin justificación — los electroencefalogramas son normales, no geniales como necesitaba— sin adoctrinamientos, con mi complejo de patito feo, con este extraño sentimiento de fracaso, como dice el bolero hermosísimo que compuso Lier Toms (o me equivoco, hay nombres para olvidar; no deben repetirse). Con eso pesado, la amoral fascinación que ejercen los impedimentos, mi corazón se hiere de amor. Y no será el primero, pero hoy quisiera que fuera el último.
No hay nada más embarazoso de narrar que el lamento. No hay por donde entrarle al humor que debe tener la voz del narrador para salvar del tedio al lector. Eso supongo: a estas alturas nadie sabe. Estamos protagonizando las guerras del fin. El engendro del caos como una obra de dominio en nuestras tierras. Panamá, Nicaragua. Esta ópera bufa que sostiene el “ bienestar” de nosotros los venezolanos. Yo, aunque no puedan creerlo, nací en Santa Rosalía, en Caracas, en Venezuela, sí señor, yes, that’s right, el hombre de a caballo; Bolliver; no señor, Bolívar, y Miranda. Y una estirpe ilustre que sucumbió al encanto de las ideas, los criollos con el afán de hacer un pueblo otro, un pueblo francés, un pueblo emancipado. El pueblo de la égalité cuando lo que imperaba era un conveniente estado de derecho; el problema, que era económico, por ejemplo, —Marx dixit— nadie lo vio. Lo revelatorio justificó dos siglos de sangre, y la precariedad de estos caudillos que llegan desde Trujillo con la misma actitud de un modelo, que sólo importa por la cantidad y la calidad de sus voluntariosas convicciones. España, Hisperia, aún sustenta como nosotros el habla hispana. Yo, por una ironía del destino, o una mala interpretación del sentido de mi vida, aprendí a hablar y a escribir bien, apropiadamente, el español, muy tarde: después de haber leído. Pero nacida en Santa Rosalía, crecí en el paisaje de un apartamento y creo que vi una gallina viva, por primera vez, a los dieciocho años. ¿Cuál, mi querido amigo, entonces, es la realidad?
Los corazones, aunque hoy usted tenga prueba de esfuerzo, no pueden abstenerse de la vida. Ese milagro por el que vagamos inertes, tontos, repetitivos y equívocos en el tiempo. La vida, le pone allí su milagro, es decir, no es comprensible una palabra así, cuánta carga, milagro, canonización, Lourdes y sus inválidos caminantes, milagro y le cuesta una y parte de la otra al doctor José Gregorio llegar a Santo, porque la torpe interpretación de las iglesias ha hecho del milagro un evento privativo de los santos, pero el milagro, mi querido señor, mi. . . ¿Está usted aún allí?, ¿resiste?, ¿logró lo narrativo? ¡Heiu! señor mío; despierte. El milagro —aunque se resista— a usted, a mí, a cualquiera le pasa en la vida, le pasa a uno todo el tiempo, sólo que nuestra pedantería racionalista lo ha reducido, me imagino que para evitar las complicaciones del misterio y la inabordable exactitud del “ azar” , hemos sometido el verdadero sentido de la actividad, de nuestras vidas, al consuelo de lo casual, allí en la pretensión de lo intrascendente.
—Pero qué le parece a usted mi corazón, por ejemplo. Un corazón herido. Quién no ha padecido la traición del amado.
Por supuesto es, éste, un mal tema. Pero qué hacer con la vida aquí donde regodeo un deseo inaudito, la enfermedad que señalaba San Agustín “ pobres criaturas los hombres, enfermas de inmortalidad” . Inmortalidad, y eso suena verdaderamente importante. Pero éste es un cuento, no una mala e indocumentada especulación filosófica. ¿Filosófica? ¿Lo que es?… Pregunta tonta, basta sentarse y ver pasar este corazón mío intoxicado de ritos secretos, rasgado por el hastío, incapaz siquiera para el beso y, sin embargo, como los animales que laten en la sombra, ávido de permanencia, incandescencias, intensidades, y toda esa literatura, que como ven se nos hace imposible hablar del corazón mío, este corazón de vaca, a punto de ser comido por algún cliente de mi carnicero.
SOTTO VOCE
Nada puede interrumpirme hoy, salvo que suene el timbre y deba salir para que me den algo de comer. Y la necesidad ya todos sabemos nos adhiere y diferencia. Nos aguanta.
Quiero ir a Cumaná y tomar aire fresco, pero descubro rostros escondidos y otros que vigilan sigilosamente mis movimientos para arremeter contra la cartera confundida entre el paño y la arena. —Está vacía— , intento decirles. Los descubro sigilosos y mórbidos, detrás del arbusto. Es la ciudad, no hay donde huir. La pureza desaparece a cada instante, los límites se estrechan y te sitúan en el contorno de un mutante, de un cerdo con aspiraciones de ángel. Te esfuerzas en el crepúsculo para atajar los estados sublimes que la “contemplación” de la naturaleza promociona. No hay nadie, salvo tu costumbre, salvo que ya sabes, te duermes en los laureles de la sensibilidad. Me agacho, me dedico al aceite y terminar una cerveza nacional que hay que tomarse por la salud económica del país; no hay peor dogma que el justificado en el bienestar común. Bueno, cosas del poder, de su retórica. Insisto. Retorno al caserío, muerdo.
Una vez en la playa, en la arena de San Luis, en Cumaná, siento que algún encanto se ha perdido. Quería vivir, ¿qué? No, lo único querido era él. Poco nos entendemos con los muertos. Y es que uno se pone a perseguir a un personaje que ni siquiera huye: no está; y tomamos de cada uno de los amantes el trapo requerido para hacer un muñeco con su nombre. Y me hundo. No hay, no habla conmigo ese muñeco. Es otro, alguien que me envidia y me detesta. Tengo su mano amarga en el rostro; sentí la ira y el dolor por cada uno de sus dedos; el dolor, y no soy patética, sino dolor, ustedes entienden, esa cosa de todos los días que uno arrastra. No hablo seriamente, soy seriamente. ¿No?
Pero hoy voy a llegar hasta el final, voy a esforzarme y no importa para qué sirva esto que veo. No quiero hacer una versión, no quiero tener la voluntad de lo literario, lo que busco es transcribir, solamente. Si me dejan. Si puedo acercarme y darle un beso al monstruo estrecho que muy cerca vive. Un lobo, un orangután, un tigre sin estilo, un león perezoso, un pez incalculable. Cómo se mueve esta barca, son altas y no uniformes las olas. Vienen con la cara que les da la gana. Y uno se queda viendo porque cree.
Imaginen una ola, no tiene rostro, pero sabemos que es una cara la que está allí, la que se asoma por la ventanilla y suplica lo vano. Y quiere ver en su paisaje la Naturaleza de los románticos. Pero estas tierras quiebran el sentido de lo bucólico. La naturaleza es otra cosa; es el enramado de la totalidad. No tiene conciencia, su elementalidad es tal y se extiende. Es vegetal, animal. Es el don de lo caótico, lo que nuestro paisaje no ha perdido.
. . .O simplemente que ella quiere ver con otros ojos. La dejé de querer. No pudo con su problema. —Aló quién habla, por qué ya no escucho; qué debería hacer, un traguito, una caminata, un cigarro, agua, aire fresco. Dónde está la voz; no vale la pena por un orgasmo seguir en todo este fango, este terreno baldío, mucha mala hierba, pajotal, ignorancia. . . Pero así estoy yo, no soy capaz de hacer todo lo que pienso, no soy capaz de ser eso que soy.
La gente vulgar miente siempre. Yo también, pero por ellos; por no ser ajena, ausente. Soy inocente: no tengo plata, yo no me negocio. Ustedes comprenden, aunque les digo que han querido convencerme innumerables veces de que es no: yo estoy, y un alma vana me circunda apenas, y entonces yo debería asomarme, y ¡oh!, asombrarme. . .: Ni cosquillas: nada.
Yo era la playa, la tierra que me sirve, donde muevo mis rocas, y atraso el cangrejo de mi signo… Pero resultan ridículas las profecías. Mi futuro no me alivia aunque sea dichoso, ¿entienden?
Vuelvo al caserío y sin saber cómo, entro en la habitación blanca de un albergue inhóspito de dudosa procedencia. Hay un sabor de casa de citas con pinolín. Pero yo hubiera estado bien, si al menos en la playa… no sé; la tranquilidad, y caminar largo sin cubrirme, sin protegerme.
Pero hay que preservarse de los otros. Me encanta esperarlos, ver cómo hunden sus dedos en el hígado de su presa, porque vio, porque profanó, por no saber cómo hacerlo. . . Insisto, yo sigo, como los locos: lo que yo digo es cierto. . . Y me basta repetir que nada puede interrumpirme para saber que nada de esto es verdadero. No sigo: la idea del fin me atrapa. No es un cuento esto, es. . . divagaciones mías, una escena, un parlamento, un sotto voce entre los muros del mundo.
ACORRALADA
Me persiguen. Puedo decir que los perderé al cruzar la esquina. Puedo decir: basta y ser cautiva. Puedo ver las botas de charol descosidas, quebrado el cuero. Puedo ver sus pechos tontos: ¡Son bien machos!, —los dotados— estrechan su uniforme interesantemente.
Puedo ver su satisfacción, sus labios húmedos, los ojos lineados por ese — a veces espeluznante— destello que aparece en la mirada cuando se ejercen las facultades del dominio. Ahí estás, acorralada. Respirar lento, profundo. Bota todo el aire. La angustia es hiperventilación. Así, primero el abdomen. No importa si te ves barrigón. Bien lleno. Después el dorso, arriba. Los hombros también. Llénate el cuello de aire. Y ahora exhala lentamente Todo, bótalo todo, todo, exactamente todo. Ni el aire del más breve de los suspiros. Todo. Vacío. Sin aliento. Un segundo, INSPIRE.
Puede repetirse la operación, pero ya llegan. Las botas patean la lluvia azul sobre el asfalto. Los ritmos ansiosos de sus corazones. Los veo de cacería, sedientos, ávidos de una presa. Puedo decir, cómo siento el peso de sus interrogaciones en la espalda. La espontaneidad hecha un nudo en la boca. El nudo hecho de brazos, A C O R R A L A D A . Siempre hay un callejón, una puerta falsa; un ardid. La mentira se hace necesaria. Mientes y de una vez eres culpable.
—Tienes delirio persecutorio: eso es todo.
Pero no es suficiente para tu historia, para el cuento que pretendes.
Son las dos de la mañana y ya debería suponer que se han cansado, que la cinta o la película se les acabó por hoy. Pero lo sé, lo temo, creo que me escuchan pensar. Quiero olvidar su amenaza.. . Y si me descubren. Si hay algo equivocado en mi intimidad, en mis preferencias.
No temas: no puede conseguirse tan fácil que la policía llegue y te inculpe. Comprar los efectos del poder, son palabras mayores. Nadie puede entrar en tu casa. Nadie puede inculparte de nada. Tranquila. Son las tres y no puedes ni siquiera llamar para decir buenas noches: no vaya a ser que me oigan.
—So long.
MAL DE MALES
Vuelvo al extraño estallido de tu boca, donde un día tuve presentimientos efectivos. Vi un gato muerto y al día siguiente murió el gato; y a una moneda hacerse herrumbre bajo la lluvia y fueron los alambres de tus huesos esperando que regrese para nada; sin fondo el último cheque para el teléfono. Lo siento, pareciera que no estoy: (pero) no es así. Qué importan las explicaciones cuando no llegan a tiempo. Soy yo, digo en mi máquina y nadie responde, de nada sirve. Otro día así, (no deseado me supongo) fingí ser una estatua para no verte y terminaste adorándome como una aparición indefinible, hasta que no pude evitarlo, tuve que respirar y descubriste, para mi desgracia y la tuya (por supuesto), mi torpe e ineficiente manera de transcurrir. No sé y lo siento, prefiero que no me veas. . . prefiero el no, a la lenta curva de tu beso. Prefiero. Porque de estar así, sin nada y por nada de eso, de eso yo sé lo suficiente como para distraerme. Pero el tener, el poseer, el sí, me llena de incertidumbre y me resisto. No soy capaz y espero conformarme con eso . . .falta poco para la vejez, y sin moverme, o jugando en mi cuarto, de las dos maneras, de la misma forma, lo tengo todo resuelto:
Llega el día y en el patio de afuera hay lo preciso, sombra donde cubrirme, un cofre, el atardecer y otra vez haces literatura y te pones pesadamente desproporcionado: He olvidado mis momentos de coprofagia. . . copro. . . ¿quién sabe? En fin, que quiero volver a la normalidad sin hablar de lo enorme, y mucho menos de mis patéticas y reticentes visiones suicidas.. . . Un adolescente, imbatible, hecho de ajaduras, a mis espaldas, perturba constantemente esta actividad como otra cualquiera, como cuando hacíamos el amor y yo pretendía de mí el descalabro estético con el que me formaron Greta Garbo y Emmanuel: alienado —o envainados. En fin, que lo mismo: sujeto lo virgen con los dientes cuando ya nadie puede creerme. Pero lo juro, yo trato: logro y pierdo. Vivo con una mala película en la cabeza, y afuera con malos actores, con peores directores y un guionista que, como dijo Macbeth, es un idiota; un sádico, un espíritu malévolo o simplemente un ser cuya noción del disfrute dista mucho de la nuestra: etc.
Son las nueve y hoy he vuelto a creer en esto para decir simplemente hasta mañana, cuando vuelva a ver el gato huir de su rueda y un reloj inmenso en el asfalto, suspirando mi agonía con imperturbable precisión. Mi nombre, mi cédula, mi título. Mi cara arreglada lo mejor posible ante el espejo y ya puedo salir a decidir, a apostar entre ustedes.
