Luis Alberto Angulo
Enriqueta Arvelo Larriva está entre las primeras y más moderna voces de la Venezuela del siglo XX. Ella nació el 22 de marzo de 1886, el mismo año del fallecimiento de Emily Dickinson, la gigantesca creadora estadounidense con la que algunas veces le han sido señaladas vecindades. Más de la mitad de los 76 años de su existencia transcurrieron en la na- tal Barinitas de sus padres, la aldea para entonces del piedemonte andino del llanero estado Barinas que posibilitó la interiorización de aquel paisaje contrastado de montaña y sabana, referido también como categoría por la crítica literaria más certera realizada en torno a su obra. Barinitas de Nueva Trujillo, sin embargo, además de espacio geofísico, es el cruce cultural de andinos y llaneros y de una geografía humana que hizo posible el mayor hallazgo de la poeta, la fusión de las hablas de la zona como núcleo en la creación de un lenguaje vivo más allá de lo puramente literario sobre el cual estructurará su decir. Es precisamente el coraje de asumir ese encuentro en lo más vivo del idioma, lo que permite a la poeta de El cristal nervioso, deslastrarse, tanto de lo que ella llama música vieja, impuesta por la retórica literaria, como el de un experimentalismo puramente formal, que pese a su intensa búsqueda no llegó a tentarle.
Diversos poetas y críticos venezolanos se han ocupado de la obra de Enriqueta Arvelo Larriva, confirmando admiración y compromiso con su palabra. Fernando Paz Castillo, Juan Liscano, Alfredo Silva Estrada, Carmen Mannarino, Reynaldo Pérez Só, José Napoleón Oropeza, Bettina Pacheco y Alicia Jiménez, para nombrar solo algunos, ilustran el entusiasmo que la escritura de la poeta barinesa ha suscitado en diferentes momentos de nuestra joven literatura. La primera gran pasión por su poesía la conocí a través de la antología poética de Alfredo Silva Estrada publicada en la colección Altazor de la editorial Monte Ávila Latinoamericana (Caracas, 1976). Luego, ese mismo año, la muestra de los poemas de Enriqueta Arvelo Larriva que salieron en la revista Separata (Universidad de Carabobo, Valencia 1976) bajo la dirección de Reynaldo Pérez Só, junto a Poesía de Enriqueta Arvelo Larriva (Universidad Central de Venezuela, Caracas 1979) y Testimonios (Separata, UC, 1980), ambas obras de Carmen Mannarino, reafirmaron la íntima cercanía de su decir.
Pariente indirecto, por parte de Luis Alejandro Angulo Arvelo, primo hermano de mi padre, y paisano de los geniales hermanos poetas Arvelo Larriva, me veo hipnotizado oyendo de niño en casa de mis abuelos paternos, la leyenda de los hermanos escritores narrada por los míos, sobre todo la de Alfredo, amigo en la Barinitas a comienzos del siglo veinte de don Jesús Angulo Castellanos. En el pueblo la leyenda era la de Alfredito, comentaba mi padre. Quizás nadie logró percibir que Enriqueta, en medio de la vida parroquial del rural vecindario, construiría su propio mito con elementos cotidianos y por la ruta de trastocar prejuicios, que aún ahora, glorifican al autor en desmedro de su obra.
La lectura total que nos ofreció la publicación de la Obra Poética y Prosa de Enriqueta Arvelo Larriva (I-II tomos. Fundación Cultural Barinas, 1987), investigación, compilación, prólogo y notas de Carmen Mannarino, permitió apreciar con mayor justicia la dimensión de la poeta, aproximan- do a sus lectores con mayor rigor al conocimiento humano y literario de su labor creadora. Sólo a partir de este compendio, la eventualidad de una percepción crítica de las jóvenes promociones literarias ha sido posible, y es esa visión crítica quien propone con frecuencia nuevas interpretaciones. La antología hecha por Silva Estrada, publicada en 1976, es una selección estupenda que contribuyó grandemente a direccionar la mirada del país literario sobre la trascendencia de Enriqueta. En lo particular, pertenezco a la generación que se benefició directamente de una obra que tiene entre sus rasgos más relevantes y palpables el de haberse liberado con naturalidad de la grandilocuencia literaria, que se imponía como tendencia. La lectura que nuestro tiempo hace de su obra está impregnada de signos anti retóricos que caracterizan a nuestra contemporaneidad, y privilegian así los rasgos de su mejor expresión.
El desarrollo mismo de la poesía venezolana en el medio siglo que nos separa de la desaparición física de la poeta, ocurrida en Caracas en 1962, es fundamental para la cabal comprensión no sólo de la excelencia de su trabajo creativo, sino también, para el arbitrio de la visión que a partir de ella podemos lograr, para aquiescencia de su legajo espiritual y literario que señala su tiempo y posiblemente mucho del nuestro. Americanista, antiimperialista, bolivariana, feminista, ecologista, libertaria, espiritualista, participativa, inclusiva, solidaria, apasionada, erótica, intuitiva, reflexiva, espontánea, viva, sobria, antibélica, amorosa, la poesía de Enriqueta Arvelo Larriva, desde la humildad de la tierra y de sus gentes, es el recorrido del asombro frente a la vida y el misterio de su finitud.
Nada hay que desdeñe o deje de importarle del mundo que le rodea, el registro cotidiano, el sopor de la sequía, la temperatura del agua o la intros- pección de su propios pensamientos, pretextan un motivo para abordar el poema desde las formas expresivas clásicas que domina y en las que deja su propia huella, hasta la voz puramente suya de un texto orgánico en el que el lenguaje en su máxima eficacia, traza magnífico el recorrido profundo, a la vez que sutil y exacto.
La poesía es la vida con su savia de instantes, dice Enriqueta Arvelo Larriva desde el más hondo conocimiento. Su escritura, que en propias palabras, aspiró ser todo el tiempo, logra –dentro de la impermanencia de la obra humana–, persistir, precisamente, al captar la esencia impalpable y continua de la imagen del mundo. La admiración y el amor de la poeta por la poesía es una realidad sin separación. Su universo particular es “ancho y ajeno”, valga la supuesta contradicción. El deseo de ser y estar plenamente en el tiempo, no es una tonta inmodestia egocéntrica porque de manera incluyente ese deseo suyo la trae hasta acá como expresión de una voz absolutamente contemporánea, viva junto a los vivos, en esa ineludible humanidad palpable del aquí y el ahora del hallazgo de su poesía.
II.-
La poesía escrita en Venezuela nació con buen pie y tiene un amplio recorrido desde los días iniciales del neoclasicismo o clasicismo de Andrés Bello, el movimiento romántico de Pérez Bonalde y José Antonio Maitín, el modernismo de Alfredo Arvelo Larriva y el gran despertar de la Generación del 18 en avanzada con José Antonio Ramos Sucre, Fernando Paz Castillo y Antonio Arráiz a la cabeza, junto a otras voces de primer orden. Es interesante señalar que esta poeta nacida en 1886, pese a ser una personalidad tardía y un poco al margen de ese gran momento que se refiere a 1918, es una de las figuras que de manera especial ha venido hasta nuestro tiempo remontando con ímpetu y entusiasmo el abordaje crítico asumidos por poetas y estudiosos. Enriqueta Arvelo Larriva, sin proponérselo y muy por el contrario, en abierta oposición a esa idea, puede ser considerada no sólo como fiduciaria de esa corriente, sino incluso, como una de las grandes expresiones de ese proceso renovador que se abre rotundo a la modernidad de nuestra literatura.
En el año 1918, la poeta llanera tiene 32 años y no ha salido de los límites de su re- gión, tampoco ha publicado libro alguno y según sus propias palabras su obra “apenas si existe”. Se sabe, sin embargo, que escri- be regularmente desde los catorce y conoce profundamente la obra literaria de su her- mano el poeta Alfredo Arvelo Larriva (una figura literaria y política reconocida en el país desde mucho tiempo atrás), así como el entorno en la que la esa obra se desarrolla. Desde niña es una lectora voraz de todo lo que esté a su alcance. Es lectora de los clásicos españoles y de la Biblia, que como católica convencida le acompañará siempre.
Lee los libros de la casa, los de su hermano, los que a él y a ella les envían y los que ella, en la precariedad cultural y económica de la ruralidad de la Venezuela de su tiempo y de su lejana Barinitas, logra conseguir. Es también una lectora atenta y colaboradora temprana de periódicos y asumirá el género epistolar a la manera de cómo hoy las nuevas generaciones se posesionan de los medios telemáticos. Su obra en prosa merece por cierto un punto aparte, pues allí evidencia desde el comienzo la altura de su voz y la claridad de su pensamiento. En las largas prisiones de su hermano –la primera de ellas cuando Alfredo Arvelo contaba sólo 21 años a consecuencia de un terrible suceso personal y luego por causas políticas la segunda, que lo empujan posteriormente a su exilio en Madrid donde fallece–, ha tenido que probar en carne propia el sinsabor de la dura tiranía del interminable régimen de Juan Vicente Gómez. Como hermana de un opositor tan notable del gomecismo, ni la indiferencia política ni la cultural le estará permitida. Hermana menor de Alfredo, la poesía anduvo con ella de manera natural toda su vida. Prima de Martín Matos Arvelo, y de Alberto Arvelo Torrealba, las determinaciones culturales tangibles en ese campo no son despreciables. Desde temprano manifiesta vocación social, la cual expresa en la praxis de maestra y enfermera de pobres en su pueblo. Enriqueta Arvelo, así mismo, es testigo colateral de acontecimientos que inevitablemente moldearán el espíritu de una época más allá de las fronteras nacionales, tales como las dos Guerras Mundiales y la de Corea, que en una sensibilidad e inteligencia como la suya, es justo suponer, le impactaron y favorecieron alcanzar esa visón amplia y honda que sus lectores advierten como característica.
La Generación Literaria
Enriqueta Arvelo Larriva no se sintió nunca cómoda cuando estudiosos y críticos quisieron ubicarla en una u otra generación literaria. La distancia en su tiempo entre Barinitas y Caracas –centro de todo acontecer–, se me- día en largas jornadas de camino y si bien es cierto que para el momento de la eclosión de las promociones de poetas de la Generación de 1918, ella frisaba los 32 años y cronológicamente pudo pertenecer a esa promoción, no tuvo relación personal alguna en ese momento con esos poetas que le permitieran asumir con naturalidad tal vinculación. No se veía relacionada a ese grupo, tanto por el hecho de no haber publicado ninguno de sus libros como por asumirse de una promoción posterior y diferente a la de aquellos. Quizás de manera equivocada, razones estéticas y políticas le indujeron a pensar que sus propias propuestas eran radicalmente diferentes a las de ellos. De manera similar, tampoco admitió la posibilidad de pertenecer a la posterior Generación del 28, cuando contaba 42 años. Percibía que no podía ser calificada en ninguna de las dos y por eso se sentía una solitaria en aquel mundo. Intuía que algo le había pasado a su ubicación generacional porque, lógicamente, ella debería estar en un espacio intermedio inexistente, entre la promoción de los poetas del 18 y la de los políticos del 28, que van a copar protagónicamente durante tanto tiempo el escenario nacional.
Ese sentimiento de exclusión es absolutamente razonable y habría que estudiar si otros poetas de su generación fueron asolados por esa realidad. Es totalmente impensable que pudiera ser considerada por el canon del momento ni siquiera junto a su coetáneo el poeta Salustio González Rincones, a quien se le señala al Grupo Alborada (entre 1909 y 1910, al lado de Rómulo Gallegos, entre otras figuras). Enriqueta no se plantea experimentar con su poesía a la manera de Salustio. Asume una postura ideológica aparentemente más radical que los poetas del 18, pero tampoco puede ser señalada de protagonista de la promoción política de 1928. Nuestra poeta tiene el sello de las voces solitarias, y ciertamente, su desubicación generacional, al trascender las condiciones personales, es de carácter histórico, lo cual hace más interesante su personalidad y singular obra floreciendo en el montón sordo de una formulación crítica que reivindica su aporte cada más vez con mayor fuerza. Como señala Alfredo Silva Estrada: Allí nació y se formó una voz poética aparentemente aislada en sus comienzos, sólo porque se abría a una dinámica, a una libertad que resultaba extraña para sus compañeros de generación (Antología poética, p. 7).
Ya en sentido amplio siento que el nombre de Enriqueta Arvelo Larriva (Barinitas, 1886-Caracas, 1962), está establecido junto a los imprescindibles de Andrés Bello (Caracas, 1781-Santiago de Chile, 1814), José Antonio Pérez Bonalde (Caracas, 1846-La Guaira, 1846), Francisco Lazo Martí (Calabozo, 1869-Maiquetía, 1909), J. T. Arreaza Calatrava (Ara- gua de Barcelona,1882-1979), Alfredo Arvelo Larriva (Barinitas,1883- Madrid,1934), Salustio González Rincón (San Cristóbal, 1883-1933), J. A. Ramos Sucre (Cumaná, 1890-Ginebra, 1930), Andrés Eloy Blanco (Cuma- ná, 1897- Cuernavaca, 1955), y Rodolfo Moleiro (Zaraza, 1898-Caracas, 1970), en lo que constituye el inicio del cuerpo esencial y orgánico de la gran poesía escrita en Venezuela.
Venezuela es su casa
El 22 de marzo de 2011 es la fecha del aniversario ciento veinticinco del nacimiento en Barinitas, estado Barinas, de Enriqueta Arvelo Larriva y el 10 de diciembre de 2012, el quincuagésimo de su fallecimiento en Caracas. Dos momentos cardinales en el trayecto vital de la autora llanera que mue- ven a proponer una revisita y nueva lectura del extraordinario legado de su obra poética; una obra que ha ido adquiriendo a través del tiempo mayor interés y admiración, en lo que es un rasgo frecuente a favor de la trascendencia de un creador literario que, como ella, viene de un conocimiento bastante marginal por parte de la crítica literaria convencional.
El prejuicio que impide ver la relación entre el lenguaje vivo y libertario de la poesía con la sociedad desarrollada y solidaria a la que han aspirado como meta los seres humanos más avanzados, contribuye en parte a la resistencia para comprender el proceso innovador de su obra. No obstante, es inevitable asumir la responsabilidad de decir que en la poesía venezolana de su momento, es Enriqueta Arvelo Larriva la voz más libre de manías literarias y afectaciones europeizantes, que, por cierto, ya Andrés Bello, en su famosa Alocución a la poesía, advertía se debían dejar atrás para poder ver y expresar, verdaderamente, nuestra propia realidad, nuestro propio paisaje.
Ella, en el hallazgo de su voz nueva, en el cristal nervioso de su música profunda y leve al mismo tiempo, realiza la hazaña de fracturar el discurso convencional de la descripción del paisaje al localizarlo dentro de sí misma viajando por su sangre. Interiorización del paisaje es la categoría utilizada por algunos críticos al referir una visión que ella superó, incluso, a través de la panorámica de una realidad en la cual el observador y lo observado logran ser percibidos como totalidad. Es decir, una perspectiva en la cual el sujeto que supuestamente ve y el objeto que supuestamente es visto, se hacen uno solo sin separación. Un espacio libre de auténtica iluminación que hace aun más relevante el aporte de nuestra creadora.
Tal hallazgo pareciera imposible alcanzar en las condiciones de aislamiento cultural que ella percibía, que encuadraban su vida en la ruralísima Barinitas de sus días. Lo maravilloso de esto es que únicamente con los elementos con que ella contaba allí, logró una revolución en el lenguaje y en la poesía de nuestro tiempo, opuesto en definitiva a los determinismos culturales que le señalaban la ruta de un provincianismo, que, ahora sabemos, son más una imposición mental que el confinamiento que suponen.
La vía de su liberación fue la del lenguaje, la de la poesía. No podía ser otra, es evidente su predeterminación en ella. El aislamiento le ofreció profundidad y le abrió los sentidos, su mirada se llenó de cuanto le rodeaba, agudizó su oído en los sonidos mismos del silencio, el habla de los campesinos del piedemonte andino y de los llaneros de la sabana se cruzaron en un contrapunto musical articulado por la vieja poesía castellana, alcanzando así el ritmo profundo de quien siente la naturaleza en el tiempo absoluto de su ingrimitud, y fue sensible con la sobriedad de un espíritu impetuoso que cruzaba como caballo de fuego los intersticios de su cuerpo.
La vertiente sensual y erótica de su poesía no se contempla al principio de una manera evidente, pero esa contención expresiva estalla de pronto frente a nuestros ojos y oídos integrándonos en su ancho espacio: el río está tibio como mi piel y sabe bañarme el alma, dice. La poesía de Enri- queta Arvelo Larriva es carnadura y espiritualidad al mismo tiempo, una articulación tan afortunada como la vida misma que la hace posible, pero también es pensamiento profundo desde la palabra liberada, pues no hay afán pedagógico ni intención de verter en líneas medidas, ninguna doctrina filosófica que no sea lo pensado desde la vacuidad de la página en blanco y de la soledad creadora, donde los conceptos se esfuman y la imagen del decir profundo expresa a raudales su sentido.
Al deslastrar la obra de la sujeción al canon imperante de una época que no pudo vislumbrar su dimensión, ésta se abre a una posibilidad nueva de interpretaciones, y surgen así otros rasgos de su hacer, como, por ejemplo, la conexión histórica con la construcción de un ideario social al cual no teme concebir como patria grande. Su enorme bolivarianismo trasciende cualquier sentimiento depauperado de las retóricas del patrioterismo, ella se asume como intelectual de izquierda y ferviente militante a favor de los más necesitados. Aboga por la igualdad de géneros y, pese a la exagerada carga cultural del mundo masculino que le rodea, es revolucionaria y feminista de manera eminente e intuitiva tal su poesía.
A manera de Conclusión
Percibiendo el desarrollo de lo que hasta ahora se ha hecho, pienso que intentar abordar el discurso estético literario de Enriqueta Arvelo Larriva se puede hacer desde muchas perspectivas, hay empero dos principales. Una es la de los poetas que de forma más o menos presentida o crítica se han acercado a la obra de la barinesa abriendo claves para su comprensión y obteniendo, por su parte, la recompensa de una lectura entusiasta que de manera creativa ha terminado por interiorizar y fusionarse a sus propias e individuales visiones. La otra lectura es fruto del estudio literario sistemático y está representada por los enriquetólogos, quienes abordan con especial cuidado un ideal totalizador, tanto de la obra como de la vida, de la extraordinaria poeta. Sin embargo, lo que sin duda tendrán que señalar de manera indistinta sus exégetas y críticos es el desapego de Enriqueta Arvelo Larriva de modelos de validación colonizadores y que impiden, por vía del sometimiento cultural, el desarrollo de una poética propia y liberadora.
Ella, pese a su fervor por el castellano como idioma y a su resistencia a ser vista de manera grupal, crea y determina un espacio del decir poético que la coloca entre los autores de avanzada del pasado siglo, convirtiéndose en un auténtico hito de nuestra modernidad. Originalidad, precisión, belleza, autenticidad y eficacia expresiva son características de esta obra, emparentada a la fuerte tradición de ruptura que impulsan los mayores poetas hispanoamericanos del siglo XX. Enriqueta Arvelo Larriva fue y es una adelantada, su poesía la podemos entender hoy de una manera más apropiada, pues ella, como señala María Consuelo de Bianchi glosando mi lectura: Supo ver la esencia intemporal del hombre y expresarla con un sentido nuevo, inusitado tal vez para su época, pero muy vigente para la nuestra. Como una oración final, el poema homenaje de Ana Enriqueta Terán –otra gigante de la poesía castellana– recalque de manera irrefutable cuanto haya podido decir a favor de esta grandeza que sin desdeñar lo pe- queño es su poesía:
“Ella no es la flor sino la ojiva de la flor. / No es el arco, sino la respira- ción de la piedra. / No es gota de rocío, sino la palpitación de la luz. / No es huella distante de la luz, sino la impronta del alma. / No es ventanilla nasal, sino escogencia y latitud de aroma. / Se apercibe de propio tacto en la más absoluta delicia. // Se declara total en página y encarnadura de lo blanco. // VENEZUELA ES SU CASA.”
