Qué seremos al fin, de tanta negación,
de tanto no poder, de tanto decir no.
Qué es esto que solo dice «qué es esto»
en las ansias del llanto, en las ardientes
ruinas del deseo. Qué fantasma aparecerá
pegado a nuestro cuerpo como una
silueta de papel, como una fumarola
de luz negra. Qué terminará siendo
la mente deslumbrante, anclada en la
desolación de un corazón muerto,
de un vacilante esqueleto, como si el
solo ingenio de los hilos pudiera
devolver la triste elegancia a las
marionetas desvencijadas, quebradas,
rotas. Qué seremos algún día, de tanto
no vivir, de tanto no sentir, de tanto no
intentar ni siquiera dar un paso más allá
de nuestra irremediable ausencia.
***
Dejar llover y
dejar caer el sol
como algo imposible,
volver a comer
en casa
de mi madre,
arroz amarillo,
carne seca,
aroma verde
y tiempo,
sin pesadumbre
entre la espuma azul
de las petunias
y el rosal blanco,
sin preguntarme
nada,
sin responderme
nada,
como me imagino
que debe vivir
Dios.
***
Yo tan esclavo,
tan pobre de esperar,
tan muerto de pensar,
tan seco de escribir,
tan sabio en mi cofre de momia,
en mi pergamino de sangre,
y ella tan viva de vivir,
tan viva de ser joven,
de ser bella, de ser nadie,
silvestre y en sazón,
fruta de la estación,
tan viva de ser fresca,
de ser dulce, de ser desconocida,
de ser desperdiciada,
ebria y jugosa y rojo hembra,
que no escribe.
***
Contra la impunidad de los calendarios,
contra la filosofía desinflada
de todos los tiempos,
contra la certeza de los equivocados,
contra la codiciada limosna de estar vivos,
contra toda la fuerza de la luz,
contra la despiadada recriminación
de las ventanas,
contra la indiferencia de los dioses,
madre
lava la ropa
en pleno día,
estruja contra lo duro una pobre camisa,
exprime
fuera del tiempo,
fuera del llanto
y enrojece el azul
y piensa y palidece
y se adormece y sueña
y repite y repite y exprime
y olvida
para blanquear la sombra.
***
VIII
En la tierra estropeada del circo,
entre las bicicletas y los pieles rojas,
el olor gris plomo del creyón
y del chubasco.
Qué verdadera tierra para ser tristeza,
para ser verdad.
Hueso del lamedero
de la infancia, vida definitiva
donde comen los años,
donde corroe el tiempo
la única y última sabiduría,
las últimas hilachas
del niño asesinado,
las últimas piedras de arco iris
en el azul de urano.
Qué tierra de cebras y leones
y campanas como un aro plantado
en el silencio.
Qué zumbido en las últimas ráfagas
de patria, qué últimos truenos
y borrascas aquel invierno familiar,
en cuyo torrente desaparecido
bebe la muerte,
como un perro acurrucado
de ojos rojos, como una vaca blanca
vadeando el paso entre la niebla.
Circo y olvido al frío de la intemperie,
al final del camino. Carpa blanca
a lo lejos, en el cielo silvestre,
en la penumbra, en la trastienda
desvencijada de la memoria.
***
SECRETO
La muchacha increíble
es un vellón del color de la uva del océano
ella no sabe en su infinita belleza
en su oculta íngrima ignorancia
quién vela por su oro bruto y su diamante
quién descifra la curva de sus ánforas
quién la escribe
Solo vive de una tiniebla y de una prenda
agobiada por ignorantes mercaderes
y por amantes fuertes y brutales
***
La alegría
Hoy por la mañana fuimos
a la esquina de la tienda
lindas muchachas vestidas
de negro cerradas de negro
reverdecían como amapolas rojas
alguien muy viejo
con todas las edades
del hombre planetario
compró un chal
qué iba a taparse
aquel alguien
qué iba a ocultar más allá de la tienda
más allá de la esquina
más allá de esta pobre vida irredimible
***
Noviembre
Vino noviembre
en el sabor del higo,
en un hervor de avena
y en la nuez de los días
solísimos y distantes.
Vino en el olor del pan
y en la albahaca,
en la genuflexión
de los árboles silentes
y apartados.
Noviembre es hoy
cuando es por fin verano,
Dios esplendente del
sentir oscuro, con estrellas
de la medianoche
y trueno
y niebla sobre el cielo
de aluminio y nácar.
Qué alegría, noviembre,
qué insoportable alegría
para llorar a solas, para vivir
y revivir horas de aroma,
dulces antiguos, lentos atoles,
raros perfumes.
Qué alegría, noviembre,
para ser eterno en este instante,
cuando es levísima y dulcísima
la nostalgia, cuando el olvido
es una madre
que entreabre ventanas
y desvanece sombras.
***
Udana
Un gran maestro no
debe vivir de la limosna,
pensaba, es repugnante.
Mientras Trabajo, Orgullo
y Servidumbre eran en mí
ideas absolutas, eso pensaba.
Un día, viendo comer unos pájaros
de un árbol, esto pensé:
Un árbol con pocas frutas
es un árbol pobre.
Un árbol con muchas frutas
es un árbol rico.
Un árbol en casa de un rico
es un árbol rico.
Un árbol en casa de un pobre
es un árbol pobre.
Los pájaros comen de limosna
(y nada indagan)
de los árboles pobres y
de los árboles ricos.
***
Los ángeles de las guardas
El viaje más frugal
es el que se hace en libro,
decía Emily Dickinson.
Y es que el libro es el arquetipo
de la noción de vuelo,
el libro es el ángel de la fauna
sagrada. A manera de alas tiene
dos guardas blancas.
El corazón, la tripa, está hecho
de imágenes, colores, ilusiones.
Tiene una fecha de nacimiento
y vida eterna.
¿No es acaso un Dios
quien lo concibe?
Los libros son en sentido
directo y profundo
los ángeles de las guardas
***
El fogonero de Charleville
Finalmente, pediré perdón por haberme nutrido de mentira. A. R.
Vi el oro de Egipto, de Chipre,
de Zanzíbar,
al otro lado de la nube oscura.
Había escrito con fuego
que devoró las páginas.
Lo que me iba a sostener
en vilo sobre la tumba
lo di por liquidado,
nunca me aferré a esas palabras
efímeras.
La luz ardiente de las canteras
estaba en el horizonte,
hasta allá hube de ir tras la luz,
como una mariposa insensata.
Aquel exceso de lucidez
me cegó sin piedad.
Recorrí, indigente, fugitivo,
perseguido, los pueblos malayos;
hablé el idioma de los negros
somalíes, con quienes conviví
en una desesperada mansedumbre.
Rompí el agua de los grandes ríos
africanos, era una nave ebria
poseída por la fiebre.
Recorrí los sembradíos rojos
holandeses, entregado a la siega.
Dormí en los matorrales
entre las bestias,
instigué la guerra y me abrigué
con las fajas de las balas.
Yo que describí los silencios,
las noches; que expresé lo inefable,
no pude regresar.
Mi arrojo y mi fuerza
fueron mi debilidad y mi entrega.
La hambrienta claridad me devoré
sin tregua.
Derrotada, destrozada la ferocidad
quise reconquistar la sombra,
una pequeña luz para ser humilde,
pero no fue posible,
solo hubo resignación y niebla.
***
Por temor toco tu cuerpo
abro estos ojos al olvido
por temor
traigo tanta palabra luminosa
tanto destello
tanta sílaba recién sacada
viva
***
Qué perdura en tanta eternidad
Qué perdura en tanta eternidad.
Qué del alma
nos hace ardientes,
tenaces, implacables,
si el tiempo pudre
hasta los más bellos diamantes,
si a lo lejos
el grano de arena de una estrella
se está pudriendo.
A cuántos años
llega el amor,
un amor de aquí, tan torvo,
que vive trayendo
luz de luna,
luz de miedo.
***
Si hubieras visto
Si hubieras visto
de qué imposible estruendo
se hizo el puerto
de máquinas rosadas y
vibrantes.
Si hubieras encharcado
el cartílago, el nácar
de tu zapato,
en la sangre, en el engrudo,
en el estupro, en aquella
lascivia civil de corbata,
entre los fondeaderos de
las alcantarillas.
Si te hubieras hastiado
de pagar por siempre
el tributo, el engaño,
con ternuras ridículas,
más acá de ti, más acá
de los óxidos, de las tuercas,
de los cables motrices.
***
Desde el carro uno tose,
levanta la cabeza para olvidar.
Ve las montañas lejanas
entra en la alegría
superficial de las cosas.
Ve en la montaña, por un
momento, lo que siempre quiso.
Ve ese pueblo al pie de los
grandes montes nevados. Un aire
en un árbol seco. Las nevadas.
Las carreteras con grandes rayas
blancas. En diciembre.
Envuelto en una claridad fresca,
sin deseos.
Pero si uno terminara de hacer
eso que lo ahoga
y comenzara por ver las montañas,
las montañas limpias
degradadas en azul hasta el gris.
Si uno comenzara ahí.
Si guardara las cosas
que lo ahogan. Si se vistiera
para vivir. Si se peinara
para vivir. Si se alegrara
por las rayitas de la camisa.
Como si ya estuviera iluminado
en los trigales de las películas.
***
Tiempo de los alcanfores y de los humos
Despierto, más alto en la montura, más mirador,
cogollo y lechuza como nube,
pajarero entre la lejura y los ramajes,
uno es el que se asoma en lo entrejunto,
desde la rienda al claro,
desde la muerte al tiempo.
Horas del viento limpio, del viento manso,
del trochar al desgaire echado a los rasos,
en el paso eterno de la cabalgadura.
Desde la rienda al claro, lo avizorado, lo tanto,
una traba de horqueta, el caujaro, la estaca,
el botalón, el terrón, el bejuco.
El recuerdo por entre las osamentas de las trojas,
de las puertas de tranca, de los corrales viejos.
Una casa arrugada en las talanqueras y en las puyas,
en la cabeza de los horcones, en las conchas de cinc.
La sabana afuera en un rabo de monte,
de la lumbre roja que viene en lo lejos, del celaje verde
que viene en lo cerca al pelo rosado de la bestia,
agrio en el sudor abierto, dulce en el olor mojado
de la entresombra.
Uno es el que se viene desde lo hondo, boyando,
sesgando al tiempo de los alcanfores y de los humos,
sombreando en los relentes al fresco de la sobretarde,
por trillos de resguardo, por solares de gris.
Oro de los pajales, trochas, retazos, paraderos.
Vive el que desanda en desamparo, el que se asimpla
en la grosura, en los lomos del llano,
andando de solo en las trizaduras de los polveros.
Se me murió
el caballo entre las piernas
Se me escurrió
y se me fueron poniendo
grandes las piernas
Se me fueron yendo los pies
sentí que bajaron
y tocaron el fondo
Después ya no sentí más
los pies
que pesaban más
que mi caballo muerto
***
12
En la hoja moribunda el amarillo miente.
En la fruta madura el amarillo miente.
En la palidez de los enfermos el amarillo miente.
Pero en lo amarillo de lo amarillo el amarillo
también miente.
¿De qué tiempo vive el poema?
¿Qué acaece, qué dura en el poema?
No hay tiempo. El poema está afuera y es eterno.
Entramos al texto desde una desnudez mortal.
Detenidos en lugares muy altos vemos el lastre
de las palabras, como quien ve, desde las montañas,
la ciudad donde envejece.
