literatura venezolana

de hoy y de siempre

El Origen del lenguaje. Exploración mitológica del tema

Nov 20, 2021

José Manuel Briceño Guerrero

Ante todo una leyenda maquiritare: “En aquella época Uanádi, hijo del Sol y máximo héroe cultural, tenía la intención de crear los hombres para poblar la Tierra, en donde tan sólo vivían entonces los animales. Hizo a tal objeto una esfera milagrosa, hecha de piedra, la cual estaba repleta de gente diminuta todavía no nacida; desde dentro se oían sus gritos, sus conversaciones, sus cantos y sus bailes. Esta bola maravillosa se llamaba Fehánna”(1).

Tres niveles observamos en esta leyenda: el del sol, el del hijo del sol y el terrestre. La creación del hombre es obra del hijo, quien no tiene inconveniente en pasar de la intención al acto, pero trae primero a la existencia una especie de protohumanidad encerrada en una esfera de piedra. Por obra y gracia del hijo del sol, la esfera solar se ve repetida analógicamente en la esfera de lo humano.

Ningún símbolo tan adecuado como ese de la Fehánna para expresar el carácter unitario de la cultura. Todo está encerrado simultáneamente en ella: grito, lenguaje, canto y danza. Nos recuerda inmediatamente las esferas habitadas de Jerónimo Bosch y, con fuerza arquetípica, evoca las formas iniciales de la vida: semilla, óvulo, grano de polen.

El lenguaje, como el grito, la canción y el baile, es consubstancial con la condición humana y el todo se encuentra incluido en un todo mayor que lo trasciende. El mito reconoce la esfera de lo humano, completa en sí misma -la Fehánna es la más perfecta de las formas geométricas; pero reconoce al mismo tiempo su limitación y la posibilidad de trascender. El mismo mito es un acto trascendente, abandona la inmanencia esférica de lo humano para intuir su origen en la voluntad de una divinidad solar que, al ser concebida de manera antropomorfa, plantea la aporía genésica: es un maquiritare quien sueña este mito desde la bola maravillosa de su cultura y lo cuenta con recursos lingüísticos maquiritares enmarcados en la Weltanschauung de su pueblo. No está en desventaja con respecto a Parménides o Kant en cuanto a la profundidad de la intuición y los supera en belleza con esta pequeña joya literaria.

Gran parte de la más profunda especulación occidental sobre el origen del lenguaje no dice mucho más de lo que dice este mito, sólo que utiliza recursos creados por la mentalidad occidental y adaptados a ella.

Mito de los Abaluyia de Kavirondo: “Habiendo creado el sol y dándole el poder de resplandecer, se preguntó a sí mismo (Dios): ‘¿Para quién brillará el sol?´. Esto llevó a Dios a la decisión de crear al primer hombre. Creen los Vugusu que el primer hombre se llamaba Mwambu. Como Dios lo había creado de manera que pudiera hablar y ver, necesitaba alguien con quien pudiese hablar. En consecuencia Dios creó la primera mujer, llamada Sela, quien estaba destinada a ser la consorte de Mwambu”(2).

Este mito contiene dos intuiciones fundamentales; la una postula la necesidad del sujeto para la constitución del objeto, su correlato; es la misma que hizo exclamar a Zaratustra, después de diez años de meditación y soledad: “¡Oh tú Gran Astro! ¿Qué sería de tu dicha si te faltasen aquellos a quienes alumbras?”(3); sabemos el papel esencial, indispensable del lenguaje en esta relación. La segunda intuición se refiere a la capacidad lingüística como condición previa a la comunicación humana; no surge aquélla de ésta sino que al contrario ésta es impuesta por aquélla. Significativamente, sólo dos atributos de Mwambu, el primer hombre, se mencionan: ver y hablar, aísthesis y lógos. Iguales atributos se asignan al hombre en otro mito africano: “Habiendo puesto en orden el universo y creado, en el curso de sus viajes, la vegetación de los yermos, así como los animales, Mawu formó los primeros seres humanos con arcilla y agua… El hombre, creado de esta suerte, tenía que recibir la instrucción de los dioses. Cuando el orden de la creación se relaciona con la semana dahomeyana de cuatro días, se dice que el mundo fue puesto en orden y que el hombre fue formado el día ajaxi; al día siguiente, mioxi, la obra fue interrumpida, pero apareció Gu, quien había de ser el agente de la civilización. Al tercer día, odokwi, al hombre le fue dada la vista, el don de la palabra y el conocimiento del mundo exterior; y al último día, zobodo, le fueron dadas las habilidades técnicas”(4). Obsérvese que la adquisición de las habilidades técnicas es posterior al don de la palabra.

Más complicados y de mayor elaboración, los relatos antropogónicos del Popol Vuh expresan intuiciones de sumo interés sobre el origen del lenguaje en la génesis del hombre: “… Entonces los dioses se juntaron otra vez y trataron acerca de la creación de nuevas gentes, las cuales serían de carne, hueso e inteligencia. Se dieron prisa para hacer esto porque todo debía estar concluido antes de que amaneciera. Por esta razón, cuando vieron que en el horizonte comenzaron a notarse vagas y tenues luces, dijeron: ‘Esta es la hora propicia para bendecir la comida de los seres que pronto poblarán estas regiones’. Y así lo hicieron. Bendijeron la comida que estaba regada en el regazo de aquellos parajes. Después dijeron oraciones cuya resonancia fue esparciéndose sobre la faz de lo creado como ráfaga de alhucema que llenó de buenos aromas el aire. No hubo ser visible que no recibiera su influjo. Este sentimiento fue como parte del origen de la carne del hombre…”(5). El lenguaje se nos aparece como atributo de los dioses, anterior a la creación del hombre, con una resonancia capaz de influir sobre todas las cosas existentes y hasta de formar parte de la génesis de la carne del hombre, como instrumento y material antropogónico.

Después de esta singular bendición, cuando las mazorcas de maíz morado y blanco estuvieron ya crecidas y maduras, “…los dioses labraron la naturaleza de dichos seres. Con la masa amarilla y la masa blanca formaron y moldearon la carne del tronco, de los brazos y de las piernas. Cuatro gentes de razón no más fueron primeramente creadas así. Luego que estuvieron hechos los cuerpos y quedaron completos y torneados sus miembros y dieron muestras de tener movimientos apropiados, se les requirió para que pensaran, hablaran, vieran, sintieran, caminaran y palparan lo que existía y se agitaba cerca de ellos. Pronto mostraron la inteligencia de que estaban dotados, porque, en efecto, como cosa natural que salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad que los rodeaba Tuvieron poder para mirar lo que no había nacido ni era revelado. Dieron señales de que poseían sabiduría, la cual con sólo querer, la comunicaron al cogollo de las plantas, al tronco de los árboles, a la entraña de las piedras y a la hoguera enterrada en la oquedad de las montañas. Estos seres fueron Balam Quitzé, Balam Acab, Mahucutah e Iquí Balam(6).

Con mayor plasticidad que el Génesis bíblico, el Popol Vuh nos presenta a los divinos alfareros trabajando para moldear y formar la parte física del hombre con masa de maíz, alimento fundamental de los indios y símbolo de todo alimento terrestre. Terminado el trabajo de alfarería, los dioses confieren al autómata (las figuras podían moverse) atributos humanos: pensar, hablar, ver, sentir, caminar, palpar, es decir, logos, aísthesis, praxis, es decir, pensamiento y lenguaje, percepción sensorial, acción deliberada. Obsérvese el orden, primero logos (pensamiento y lenguaje), después lo demás, como si postulara la primacía del verbo, su carácter de condición previa para la posibilidad de toda manifestación humana. Además, la condición humana implica el poder de aproximarse cognoscitivamente a la realidad (como cosa natural que salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad que los rodeaba), no sólo en lo que respecta al mundo sensible, sino también en lo que concierne al mundo inteligible, al aspecto de la realidad que sólo se descubre al intelecto (tuvieron poder para mirar lo que no había nacido ni era revelado). También está el hombre capacitado para intervenir en los órdenes de lo real y, desde su comprensión, de acuerdo con sus intereses, mediante su voluntad activa, organizar y cambiar para convertir en mundo suyo al universo cargándolo de valores afectivos, interpretándolo, transformándolo en sistema comprensible. Todo ello de manera espontánea, en virtud del querer natural (Dieron señales de que poseían sabiduría, la cual con sólo querer, la comunicaron al cogollo de las plantas, al tronco de los árboles, a la entraña de las piedras y a la hoguera enterrada en la oquedad de las montañas).

“Cuando los dioses presenciaron el nacimiento de estos seres llamaron al primero y le dijeron: ‘-Habla y dinos por ti y por los demás que te acompañan: ¿qué ideas tienes de los sentimientos que te animan? ¿Es bueno y airoso tu modo de andar? ¿Ejercitas con gracia tu mirada? ¿Es justo y claro el lenguaje que usas? ¿En toda ocasión lo recuerdas bien? ¿Entiendes lo que aquí se dice y se sugiere?…’ Al oír estas palabras los nuevos seres vieron que eran cabales sus sentidos y quisieron mostrar su agradecimiento. Para mostrarlo, Balam Quitzé habló, a nombre de los demás, de esta manera: ‘-Nos habéis dado la existencia; por ella sabemos lo que sabemos y somos lo que somos; por ella hablamos y caminamos y conocemos lo que está en nosotros y fuera de nosotros…’ ”(7).

Esta mítica conversación con los dioses describe el surgimiento de la auto-observación y la reflexión, acompañadas de crítica en función de valores estéticos, éticos y lógicos, para culminar en una aceptación agradecida de la condición humana, en una lúcida conciliación con la propia existencia, en un gozoso ejercicio de la función cognoscitiva. La mención especial del lenguaje, en pie de igualdad con el ser, el saber y el actuar, nos sume en asombro ante la poderosa intuición de los creadores de este mito, quienes comprendieron y reconocieron tan admirablemente el puesto esencial y central del lenguaje en el mundo del hombre.

“Pero ha de saberse que los dioses no vieron con agrado las consideraciones que de su propio saber hicieron, con tanta franqueza, los nuevos seres. Por eso los dioses conversaron entre sí: ‘-Ellos comprenden- dijeron- lo que es grande y lo que es pequeño y saben la causa de esta diferencia. Pensemos en las consecuencias que puede tener este hecho en el ejercicio de la vida. La energía de esa lucidez ha de ser nociva… Es preciso limitar sus facultades. Así disminuirá su orgullo… Si los abandonamos y llegan a tener hijos, éstos, sin duda, percibirán más que sus abuelos y habrá un momento en que entiendan lo mismo que los propios dioses… Estamos a tiempo para evitar este peligro, que será fatal para el orden fecundo de la creación’(8). Luego durmieron a los cuatro machos y crearon a las hembras; al despertar los machos y al verlas, “para distinguirlas les pusieron nombres apropiados, los cuales eran de mucho encanto. Cada nombre evocaba la imagen de la lluvia según las estaciones”(9). Luego estos seres engendraron a otros “con quienes se empezó a poblar la tierra”(10).

La reflexión excesiva practicada por un individuo cualquiera lo aleja necesariamente del hacer cotidiano. La división del trabajo permite que ese alejamiento de unos cuantos sea compensado por la labor de los otros; éstos pueden proteger a aquellos y satisfacer sus necesidades materiales. Pero la dedicación colectiva al ejercicio reflexivo, la energía de esa lucidez, es necesariamente perjudicial para el ejercicio de la vida y fatal para el orden fecundo de la creación. Por eso, las leyes económicas de la vida, los dioses, para garantizar el florecimiento y reproducción de la humanidad, ponen en juego otras fuerzas que inclinan hacia la generación, la familia, la vida social, el progreso, la inmersión en los quehaceres propios del hombre como ente entre los entes de su mundo. Estas fuerzas están simbolizadas en el mito por las hembras, cuyos nombres, de origen humano, evocan la imagen de la lluvia según las estaciones, de la lluvia que alude a las oportunidades que la naturaleza fecunda ofrece al esfuerzo creador del hombre para heredar la tierra, para no ser en ella un exilado, prisionero del cuerpo. Las comunidades demasiado interesadas en la reflexión, con desprecio del mundo exterior y sus tareas, han terminado en la miseria, en teorías de destierro fundamental del hombre y en ilusiones metafísicas.

Al acercarnos a este mito sin arrogancia cientificista, encontramos en él una Weltanschauung completa, coherente, profunda, sabia y hermosa con un lenguaje a la altura de su originaria función hermenéutica de la existencia. Lévi-Strauss refiere un gracioso cuento terreno sobre el origen del lenguaje:

“Cuando hubo sacado a los hombres de las entrañas de la tierra, el demiurgo Orekajuvakai quiso hacerlos hablar. Les ordenó ponerse en fila, uno tras otro, y llamó al lobito para que los hiciera reír, el lobo hizo toda clase de monerías, se mordió la cola, pero en vano. Entonces Orekajuvakai hizo venir al sapito rojo, quien divirtió a todo el mundo con su manera, cómica de caminar. La tercera vez que pasó a lo largo de la fila, los hombres comenzaron a hablar y a reír a carcajadas”(11).

El demiurgo Orekajuvakai no da por terminado al hombre mientras no lo haya hecho hablar, lo cual logra mediante una confrontación entre hombres y animales. Además de señalar la necesidad del lenguaje para la existencia del hombre como tal, este cuento terreno destaca un factor importante: la risa. Sabemos que la risa figura entre las expresiones características y exclusivas del hombre, y esta relación entre risa y lenguaje no es arbitraria ni accidental. Según Plessner, la risa es genéticamente anterior al lenguaje(12) y según Alverdes prepara para la comprensión lingüística(13). En el libro de Singh y Zingg sobre niños-lobos (Wolf-children), se cuentan hechos que acercan a la realidad las supuestas fantasías de Kipling en este punto; en ellos nos interesa señalar que los niños carentes de lenguaje por falta de contacto humano tampoco pueden reír(14). En las formas apáticas de la oligofrenia, los pacientes, que no llegan al lenguaje, son incapaces de reír(15).

En el poema cosmogónico y antropogónico de los guaraníes, el lenguaje es asunto de primerísima importancia nada menos que para el creador mismo: “El Creador, utilizando su vara insignia de la que hizo brotar llamas y tenue neblina, creó el lenguaje”(16). En la siguiente oración, que es una enumeración casi exhaustiva de los aspectos principales de la cultura (lenguaje, organización social, arte y religión), describe al lenguaje como esencia de lo humano y asienta su primacía sobre las demás formas culturales: “Este lenguaje futura esencia del alma enviada a los hombres, participa de su divinidad, crea después el amor al prójimo y los himnos sagrados”(17). Al constituir la esencia del alma y participar al mismo tiempo de la divinidad, el verbo es el mediador entre dios y los hombres; este hecho se ve reforzado por la creación de divinidades que le sirven de depositario: “Para formar un ser en el cual depositar el lenguaje, la divinidad, el amor y los cantos sagrados, crea a los cuatro dioses que no tienen ombligo y a sus respectivas consortes, que en el futuro enviarán a la tierra el alma de los hombres”(18).

Más adelante reitera, con atención especial y exclusiva, el origen divino del lenguaje: “Habiéndose erguido, de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano, e hizo que formara parte de su propia divinidad”(19).

En seguida afirma con singular énfasis que el verbo es anterior al mundo sensible y al conocimiento: “Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse conocimiento de las cosas, creó aquello que sería el fundamento del lenguaje humano e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandu que formara parte de su propia divinidad”(20). Sabemos que el mundo sensible, tal como existe para el hombre, está mediatizado por el lenguaje, que el conocimiento tiene una estructura lingüística, contiene una interpretación de la experiencia y sostiene parámetros axiológicos que guían el juicio y la acción dentro de coordenadas proyectadas por la condición humana(21). En este sentido es importante anotar que, en los mitos, no es infrecuente la concepción del caos primigenio como un estado prelingüístico de lo real; así por ejemplo, en el Enuma elish, grandiosa composición mítica aparecida en Mesopotamia hacia la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo, se describe el caos acuático anterior al orden cósmico como un período. “Cuando al cielo arriba no se le había puesto nombre, ni el nombre de la tierra firme abajo se había pensado… cuando ningún dios había aparecido ni había sido nombrado con nombre”(22). Del caos surgen dos dioses y el mito dice de ellos: Lahmu y Lahamu aparecieron y fueron nombrados”(23).

El mito guaraní se refiere luego a la motivación y al propósito que presidieron la creación del hombre: “Habiendo creado, en su soledad, el fundamento del lenguaje humano; habiendo creado, en su soledad, una pequeña porción de amor; habiendo creado, en su soledad, un corto himno sagrado, reflexionó profundamente sobre a quién hacer partícipe del fundamento del lenguaje humano; sobre a quién hacer partícipe del pequeño amor; sobre a quién hacer partícipe de las series de palabras que componían el himno sagrado”(24). Es indudable que la necesidad de comunicación tanto en menesteres técnicos como en amor y religión, es causa del lenguaje; el hombre sólo puede vivir en comunidad portadora y creadora de cultura(25). Por eso, en el mito, la tensión estilística y semántica, creada por los párrafos que acabamos de citar, se libera del siguiente modo:

“Habiendo reflexionado profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, creó a los Ñamandu de corazón valeroso, los creó simultáneamente con el reflejo de su sabiduría (el sol)”(26). No otra es la intuición de Platón cuando afirma que el sol tiene en el mundo sensible puesto análogo al que ocupa, en el mundo inteligible, la idea del bien, fundamento del logos(27).

Después de la destrucción de la primera tierra (¿una civilización?, ¿un tipo de cultura?), “…inspiró a los verdaderos padres de las palabras almas el himno sagrado para que lo enviaran a la tierra”(28). Un himno sagrado, una inspiración unitaria sirve de fundamento a la vida de los nuevos hombres y mujeres. “…después de estas cosas, dijo a Jakaira Ru Ete: -Bien, tú vigilarás la fuente de la neblina que engendra las palabras inspiradas. Aquello que yo concebí en mi soledad, haz que lo vigilen tus hijos los Jakaira de corazón grande. En virtud de ello que se llamen Dueños de la neblina de las palabras inspiradas”(29). Esta definición del hombre no es menos exacta que la griega(30) y sí más bella; el lenguaje es origen y actualidad de toda cultura, y el hombre su dueño, administrador y guardián.

Un prejuicio positivista, que encontró su primera y más célebre formulación en la “ley” de los tres estadios de Comte(31), impidió, durante mucho tiempo, ver en el mito otra cosa que formas superadas de concebir y expresar la vida, manifestaciones ingenuas de una humanidad infantil. Un prejuicio teológico -leider auch Theologie!(32)- producto de siglos de incesante teodicea para hacer a la religión romana racionalmente aceptable, cerró casi por completo la posibilidad de comprender lo que dios, divinidad y divino significaban en el habla y la vida de los pueblos no occidentales. Un prejuicio psicoanalítico, más reciente que los otros y relacionado genéticamente con ellos, interpretó al mito como mensaje del subconsciente o inconsciente individual o colectivo, con sus temores ancestrales, instintos tanatofílicos, pasiones biológicas reprimidas y hasta enredos familiares. Un prejuicio cultural, alimentado por la arrogancia del poder que la superioridad técnica dio a Occidente en el mundo, menosprecia al mito como balbuceo incoherente de la mentalidad prelógica de pueblos “primitivos”.

Contra todos esos prejuicios, afirmamos un principio hermenéutico que puede formularse de la siguiente manera: los autores de los mitos no eran menos capaces de reflexión que los filósofos y científicos occidentales, ni la ejercieron con menor intensidad o resultados menos valederos; al contrario, alcanzaron niveles que la investigación europea apenas comienza a sospechar. Mientras se les mire desde afuera y desde arriba, condescendientemente, su verdadero valor permanecerá oculto. El método correcto consiste en profundizar e intensificar la propia reflexión central; cuando se llega al grado de lucidez que ellos lograron, el mito se hace transparente y se revela como creación poética de intención comunicativa, que utilizó los medios expresivos disponibles, medios diferentes de los nuestros porque diferentes eran sus circunstancias y diferente el estilo con que los manejó, medios eficientes porque establecieron ámbito de comunidad y vencieron la íntima alienación, llaga secreta de los adoradores del progreso y de la técnica. A esta comprensión puede seguir un intento de traducción, sólo que ésta no será accesible a los que no hayan reflexionado tan auténticamente como los autores de los mitos.

Es evidente que, para utilizar este principio hermenéutico y servirse de este método, es necesario respetar a los hombres que inventaron los mitos, sentir la participación común en la condición humana y cobrar consciencia de la igualdad y solidaridad ante el misterio. Esto es difícil para la mentalidad occidental, volcada en actitud instrumentalizante hacia el manejo pragmático del mundo.

Al escribir todo esto hemos pensado especialmente en los mitos cosmogónicos y antropogónicos y en el puesto que en ellos ocupa el origen del lenguaje. El muestreo mitológico que hemos sometido a examen nos entrega los siguientes resultados: El lenguaje es de origen divino (no es un invento, es un don), participó en la formación del hombre (sin lenguaje no hay hombre), participa en la constitución del mundo (las cosas comienzan a ser cuando son nombradas y su coherencia es la coherencia del sistema sígnico), está por lo menos en pie de igualdad con los demás rasgos específicos del hombre, existe independientemente del hombre pero éste es su guardián y administrador. El orden jerárquico es: a) divinidad, b) lenguaje, c) hombre en el mundo. El lenguaje es mediador entre hombre y dios, hombre y hombre, hombre y mundo porque es común a todos; el lenguaje es la garantía única de comunicación.

La contaminación que resulta de la interacción cultural hace que los mitos pierdan altura, profundidad y coherencia. Consideremos, en este sentido, el pintoresco cuento siguiente, que tiene origen mestizo y carácter sincrético; en él el lenguaje aparece como el rescate pagado por un diablejo, para salvar su vida y recobrar su libertad, a la mujer que lo atrapó con invencible magia e intención asesina: “Los hombres, en un principio, no hablaban: tenían su grito, al igual que los toros tenían el suyo; al igual que los leones, que las gallinas, que los pájaros. Una vez, una bruja alcanzó a ver, en el medio de su fuego, a un diablito pequeño; velozmente lo apretó con una gran piedra; apagó el fuego, cavó una fosa circular y la llenó de agua para que su enemigo no pudiera escapar. Chillaba el diablillo, amenazante; la vieja, sorda, afilaba la punta de un hueso para ensartarlo. Chillaba más el diablillo: la vieja le mostraba la punta que iba quedando fina como su dedo. Volvió a gritar y a amenazar el prisionero. La vieja le hizo cosquillas con la punta de su hueso, en la parte que sobresalía de la piedra. Así siguieron largo rato hasta que la mujer terminó su tarea. Siguió implacable bajo los insultos hasta que cayó la noche y recordó que su marido volvería, que debía cocinarle y que no tenía fuego. Miró al diablo de reojo y el diablo la miró a ella amenazante. Apurada y nerviosa, tomó su hueso y le hizo un tajo en el cuero a su enemigo. Como éste se vio perdido, le dijo que le hacia un trato: si ella lo liberaba le daría un don. La vieja pidió una prueba: los chillidos del diablejo se convirtieron en palabras. La vieja oía asombrada. Luego ella misma empezó a hablar. Liberó a su cautivo y el pacto se mantuvo”(33).

Este delicioso cuento postula absurdamente la existencia de una sociedad humana ya organizada, con división del trabajo y adelanto técnico, pero sin lenguaje. La superficialidad de la intuición se pone de manifiesto cuando el cuento nos presenta a la vieja en diálogo con el diablejo antes de haber adquirido el don del lenguaje. Lejos estamos de la alta dignidad reflexiva que pone de manifiesto el Popol Vuh cuando, después de describir el caos inmóvil, silencioso y oscuro, afirma: “Entonces vino la Palabra”(34). Lejos estamos de la estela rota que se encuentra ahora en el Museo Británico, donde un Faraón, hacia el año 700 antes de Cristo, copió el antiguo mito de sus ancestros sobre el dios Ptah (pensamiento y lenguaje), quien concibió, creó y dirige a todos los dioses, hombres, animales y demás seres vivientes, quien con el pensamiento de su corazón y el mandato de su lengua dio origen a todo lo corpóreo y a todo lo psíquico y a todas las cualidades de las cosas y a su ordenamiento y armonía(35). Muy lejos, ciertamente, de aquel texto que recogió Preuss entre los indios Uitotos: “En el principio la Palabra dio origen al Padre” (36), texto que coincide y concuerda con los pasajes iniciales del Evangelio según San Juan(37).

Notas

1 Marc de Civrieux, Leyendas Maquiritares, Revista Memoria de la Sociedad de Ciencias Naturales de la Salle, Nº 56, tomo XX, mayo-agosto, 1960, p. 118.

2 Gunther Wagner, Ideas cosmogónicas y cosmológicas de los Abaluyia de Kavirondo en Mundos Africanos, por diversos autores según el capítulo, Introducción de D. Forde, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1959, p. 65.

3 Federico Nietzsche. Obras Completas, en cinco tomos, Edit. Aguilar, Buenos Aires, 1961, traducción de Eduardo Ovejero y Maury, tomo III, p. 243.

4 V. Mercier, Los Fon de Dahomey, en Mundos Africanos, por diversos autores según el capítulo, Introducción de D. Forde, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1959, p.326.

5 Ermilio Abreu Gómez, Las Leyendas del Popol Vuh, Colección Austral, 2ª ed., Buenos Aires, 1951, p.24.

6   Ermilio Abreu Gómez, op. Cit., p. 25.

7 Ibíd. P. 26. El subrayado es nuestro.

8 Ibíd., pp. 26 y 27. El subrayado es nuestro.

9 Ibíd.., p. 27.

10 Ibíd.

11 Claude Lévi-Strauss, Le Cru et le Cuit, Edit. Plon, París, 1961, p. 131. (T. del A.). A este respecto véase también Lendas dos indios Tereno, RMP, n. S., vol. 4, 1950, p. 219.

12 H Plessner, Lachen und Weinen, 2da, ed., 1950.

13 F. Alverdes, Die Tierpsychologie in ihren Beziehungen zur Psychologie der Menschen, 1932, página 70.

14 Apud F. Kainz, Psychologie der Sprache, Enke Verlag, Stuttgart, 1960, 2º t., p. 146.

15 F. Kainz, op. cit., pp. 586-587.

16 León Cadogan, La Literatura de los Guaraníes, Introducción de López Austin, Edit. Joaquín Mortiz, México, 1965, p. 53.

17 Ibíd.

18 Ibíd.

19 Ibíd., p. 54.

20 Ibíd.

21 Cfr. J. M. Briceño Guerrero, América Latina en el Mundo, Edit. Arte, Caracas, 1966, pp. 63-106.

22 Thorkild Jacobsen, Mesopotamia: The Cosmos as a State, en Before Philosophy, libro por diversos autores según los capítulos, Pelican Books, Londres, 1954, p. 184. El nombre del mito, Enuma Elish, consiste en las dos primeras palabras de la narración: Cuando arriba.

23 Ibíd., p. 185.

24 León Cadogan, op. cit., p. 55.

25 Ibíd.

26 Ibíd., p. 56.

27 Platón, La República, 509 b y d.

28 León Cadogan, op. cit., pp. 57-58.

29 Ibíd., pp. 61-62.

30 Z)won lo/gon exov = ente que tiene logos.

31 Isidore-Auguste-Marie-Fran ois-Xavier Comte. Discurso sobre el Espíritu Positivo, trad. de Consuelo Borges, 5ª. ed.., ed., Aguilar, Buenos Aires, 1965, pp. 41-89.

32 Johann Wolfgang Goethe, Faust, I, Monólogo inicial.

33 El segundo de una serie de cuentos sobre el origen del lenguaje, recogidos por la escritora argentina Alba Omil en la provincia de Santiago del Estero, Departamento Pellegrini, República Argentina. Trabajo Inédito.

34 Popol Vuh o Libro del Consejo de los Indios Quichés, versión francesa de Georges Raynaud, traducida al español por Miguel Ángel Asturias y J. M. González de Mendoza, Edit. Losada, S. A. Buenos Aires, 1965, pp. 12-13.

35 John A. Wilson, Egipto en El Pensamiento Prefilosófico I. Egipto y Mesopotamia, por varios autores, según los capítulos, traducción de Eli de Gortari, Edit. Fondo de Cultura Económica, 2ª ed., en español, México, 1958, pp. 79-87. Escribe Wilson: “En síntesis, podemos decir que los egipcios tenían conciencia de sí mismos y de su universo; y habían formulado un cosmos de acuerdo con sus propias observaciones y experiencias… Su mayor interés consiste en su primitivo intento de vincular la creación con los procesos del pensamiento y del lenguaje y no con una simple actividad física”. Ibíd.., pp. 86-87.

36 Preuss, Religión und Mythologie der Uitoto, I 25 y ss., II 659. Apud Ernst Cassirer, Mito y Lenguaje, traducido del alemán por Carmen Blazer, Edicioes Galatea-Nueva Visión S.R.L., Buenos Aires, 1969, p. 54.

37 Juan I, 1-3: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas: y sin Él, nada de lo que es hecho, fue hecho”.

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