literatura venezolana

de hoy y de siempre

Minicuentos de Otrova Gomas

Ago 15, 2025

Cremerco Finalven, 67 años. Desempleado, epiléptico, viejo solitario y víctima de dos enfermedades completamente desconocidas por la ciencia médica. Se suicida el 10 de marzo conteniendo la respiración. Fueron inútiles los esfuerzos de varios transeúntes para obligarlo a respirar. A los 5 minutos cayó pataleando sin vida, dando muestras de una increíble fuerza de voluntad. Nunca se supo si el deceso se debió a la falta de oxígeno o a la presencia durante tanto tiempo en los pulmones de los contaminantes que había en su ultima bocanada de aire.

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Esconodopio Gutiérrez fue un ladrón tan empedernido en despreciable ocupación, que no contento con desvalijar a los de más, se robaba a sí mismo. En las noches muy oscuras se levantaba sigilosamente de la cama y sin producir el menor ruido para no despertar a nadie se robaba los objetos y el dinero que le había quitado a otros. Luego de consumada su fechoría, Esconodopio regresaba al lecho y se acostaba satisfecho de haber dado un golpe tan perfecto.

Sin embargo, arruinado por los asaltos y arrepentido de abusar de la confianza que había depositado en su persona, decidió llevarse ante un Tribunal donde él mismo era el reo, juez, defensor y fiscal. No obstante los desesperados esfuerzos que hizo por perdonarse, a pesar de llorar y de rodillas suplicarse a sí mismo por un poco de clemencia, se condenó a prisión perpetua.

Esconodopio murió muchos años más tarde encerrado en su cuarto de donde no salió nunca, confinado para siempre después de haberse dictado la sentencia.

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Rubén Palomo, conocido titiritero español del siglo XIX, se destacó por robarle la felicidad a sus semejantes. Conocedor a fondo de los vericuetos del alma humana, y hábil manipulador de las válvulas de los sentimientos y los estados emotivos de sus coterráneos, fue quitándoles la dicha a cada uno de ellos con el miserable objeto de atesorarla.

Con sus continuos hurtos fue acumulando tanta felicidad que para su época bien pudo ser considerado como el ser más dichoso de la tierra. Se cuenta que encerrado en el sótano de su casa se sumergía en ella y la disfrutaba con un egoísmo nunca visto.

Lamentablemente, cansado de no tener a nadie con quien compartirla, murió sumido en la más profunda tristeza rodeado de la felicidad de sus victimas.

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En casi todas las ciudades existen los «Club de discutidores». Están integrados por gente a la que le gusta llevar la contraria y oponerse a todo. Se congregan diariamente desde las dos de la tarde hasta altas horas de la madrugada para discutir y porfiarse los unos a los otros. Aun cuando a veces alzan el tono de voz, nunca se van a las manos y al final quedan todos amigos. Hay miembros que son tan fanáticos que para llevar la contraria total a los demás, no discuten con nadie, desencadenando acciones violentas y confusas en las que a veces tiene que intervenir la policía.

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Ana tomó la cartera violentamente de la silla, como era su costumbre, y desde la puerta le gritó con fuerza antes de tirarla:

– ¡No me volverás a ver! ¡Te juro, Antonio, por lo más sagrado, que no me volverás a ver!

…al día siguiente, ya más calmada, tocó la puerta de la casa; pero nadie respondió. Fue la conserje del edificio quien la enteró:

– Sí, señorita. Cuando lo llevamos al puesto de emergencia nos dijo que se sacó los ojos para que usted al fin pudiera cumplir su promesa.

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Aquel hombre tuvo una vida tan insignificante que cuando lo enterraron no había con que llenar la urna.

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EL ODIO

Braulio Salazar tenía muchas virtudes pero un solo defecto: a diferencia de los románticos de antaño, que redactaban cartas de declaración de amor, él poseía una particular capacidad para redactar cartas de declaración de odio. El problema es que sus misivas, escritas en un lenguaje de estilo elegante y agradable, a pesar de lo crudo y ofensivo desprendían tal carga de sinceridad y franqueza, que todas las mujeres que las recibieron quedaron perdidamente enamoradas de él.

Fue así que terminó rodeado de amantes, que a pesar de saber que tenía muchas otras mujeres y de su atrocidad mental, por alguna extraña razón nunca se atrevieron a dejarlo.

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