María Carolina Sánchez
Introducción
Antes de convertirse en uno de los precursores de la independencia de las colonias hispánicas del Nuevo Mundo, Francisco de Miranda (1750-1816) fue un inagotable viajero preocupado no sólo por recorrer gran parte de Estados Unidos y Europa[1] sino también por consignar en su Diario (1771-1791)[2] descripciones exhaustivas de lo visto en cada lugar. El periplo, originado en un conflicto personal con el estado español, marca una primera ruptura respecto de su condición de súbdito de este imperio y constituye un paso decisivo en la emergencia y maduración de su proyecto de emancipación continental.
Con el objetivo de hacer carrera militar en la metrópoli, Miranda abandona su ciudad natal, Caracas, y se embarca rumbo a España en 1771. Incorporado al ejército, interviene en dos guerras. Participa en diciembre de 1774 en la defensa de la plaza de Melilla, posesión española en el Norte de África, sitiada por las fuerzas del sultán de Marruecos y forma parte en 1780 de las tropas españolas de apoyo a la revolución de independencia de los Estados Unidos donde combate en el sitio de Pensacola, ocupa- da por escuadras británicas. Estas misiones concluyen con la victoria de las armas de la monarquía hispánica.
Desde su ingreso al servicio a la Corona, Miranda, libre pensador y voraz lector de textos prohibidos, resulta sospechoso para la Inquisición. Por otra parte, los constantes conflictos con sus superiores en la esfera militar perjudican su imagen ante el poder real. La serie de actitudes adversas hacia su persona –ascensos demorados, arrestos a su entender motivados en animosidades, acusaciones falsas– se agrava a tal punto que en 1783 luego de la guerra en Estados Unidos y radicado en Cuba, Miranda decide desertar del ejército a causa de una orden dictada por Carlos III que establecía su arresto e inmediato traslado a Madrid.
Bajo estas circunstancias emprende un viaje que comienza con una visita a la reciente república nacida en América del Norte. A partir de este momento, se asume como viajero ilustrado y se dedica durante seis años (1783-1789)[3] a recorrer diferentes países con el fin de instruirse aunque su condición de prófugo de la monarquía española lo expone a repetidas emboscadas y sinsabores. No obstante, desconociendo la magnitud de la enemistad que despertó en la Corte, insiste en resolver su situación a través de un retiro legítimo.
Su decisión de viajar, precipitada por una coyuntura desfavorable, forma parte de un proyecto personal cuya concreción anhela desde hace tiempo. Recién llegado a España, comienza a prepararse para este objetivo y se dedica al estudio de inglés y francés. Sólo espera un momento propicio para iniciar un periplo cuyo fruto sería la formación de un “hombre sólido” forjado a través del contacto directo con diferentes sociedades e informado sobre sus múltiples expresiones.[4]
El Diario, objeto de análisis de este trabajo, no contiene ninguna evocación o noticia de su tierra natal como tampoco referencias acerca de sus planes de emancipación, a pesar de que en escritos simultáneos a sus notas de viaje comience a vislumbrar el proyecto. En el registro de su periplo el autor se ajusta en sentido estricto a detallar lo visto en cada uno de los lugares que atraviesa.[5] Sin embargo, este texto podría considerarse entre aquellos “significativos para la organización de la cultura” (Mignolo, 1981: 57);[6] el modo de representación del mundo que traza, cuestiona los cimientos sobre los que se funda el imperio español.
El Diario también tiene una historia. Incluido por su autor en un archivo de pape- les personales, es posible pensar que no lo concibe como libro a publicar sino como conjunto de notas útiles para recordar todo lo observado durante su itinerario y forjar- se a sí mismo según el modelo de hombre culto del siglo XVIII, es decir, como viajero conocedor de diferentes sociedades e informado de sus aspectos más relevantes.[7]
Miranda se aplica, desde el inicio de su trámite para ingresar al ejército, al acopio de papeles; algunos de ellos escritos por él y otros pertenecientes a terceros, que recopila por tratarse de documentos de sus actuaciones, cartas que le fueron dirigidas o artículos sobre temas que despertaron su interés. Este material reunido entre 1771 y 1810 integra un voluminoso archivo de sesenta y tres tomos ordenados personalmente antes de embarcarse rumbo a América con el fin de poner en marcha sus planes emancipatorios.[8] Realizado esto, los unifica bajo el título de Colombeia, denominación compuesta a partir de una derivación griega para significar “asuntos relativos a Co- lombia”, nombre, este último, con el que pretende designar al conjunto de colonias próximo a independizarse.
La suerte de este conjunto de textos es tan intrincada como la de su propietario quien, antes de caer prisionero de las fuerzas españolas y de ser trasladado a las cárceles de Cádiz donde culminarían sus días, lo remite en 1812 a Curazao a nombre de unos amigos de confianza. La aduana de este país, al juzgarlos de interés, entrega la documentación al gobernador británico Hodgson y éste la envía a Londres donde queda en posesión de Lord Bathurst, ministro de Guerra y Colonias de la corona británica. Hacia 1830, el archivo pasa a la residencia privada del ministro en Cirencester. Allí el historiador William Robertson en 1922 lo descubre luego de estar extraviado casi un siglo. A partir de este hallazgo, el gobierno de Venezuela negocia con Inglaterra la adquisición del manuscrito y, una vez concluido el examen de su contenido, ordena su edición completa.[9]
El Diario de Francisco de Miranda y la representación ilustrada del mundo
El análisis del Diario expuesto a continuación adopta la propuesta sugerida por Miguel Alberto Guérin respecto a estudiar los relatos de viaje “como constituyentes de un tipo, no sólo a partir de su tópica o de su retórica (…) sino con referencia a las actitudes cognoscitivas predominantes en el momento del devenir del sistema sociocultural (…) en que son producidos” (1992: 4). De acuerdo con este enfoque, se procurará indagar el tipo de relación epistemológica que Miranda, en tanto viajero- escritor, establece con el mundo que lo rodea y, a su vez, trazar conexiones entre esta forma de aprehender la realidad y las representaciones del mundo, del hombre, del conocimiento y de la verdad surgidas a partir de la Ilustración.
A fin de definir el modo de conocer de Miranda, me parece interesante plantear como estrategia la comparación con otro viajero americano, Domingo Faustino Sarmiento, quien realiza un itinerario similar en los años de vigencia del Romanticismo. Considero que el contraste entre ambos enriquece y permite iluminar algunos aspectos de la “actitud cognoscitiva” mirandina que, sin esta diferenciación, quizás no adquirirían relieve.[10] Por otra parte, la posición del viajero argentino para comprender el mundo constituye una vertiente complementaria, que forjada en el siglo XIX, se integra a la Modernidad a partir de un diálogo crítico con las formas de representación concebidas por el Iluminismo.
Entre las preocupaciones que Sarmiento expone en el “Prólogo” a sus Viajes (1993: 3-7)[11] –la búsqueda de originalidad ante la innumerable cantidad de relatos de viajes existentes, la dificultad de escribir sobre el antiguo continente, materia ya conocida, las desventajas de los autores americanos para ser tomados en cuenta por la metrópoli francesa– ocupan un lugar importante las consideraciones acerca de su “turbio y míope” ojo, sin la preparación adecuada para contemplar el “Viejo Mundo”, a causa de su origen americano. Antes de introducirse en el asunto de su libro, comienza por problematizar su capacidad para conocer y admite sus condicionamientos.
Si esto ocurre de ordinario, mayor se hace todavía la dificultad de escribir viajes, si el viajero sale de las sociedades ménos adelantadas, para darse cuenta de otras que lo son mas. Entónces se siente la incapacidad de observar, por falta de necesaria preparacion de espíritu, que deja turbio i míope el ojo, a causa de lo dilatado de las vistas, i la multiplicidad de los objetos que en ellas se encierran. (…) Nuestra percepción está aun embotada, mal despejado el juicio, rudo el sentimiento de lo bello, e incompletas nuestras nociones sobre la historia, la política, la filosofía i las bellas letras de aquellos pueblos (…) (4).
A diferencia de Sarmiento y de tantos otros viajeros, Miranda no cuestiona sus posibilidades de acceder al conocimiento. Es llamativa la omisión en su extenso Diario de este tipo de reflexiones, frecuentes en los relatos de viajes, acerca de la conciencia de ciertas limitaciones para definir lo desconocido. Por el contrario, su descripción de lo visto no presenta vacilaciones, es categórica, autosuficiente y no reconoce obstáculos para dar cuenta de las cosas.
La primera impresión que producen sus notas de viaje es la de una heterogeneidad difícil de sistematizar por la gran variedad de datos correspondientes a diferentes tipos de objetos. El viajero describe gabinetes de historia natural, cultivos, manufacturas, fortificaciones militares, prisiones, iglesias, pinturas, ruinas, leyes y costumbres y siempre se desenvuelve con precisión. Su capacidad cognoscitiva se muestra intacta, sin fisuras. En todos los casos, actúa una mirada omnipotente que explica la realidad hasta en sus más ínfimos detalles.
Su registro pasa de un objeto a otro y, por ello, la lectura del Diario deja la impre- sión de un texto disperso. No obstante, esta disgregación es sólo aparente, pues todas las direcciones emprendidas se sustentan en un mismo núcleo. Expandir y acrecentar los conocimientos sobre el mundo en la pluralidad de sus expresiones es el acto visi- ble, tras el cual subyace como punto de unificación la actividad de la “razón” tal como se la concibe en el siglo XVIII. De un modo similar a este comportamiento mirandino caracteriza Ernst Cassirer, en su ya clásico estudio, el principio rector que, bajo la idea de progreso espiritual y acumulación de conocimientos, rige la filosofía de la Ilustra- ción:
Se busca la multiplicidad para con ella y a través de ella tomar conciencia de esta unidad; se entrega uno a la amplitud del saber (…) con la segura previsión de que ni debilita ni disuelve al espíritu, sino, por el contrario, lo regresa hacia sí mismo y en sí mismo lo “concentra”. Pues constantemente se pone de manifiesto que las diversas direcciones que el espíritu tiene que emprender, si pretende descifrar la totalidad de la realidad y formarse la imagen correspondiente, sólo en apariencia divergen. Estas direcciones, consideradas objetiva- mente, aparecen divergentes, pero las diferentes energías del espíritu se adensan en su centro de fuerza común. La multiplicidad y variedad de los ámbitos en que se mueve significan tan sólo el despliegue y el desarrollo completo de una fuerza por esencia homogénea y unitariamente informadora. Cuando el siglo XVIII quiere designar esta fuerza, cuando pretende condensar su esencia en una sola palabra, apela al sustantivo razón. La razón se convierte en un punto unitario y central. (Cassirer, 1997: 19-20).
La pluralidad de fenómenos del mundo presentes en el Diario converge en este gesto de conocer que en él se despliega. En lugar de focalizar las múltiples cosas sin articulación entre sí recogidas por Miranda, resulta más productivo interrogarse entonces por la forma en que el autor opera para apropiarse de ellas.
En sus extensas descripciones, el viajero prosigue un método que se rige por la observación directa. Confía a su ojo el apresamiento de las particularidades de los diferentes objetos que enfoca. Se trata de conocer a partir de la experiencia sensible y luego procesar lo visto en su Diario. Tomar contacto con los fenómenos y escribir con inmediatez acerca de ellos, para evitar los riesgos de la evocación, es su comporta- miento habitual.
Esta dirección que el viajero emprende en la búsqueda del conocimiento presenta puntos de contacto con el método que prosigue el pensamiento iluminista, inspirado a su vez en las ciencias naturales. Los principios gnoseológicos que sustentan el modelo científico y hacen posible su portentoso avance en el dominio de la naturaleza se basan en “una nueva alianza entre lo positivo y lo racional” (Cassirer, 1997: 23). El saber se construye a partir del contacto directo con los hechos. La observación permite descubrir las leyes que los gobiernan. Esto presupone cierta regularidad en lo real y una conciencia capaz de desentrañar su lógica.
El espíritu tiene que abandonarse a la plenitud de los fenómenos y regularse incesantemente por ellos (…) y lejos de perderse en aquella plenitud, encontrar en ella su propia verdad y medida. De este modo se alcanza la auténtica correlación de “sujeto” y “objeto”, de “verdad” y de “realidad” y se estable- ce entre ellos la forma de adecuación, de correspondencia que es condición de todo conocimiento científico. (Cassirer, 1997: 23).
Miranda, impregnado por esta razón científica, privilegia los aportes adquiridos a través de la experiencia sensible. Todos los objetos deben caer bajo su examen visual. Ver y conocer son dos actos indisociables para el viajero quien, en una oportunidad y ante la negativa de su ocasional compañero de viaje a descender en las excavaciones mineras expresa: “y sin embargo pretende saverlo todo” (Miranda: III, 17). Lo empí- rico constituye una instancia decisiva, el punto de partida obligado al extremo de exponerse a distintos riesgos físicos para lograr observar.
…fuimos á la boca de la mina que es mui ancha y profundissima— no me querian bajar, y mi compañero se oponia hasta amenazarme con que se hiria, &c mas al fin contra todos fui a baxo solo acompañado de un minero. (III: 12).[12]
Esta razón científica que configura el ojo mirandino se advierte también en sus descripciones saturadas de datos geométricos y numéricos. Influido por el espíritu matemático, su representación de lo fáctico recurre constantemente a cifras: “Poblacion 50.000 personas— 34 combentos de monjas y frailes” (II: 30), “La Biblioteca que es dadiva pralmte de Benedicto 14. contiene segun me informó el Custo de 122.000 volumenes, y no está mal ordenada” (II: 37), “se monta sobre la cupola por una escala triangular muy ingeniosa de 190 escalones. ” (II: 61). Las cuantificaciones permanentes dan por resultado notas estereotipadas a la vez que son precisiones útiles en su afán por especificar hasta el menor detalle todo lo visto. La razón analítica, que des- compone los fenómenos en cada una de sus partes, se advierte en la forma de inventa- rio característica de sus apuntes. En un caso, detalla objeto tras objeto existente en una habitación. Las enumeraciones constituyen su modo de absorber lo real.
Fui á vér el Gavinete de Historia-naturál del Principe, que realmente es uno de los mejores de toda la Europa está dispuesta en 5 Salas mas bien peque- ñas; mas con buen orn noté al entrár varias obras de marfil, qe perfectamente representan casas, y Pabillones chinescos con suma perfeccion sin duda– – sus embarcaciones &c
Luego se vé una Colección de mariposas- é insectos la mas completa acaso que existe— y bellissima á la verdad en la 2ª Sala una Coleccion hermosissima de Plantas marinas y Grandissimo Hipopothamo del Cabo de buena esperanza muy bien conservado (el maior que he visto) y un otro pequeño del Nilo— balgame Dios que inmensa mole tambien un Topacio el maior que se Conose, pesa 12. Libras, y vino de Ceilan…. (. ), y el mejór fuerte amarillo que quiera verse Quadrupedos, y Aves, minerales, (…) bien conservados, y ordenado; (…) un Sagitarius que llaman, del Cabo de buena esperanza, es hermosa, y baliente ave— tambn una bella aguila de La Suissa—y un Casoway hermoso — y un Nido de pajaro construido con suma sagacidad. (III: 297-298).
Estas “actitudes cognoscitivas” indicadas con respecto al Diario presentan puntos de contacto con las exhibidas en los relatos de viajes científicos, forma predominante que este tipo discursivo adopta durante el siglo XVIII. Como ha señalado Mary Louise Pratt, sus actores son viajeros instruidos en la historia natural que se lanzan a clasificar la vegetación por diferentes regiones del mundo. La descripción se realiza con el lenguaje taxonómico de esta disciplina que produce un efecto ordenador sobre las diferentes variedades de plantas (Pratt, 1997: 96). Focalizados en un objeto puntual como es el caso de la naturaleza y con una formación disciplinaria específica, tales viajeros manifiestan con mayor intensidad que Miranda las características de esta racionalidad científica, agudizada por la pertenencia a la historia natural.
Nicolás Casullo elabora para cada etapa histórica, diferentes “escenas imaginarias” que le permiten desentrañar los aspectos esenciales de la configuración de una cultura en el tiempo. Estas imágenes pictórico-teatrales representan el sustento invisible que explica una determinada época, y de ellas se desprenden numerosas escenas reales de la historia. La imagen que el autor compone para definir la Modernidad es la de “un sujeto frente a un objeto”.
Esa escena no sólo instituye el método racional, científico, claro para asumir al objeto, sino que también instituye la representación del sujeto. No solamente estructura al objeto para entenderlo, sino que básicamente conforma a ese sujeto que está tratando de dar cuenta del objeto. Este sujeto es el yo racional, ese sujeto es la conciencia filosófica-científica tratando de dar cuenta a través de conceptos de lo que debe ser el mundo. (Casullo, 1996a: 226).
Los primeros trazos de esta escena invisible emergen en el humanismo renacentista y aparecen ya con nitidez en el siglo XVIII. El viaje de Miranda materializa aquella trama escondida a través de la cual Casullo reflexiona acerca de la Modernidad y de la Ilustración. Subyace en el Diario un concepto de verdad como producto del acto de conocer llevado a cabo por un sujeto capaz de tomar contacto con los fenómenos y explicarlos por medio de la razón.
Progresivamente desde el Renacimiento, se accede a través del método científico al dominio de la naturaleza y esto da lugar a que se instituya un modelo de verdad basado en un tipo de razón ligada a lo empírico. Con la Ilustración pierden validez las verdades acerca del mundo provenientes de la revelación divina, a partir de la constatación de que los dogmas de la cosmovisión religiosa son un obstáculo para el conocimiento objetivo de la realidad. En este sentido, la “escena moderna” –en la que un sujeto da cuenta de los objetos– se origina en una ruptura crítica respecto de aquellas ideas ordenadoras del mundo fundadas en la palabra de Dios, figura central de las escenas del pasado.
Esta racionalidad científica se complementa con la crítica, otra dimensión de esas “actitudes cognoscitivas” imperantes en el Iluminismo. Ambas constituyen dos instancias indisociables de la Modernidad entendida como “proceso de nueva comprensión de lo real, del sujeto y las cosas” (Casullo, 1996b: 11) que marca el ocaso de la cosmovisión teocéntrica, de prolongada tradición en la historia occidental.
El pensamiento ilustrado (…) implica, la emancipación de cualquier tute- la, la lucha directa –como diría Voltaire– contra la religión como tutela y como figura de la esclavitud de la conciencia. El pensamiento ilustrado implica un amanecer de una conciencia libre, la idea de que el hombre, la sociedad, la naturaleza, son territorios abiertos (…). (Forster, 1996: 256).
Posicionado en las antípodas de la interpretación religiosa del mundo, Miranda reemplaza las revelaciones bíblicas por conocimientos empíricos. Bajo su mirada desacralizante, el Papa es un hombre común, el ritual eucarístico aparece vaciado del misterio de la transubstanciación y las reliquias se igualan a los amuletos. Su perspectiva racionalizadora da cuenta de este proceso de desencantamiento del mundo que se opera a partir de la crítica.
…En un buelo paseamos de aquí al Vaticano en Coche, para gozár de la funcion que oi avia en la Capella Sistina con motivo de tenér su Santidad Capella; esto es asistir pontificalmte á la misa (…) en fin llegamos a tiempo a vér toda la funcion, que realmte es digna de la Consideracion de un hombre que piensa: que fausto, que absurdidades!… como es posible que los Pueblos haian prestado veneracion, y creencia, á unas ridiculeces semejantes!….(…) quando su Santidad oficia en la misa le traen la Ostia á su silla pa qe alli con todo descanso la Consuma; y asi mismo el sanguis que lo bebe pr un tubo de oro, como las Limeñas el mate.– finalmte concluio toda la funsion despues de las doce; y io me baxé á S. Pietro pa vér a su Santidad mas de serca, y en vestido familiar. (II: 84).[13]
Desde su concepción racional, las creencias y prácticas religiosas son absurdas supersticiones. El modo en que el pueblo profesa su fe le parece ritos vacíos y por ello, protesta con indignación a causa del ciego cumplimiento de las obligaciones del culto. Roger Chartier señala que, a lo largo del siglo XVIII, se conformó una “religión de lo estable” constituida a través de prácticas obligatorias y unánimes que la Reforma impuso hasta impregnar la vida cotidiana de los fieles (1995: 108). Las conductas periódicas que se exigen son la asistencia a la misa dominical y el cumplimiento de los deberes pascuales. Muchas anécdotas narradas en el Diario recogen testimonios de esta situación. A diferencia del esmero con que los posaderos observan los rituales de la Cuaresma y Semana Santa, Miranda no respeta ningún precepto. Librado de dogmas y compromisos eclesiásticos, su propia conciencia decide sobre sus actos.
……puseme á leér aquí mi Virgilio con el mas dulce y sabroso gusto y quando vino la sopa observé que era de Viernes sobre lo qual dixe al huesped que pr. que no me dava Carne y me dixo que en dia de vigilia no podia sin cometér un pecado mortál. le dixe que le importava lo que un herege hacia- y me respondia fanaticamte. que la Ley divina, y humana se lo prohivian igual- mente &c….. en fin la aparicion de mui buenas truchas &c. me retornaron del enfado que este bestia me dio, y al fin encontré que me sirvio una comida excelente por precios razonables.- (III: 424).[14]
En materia de cultos, Miranda profesa como ideal la tolerancia religiosa, aprecia- da en Estados Unidos y en Florencia. Sostiene que la libertad de credos trae efectos beneficiosos en la sociedad ya que posibilita la expansión económica, el avance cien- tífico-técnico y el florecimiento de las artes. Por otra parte, la coexistencia de diferentes creencias dentro de una nación es, a sus ojos, signo de respeto hacia los derechos del individuo.
(…) esta es la Ciudad de toda la Ytalia que puede verdaderamte sobre llevár el nombre de comerciante; y proporcionalmte es mas rica que ninguna otra; la tolerancia religiosa acordada por los Medicis en tiempo qe ninguna parte de la Ytalia la Conosia, es el origen de esta opulencia, y felicidad Publica! (…) El Pueblo está mui bien vestido, y no se vé un olgazan por las calles. (II: 51).
Por el contrario, advierte que la presencia de una religión oficial, y en particular la ortodoxia católica, constituye un obstáculo para el desarrollo de los estados que adhieren a este credo. El viajero descubre una regularidad: el atraso en las diversas manifestaciones de una sociedad se corresponde con la pertenencia a esta religión y se interroga “(…) no puede de aqui pues concluirse que en el catholicismo, hai cierta cosa que se opone á la prosperidad publica?” (III: 390).
La crítica enfrenta también los fundamentos de la legitimidad de la monarquía absoluta. La actitud de enjuiciar al rey se inscribe en la crisis vigente en la época de las representaciones tradicionales del soberano que pasa de ser concebido como institu- ción divina a basar su autoridad en un contrato con sus súbditos.
El viajero repudia testimonios de idolatría hacia príncipes y monarcas. Desde su visión cuestionadora, rechaza las reverencias, aún vigentes en la práctica popular, que enaltecen la figura del rey como objeto de adoración.
Vi aquí una accion caracteristica del Espiritu actual de la nacion Llego un oficial en uniforme á hablár al Pe sobre asunto del servicio en no sé que variacion con otro; y antes de hablar se hecha pr tierra á quererle besár los pies, que el rehusó con rubór pr estár io presente, haciendo el modo de repren- derle por ello explicó su asunto, y el Pe le acordó lo que pedia, con lo qual se hecha por tierra aun, y besa pies, piernas y quanto pudo agarrar que Diablo de republicanismo, ni Libertad este tambien noté que unas pobres mugeres que estavan al paso del Rey quando salimos á Caballo se hecharon pr tierra con la cara en el suelo y manos en la Cabeza quando pasava. Fuera fuera la Libertad quando estas acciones se toleran sin rubór. (II: 288).
La descripción que Miranda realiza en su Diario del rey de Dinamarca, Cristián VII, remite a los elementos característicos de las monarquías absolutas del siglo XVIII. El prototipo del monarca de la época es el de un déspota rodeado de lujo e indiferente a la situación de sus súbditos, a quienes mantiene en la ignorancia para asegurar su sumisión. Recluido en su palacio tiende a delegar su poder en ministros y se abandona a una vida distendida junto a su corte (Im Hof, 1993: 159).
Durante su estadía en ese país, el viajero se informa, por medio de la lectura, acerca de las crueldades perpetradas por el gobierno despótico de este soberano. La trágica historia del conde Johan Friedrich de Struensee y de la reina Matilde es un testimonio del escaso interés del rey por introducir mejoras en sus dominios y del fracaso de la aplicación de un programa ilustrado en el marco de un gobierno tiránico.[15] La ejecución de este ministro es un signo de la indiferencia del monarca hacia el bienestar de la sociedad. Un siglo antes, el despotismo dinamarqués, representado por Cristián IV, había quitado todo apoyo al astrónomo Tycho Brahe a causa de motivos triviales. Estas historias despiertan preocupaciones en Miranda que reflexiona sobre el destino de los hombres sabios en un gobierno absolutista “(. ) no he podido dormir en toda la noche (. ) maldita sea el Despotismo una y mil veces!!!” (III: 108).
La actitud profana con que retrata en su Diario al rey de Dinamarca indica el quiebre de las representaciones sacralizantes. Su caracterización sigue el motivo del monarca insano; su cuerpo, como también el de los príncipes de la familia real, es deforme y evidencia trastornos mentales. Los rumores dicen que en las fiestas de palacio el rey incurre en depravaciones, acosa a las damas, “les aprieta la mano, y alguna véz les dice cosas lividinosas” (III: 116).
(. ) mas lo que llamó mi atencion, y me tuvo ocupado todo el tiempo fue la familia Rl que estava allí el Rey en uniforme de Guards, y asi mismo el Principe Rl, y el Principe Federico, y la Princesa Real de Augusa, hermana del principe Rl, que es mui graciosa muchacha el Rey parese sumamte mozo y mas bien, el hermano que el Padre de sus hijos. mas que espectaculo triste al verle haciendo muecas constantemte; y movimientos con los ojos, que indi- can plenamente no estar en su juicio al fin de cada acto se levanta y pasea para aqui y para alli mira á los circunstantes les habla algo, y no le hacen caso— quando continua la pieza se sienta otra vez &c. o que reflexion para una Nacion, cuia cabeza está en este estado y para que el que considera que con sus orns. se condujo todo el negocio y procedimientos de la Reyna M., Strunse &c! (III: 106).
Chartier reconstruye el proceso, no lineal sino discontinuo, a través del cual se deteriora la representación del monarca en la mentalidad de los súbditos. Un momen- to importante tiene lugar cuando “se piensa en el rey como una persona privada cuyo cuerpo físico, sufriente o glorioso ha perdido todo valor simbólico” (Chartier, 1995: 135). Esta posición irreverente con la que Miranda describe al rey constituye un resquebrajamiento de los fundamentos del Absolutismo, expresados en la frase de Luis XIV “el estado soy yo”, plena identificación entre el cuerpo real y el cuerpo político. Al resaltar los defectos físicos del monarca, el viajero se concentra en su dimensión humana y desestima la investidura política.
A diferencia del aborrecimiento que Miranda expresa hacia el gobierno despótico del rey de Dinamarca, la incipiente república en los Estados Unidos y el reinado de Catalina II de Rusia despiertan su admiración. El estilo de administración de esta emperatriz se inscribe dentro de un programa ilustrado cuyo objetivo es extender la educación y mejorar las condiciones en que se encuentran hospitales y cárceles. Esta soberana ejerce un mandato personal, sin delegar en ministros la conducción del rei- no.
(…) y fuimos al hospitál de la Ciudad llamado Catherina, (. ) visitamos primº. el apartamento en que están los Locos, hombres en un rango, y mugeres en el otro (. ) las enfermedades predominantes son escorbuto –y la asistencia es pr. mugeres, que veo es incomparablemte. mejór que pr. hombres, y no resultan los desordenes que se creia (. ) ésta es una de las mejores instituciones de su especie qe. pueden verse en el mundo; que caracteriza en parte la humanidad y sabida. de la emperatriz (. ) y luego venimos á la Bastille prisión nueva que la Emperat: ha hecho construir (. ) para seguridad y comodidad de los presos y no hai duda que esta hecha con inteligencia y magnifisencia. (II: 422-423).
Al tratar de asuntos políticos, Miranda toma como indicador objetivo el bienestar y progreso observable en la sociedad. Con esta evidencia y sin reconocer autoridades dadas a priori, evalúa los gobiernos y ejerce la crítica, libre de concepciones que limiten su libertad.
A partir de lo expuesto, puede afirmarse que el modo de aprehender la realidad desplegado por Miranda a través de su Diario se funda en la credibilidad otorgada a la experiencia sensible y a la razón como vías de acceso a la verdad. Esta operación implica, a su vez, el despojamiento y crítica de todo supuesto de carácter metafísico. Así, la cosmovisión religiosa pierde vigencia como forma de explicación del mundo y deja lugar a los saberes construidos por el hombre. El sujeto que subyace a este nuevo orden de verdad posee la facultad de capturar las cosas en términos científico-objetivos, libre de los dogmas religiosos que sometían su conciencia y le impedían conocer por sí mismo. La descalificación constante que el viajero ejercita contra las concepciones tradicionales en materia política y religiosa se inscriben plenamente en la representación ilustrada del mundo.
Teniendo en cuenta este irrefrenable movimiento impugnador propio de la Modernidad, resulta interesante dar lugar a esa comparación entre las “actitudes cognoscitivas” de Miranda y Sarmiento, antes mencionada.
El Romanticismo significa el primer embate crítico a esta construcción del “yo” racional al que cuestiona por su carácter artificial. Esa escena primera ha desterrado las “enfermedades del alma” constitutivas del hombre: lo irracional, lo poético, el miedo, la locura. Al calificar de “turbio i míope” su ojo, Sarmiento asume, en un primer momento, las desventajas de su condición periférica, para luego convertir esta mirada en la originalidad que le permite diferenciarse y estar a la altura de la pluma de Chateaubriand, Dumas y Lamartine e inscribirse con legitimidad en la institución literaria.
Poner en diálogo a ambos viajeros implica reconstruir las reformulaciones de esa escena matriz de la Modernidad. El Romanticismo no impugna, ni sustrae ninguno de los elementos de esta imagen compuesta por “un sujeto y un objeto” sino que, a través de la crítica, restituye a ese sujeto atributos humanos reprimidos por el método cien- tífico racional.
El pensamiento romántico (…) es aquel pensamiento que si bien celebra la libertad, esa nueva autonomía del hombre, de pensar por sí mismo, ejercerá (…) una crítica profunda a los sueños totalitarios de la razón científica y trabajará en ideas de sentimiento, de patria, de amor, de nacionalidad (…). En este pensamiento romántico aparece claramente una figura que debate con el científico de la razón técnica: es el poeta. (Casullo, 1996b: 16).
A la inversa del comportamiento cognoscitivo de Miranda donde se conjuga “lo positivo y lo racional”, Sarmiento reconoce, con una franqueza que escandalizaría a aquél que “no es estraño que a la descripcion de las escenas de que fuí testigo se mezclase con harta frecuencia lo que no ví, porque existia en mí mismo, por la manera de percibir” (1993: 6). En efecto, por citar un ejemplo, su descripción del espectáculo de tauromaquia, al que asiste durante su estadía en Madrid, trasciende esta práctica para transportarse, a través de una serie de asociaciones basadas en el concepto de barbarie, a los crímenes cometidos por el gobierno de Rosas.
En su modo de observar y conocer, el viajero romántico concede pleno derecho a los particularismos que lo constituyen. Por el contrario, Miranda procura representar la cosa en sí, despojada de huellas subjetivas y envuelta en datos numéricos. Los condicionamientos culturales no son considerados por el ilustrado como un filtro en su aprehensión del mundo. Esta concepción puede explicarse a partir del sentido de la palabra razón para el Iluminismo a la que se le atribuye un carácter universal:
El siglo XVIII está saturado de la creencia en la unidad e invariabilidad de la razón. Es la misma para todos los sujetos pensantes, para todas las naciones, para todas las épocas, para todas las culturas. (Cassirer, 1997: 20).
Conclusión
En su relato de viaje, Miranda se presenta como un sujeto cognoscente, capaz de alcanzar saberes acerca de los variados objetos que observa. Esta faceta constituye una característica fundamental para definirlo dentro de las representaciones del sujeto forjadas por la concepción iluminista. Es un hombre que se enfrenta al mundo sin la mediación de las interpretaciones religiosas y postula, a partir de la razón, nuevos significados para explicarlo. La crítica a los dogmas religiosos y políticos abre paso a la posibilidad de elaboración de saberes autónomos para comprender la realidad.
Esta faceta de Miranda que se descubre en el Diario enriquece, a partir del aporte de nuevos elementos, su imagen como precursor de la independencia. Su viaje puede ser interpretado como el particular itinerario intelectual de uno de los miembros de la ciudad letrada caraqueña de la segunda mitad del siglo XVIII, donde empiezan a esbozarse esas representaciones modernas ilustradas que más tarde estarían dirigidas a cuestionar los fundamentos del imperio español.
Bibliografía
Archivo del General Miranda (1929-1930). I-IV. Edición al cuidado de Vicente Dávila. Caracas: Sur-América.
Cassirer, Ernst (1997): La filosofía de la Ilustración. 3ª ed. México: Fondo de Cultura Económica.
Casullo, Nicolás (1996a): “Historia, tiempo y sujeto: antiguas y nuevas imágenes”. Itinerarios de la modernidad. Corrientes del pensamiento y tradiciones intelectuales desde la Ilustración hasta la posmodernidad. N. Casullo, Ricardo Forster y Alejandro Kaufman. Buenos Aires: Oficina de publicaciones del CBC, pp. 215-240.
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NOTAS
[1] Miranda recorre Estados Unidos, Inglaterra, Prusia, Austria, Hungría, los Países Bajos, Italia, Grecia, Rusia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Francia y Constantinopla.
[2] Archivo del General Miranda (1929-1930). I-IV. Edición al cuidado de Vicente Dávila. Caracas: Sur América. Como se indicará más adelante el Diario de Francisco de Miranda está incluido en un archivo más amplio y abarca, en la edición citada, los tres primeros tomos completos y parte del cuarto. En las citas realizadas en este trabajo se indicará, por lo tanto, el número de tomo del cual han sido extraídas.
[3] A fin de esclarecer la confusión que puede suscitarse cuando se indica que el viaje de Miranda se inicia en 1783 y que el Diario abarca desde 1771 puede señalarse que su autor reúne bajo este nombre varios textos, entre ellos: “Diario de Melilla” y “Diario de Panzacola” que dan cuenta de su ejercicio como militar de la monarquía hispánica, “A Journal of the seige of Penzacola West Florida 1781”, relato de guerra de un oficial del ejército inglés y apartados como “Retratos de hombres ilustres que están en la biblioteca del Escorial”, “Descripción del Palacio nuevo de Madrid”, “Descripción del Palacio viejo del Retiro”, en los que ya se anuncian sus ansias por conocer a fondo los lugares que recorre. Luego de desertar del Ejército español, la palabra “viaje” empieza a titular sus anotaciones. El primero de este nuevo tipo de encabezados es “Viaje por los Estados Unidos de la América del Norte” de junio de 1783. Es por ello que puede considerarse que el periplo propiamente dicho comienza en este último punto. En la sucesión de los diarios mencionados no existe conexión; además la escritura mirandina en estos textos se caracteriza por un marcado laconismo en cuanto a informaciones relativas al yo. El autor omite, al iniciar su viaje por este país, referencias a su abandono del ejército de la corona. Este vacío informativo ha debido completarse con la consulta de biografías sobre Miranda. En sentido estricto, la escritura del viaje, objeto de estudio de este trabajo, se extiende entre 1783 y 1789, año en que regresa a Londres y se dedica, hasta 1791, a completar su notas y consignar desplazamientos menores.
[4] En la Carta que Miranda dirige a Juan Manuel de Cacigal, general de su regimiento, y única persona que asume su defensa en la Corte, le anuncia su viaje en los siguiente términos: “(…) dirigirme á los Estados Unidos de America, no sólo fue por substraerme á la tropelía que con migo se intento, sino para dar al mismo tiempo principio á mis viages en países extrangeros, que save V. fue siempre mi intención concluida la Guerra; con este propio designio he cultivado de antemano con exmero los principales Idiomas de la Europa que fueron la profesión en que desde mis tiernos años, me colocó la suerte, y mi nacimiento. Todos estos principios (que aun no son otra cosa); toda esta simiente, que no con pequeño afán, y gastos se ha estado sembrando en mi entendimto por espacio de treinta años que tengo de edad, quedaria desde luego sin fruto, ni provecho por falta de cultura á tiempo: La experien- cia, y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinando personalmente con inteligencia prolixa en el gran libro del Universo; las sociedades más savias y virtuosas que le Componen; sus Leyes, Govierno, Agricultura, Policía, Comercio, arte militar, Navegación, Siencias, Artes &… es lo que unicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la obra magna de formar un hombre sólido, y de Provecho!”. Archivo del General Miranda (1930): VII, p. 9.
[5] Este artículo forma parte de una investigación más amplia en torno del Diario (1771-1791) de Miranda. En uno de sus apartados, analicé este corpus a partir de su inscripción dentro del tipo discursivo de los relatos de viaje y su especificidad en la escritura mirandina.
[6] Como se sabe, Walter Mignolo (1981) propone, la noción “texto de cultura” para destacar el valor de algunos escritos para la memoria colectiva.
[7] De acuerdo con las características generales del Diario se puede concluir que se trata de un escrito de orden privado en el que el propio autor es el único destinatario previsto. La ambigüedad de algunas frases, la ligereza de las anotaciones, evidente incluso en el uso de abreviaturas, lo descuidado de la redacción de algunos pasajes y lo estereotipado de las descripciones, dan cuenta de un escrito sólo en función del yo que, al no plantearse un receptor, no busca la inteligibilidad ni se preocupa por el cuidado de la expresión.
[8] El ordenamiento dispuesto consta de tres grandes secciones que a su vez presentan respectivas subdivisiones. La primera, llamada Viajes, incluye Diario, Actuaciones y Documentos, Cartas de Miranda y Cartas a Miranda, una Miscelánea e Impresos. La segunda, Revolución Francesa, reúne Corresponden cias, Procesos Judiciales, Defensa, Memoriales y Cartas de mujeres. Finalmente, la tercera, Negociaciones, atañe al proyecto de independencia de las colonias españolas en América. Esta sección contiene cartas y esbozos preliminares.
[9] Existen dos ediciones completas de los papeles mirandinos. La primera de ellas, Archivo del General Miranda, se inicia en 1929 y culmina en 1950. Abarca veinticuatro tomos cuya publicación, sucesiva en el caso de los primeros catorce entre 1929-1933 y a cargo de Vicente Dávila, se paraliza hasta 1938 en que sólo se edita el decimoquinto bajo la supervisión de una Junta Directiva de la Academia Nacional de Historia. Los volúmenes restantes se concluyen hacia 1950 preparados por una comisión de la Academia Nacional de Historia y de la Academia Venezolana de la Lengua. Esta obra se caracteriza por su fidelidad al manuscrito en cuanto a la disposición de los documentos, su reproducción en la lengua original en que fueron compuestos y el mantenimiento de las convenciones de la lengua escrita propias del siglo XVIII. La otra edición, Colombeia, consta de doce tomos y surge como un proyecto de publicación diferente al emprendimiento anterior. Coordinado por Josefina Rodríguez de Alonso, los criterios de este trabajo son: el ordenamiento cronológico de los diferentes textos, la traducción al español de aquellos originalmente compuestos en otro idioma y la adaptación, en todos los casos, a la normativa ortográfica vigente en la actualidad. Esta iniciativa realizada a partir de 1978 se interrumpe en 1988 sin alcanzar a publicar la totalidad del contenido del archivo.
[10] Es necesario aclarar que las referencias a Sarmiento tienen la función de contextualizar y definir con mayor precisión las “actitudes cognoscitivas” de Miranda sin constituir, en el marco de este trabajo, un objeto de estudio.
[11] Debe tenerse en cuenta que una diferencia importante entre el relato de viajes de Miranda y el de Sarmiento es la voluntad de este último de publicar su texto y de incluirlo en la institución literaria.
[12] En otro lugar Miranda dice: “(…) me quedé admirado de la abilidad con qe un siclope de aquellos forma una barra de hierro (…) como si fuese una masa (…) por tan curioso me quemé los dedos” (III: 11).
[13] En otro pasaje, aparece un comentario burlesco, procedente de una perspectiva racionalizadora “…baxamos pr la Yglesia misma á dhos. soterraneos (…) son tenidos pr depositos Santos, y sus huesos distribuidos como reliquias authenticas (…) mi compº, y mi criado aprovechando la favorable ocasión, se llenaron bien las faltriqueras á escondidas, de canillas y huesos sagrados io reia entre mi grandemte del pasaje y (. ) tuve lugar de hacerle convenir, en que siendo aquel suterraneo, el lugar de donde los Romanos sacavan arena para sus menesteres, y despues abandonavan para sepulcros de lo pobres, no seria extraño que muchas de nuestras Sacras Reliquias, fuesen huesos de paganos? y mi gente que oie la proposicion, se ratifica, y tira sus reliquias al diablo apenas salimos de la Chiesa. ” (II: 76-77).
[14] En otra parte, narra lo siguiente: “Partimos á las 5 m, y a las 10 llegamos á San Quirigo, lugár de mediana población; á penas entramos pr la calle que nuestro Viturino oiendo que salia misa en una
[15] Algunas de estas críticas conectan con las frases, enunciadas al pasar en el Diario, con las que Miranda cuestiona a la monarquía hispánica. Al no constituir España un paraje de su periplo, las críticas al poder real español son breves y aparecen diseminadas.
