Gino González es un coplero y todo coplero es un cuentero que a veces no puede evitar ser también cuentista. Es un contador de los caminos. A veces cambia los trastes del cuatro por las teclas de la computadora y el canto se hace cuento cuando la nota se hace letra. Bendito él que tiene esa virtud, talento o cualidad de pasar del sonido al silencio y seguir contando sin embargo. Lo que persigue, acosa o angustia a Gino es lo que nuestro amigo Orlando Araujo denominó necesidad o «afán de expresión». En este libro, El Evangelio según los perros, a lo largo de sus veintiún relatos, el autor da rienda suelta a esa necesidad y a ese afán de contar y cantar y contar por los siglos de los siglos si Dios le da tanta vida, siempre y cuando haya un alma que lo lea o una criatura que lo escuche (Earle Herrera, Prólogo).
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