Gonzalo Fragui
Pancho Massiani y Eugène Ionesco
Una noche el escritor venezolano Francisco Massiani conversaba con un desconocido en un bar de París. La conversación era de lo más animada. En uno de los viajes de Pancho al baño fue abordado por otro venezolano que también estaba en el bar. El otro venezolano le preguntó a Pancho si sabía con quién estaba hablando. Y Pancho respondió sinceramente que no. El venezolano le informó que se trataba nada más y nada menos que del famoso escritor Eugène Ionesco.
Al saber la noticia, Pancho medio se sacudió, salió inmediatamente y preguntó a su contertulio que si era verdad que él era Ionesco.
A lo que Ionesco respondió:
—Es verdad, soy Ionesco, pero vamos a seguir conversando como si no lo fuera.
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Bebedores oceánicos
Durante un tiempo los integrantes de El Techo de la Ballena, Hesnor Rivera, Hugo Batista, Adriano González León, Alfonso Montilla y Edmundo Aray, entre otros, bebieron asiduamente en un bar que quedaba en San Bernardino, llamado «El Pacífico», pero que, como a las 12 de la noche, los echaban a la calle, Adriano decía siempre:
—Camaradas, no nos queda otra alternativa que pasar el Canal de Panamá.
Todos comprendían que debían irse a otro bar que quedaba como a cuatro cuadras de allí llamado «El Atlántico».
Por eso se hacían llamar «Bebedores oceánicos».
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Club difícil
El narrador Rafael Victorino Muñoz creó en Valencia un club donde sólo pueden entrar escritores que además sean deportistas y abstemios.
Durante diez años ha sido su único miembro.
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Alcohólicos Conocidos
Adriano dejó de beber por un corto tiempo y se inscribió en Alcohólicos Anónimos. Se puso antipático. Se dejó el pelo largo en rulitos, andaba con un bolso que llamaban “maricómetro”, y unos lentes redondos. Enver Cordido para fastidiarlo lo llamaba “La Pequeña Lulú”.
Entonces llegaba Adriano al Vecchio Molino, con su nuevo look, y empezaba a caminar por detrás de los amigos que estaban bebiendo. Hablaba en voz alta para que lo oyeran:
—Cómo es posible, perdiendo el tiempo aquí, en lugar de estar escribiendo, en lugar de estar pintando, en lugar de estar haciendo películas…
De todas maneras, los poetas de la República del Este no le hacían caso.
Al finalizar su mitin antialcohólico, pedía un “piloto”, que consistía en aguaquina, amargo de angostura, un limón y hielo, pero sin alcohol.
Un día, Adriano se ganó un premio, le dieron un reconocimiento muy importante, y llegó al Vecchio a pedir licor. Cuando ya tenía bastantes tragos encima llamó al poeta Bonafina, el hermano de Doris Wells, quien lo llevaba y lo traía a todas partes.
—Venga acá. Llévame a Alcohólicos Anónimos.
Como a la una de la madrugada llegaron. Adriano tocó la puerta y salió un señor medio dormido:
—¿En qué podemos ayudarlo, hermano?
—A que me borren de esa mierda.
Cuando los vieron regresar, dijo Marcelino Madrid:
—Más vale borracho conocido que alcohólico anónimo.
Entonces los amigos recibieron a Adriano como al hijo pródigo.
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¿Y no piensan insistir?
Recuerdo haberle leído a JM Briceño Guerreo esta anécdota sobre el poeta Acevedo. La cuento de memoria.
Un día unos muchachos invitaron al poeta Acevedo a tomarse unos tragos. El poeta se negó, dijo que que estaba tomándose unos remedios y que no podía.
—Ah, bueno, vámonos —dijeron los muchachos, a los que se sumó una hermosísima mujer que salió como de la nada.
El poeta Acevedo, al ver que cambiaba la correlación de fuerzas, se arrepintió y empezó a llamarlos:
—Ey, muchachos, ¿y es que no piensan insistir?
