La rebeldía del verbo en Arella se consume en el amor de la Diosa Primordial, entrelazando un misticismo que florece en el peso inmanente de su palabra que se ha hecho potente y tensa por la intemperie que lo ha fraguado, una intemperie desgarrada por la hipermodernidad, donde lo divino no encuentra refugio sino en lo indestructible de la poesía que se ha afilado hasta cobrar venganza y hundirse en la médula del mal con su instrumento redentor. La devoción guerrera en sus versos está imantada de un erotismo ascensional que excede sus límites para encontrar el centro movedizo en el éxtasis, sin dejar a un lado el latido del compromiso político por la dignidad del individuo latinoamericano que ha sido despiadadamente estafado a través de ideales políticos caducos y promesas populistas defasadas, y solo le queda la dimensión crística, el ardor de la physis y la soledad indestructible donde nace el hijo del hombre (Lucio Piélago, nota de contraportada).

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