Jesús Puerta
Escribir sobre la obra de Gustavo Fernández entraña para mí una gran dificultad. No puedo evitar el lenguaje personal: eso es imposible, cuando se ha conocido y se ha profundizado en una amistad, mediada por proyectos comunes y conversaciones intensas. Y aunque tratemos de suturar el desgarro de una pérdida como la de Gustavo, con alguna frase apropiada, siempre nos sonará muy manido, demasiado “a la mano”, aquello de que “siempre vivirás en nuestro (mi) recuerdo”. No me sale fácil esa poesía tristemente repetida de las elegías. La otra opción es cantar aquel poema de Miguel Hernández musicalizado por Serrat: “No perdono a la muerte enamorada/ No perdono a la vida desatenta/ No perdono a la tierra y a la nada”.
No me gusta leer poesía, porque considero que sólo si es acompañado de la música, el lenguaje alcanza su verdadero encanto. Tal vez por eso hay oraciones y responsos, con sus repeticiones corales y sus ritmos pausados. Eso puede servir a muchos para decir lo que se debiera cantar, pero no se tiene oído ni afinación para ello. Pero mi ateísmo impenitente me impide usar esas retóricas fúnebres para salir del paso. Por eso pido disculpas al lector por mi sequedad expresiva. Digamos que es simple pudor de mostrar mi dolor. La tristeza se expresa mejor con el silencio.
LA OBRA
Pero hay que atravesar el desgarramiento (y “la página en blanco”) y advertir que allí está una obra, unos libros, unos ensayos y unos poemas. Descubrirlos como un ser que, a pesar de todo y todavía, está allí, en el mundo. Están “Llama de amor viva. Ensayo sobre la mística de San Juan de la Cruz” (2009), “La corriente nocturna” (2005) y “La transición latinoamericana. Crisis capitalista y construcción de alternativas” (2012). También innumerables artículos en sitios web como “Aporrea”, “Rebelión” y su propio blog, además de sus textos en revistas científicas, como aquel número de “Estudios Culturales” que él editó, sobre la temática ecológica. O las memorias sobre los estudios del Caribe.
Todo eso es lenguaje: es todo un mundo, o es la misma persona recordada con la que seguimos dialogando. Pudiera citar un coro de autores, muy leídos por el amigo, en respaldo de este concepto. Impostar la erudición. Mencionar a Heidegger, Wittgenstein, el poeta Ramos Sucre. Hasta (¿por qué no?) Nietzsche. Leer los textos y conversar con ellos, a la manera de Gadamer, como si, mediante ese diálogo, escucháramos su voz, la misma que nunca más oiremos, pero que ahora aumenta su volumen, su tesitura, su registro, su vibrato, cuando ensayamos esa conversación en la cual, al mismo tiempo que aprendemos de un verdadero maestro del pensamiento, le podemos hacer preguntas y observaciones, incluso cometer la irreverencia de una objeción. Entonces ya podremos construir, a partir de recuerdos y evidencias, algunos rasgos de Gustavo Fernández que nos acompañan en el recuerdo y su constancia de lenguaje.
UN HOMBRE CON VOCACIÓN DE PENSADOR
En primer lugar, vale subrayar que nos hallamos frente a un hombre con una profunda vocación de pensador. No sólo de ávido lector, riguroso roedor de papel. Cualquiera advertiría su amor a los libros de sabor borgesiano, no sólo academicista. Ese gusto por las referencias sistemáticas a autores, libros, pasajes, que a veces evidencia un respeto extremo por las reglas de presentación de los trabajos académicos, y apenas enmascara la pasión por el conocimiento que circula por los vasos expandidos que esa piel de papel no oculta.
La vocación de pensador de Gustavo (que no es lo mismo que su disciplina de erudito) es evidente en sus ensayos y también en su poesía. Están claros: el amor a los libros, el rigor sistemático, la riqueza de las fuentes, la recurrencia a las autoridades, la formalidad académica. Pero hay mucho más que eso. Creo recordar a José Balza, un venezolano que seguía a Borges en eso de la pasión bibliográfica, diciendo que la creación se resume en la composición de las citas de otros. Esto es conocido y hasta se ha representado en lo alto de algunos templos: los enanos que, en los hombros de los gigantes, pueden ver un poco más allá. El pensamiento propio, original, que logra su vuelo porque aletea desde la altura de los antecedentes. Lo que quiero decir es que, más allá de la erudición, hay que descubrir el curso caudaloso de los pensamientos. Y Gustavo fue un pensador (duele el inevitable uso de ese tiempo verbal infame…pero, sigamos).
A propósito de este descubrimiento del pensador escondido en el erudito, es pertinente la anécdota del muchacho que deseaba estudiar Filosofía en la Universidad, pero que no lo logra, porque tuvo que iniciar un periplo que arrancó en Arquitectura y terminó en Educación, mención Literatura. Así, Gustavo llega a Educación en una Universidad, la de Carabobo, donde no hay Facultad de Humanidades. En este trayecto estuvo vinculado con grupos como “El bisturí parlante”, de la USB, y “La 115” de la UCV.
LA TENSION ENTRE VITA ACTIVA Y VITA CONTEMPLATIVA
Sospechamos que aquí, en ese viaje que fue quizás también indecisión, hay una señal inconfundible de una gran inquietud, producto, como siempre, de una naturaleza contradictoria, ígnea, llena de velados y elaborados conflictos, heracliteana, que simplificaremos en una polaridad entre la apartada, laboriosa y sistemática erudición, por una parte y, por la otra, la búsqueda comprometida de una vivencia intensa. Para decirlo en términos de Hannah Arendt (que la toma a su vez de los antiguos griegos): se trata de la tensión entre la VITA ACTIVA y la VITA CONTEMPLATIVA (Arendt, 1974).
Y nos confirma en esa apreciación, precisamente la adscripción de Gustavo Fernández Colón, en su temprana juventud, a la militancia política, al mismo tiempo que lo reitera esa evidente hambre de lectura. La referencia a Hannah Arendt es útil. Para la filósofa judía alemana, la VITA ACTIVA es la política, a la manera griega antigua; es decir, el mundo de las iniciativas y las propuestas colectivas para la ciudad-Estado, la vida hecha para el debate y la acción, para la confrontación pública de las ideas; mientras que la VITA CONTEMPLATIVA era la propia de aquellos hombres aristocráticos, receptivos, para el Platón que a través del ojo del pensamiento podía contemplar los arquetipos en el TOPOS URANO, de esos hombres absortos en el espectáculo de lo Ente, que se sorprenden y maravillan de lo que ven en el universo y arriesgan una explicación total. La sorpresa o maravilla es el punto de partida de la filosofía.
Pero en el pensamiento de la Arendt esa oposición VITA ACTIVA/VITA CONTEMPLATIVA tiene otro derrotero porque le sirve para contrastar con los rasgos de la Modernidad. En esta última, esa oposición deriva en otras; se transforma profundamente, porque el nuestro es el tiempo del trabajo, y la vida activa en virtud de una mutación esencial de lo público, concurre con los esfuerzos, en una sola esfera. En la antigua Grecia, el trabajo y las labores, la producción y las tareas domésticas, son propias, no de Hombres (sí, con H mayúscula), sino de esclavos y mujeres. Los aristócratas de las asambleas de las ciudades griegas, y los esclavos y las mujeres, que trabajan o laboran, pertenecen a esferas vitales muy diferentes. Pero en la Modernidad, lo público se violenta al hacerse masivo, impersonal, propio de UNO (aquí suena el eco de Heidegger); mientras lo privado se refugia en lo íntimo. De la contemplación sólo quedan briznas en lo que se terminará llamando (y categorizando) literatura y alguna filosofía, precisamente aquella que se maravilla en el lenguaje. Mientras tanto, la acción no tiene un plano como la casa que construyen los obreros. Ya no es iniciativa pura o puro discurso hecha propuesta. No hay lugar para los aristócratas del pensamiento, sino para los artesanos de la palabra. La retórica, luego de ser despreciada por los filósofos (una de las artes de la adulancia, según Platón), termina haciéndose publicidad en los espacios modernos de los medios.
La evolución moderna de la Vita Activa (y, en consecuencia, de la Contemplativa, que, a pesar de todo, no desaparece) replantea las contradicciones. Un hombre con una poderosa vocación de pensamiento (que es una manera de resituar al filósofo, al sujeto de la vida contemplativa) se halla con la necesidad de asumir un compromiso político a través de la militancia en organizaciones que defienden la posibilidad de construir un mundo alternativo, pasando por una conflagración salvadora llamada revolución. Es decir, su misión de pensar encuentra en la militancia, en el logro heroico de un mundo diferente, la posibilidad de realizar sus visiones alternativas.
Se entiende entonces que la militancia de Gustavo se adscribió a unas tesis y unas propuestas que iban más allá de reventar las relaciones sociales del capitalismo mediante la revolución proletaria, para arriesgar una crítica radical al mundo occidental, moderno, capitalista sí, pero sobre todo basado en la Técnica (otro eco de Heidegger), es decir, en unas relaciones de dominación y explotación de la Naturaleza que reproducen la misma dominación y explotación del Hombre por el Hombre. Es claro que en esta crítica radical de la Modernidad, hecha ya desde premisas ecologistas, abiertas a concepciones del mundo y hasta a civilizaciones diferentes a la occidental, constituía también un rechazo a las tesis marxistas de la necesidad del avance indetenible de las fuerzas productivas mediante la industria, para que ellas desarrollarán su propia contradicción, personificada en ese proletariado con el que se identificaron Engels y Marx para construir su punto de vista para interpretar la Historia y transformarlo.
¿Por eso su simpatía hacia el movimiento “Tercer Camino”? Allí se insinuaba ya ese proyecto de dejar atrás, no solo el capitalismo, sino al movimiento de su negación misma por sus contradicciones propias de un nivel de fuerzas productivas. Se trata de ir más allá: al rechazo de toda una concepción del mundo que asume a la Naturaleza como un simple utensilio, como un enorme almacén de recursos a explotar. También en el grupo “Tercer Camino” se hablaba de un árbol basado en raíces propias, latinoamericanas, y más allá: romper con un colonialismo que se había instalado incluso en las mentes radicales que solo buscaban en Europa su nutrición intelectual, desaprovechando las nociones de los pueblos originarios y las iluminaciones de pensamientos tan originales como el de Simón Rodríguez. Luego esa noción del “árbol de las tres raíces” fue plagiada por el discurso político y convertida en simple propaganda.
La militancia fue asumida por nuestro amigo casi al mismo tiempo que la vocación docente. Como se sabe, fue profesor del Departamento de Lengua y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UC, y del Doctorado de Ciencias Sociales de esa misma universidad. Tuve la fortuna de escuchar las charlas del profesor Gustavo Fernández, aun cuando no fui su alumno (por cierto, él sí fue mi estudiante: cosas de la vida). En esas exposiciones se combinaba la densidad de las referencias y los conceptos, con una gestualidad convincente, un gusto refinado en la escogencia y articulación de las palabras. En fin: el saber y el sabor conjugados en una recepción que no rehuía el debate cuando era necesario, justo por la existencia del afecto mutuo y la amistad que teníamos con la verdad.
Por cierto, sabemos por Heráclito y Hegel que las tensiones y los conflictos internos dan su dinámica a los procesos. El de Gustavo no podía quedarse allí. La vocación de pensador vencía una y otra vez cualquier tarea rutinaria propia de la militancia de los simples repetidores de propaganda política. La escritura entonces fue el cauce adecuado para aquella fuerza invencible que conducía a los grandes problemas fundamentales del Ser.
EL CAMINO INVERSO DE LA FABULA DE LA VERDAD
En 2005 recibió el premio para autores inéditos otorgado por Monte Ávila Editores por su libro “La corriente nocturna”. En 2006 obtuvo el premio publicación en el Concurso Internacional de Ensayo “Pensar a contracorriente” con su texto “La revolución venezolana. Una cartografía del cambio político en América Latina y caribeña”. Además de la presidencia de la Asocciación Venezolana de Estudios del Caribe fue miembro correspondiente de la Academia de la Lengua, Capítulo Carabobo.
El orden temporal de la publicación no siempre es el de su escritura. “Llama de amor viva. Ensayo sobre la mística de San Juan de la Cruz” fue escrita antes de “La corriente nocturna”, pero impresa después. Pero ambos libros comparten la misma línea de investigación. Y uso esa frase, propia de documentos universitarios, para indicar la común orientación metodológica y teórica de diversos trabajos. Efectivamente en estos textos, Gustavo se propone explicar y comprender algunas producciones literarias que reflejan una inquietud mística, de contacto directo y personal con lo Sagrado y de disolución del YO en el Ser o en la Naturaleza plena, a través de la experiencia iluminadora. Pero además pretende vincular el mensaje de esa literatura, con una propuesta civilizatoria (más allá de la teórica) de una nueva relación con la Naturaleza.
En ambos textos suyos, uno dedicado a la poesía mística de Juan de la Cruz, el otro, a lo que él llama “la corriente nocturna” de la literatura venezolana, representada en primer lugar por Juan Liscano, pero también por Manuel Díaz Rodríguez, Briceño Guerrero, Guillent Pérez, Armando Rojas Guardia, entre otros; nos encontramos con una multiplicidad de abordajes científicos: contextualización histórica, historia de las ideas, de la literatura y de las religiones (teología, filosofía), psicoanálisis junguiano, incluso briznas de neurociencia. Por supuesto se advierte aquí la tendencia del pensamiento complejo, de la inter y transdisciplinariedad, que en el mundo académico se difundió en la primera década del siglo XXI, específicamente en nuestro Doctorado de Ciencias Sociales de la Universidad de Carabobo. Las diferentes disciplinas conocen del fenómeno desde su particular abordaje y entran en diálogo. Más allá de allí queda lo transdisciplinario que, de acuerdo a Edgar Morin, es lo que queda fuera, entre y más allá de las disciplinas científicas. Hay el recurso de los paradigmas científicos, pero siempre que algo queda fuera. Hay una insatisfacción con el saber científico que seduce al aspirante a pensador. Es como si el estudioso deseara (con disimulado ardor) agotar las teorías científicas, en todos los sentidos del verbo “agotar”, hasta llegar al punto en que se callan todas las explicaciones, rendidas ante lo infinito. Es decir, intuir apenas lo inefable. Literalmente, lo que ya no se puede decir.
Después de la experiencia de la lectura de estos ensayos, no podemos dejar de recordar el periplo que, según Nietzsche, ha tenido la filosofía occidental. La narración del pensador alemán se inicia con la elaboración de Platón del “Mundo verdadero”, lleno de arquetipos y la luz desbordante del Sol de la Verdad (el “atardecer” de los aristócratas filósofos griegos), hasta llegar al amanecer en que nos despertamos gracias al canto del “gallo galo del positivismo” (es decir, de las ciencias positivas). En el trayecto de aquel sueño nocturno, el “mundo verdadero” se va disolviendo atravesando varias fases, Así, el “Mundo verdadero” platónico pasa de ser un mundo prometido al piadoso, al santo y a los ascetas (el cristianismo); luego, el espacio de las obligaciones y los “noumenos” de Kant. Continúa con un estado de disolución fantasmal en que ya no tiene nada que ver con la vida, ni obliga ni promete nada. Entonces llega la mañana y el ave macho anuncia que el sol inicia su viaje por el cielo. Por supuesto, es al mediodía cuando comienza Zaratustra.
Valga la digresión sobre la “Fábula del Mundo Verdadero” para advertir que en el dibujo de la trayectoria del pensamiento de nuestro amigo, aunque es casi el mismo del trazado por Nietzsche, hay un retorno, Gustavo parece desandarlo, el suyo parece ser más bien el viaje inverso al que narra el filósofo del Zaratustra. Gustavo acude a las ciencias positivas para tratar de dar luz a las búsquedas místicas de unidad sagrada con la Naturaleza o con Dios mismo. Es decir, arranca por la mañana. Por ello recurre a la historia, a la psicología profunda, a la crítica literaria, a la física cuántica incluso. Pero ellas no iluminan nada. Por el contrario, se agotan en explicaciones que no abarcan la experiencia inefable. Entonces, la vocación por el pensamiento pareciera obligar a desandar el camino y explorar precisamente la Noche. El Mundo Verdadero invierte su carácter etéreo de inasible espíritu, vuelve a corporizarse, a obligar, a deparar visiones luminosas, verdades que incluso diluyen la propia conciencia del Yo en la armonía de los opuestos de la Tierra. Lo confirma no solo la estructura expositiva de los textos analizados, sino su “salto” del ensayo a la poesía, a una poesía religiosa que, por cierto, asume los modelos de Juan de la Cruz.
LLAMA DE AMOR VIVA
Así, en “Llama de amor viva…”, nuestro amigo defiende a Juan de la Cruz de la acusación de panteísta, herejía condenada por la ortodoxia escolástica católica. Argumenta Gustavo que, al poetizar acerca de la integración del Yo, el Universo y Dios, en una sola entidad fina, el “doctor místico” lo que hace es continuar las tradiciones de las corrientes espirituales islámicas y las búsquedas de los maestros místicos germanos, como Eckhard, presentes en la religiosidad hispana del siglo XVI. Y es que en la experiencia de contacto con lo inefable, en esa disolución del Yo ante lo Sagrado, es una constante la identificación del Creador con su criatura, la Naturaleza, el Universo, el extasiado monje, lo cual retoma a su manera el poeta santo. Señala Gustavo que ese momento de dualidad entre el creador y su Criatura, propia del teísmo, debiera ser comprendida, en ese contexto de pensamiento teológico, como sólo un episodio que lleva al matrimonio del alma y su Amado en la unidad mística buscada.
Lejos de plantearse una discusión filosófica o teológica de defensa o crítica del panteísmo, lo cual lo llevaría a comprender que la ortodoxia escolástica católica identificaba los caminos de esa concepción, que identificaba a Dios con su creación, con los del materialismo, que niega la separación del Creador y el Universo, Gustavo retoma su línea de crítico literario y detecta, en la poesía de Juan de la Cruz, la presencia de los arquetipos principales descritos por el psicoanálisis de Jung: los cuatro elementos, el “Anima”, la “Sombra” (o “la Noche”), la llama y el “matrimonio Espiritual”. En efecto, hay constancias textuales de estos símbolos trascendentes del inconsciente colectivo, que no son sino episodios de un proceso de integración del inconsciente personal, el colectivo y la amplificación de la conciencia.
De esta manera, el agua (y los demás elementos: la Tierra o Piedra, el Aire y el Fuego) aparece textualmente con la fuente, imagen central de varios poemas del poeta analizado. Citando a Mircea Eliade, el gran historiador de las religiones, Fernández Colón explica que el agua es la matriz de todas las posibilidades de existencia y, por ello mismo, el inicio de las transformaciones del alma.
El otro símbolo que aparece una y otra vez en la poesía de Juan de la Cruz, es la Noche, alusión al Arquetipo de la Sombra que, en el contexto del pensamiento de Jung, representa lo rechazado, lo siniestro, el Dolor, el Pecado que nos enemista con Dios, todo lo oscuro que negamos en nosotros mismos y que a veces hasta proyectamos en los demás al ser enemigos. En la poesía del “doctor místico” la Sombra es “la noche oscura”, “la noche oscurísima del anhelo”, el “descenso a los infiernos”, lado nocturno y luciferino de las cosas que debe ser integrado y superado después en la figura de Cristo. Para llegar a esa unión final, hay que necesariamente atravesar esta oscuridad, por la cual se purga el sufrimiento por la separación del alma de su Amado divino. La noche oscura es también la Muerte que es sólo un paso hacia la resurrección. Esta se encuentra a su vez mediada por la imagen del fuego, que ilustra la transmutación del alma, el umbral de ingreso al tálamo matrimonial donde ha de consumarse el “matrimonio espiritual”.
Encuentra Fernández Colón representada esta unión mística final, en la Naturaleza, en la Tierra, otro de los elementos alquímicos. La Tierra es el receptáculo arquetípico de los demás elementos. La visión de la armonía de los elementos en la Naturaleza, se expresa en la poesía de Juan de la Cruz en imágenes claras de las montañas, los valles, las “ínsulas extrañas”, los “ríos sonorosos”, el “silbo de los aires amorosos”, “las aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores”. De esta manera, escribe Fernández Colón “Tierra”, “Piedra” y “Cristo” “se convierten en sinónimos del fondo divino del alma en el que la Criatura y el Creador se confunden” (Fernández Colón, 2009, pág. 96).
Luego de haber contextualizado la poesía de Juan de la Cruz en las tradiciones religiosas presentes en la España del siglo XVI, relacionando sus metáforas y símbolos con los arquetipos jungianos y de la psicología transpersonal, e incluso vinculando con los hallazgos de la física actual, la concepción del mundo que se expresan en estos versos, Gustavo Fernández Colón concluye con un párrafo que resumen todo su plan de búsquedas intelectuales y políticas. Dice el ensayista que dicha obra poética constituye una evidencia de
…los rasgos universales de una experiencia intrínseca de la conciencia, con sus implicaciones psicológicas, sociales y ecológicas (que) se revela como la alternativa más auténtica que le resta al hombre contemporáneo para recuperar su sentido de pertenencia a la pluralidad solidaria del Ser. Pues sólo del renovado cultivo de una intuición mística abierta siempre al diálogo con el discurso cambiante de la ciencia. Podrá surgir un modo armonioso de relación con la naturaleza y con el prójimo que permita la construcción de un orden social y tecnológico mucho más adecuado que el actual, para garantizar la permanencia de la vida en la casa compartida de nuestro planeta azul (Fernández Colón, 2009, pág. 102).
LA CORRIENTE NOCTURNA
Encontramos casi el mismo planteamiento central en “La corriente nocturna” (Fernández Colón, 2005). En este libro, Fernández Colón identifica una genealogía de autores venezolanos en cuya escritura alcanza su punto extremo, para decirlo con sus palabras:
…La ruptura con el marco gnoseológico y axiológico más allá del cual ya no tiene validez el calificativo de moderno. Ellos han incursionado (¿o provienen de?) un territorio prohibido, burlando la mirada de los guardianes de la ley de una razón perpleja ante lo Otro. (…) la forma misma del ensayo se ha visto forzada a transmutarse: mito y poesía irrumpen en los momentos culminantes de la reflexión agitada de Liscano; la filosofía del lenguaje de Briceño Guerrero encarna en personajes y acciones concretas, hasta disolverse en la corriente narrativa del ser y del decir; la teorización estética o teológica se fragmenta y estalla en Rojas Guardia al entregarse al erotismo de un leguaje surgido de la música callada del espíritu. Como un bote que se abandona tras haber cruzado el río, el ensayo, en estos autores, se inmola a sí mismo en la otra orilla de la religiosidad, atraído por el llamado de voces que resuenan más allá de Occidente y hacen eco en la sensualidad numinosa del cuerpo textual (Fernández Colón, 2005, pág. 117).
Fernández desarrolla un elogio al ensayo como género literario, colocado en la frontera entre la filosofía y la literatura, que permite la expresión fragmentaria e intuitiva que demandan ciertos temas. Para ello, se apoya en las definiciones de teóricos como Lukacs, Adorno, el mismo Juan Liscano. Encuentra en la obra de los escritores venezolanos que comenta, precisamente esa zona híbrida entre el lenguaje en función figurativa, propia de la poesía y la literatura en general, y en función reflexiva, que pertenece a la filosofía de todos los tiempos. Esta es, según él, un rasgo de esa “corriente nocturna”.
Más adelante puntualiza Fernández que los elementos de la obra de Liscano y de toda esa “corriente nocturna”, son “el acercamiento a la espiritualidad popular de filiación indígena o afroamericana recurrente en la extensa obra de Liscano; la nostalgia de Briceño Guerrero por el paraíso perdido de su discurso salvaje americano; la perplejidad de la tradición criolla ante un inminente apocalipsis de la modernidad anunciado sardónicamente por Julio Garmendia; y el trato reverencial de Rojas Guardia hacia estas mismas experiencias no católicas de la atávica experiencia religiosa; evidencian que el desencanto antimoderno, común a todos ellos, además de responder al clima epocal de decadencia imperante en las metrópolis del capitalismo globalizado, expresa las palpitaciones de las venas no europeas que discurren bajo la epidermis de la cultura latinoamericana” (Fernández Colón, 2005, pág. 117) .
Reconocemos en esta tematización, las mismas ideas que vuelven una y otra vez en la escritura de Gustavo. Él mismo pertenece a esa “corriente nocturna” que comenta.
Pero, desarrollando el enantiomorfismo de las formas de la oposición, Gustavo descubre en las búsquedas místicas y “nocturnas” que comenta (y con las cuales guarda un emocionado respeto), posiciones que cuesta no caracterizar de políticas: el rechazo a la civilización occidental, capitalista, moderna, dominada por la técnica, impulsada por una voluntad de subyugar a la Naturaleza, además de explotar y alienar al propio ser humano. Los contemplativos no rechazan del todo el mundo de la acción, del debate en la plaza pública de la ciudad. Al contrario, su disciplina mística, su exploración en los caudales subterráneos donde el Yo se disuelve y se anuncia lo Sagrado, es una postura también de rechazo a una forma civilizatoria muy bien definida.
COMPROMISO Y CRISISOLOGIA
La incorporación y desarrollo del pensamiento complejo, la reivindicación de culturas definitivamente no occidentales, las de los indígenas de Nuestra América, presentadas como alternativas civilizatorias por su concepción de unidad con la Naturaleza y una Buena Vida completamente diferente a la moderna, se replantea, con más fuerza argumentativa en “La transición latinoamericana…”, texto que inicialmente fue el de su tesis doctoral de Ciencias Sociales, mención Estudios Culturales, de la UC. También el pensamiento complejo, específicamente su teoría de las crisis o crisisología, es el marco conceptual que le sirve a Gustavo para pensar la nueva cartografía política de América Latina durante las primeras décadas del siglo XXI.
Como se sabe, durante aquellos años, y señaladamente después de la victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, América Latina entra en lo que se ha denominado la era de la “nueva izquierda latinoamericana”, del “neopopulismo” o del “progresismo”, como últimamente normalizó el término el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Se percibía entonces que, más que una era de cambios, era un “cambio de era” lo que estaba aconteciendo, como señalaba la ingeniosa frase de Rafael Correa. En Venezuela, en Brasil, en Bolivia, en Ecuador, en Uruguay, en Argentina, de nuevo en Nicaragua, incluso en Honduras, ganaban las elecciones, opciones políticas que se identificaban con programas que enarbolaban el rechazo del neoliberalismo que había tenido graves consecuencias sociales en todas esas naciones. Otro rasgo distintivo de esta tendencia continental era el antiimperialismo, la aplicación de políticas sociales redistributivas que cambiaban completamente las prioridades, que antes habían sido los equilibrios macroeconómicos, en beneficio de brindar a la población más necesitada posibilidades de educación e incluso de alimentación. En los casos de Ecuador y sobre todo Bolivia, las nuevas constituciones incorporaron el principio de la Buena Vida, “Sumak Kawsai”, que se remitía a la tradición ética de las comunidades indígenas y el respeto de la Naturaleza en clave ecológica. A esta tendencia histórica latinoamericana, Gustavo le dedicó mucha atención, y animaba sus impulsos políticos.
Por esos años, Gustavo Fernández desarrolló una intensa actividad: como profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación y luego del Doctorado de Ciencias Sociales de la UC, en un seminario que se convirtió en una delicia de erudición: “Estética y Sociedad”. También como organizador de eventos internacionales y cultivador de relaciones con intelectuales de toda América Latina, a través de su colaboración con el Gobierno de Venezuela. Además, Gustavo se acercó a los movimientos ecológicos y ejerció la presidencia de la Asociación Venezolana de Estudios del Caribe (AVECA), cuya convención anual se realizó entonces en Valencia, y sus ponencias merecieron dos números completos de la revista “Estudios Culturales”, cuya dirección también la asumió entonces nuestro amigo.
Asimismo, es de esos años los artículos militantes en “Aporrea” y “Rebelión”, algunos de los cuales dedicó a denunciar la penetración de la secta budista “Soka Gakai” en las Fuerzas Armadas y las universidades nacionales y experimentales, el premio al pensamiento crítico por su ensayo “La revolución venezolana: una cartografía del cambio político en la América Latina y caribeña” (2010), no publicado en papel todavía, aunque se pueda acceder a él a través de su blog.
COMPROMISO Y REPLIEGUE EN LA INTIMIDAD
Pero hubo un punto de inflexión histórico que podemos ubicar en los tiempos posteriores a 2013, el cual de una u otra manera sirve como marco interpretativo al giro de nuestro amigo hacia la noche de las verdades y la poesía.
Ese año muere el caudillo de la “revolución bolivariana” la cual fue objeto de reflexión en varios textos de Gustavo, donde se expresó no poca esperanza en que ella representaba un nuevo camino para los pueblos latinoamericanos. De hecho, al reivindicar, por lo menos en el discurso, las raíces autóctonas e indígenas de las luchas populares, así como al colocar entre los objetivos del “Plan de la Patria”, el de “salvar el Planeta”, Chávez echó mano de una retórica muy atractiva para un pensador ecologista.
Muere entonces Hugo Chávez no sin antes designar a su sucesor, Nicolás Maduro. La economía venezolana comienza a resentir el golpe a los precios del petróleo principal producto de exportación del país, debido a la crisis mundial del año 2008. En medio de algunas renuncias significativas de altos funcionarios del gobierno chavista, se evidencia la administración deficiente de los ingentes recursos de lo que fue el último boom petrolero. La crisis comienza a manifestarse en la vida cotidiana con el rápido y temible aumento de la inflación, que pronto se convertiría en la hiperinflación más alta del mundo. Así mismo, organismos internacionales reflejan en sus contabilidades la pérdida acelerada del PIB de un país aparentemente rico, así como en el trasegar diario por la vida, comienza a golpear la sensibilidad de los venezolanos el empobrecimiento generalizado y la parálisis del aparato productivo. Comienzan a destaparse los hechos de corrupción cuyo mal olor venía sintiéndose de hacía años. En la calle, la movilización de los sectores opositores llega a un punto peligroso de violencia callejera, respondida por una represión que incluyó denuncias de derechos humanos. Se habla entonces de “crisis compleja”: un punto de inflexión en las contradicciones del sistema establecido que afecta, no sólo a la economía y la política, sino la vida misma de instituciones tan esenciales como la Universidad y la cultura nacional en general.
Pero además, en varios países comienzan a retroceder las posiciones de los sectores “progresistas”. Desde derrotas electorales (en Argentina) hasta maniobras parlamentarias para destituir a la presidenta Dilma en Brasil, renuncias en medio de actitudes personalistas de dirigentes que otrora merecieron respeto (el caso Evo Morales), golpes de estado y movimientos de masas, inician una tendencia que puede ilustrarse con el movimiento de retorno del péndulo político del continente. Mientras tanto, y para empeorar la situación económica de Venezuela, el gobierno norteamericano comienza a aplicar sanciones que terminan afectando a todos los dominios personales e institucionales, entre ellos la Universidad, espacio destacado de la Vita Activa de Gustavo.
Las conversaciones y algunos textos de Gustavo de esta última etapa, revelaban una creciente distancia, una amarga decepción, que fue abriendo una zanja entre las querencias del pensador y la opción política que antes había apoyado con diligencia en la escritura y en la labor organizativa de importantes eventos de diálogo con intelectuales de todo el continente. Se conoce la decisión del gobierno de entregar a la explotación aurífera, ecocida por lo demás, de una importante franja de terreno: el arco minero del Orinoco. La sensibilidad ecológica y proindigenista de Gustavo obviamente se vio resentida por este paso que conducía a la profundización del proyecto extractivista que había criticado en sus ensayos.
Coinciden este distanciamiento y la profundización de la crisis nacional, con situaciones personales difíciles, una verdadera reestructuración de su vida que lo obliga a centrar sus esfuerzos en la solución de los problemas cotidianos. Su repliegue obligado en actividades de consecución de los recursos mínimos necesarios para mantener su nueva familia, se ve compensado por el nacimiento de dos hijos que demandan todo su esfuerzo, en medio de una realidad personalísima que exigía un esfuerzo redoblado para simplemente garantizar lo más básico.
La crisis compleja venezolana desintegró los espacios de la contemplación y el saber. Las universidades, el espacio natural para el pensamiento, cada vez se parecieron más a ruinas de una civilización perdida. La violencia de la confrontación política no podía ser el ambiente adecuado para un pensador de talante reservado e introvertido. Igualmente, las condiciones de la actividad política cambiaron a una reestructuración de las posiciones políticas e ideológicas, incluso a un repliegue propio de períodos de derrotas, en contraste con la emergencia de masas de la primera década del siglo.
EL GIRO HACIA LA MÍSTICA Y LA POESIA
Es en este contexto de replanteamiento histórico y existencial, cuando se produce en la vida de Gustavo, el giro hacia la poesía y el recogimiento místico. Observamos en el amigo un retorno a los fervores religiosos de su infancia y juventud, inspirados en su atención juvenil hacia la mística San Juan de la Cruz y la “corriente subterránea” de la literatura venezolana, en el camino entrevisto por Juan Liscano, Briceño Guerrero, Rojas Guardia y otros, que le habían abierto las puertas a las búsquedas espirituales del Oriente y de las civilizaciones indígenas. Llamó la atención de Gustavo, el pensador, la posibilidad de una “etnocrítica” que combinara las ventajas explicativas del pensamiento complejo con una hermenéutica que tuviera como referentes esenciales las tradiciones culturales de origen indígena y africano de los pueblos latinoamericanos. Conversamos sobre el diálogo entre esta etnocrítica, cuyas líneas gruesas esbozaba junto a un equipo de investigadores del Departamento de Lengua y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UC, y las posibilidades de una hermenéutica política que se refiriera a la interpretación colectiva que realizaban los pueblos de sus tradiciones políticas.
Al mismo tiempo, Gustavo prestó atención, sumergido en lo que era su real vocación de pensador, a las lecturas que en Asia se realizaban de Heidegger y Nietzsche, como evidenciaría en el prólogo al libro El zoológico de Nietzsche (Puerta, 2021). De esos autores lo que le interesa es precisamente esa zona donde la filosofía y la poesía se mezclaban.
Sin abandonar las alturas del pensamiento al estilo de los grandes contemplativos, Gustavo escribe poesía, a la manera de los poetas místicos españoles que tanto admiró y analizó desde todos los lados posibles. Con si misma métrica, con una sensibilidad similar pero en un contexto histórico completamente diverso, que le daba otras significaciones extraordinarias. Su sensibilidad correspondió a su vida, de donde brotaron los poemas familiares y a la vez místicos donde sus padres, sus hijos, su esposa, pero sobre todo Jesucristo, la Virgen, los santos, son el motivo central.
Al mismo tiempo, retomado el impulso de su fe, asume la búsqueda de nuevos referentes espirituales, en este caso el del beato Charles de Foucault, máximo referente de la llamada “espiritualidad del desierto”, un exmilitar francés que, luego de una carrera exitosa en su oficio de armas, sufre una transformación tan radical que se entrega a su vocación por la santidad y la contemplación, y se hizo ermitaño en las Tierra Santa.
No es casual entonces que la poesía cuya lectura acompañó su muerte, en pleno homenaje al Monseñor Henríquez, hubiese mostrado una contemplación a la imagen de Jesús en la cruz. La vocación del pensador había derivado hacia la búsqueda de la experiencia extrema del contacto directo con la Divinidad, expresado (quizás le hubiese gustado llamarla más bien “balbuceado”) en una poesía que se construyó siguiendo los cánones de la clásica poesía de la Edad de Oro español.
UNA PREGUNTA FINAL
Luego de resumir apretadamente la vida y obra de mi amigo Gustavo Fernández, llena de sugerentes caminos y búsquedas, rumbos contradictorios, amargas decepciones y ricas referencias y pensamientos, nos queda una pregunta por hacer con la cual queremos cerrar este ensayo, incompleto y extenuado en su final, pues no tengo, obviamente, una respuesta definitiva. ¿Nos muestra esta vida, las tensiones propias de un hombre que tenía una profunda vocación de pensador, pero también de militante y, finalmente, de místico, y por el otro, el hombre que lucha por llevar una vida digna con su familia? ¿Son estas las opciones que le quedan a los intelectuales venezolanos en medio de la más profunda crisis histórica de Venezuela, que han disuelto incluso los espacios más propios de su rumiar pensamientos y poesía?
Tal vez una relectura de su obra, de sus ensayos, artículos y poesía, nos dé la clave de una respuesta siempre insinuada, esbozada, en la frontera entre la filosofía y la literatura, territorios explorados ampliamente por nuestro amigo Gustavo Fernández.
Trabajos citados
Arendt, H. (1974). La condición humana. Barcelona: Paidos editorial.
Fernández Colón, G. (2005). La corriente nocturna. Caracas: Monte Ávila Editores.
Fernández Colón, G. (2009). Llama de amor viva. Ensayo sobre la mística de San Juan de la Cruz. Caracas: El perro y la rana.
Fernández Colón, G. (2010). La revolución venezolana: una cartografía del cambio político en la América Latina y caribeña. Obtenido de https://culturacaribe.blogspot: https://culturacaribe.blogspot.com/2010/03/la-revolucion-venezolana-una.html?m¡1
Fernández Colón, G. (2012). La transición latinoamericana. Crisis capitalista y construcción de alternativas. Berlín: Editorial Académica Española.
Puerta, J. (2021). El zoológico de Nietzsche. Ecuador.