Douglas Bohórquez
Este trabajo propone una aproximación a la obra narrativa de Arturo Uslar Pietri y a su trayectoria como hombre público a partir de su búsqueda de un nuevo discurso para la novela y de su afán de comprensión profunda de Venezuela. Se estudia cómo ese nuevo discurso novelesco indaga en esta otra Historia venezolana, mítica y violenta, tensada entre el poder y la utopía. En esta perspectiva de una novela histórica que se configura en el diálogo entre distintas formas discursivas ubicamos la escritura de La Isla de Róbinson centrada en la figura del irreverente y genial pedagogo Simón Rodríguez.
La iniciación de un escritor
La iniciación y formación de Uslar Pietri como escritor y como hombre de pensamiento están estrechamente vinculadas a lo que ha sido el proceso de la literatura y la cultura modernas en Venezuela. Proceso de una modernidad cultural, literaria en el que su obra narrativa, su pensamiento, su participación personal en la configuración de grupos y revistas literarias de vanguardia, su actuación política en el forjamiento de la democracia, han tenido un rol capital.
Al lado de escritores como Rómulo Gallegos, José Rafael Pocaterra, Julio Garmendia, Teresa de la Parra, Enrique Bernardo Núñez, con quienes comparte una misma confrontación con la tradición narrativa, Uslar es fundador de esta modernidad de la crisis y de la crítica en la que hemos vivido, de la que se desprende el más significativo hacer literario y cultural venezolanos actuales. Una figura, un pensamiento pues con los que podemos disentir pero a los que no podemos dejar de reconocer su relevancia.
Veamos su iniciación. Cuando Arturo Uslar Pietri comienza a escribir y a publicar (su primer trabajo literario lo publica a los 17 años en la revista Biliken) es muy joven, prácticamente un adolescente. La narrativa venezolana se encuentra en una encrucijada de opciones estéticas y literarias; por una parte la literatura costumbrista y criollista que representa la tradición realista dominante y por otra parte un modernismo literario que ya comienza a mostrar signos de agotamiento.
Hablamos de las primeras décadas del siglo veinte. Venezuela es aún un país predominantemente rural, que se asoma tímidamente a la modernización con la explotación de los primeros yacimientos petroleros. Sometido a la dictadura de Juan Vicente Gómez desde 1908, el país está culturalmente aislado y no ofrece alternativas para el desarrollo intelectual. Hasta antes de la aparición del petróleo nuestra cultura de élite estará marcada, por el prestigio y el esplendor moderno de Francia, de París. Pero la realidad es que para 1926, ya bien entrado el siglo veinte en el mundo, apenas un 25 % de nuestra escasa población de tres millones de habitantes sabe leer y escribir.
En 1928 Uslar publica su primer libro de cuentos. Lo denomina Barrabás y otros relatos. Tiene 22 años. Había nacido en Caracas, pero desde muy niño su familia se traslada a Maracay puesto que su padre, coronel del ejército de Gómez, es nombrado Jefe civil de Cagua. Su madre había estudiado en colegios de París y de alguna manera le transmite su afecto y predilección por la cultura y la literatura de Francia. Cuando en 1929 el joven universitario se gradúe de doctor en ciencias políticas tendrá la ocasión de residenciarse por algunos años en ese país.
Antes, en 1928, a la par que publica su primer libro de ficción, siendo un voraz lector de lo que se publica en el país y de lo poco que llega del exterior, se da a la tarea, al lado de otros jóvenes escritores, de editar una publicación literaria que se constituye, por su impulso renovador, por su voluntad de cambio, en la primera revista de vanguardia del país. La llaman Válvula y sólo pueden editar un número. Uslar publica artículos en la prensa dando a conocer las nuevas corrientes de la literatura europea de vanguardia. Sus cuentos han causado un impacto importante en la crítica.
Se convierte así en un actor y gestor fundamental de la renovación literaria en el país. Su libro de relatos Barrabás y otros relatos y su participación protagónica en la elaboración de válvula contribuyen a promover un cambio, un nuevo rumbo de la literatura venezolana. Una narrativa que ya no podrá seguir repitiendo las viejas formas del realismo tradicional ni los cánones de un modernismo que se ha vuelto decadente y retórico. Uslar y los jóvenes y entusiastas escritores de estos años (1920-1930) se han dado a la tarea de experimentar nuevas posibilidades estéticas, de descubrir y ensayar nuevas técnicas literarias que permitan expresar los cambios en la sensibilidad, en la subjetividad del hombre moderno venezolano, latinoamericano.
A la experiencia de renovación literaria que significó la salida a la luz pública de válvula en enero de 1928 responde toda una insurgencia político estudiantil, en febrero de ese mismo año, organizada alrededor de la llamada «Semana del Estudiante», que pone en aprieto la dictadura de Gómez. Uslar, ante el definido perfil político que asumen los hechos se retira de la escena. Su padre —lo hemos señalado— es funcionario del gobierno dictatorial.
En 1929 tiene la opción de viajar a Europa. Lo hará por primera vez. Decide asumir el cargo de Agregado Civil de la Legación de Venezuela en Francia, país en el que residirá hasta 1934. París, donde fijará su residencia durante estos años, es el centro de la más importante revolución literaria del siglo. Es el surrealismo. Son las literaturas de vanguardia. El concepto de novela ha sido modificado a través de la obra monumental de Proust, de James Joyce, de Virginia Woolf.
Tiene apenas 23 años. Ya instalado en la capital francesa entra en contacto directo con los textos y autores de la vanguardia. Lee infatigablemente. Conoce a los connotados exponentes del surrealismo (Breton, Eluard, Desnos, Buñuel, Dalí), asiste a las grandes exposiciones de arte y a las tertulias de los cafés. Entabla amistad con Alejo Carpentier y con Miguel Ángel Asturias con quienes compartirá asiduamente, intercambiando puntos de vista, lecturas, amistades, reflexiones acerca de las literaturas europeas y latinoamericanas en particular.
Allí en París conoce a un escritor italiano, Massimo Bontempelli, ligado estrechamente al concepto de realismo mágico. Uslar hará suyo este concepto, introduciéndolo como propuesta renovadora en sus elaboraciones narrativas pues arroja una inédita mirada sobre la realidad venezolana, latinoamericana.
En 1931 Uslar publica su primera novela: Las Lanzas Coloradas, sobre la Venezuela de la Guerra de Independencia. Obtiene pronta resonancia en los medios intelectuales de España y de Latinoamérica. Se trata de un texto que al incorporar nuevas técnicas narrativas, propone un tratamiento estético diferente con respecto al tema de la Guerra de Independencia, un modo de narrar que rompe con las versiones de la novelística latinoamericana y venezolana tradicionales, arraigadas en el costumbrismo y en el criollismo y asfixiadas por la retórica heroica de la prosopopeya y del paisaje local.
El trabajo, la investigación en el orden del lenguaje que introduce Las Lanzas Coloradas descubre procedimientos novedosos que ceden a la palabra y a sus secretas relaciones lúdicas y oníricas, un lugar privilegiado. Se trata de todo un encantamiento mágico, oral, metafórico que el autor despierta a través del juego rítmico con las palabras. Uslar recupera ritmos, alusiones, palabras de un lenguaje de origen popular que re-figura poéticamente.
Uslar, en París, al lado de esos otros dos extraordinarios escritores que son Miguel Ángel Asturias y Carpentier, busca un nuevo lenguaje para el cuento, para la novela, que permite re-leer, re-interpretar la realidad latinoamericana.
Comparten una misma actitud crítica frente a la tradición literaria hispanoamericana y una misma pasión por la indagación de las raíces míticas e históricas del continente americano. Ellos se proponían —dice Uslar— :
Revelar, descubrir, expresar en toda su plenitud inusitada esa realidad casi desconocida y casi alucinatoria que era la de la América Latina para penetrar el gran misterio creador del mestizaje cultural. Una realidad, una situación peculiar que eran radicalmente distintas de las que reflejaba la narrativa europea.
Allí, en el París de esos «locos» años veinte, estos tres novelistas vuelven a los sagrados libros americanos, al Chilam Balam, al Popol Vuh, a los libros de los cronistas, se leen entre sí, se confrontan. Quieren redescubrir el continente al que pertenecen: re-inventan sus antiguas voces.
En 1934 nuestro escritor regresa al país. Junto a los narradores Pedro Sotillo, Julián Padrón y el crítico de arte y fotógrafo Alfredo Boulton funda en 1935, año en que muere el dictador Gómez, una revista: El Ingenioso Hidalgo. Desde sus páginas polemiza, difunde sus ideas. Ese año (1935) escribe para el diario El Universal su primer editorial: «Conocimiento de nuestra realidad».
En 1936 el general Eleazar López Contreras es electo presidente constitucional por el Congreso de la República. En 1939 nombra a Uslar Ministro de Educación. En 1940 redacta, en su condición de titular del Despacho, la Ley de Educación. Entre otros aspectos doctrinarios relevantes en ella señala que «La escuela debería enseñar a vivir la democracia, cultivar las condiciones individuales que hacen posible la existencia efectiva de una sociedad democrática».
En 1941 el general Isaías Medina Angarita, electo Presidente por el Congreso, lo nombra Secretario de la Presidencia de la República. En 1943 asume el cargo de Ministro de Hacienda para ser designado nuevamente al siguiente año Secretario de la Presidencia de la República. En 1945, desempeñándose Uslar Pietri como Ministro de Relaciones Interiores, el general Medina es derrocado. Uslar es hecho prisionero y desterrado a Estados Unidos. Le confiscan sus bienes.
Para sobrevivir en el extranjero debe dedicarse a la venta de seguros. Posteriormente pasa a ejercer la docencia en la Universidad de Columbia. Las conferencias que dicta en su seno constituirán luego su libro Letras y Hombres de Venezuela que publicará en México en 1948. Allí aparece un primer y amplio trabajo biográfico y doctrinario sobre Simón Rodríguez que titula «Simón Rodríguez, el americano».
Pero antes, en 1947, publica en Buenos Aires su segunda novela, al igual que la primera, de carácter histórico: El camino de El Dorado. Retrata en ella la vida y aventuras del conquistador español Lope de Aguirre, mejor conocido como el tirano Lope de Aguirre. Uslar re-inventa su vida de perversión y desafío al poder imperial español, desplazándose entre las que son ya constantes y obsesiones que marcan su trayectoria vital y su escritura: el poder, la historia, la utopía.
Le seduce a nuestro escritor todo ese imaginario fabuloso de indios, negros, oro y violencia que se configura alrededor de la Conquista. Toda esa perversa trama de poder y rebelión que va tejiendo la colonización, los mitos y utopías de la conquista, la Manoa de las grandes torres de oro, el Dorado soñado por los conquistadores.
Le interesan las fantasmagorías indescifrables que están detrás de las religiones ancestrales de indios y negros, pero también la América de los grandes visionarios y pensadores iluminados (ilustrados) como Simón Rodríguez o la de los infatigables buscadores de la libertad como Miranda y Bolívar. También la Venezuela del tirano Gómez a quien conoció de cerca. Entre esos límites de la alucinación y el poder, del sueño y la realidad, de la historia y la ficción, se constituirán sus universos novelescos. Buscando afanosamente entender un continente desde su mismo proceso de invención. América es para él, en buena medida una invención intelectual del Renacimiento.
Veamos ahora el proceso de creación de La Isla de Róbinson y sus significaciones fundamentales.
La Isla de Róbinson
En 1981 Uslar publica su novela, también de carácter histórico: La Isla de Róbinson, quizás el homenaje intelectual más significativo que se haya rendido a Simón Rodríguez, desde el territorio de la literatura, un homenaje a partir de la ficción puesto que su figura desmesurada, irreverente, su pensamiento increíblemente lúcido y adelantado parecen romper o rebasar cualquier otro método y/o discurso de aproximación lógica.
Hemos querido hacer notar que Uslar no llega a esta propuesta novelesca en torno a Simón Rodríguez, de un modo fortuito o improvisado. No se escribe una novela como ésta sólo por inspiración divina. Detrás de ella hay una experiencia de documentación y sobre todo de búsqueda de eso que el teórico francés R. Barthes llama una escritura, de más de 50 años. Una escritura involucra para Barthes una travesía del sentido, algo más complejo que tener un estilo. Es la búsqueda de uniforma literaria original, a través de toda una práctica transgresiva de los lenguajes.
Si seguimos la trayectoria narrativa de Uslar, se puede observar cómo La Isla de Róbinson se inscribe dentro de todo un proyecto narrativo del autor que busca la re-figuración y re-semantización de nuestra Historia. Que la Historia diga lo no-dicho, desde sus antiguas voces, desde sus mitos, desde esa imaginación oculta también en los lenguajes y voces populares, en modos de expresión excluidos por toda una literatura anterior que se negaba a darles presencia como cultura auténtica, viva.
Este ha sido un poco el trabajo narrativo de nuestro autor desde su primer libro (Barrabás y otros relatos) que era un poco tanteo experimental, búsqueda que ahora alcanza en esta novela plenitud, realización. Se trata entonces para Uslar de re-pensar América a partir de esa otra historia imaginativa de sus visiones, de sus visionarios, desde sus pensadores y hombres de acción iluminados, ilustrados.
En este sentido La Isla de Róbinson es una re-lectura de la historia americana desde el pensamiento crítico, imaginativo, de Simón Rodríguez, desde su propuesta de una pedagogía que forme ciudadanos, que prepare para vivir en República, que enseñe a trabajar para vivir, a ejercer derechos y cumplir deberes. Una novela que es también una crítica lúcida y feroz a las desviaciones y deformaciones del poder.
En buena medida Rodríguez es pues un personaje que se impone a Uslar. No lo elige. Se impone por su desmesura intelectual y humana, como hemos dicho, por ser él mismo, en cierto modo, un personaje de ficción. No un héroe que alcance la gloria como podría ocurrir en una novela romántica, sino más bien un anti-héroe. Un abandonado de los dioses enfrentado a la inmensa tarea de vivir y de pensar un hombre nuevo.
Por esto la Isla de Róbinson es un libro diferente, está más allá de las clasificaciones pre-establecidas. Uslar construye un texto de aproximación ficcional a Rodríguez y a la gesta de la independencia americana, que juega con los lenguajes de la novela, de la biografía, de la historia, de la utopía.
Se trata de un texto dialógico -para decirlo con una categoría de la estética de Bajtín- que a la vez que re-crea el itinerario vital e ideológico de una de las figuras esenciales de la cultura y la pedagogía hispanoamericana, es también una versión crítica, desmitificadora de la imagen escolarizada de Simón Rodríguez y de la época que le toca vivir.
En sus páginas está la grandeza de su pensamiento pero también, y sobre todo —yo diría— está un ser humano en su desamparo, en su soledad, en su desgarrada condición humana. Por eso estamos en presencia de una novela. La Isla… -a esto se debe también su denominación- imagina esta íntima dimensión humana. Pero a la vez que recrea todo un contexto histórico de esplendor -la Francia de Bonaparte- es también una requisitoria contra esa época, contra un poder imperial envilecido en su afán de vasallaje, de colonización.
La denominación de Isla de Róbinson confirma la apertura, en tanto que texto ficcional, hacia la pluralidad semántica, hacia esa aventura del sentido que genera el juego de alusiones y referencias intertextuales que impide la clausura de la novela en un único significado.
El lector que se acerca a La Isla de Róbinson encontrará no un mensaje (didáctico, moralizante) sino una invitación a un viaje, a la reconstrucción novelesca de los personajes y de la historia que se narra. La imaginación es la guía de lectura. «O inventamos o erramos» es aquí una divisa estética que deviene una ética.
El término isla es expresión de esta apertura semántica que hemos señalado. En la perspectiva de ese diálogo intertextual que es toda la novela, remite no sólo al concepto de la utopía renacentista (la utopía de Tomás Moro) sino también al Róbinson Crusoe de Daniel Defoe, libros que podemos considerar matrices dialógicas que gestan y atraviesan la novela y por lo tanto al mismo Róbinson-Rodríguez.
Si bien la alusión al Róbinson Crusoe, obra precursora de la moderna novela inglesa es explícita, se debe señalar que el nuevo Róbinson de Uslar, a diferencia del que propone Defoe, se sitúa «lejos del paradigma del individualismo burgués», el
Samuel Róbinson (de Uslar) por el contrario invita a una empresa colectiva. En su opción vital propone dejar el mundo existente por una isla que no puede ser otra que la isla de la utopía…
Invitación colectiva a que todos fueran llegando a la Nueva Isla emergida de las aguas con la independencia americana…
La Isla de Róbinson es pues, muchos libros en uno. Diálogo filosófico, educativo, biografía de Simón Rodríguez y de Bolívar, historia de la independencia americana, es también y particularmente, revelación de una pasión de lectura. Es la historia de la apasionada lectura del Emilio de Rousseau.
Una lectura que es ella misma una revolución pues movido por ella Simón Rodríguez cambia de nombre. Ahora se llamará Samuel Róbinson y se dedicará a pensar y tratar de realizar esa pedagogía de la libertad que transformó el destino de Bolívar, que lo llevó de su alegre vida de dandy en Europa a un compromiso cada vez más radical con la lucha por la independencia de Venezuela y de América. Desde las primeras páginas de la Isla de Róbinson sabemos que
Todo empezó con un libro. Era la verdad. Un libro en varios tomos como un contrabando, metido en el más apartado rincón de la alcoba, para ser leído a pedazos en lo profundo de la noche debajo de la vela chisporroteante y olorosa a sebo.
La lectura del Emilio es una revelación: ilumina y desmitifica, le hace ver a Rodríguez la escuela tradicional como un mecanismo de poder deformante, alejada de las verdades elementales «que estaban en la naturaleza». Una escuela que había que transformar, que convertir en un instrumento que eduque para la vida y la libertad. La escuela tenía que dejar de ser esa «escuela de brujas» que «le torcía los ojos a los niños», «les cambiaba el gesto, les cortaban los impulsos».
Homenaje al Emilio o de la Educación de Rousseau, la Isla de Róbinson es también un modo de comprensión de la cultura. De la cultura como medio de auto-descubrimiento, como diálogo interminable con un sujeto en relación crítica con el mundo, con las formas enajenantes del poder. Toda la novela es un diálogo con discursos, signos y emblemas del poder. Ya de entrada en la primera página, se muestra todo un despliegue de iconos del poder real. Leemos a través de la descripción de un sargento rapabarbas que iba a domicilio a afeitar ciertos clientes importantes: «una pequeña corona real en cada botón… Desde el testero de la sala una hinchada y rojiza semblanza del rey parecía bufar en silencio. El rey, nuestro señor…».
La referencia a Maquievelo se enfrenta a la referencia al Emilio. Es el discurso de la tiranía frente al discurso de la libertad. Más tarde, cuando Samuel Róbinson y el joven Bolívar pasean por Italia observan fascinados el despliegue militar de Napoleón Bonaparte que en una decena de años —dice Róbinson— «se ha apoderado del mundo».
Toda la novela gira en torno a los conceptos de revuelta y revolución. Todo alrededor de Samuel Róbinson está cambiando, es necesario que cambie. Es la Revolución Francesa y es la gesta de la Independencia americana. Uslar, que vive -como hemos visto- desde niño la cercanía del poder, que lo conoce desde joven como Ministro, como Secretario de la Presidencia, que debe vivir luego el destierro, que se hace después candidato presidencial, quiere mostrar aquí sus signos ocultos, su retórica impositiva, sus majestuosos protocolos y rituales, pero también su miseria.
Frente al discurso avasallador de un poder que deforma, que hace de la escuela una «fábrica de monstruos», Rodríguez-Róbinson es la figura crítica, el transgresor de las convenciones, el partidario de la rebelión permanente, de la revuelta. Róbinson-Rodríguez, quiere invertirlo todo, para liberarlo de control, para devolverlo a su estado natural. Más allá pues de la reconstrucción histórica y biográfica importa en La Isla… este espíritu de rebelión que choca contra lo impuesto, contra las falsas apariencias, que quiere cambiarlo todo.
Por eso en Róbinson-Rodríguez más que una biografía importa esta filosofía, esta pedagogía de la liberación, de la rebelión. De allí que el personaje viva simbólicamente en una suerte de isla, cercano al naufragio, por todo lo que hay en él de desafío permanente a las normas que constriñen la existencia.
Pero esta novela no es sólo ideas. Aún cuando la imagen de Simón Rodríguez que nos entrega la ficción coincide con su imagen histórica o biográfica, Uslar ha debido re-inventarlo como personaje novelesco. En efecto, en uno de sus trabajos documentales sobre Simón Rodríguez, Uslar señala «lo poco que se sabe de sus años juveniles. En realidad muy poco se sabe de su vida toda».
En la perspectiva novelesca a Uslar le interesa el drama humano de Simón Rodríguez, su condición de niño expósito, su soledad permanente, su travesía tormentosa en el contexto de una sociedad que no entiende sus propuestas. Lo novelesco se nutre de este drama existencial, de este imaginario de la intimidad que teje su soledad, su carácter agrio, sus sentimientos de amor y odio, su imagen de «viejo extravagante» (p. 176), irreverente, «estrafalario» (p. 174).
En este sentido, aun cuando la novela subraya el diálogo contrapuntístico con el discurso y pensamiento de Simón Rodríguez, hay que señalar que la elaboración ficcional e imaginaria, textual, rebasan el discurso pedagógico e incluso el nivel mismo de lo biográfico, pues finalmente se trata de un personaje re-creado o re-inventado.
Por otra parte La Isla de Róbinson puede ser vista también como una novela de formación o «bildungsroman» en la medida en que asistimos al proceso de formación educativa del mismo Rodríguez-Róbinson y de esa figura heroica que es Bolívar, cuyo preceptor será el mismo Rodríguez. Procesos de formación —como hemos visto— orientados por la lectura de Emilio o de la Educación de Rousseau, referencia dialógica capital en la gestación de la novela de formación en Occidente.
Sólo una novela que se elabora en el juego de estos diversos lenguajes (histórico, utópico, filosófico, pedagógico, descripciones geográficas de distintos lugares de Europa y de América) y con los amplios recursos imaginativos a que hemos aludido, puede darnos la complejidad de formas y facetas de la Isla de Róbinson.
Utopía y ficcionalidad están estrechamente relacionados aquí. La una amplía la otra. Pero la utopía que propone Uslar es de carácter americano. No se confunde con la de un Tomás Moro o la de Defoe. Esta americanidad de la utopía aparece subrayada por el encuentro dialógico entre S. Róbinson y Fray Servando Teresa de Mier a la par que por la referencia a ensayos utópicos de sociedades igualitarias realizados en el continente, como los llevados a cabo por los jesuitas en el Paraguay de la época colonial o los intentados antes por Fray Bartolomé de las Casas o Fray Vasco de Quiroga en el México de los años de Carlos V.
La confrontación Samuel Róbinson-Fray Servando es la confrontación entre dos visionarios que dialogan en torno a sus modos de entender el futuro de América:
Róbinson repetía que había que educar al pueblo, prepararlo para vivir en República. Si no el ensayo fracasaría. Servando llegaba a decir que en América la República sería como la tercera vuelta de Quetzalcoatl.
La novela de Uslar asume pues personajes históricos pero de un particular despliegue imaginativo en sus discursos vitales y en sus propuestas ideológicas. Si en sus relatos y novelas anteriores nuestro autor desarrolla el concepto de realismo mágico, el realismo de La Isla de Róbinson es un realismo de índole histórica. Un realismo que se prodiga a través de la prolija descripción de acontecimientos históricos y escenarios geográficos, que se constata en primera instancia a través de la imagen verista de personajes históricos como el mismo Rodríguez, Bolívar, Bello, Miranda, Sucre y de toda la vasta información que nos aporta en torno a hechos y acontecimientos históricos relevantes como la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte, el mismo Fray Servando Teresa de Mier o Humboldt.
Esta descripción realista se hace particularmente sensible a través de la configuración novelesca de las atmósferas de insurgencia, de cambios históricos que se viven en las ciudades o escenarios donde actúan los personajes históricos: la Caracas de la Colonia en los inicios de la Independencia, el París de la Revolución Francesa, la Lima que recibe apoteósicamente al Libertador. Se trata de un realismo que contribuye a hacer aún más verosímiles los hechos narrados.
La estrategia discursiva del autor consiste en generar un clima emotivo, una tensión narrativa que atrape al lector. A través de la minuciosa información que se nos entrega en torno a los acontecimientos que ocurren, se genera un efecto de realidad. Nos referimos a la descripción incluso de hechos aparentemente banales, como la información sobre un gesto, un saludo, una caída sorpresiva, un abrazo.
Este realismo histórico aparece también subrayado por la inserción en la novela de cartas de Bolívar y otros documentos históricos que en el contexto de elaboración formal de la novela se constituyen en discursos en juego intertextual, integrados a la totalidad artística de ésta. Es decir adquieren aquí un valor significante, novelesco, se integran a la novela en tanto que universo ficcional.
En este orden de la representación realista, hay que observar que la imagen que de Simón Rodríguez nos transmite Uslar no es la de un humanista clásico, de estilo renacentista. Por el contrario don Simón- (Róbinson) es aquí en la novela un hombre práctico, que gusta y lucha por ejecutar sus proyectos, que no sólo es capaz de organizar una escuela y trabajar con niños en una suerte de pedagogía experimental que quiere enseñar a pensar y a vivir, sino que también puede acometer proyectos técnicos, de ingeniería civil, de planificación urbana.
En este sentido es significativo el encuentro Bello-Rodríguez que relata Uslar, pues revela el contraste entre dos modos de pensar y asumir la vida. Frente al Bello intelectual de prestigio y fama, un tanto protocolar y elegantemente residenciado en Chile, después de ser rector de su Universidad, Simón Rodríguez es visto como el utopista irreverente, pobre, transgresor de todas las convenciones, que no ha conseguido triunfar pero que se mantiene en actitud de lucha.
Las páginas finales de la novela están teñidas de cierta melancolía. Rodríguez vuelve a encontrarse con Manuela Sáenz, la amante del Libertador. Viejos, pobres y desamparados los dos recuerdan momentos y comunes amigos y enemigos. El Simón Rodríguez de estas páginas finales es ya un anciano, aún más escéptico, pero que debe continuar su viaje al fin de la noche como podría decir Céline. Debe seguir deambulando en busca de una oferta de trabajo que le permita sobrevivir. Ha visto morir, en la pobreza, a su mujer. Escribe, una vez más sumido en el naufragio:
Hace 24 años que estoy hablando y escribiendo, pública y privadamente, sobre el sistema republicano, y por todo fruto de mis buenos oficios he conseguido que me traten de loco.
Pero a sus ochenta años, pobre y solo -señala Uslar- este personaje de todas las dificultades, insiste en enseñar, en retomar su pedagogía experimental. Una vez más tropieza con la incomprensión, con la falta de recursos y debe, a costa de endeudarse y recibir todos los insultos, intentar la refinación de esperma para hacer velas. Pero también fracasa.
Lo sacan ya grave, en trance final, de una balsa que lo ha traído a este otro destino definitivo de su muerte. Su delirio final permite a Uslar una vez más confundir ficción y realidad, interrogarlas: «¿dónde termina la realidad y comienza la fantasía?» se pregunta La Isla… (p. 351).
Interrogar también esa sucesión de visiones y utopías que ha sido la historia de la América hispana: el Dorado de los conquistadores, el Nuevo Mundo que intentaron forjar Miranda, Bolívar, la escuela que forjaría al nuevo ciudadano republicano de Rodríguez, la sociedad justa de los jesuitas en el Paraguay Colonial.
En su muerte -dice Uslar- «Róbinson había dejado la isla» (p. 357). Es la frase final de la novela. Sabemos que quedaron, como parte del naufragio, sus «cajones de papeles» que nunca consiguieron, en su itinerario vital, lectores comprensivos o un gobierno capaz de respaldar sus ideas. Creemos finalmente que a través de la re-invención novelesca de la figura de Simón Rodríguez, Uslar ha querido re-leer desde ese diseño imaginario que es toda escritura ficcional, la imagen de un país, de un continente que parece extraviar su destino.
Uslar comparte el escepticismo y la angustia de su anti-héroe frente a la educación y el futuro de un país, de un continente que se extravía en los laberintos del poder, de una política sin utopía, sin proyecto, envilecida por las ambiciones personales.