Miguel Alfonso Márquez Ordóñez
A este libro de la escritora y amiga Esmeralda Torres (Ciudad Bolívar, 1967, narradora y poeta, licenciada en Castellano y Literatura por la Universidad de Oriente, vive en Cumaná) accedo muy fácil, pues es un obsequio de la autora, quien, en una feria del libro del año pasado, lo presentó en Caracas y fuimos a almorzar en un concurrido restaurante de La Candelaria. Ese día, por cierto, era domingo, no había mucha gente, pero el asopado de mariscos estaba delicioso. La conversación, amable y cariñosa como siempre. Estos son detalles que de alguna manera forman parte, para mí, de este libro de cuentos, están unidos por una historia donde la presencia de la amistad se manifiesta al momento de atender a ese momento específico del surgir un objeto muy estimado, el libro, entre gente que escribe. Queríamos compartir esa emoción. La misma que aún llega hasta acá y encuentra impulso de escritura a partir de la lectura de una nota que Esmeralda coloca actualmente en Facebook y dice así: “Escribir cuentos es lo que más me gusta. Entre febrero de 2020 y enero 2021 escribí un libro que luego se ganó un premio nacional. En ese libro hay 2 textos que amo: GABINETE DE VANIDADES y VITRINA PARA BURGUESES. Para escribirlos tuve que adentrarme en la vida y en la obra de 5 poetas universales, las que ven en las fotos. Sufrí muchísimo pero el resultado valió la pena. Son de los cuentos que más me gustan de lo escrito hasta ahora. Habrá quien diga que no son cuentos, no voy a contradecir sus argumentos si los hubiera. A quien le interese los pueden encontrar en El Libro de los Tratados, edición de Fundarte 2022”.
Los dos relatos señalados por Esmeralda en este fragmento pertenecen a la primera de una de las dos secciones del libro, la que se llama “Tratado de la soledad”; la otra sección es “Tratado de la envidia”. Es decir, que hay algo como clásico en esto, en el sentido de que es casi necesario mirar hacia el pasado y entonces dar, por ejemplo, con el tratado de las pasiones de Descartes (Las Pasiones del Alma). Estos cuentos también me hacen pensar en libros como Alexis o el Tratado del Inútil Combate, y Memorias de Adriano. Con el primero la cercanía es evidente. En el prólogo a este libro publicado en 1929, dice la autora de Opus Nigrum: “el subtítulo «El tratado del inútil combate» hace eco al Tratado del Inútil Deseo, obra un poco incolora de la juventud de André Gide. A pesar de ello, la influencia de Gide fue débil sobre Alexis: la atmósfera casi protestante y la preocupación por volver a examinar un problema sensual”… La relación con las famosas memorias traducidas al español por Julio Cortázar no es tan de relieve, pero se me hace afín a la labor de la arqueología en tanto excavación en terrenos donde el pasado tiene mucho que decir para entender mejor ese tiempo y asimismo el presente.
Tomo una frase de Alexis o el Tratado del Inútil Combate para que ojalá funcione de guía y esta dice: “No hay nada más secreto que una existencia femenina”. Con esta idea y una cierta noción de tratado como conjunto de opiniones sobre el que existe algún acuerdo, me aproximo entonces a la invitación explicita de la Torres para que leamos su libro. Aquí voy a acercarme a uno de ellos: “Gabinete de vanidades”.
Precediendo a los cuentos encontramos un epígrafe de Ernest Hemingway que dice así:
“Todos estamos rotos, así es como entra la luz”
Al escribir este aforismo del norteamericano, recuerdo la anotación que hace Esmeralda en su escrito de FB, donde afirma: “Habrá quien diga que no son cuentos, no voy a contradecir sus argumentos si los hubiera”. Esto me parece tiene que ver con dos cosas: una, la idea del tratado como punto de vista sobre algo, y dos, el tema de lo roto como principio general. Asunto este que llega incluso hasta la concepción misma de lo que sea o no un cuento, y bajo la luz de los tratados (de un saber con acuerdos) se ve contrastante la incertidumbre hipotética de lo que sea en su esencia un escrito, en este caso, un relato. En este sentido, tal vez no sea muy exagerado pensar que estamos en un espacio donde los acuerdos y los desacuerdos se dan la mano, ya que el saber muestra esas limitaciones por donde se cuela la luz de las rupturas. Una manera de ver que pudiera entenderse desde los cimientos de la tolerancia, y desde la relatividad que afecta en la actualidad a los escritos, así como a la sexualidad, ya que a lo binario de hombre y mujer se le adicionan ahora: lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros y puntos suspensivos. En lo que a nosotros concierne, en lo referente a la lectura de unos “cuentos”, es probable que asistamos a materias problemáticas con las nociones tradicionales sobre los géneros. Asunto interesante, ya que tiene que ver, más allá de lo literario, con la inmensa complejidad del presente en materia de la sexualidad, con sus liberaciones, sus desacomodos y también las no pocas arbitrarias ambiciones en las etapas fundacionales.
“GABINETE DE VANIDADES. HIJAS DEL FRÍO Y LOS CUCHILLOS DE LA NOCHE”.
Bueno, bueno, bueno… hemos llegado a un lugar que se las trae. Son cinco “fichas” que corresponden a igual número de escritoras. Esas importantes mujeres que dieron lugar a estas voces (como ya lo dijo Esmeralda: “Para escribirlos [los cuentos] tuve que adentrarme en la vida y en la obra de 5 poetas universales”). Ellas son las poetas: Anne Sexton (norteamericana, 1928-1974), Hanni Ossott (venezolana, 1946-202), Miyó Vestrini (venezolana nacida en Francia, 1938-1991), Sylvia Plath (norteamericana, 1932-1963), y Alejandra Pizarnik (argentina, 1936-1972). Cada ficha está identificada también por el nombre de pila de cada una (Anne, Hanni, Miyó, Sylvia, Alejandra). Son, en una primera aproximación, breves entrevistas imaginarias con preguntas iguales para las cinco. Aquí está el tema que anunciaba la misma autora, que ella entiende estas entrevistas imaginarias como cuentos. Si bien lo específico de lo que sean cada uno de estos géneros no es lo que me interesa, no dejo de registrar lo significativo de esa probable transgresión de los límites convencionales. Transgresión que, por un lado, es un espíritu de cambio en el formato de lo que a lo mejor ocurre acá, y por otro, es posible que esté en sintonía con la intensidad de estas vidas conocidas por unas dimensiones peligrosas para encarar la vida, esas que conducían muy fuertemente al suicidio (que logran Sexton, Vestrini, Plath, Pizarnik, y Ossott falleció a los 52 años, luego de una vida muy atravesada por severos conflictos). Transcribo de nuevo el subtítulo del cuento: “Hijas del frío y los cuchillos de la noche”. Subrayo la frase de la Yourcenar: “No hay nada más secreto que una existencia femenina”.
Estamos ante un fichero muy bien pensado, con preguntas y respuestas que van creando ambientes, climas, atmósferas precisas y diferenciadas, dentro de una íntima y breve pentalogía narrativa que las reúne con conocimiento de causa y las muestra. Tienen algo de los retratos como síntesis existenciales en una línea de interlocución muy del día de hoy, entre rápida y espontánea. Si me atreviera a más, pienso que son diálogos donde la delicadeza, la admiración, el fervor de la lectura, la empatía, están en primera fila, y también, que esta ficción está montada desde los rigores y las densidades de los poemas, y registrada en un dominio de archivo espiritual, a modo de expedientes del alma.
“Ficha n.° 1: Anne
Nombre: Anne.
Vocación: Suicida.
Oficio: Poeta/modelo/ama de casa.
¿Cuáles fueron los temas recurrentes de su poesía?: Las transformaciones.
¿Qué razones tuvo para escribir?: No meter la cabeza en el horno antes de tiempo”.
La ficción en tanto que tal debe responder de sí misma y uno de los asuntos es: ¿quién pregunta? No hablo de la autora que firma El Libro de los Tratados, sino ese ser anónimo que no se equivoca nunca, que sabe qué preguntar y el orden de las interrogantes, que además pone a hablar a las escritoras y uno no sabe por qué. Es decir, ¿qué tiene este o esta X de privilegio como para ser interlocutor o interlocutora o interlocutorex de estas mujeres célebres de la poesía? Esto me trae a la mente La Carta Robada de Edgar Allan Poe, pues a raíz de esta ausencia se crea la trama argumental del famoso cuento. No digo que sean iguales los casos, pero sí hay una semejanza en cuanto a que quien pregunta está ahí, pero no sabemos quién es, ni qué hace (además de preguntar) o para quién trabaja. Es una interrogación, además, que impone una dinámica en los registros de estas voces, de estas palabras que son específicas de un ámbito, y se organizan imaginariamente como fichas de lo literario, de la literatura. Continúo con Anne. Pregunto, ¿con Anne Sexton, o con la recreación de una voz poética que tiene en su fundamento la vida y obra de la escritora de Massachusetts, pero sin pretender ser ella, sin recrearla o imaginarla?
Escuchemos, mejor.
“¿Qué actividad realizó en sus ratos de ocio?: Tiré de la piel de mis labios hasta que sentí correr la sangre.
¿También usó la palabra zanahoria en sus poemas?: ¿Cómo lo sabe?
¿Qué opina de la muerte?: Que es un triste hueso, a veces impaciente, que se rasca el culo mientras me mira.
¿Cuál fue su deseo más ignoto?: Una habitación color de luna, beber los tallos de las flores, un cielo de arándanos, ovillarme como un perro sobre la alfombra, fingir que estoy muerta, un confesionario de terciopelo, el abrigo de mi madre. ¿Sigo?
¿Cuál cree usted que fue el propósito de su existencia?: De muebles viejos hacerme un árbol”.
Estas preguntas miran hacia el pasado en un momento prácticamente post mortem y el discurso se fantasmagoriza en ambas direcciones; otras preguntas enfocan hacia el presente y le dan materia existencial-temporal a la voz que responde. O sea, que andamos entre los vivos y los muertos.
“¿Cuál fue su pensamiento antes de morir?: No dejé preparado el desayuno.
¿Qué opinión tuvo de sí misma?: Nunca fui suficiente.
Mencione una frase digna de recordar: Rats Live on no Evil Star («En ninguna estrella maligna viven las ratas»).
¿Qué opinión le merece el trato con los hombres?: Siempre hubo alguno bebiendo de mi cáliz, mi padre era uno de ellos”.
Una posible culpa, un reproche, quizás un abuso por vía paterna, un deseo incestuoso de parte de ella. Y ese palíndromo que nos recuerda que el mal (las ratas) está en todas partes.
“¿Qué opinión le merece el trato con las mujeres?: Las mujeres están muriendo y aún piensan en el desayuno.
¿Tiene algo que agregar en su defensa?: Llegué al hospital blanco una medianoche de junio, sin equipaje ni defensas, estampé mi nombre sobre una X, entregué las llaves del auto, el dinero de los bolsillos, ya no había adónde huir, había llegado.
¿Piensa que ahora el mundo es mejor sin su presencia?: NO RESPONDE.
Un último poema: La muerte reparará, con delicada presencia, la vieja herida”.
Este final del cuestionario me trae a la memoria el poema “Yo que supe de la vieja herida” de Armando Rojas Guardia, del que me permito citar la primera estrofa:
“Yo que supe de la vieja herida
cuya sangre embriaga: la saeta,
la terquedad silente del flechazo
traspasándome la llaga en la oficina
o al subir el autobús, o al suspirar
la modorra de la siesta: llaga virgen
donde el vino de la ingle se derrama,
y todo porque el fasto de tu vello
y el brillo de tus lentes
y tu aire atildado, distraído,
insinuaban erecciones imprevistas,
incómodos boleros del deseo”.
Ahora sabemos que las preguntas forman parte de un acto acusatorio donde las voces que aparecen acá con sus respuestas, lo que hacen es estructurar una defensa sui géneris para evitar algo peor que les puede ocurrir después de la vida. Tal como la noción de pecado que pende sobre el suicidio en la religión católica. Un pecado que traerá consecuencias y aquí estamos en pleno proceso introductorio. Sabemos también que quien pregunta es un juez de ultratumba.
No dudo tanto al pensar que estos son homenajes a poetas muy admiradas por Esmeralda Torres, quien compone unos intercambios de palabras en un terreno imaginario donde la acusación no abandona a las víctimas y las coloca en el espacio común… ¿de qué? En un primer acercamiento, en el espacio común de la ficción literaria donde entramos a una intensa galería de gente querida y brillante.
“Ficha n.° 2: Hanni.
Nombre: Hanni
Vocación: La melancolía.
Oficio: Poeta/traductora.
¿Cuáles fueron los temas recurrentes en su poesía?: La orfandad.
¿Qué razones tuvo para escribir?: La noche, la hora crepuscular funda la melancolía.
¿También usa la palabra zanahoria en sus poemas?: Tal vez me confunde con la que viene después de mí”.
¿Qué opina de la muerte?: He trascendido a la muerte porque ya de mí no queda nada, solo rastrojos y penas”.
Si en La Carta Robada, el ladrón y poseedor de la carta ejerce poder sobre una tercera persona, pues con esa letra la tiene en sus manos, aquí no hay tal mediación, el dominio es directo, lo ejerce quien interroga y coloca a las otras en el papel de enjuiciadas que se defienden con sus respuestas en el tránsito por el protocolo del poder. Hasta el momento, ni Anne ni Hanni han cuestionado el interrogatorio ni a quien interroga. Responden, y rápido, y al hacerlo le otorgan legitimidad tanto al juez como al procedimiento y asumen el papel de acusadas (¿de abusadas?). Es más, ninguna ha preguntado de qué se trata todo esto. Entran en el circuito sin resistencia, con disponibilidad ante un paso que se espera. Y el interrogatorio no apunta al acto del suicidio sino más a la escritura, procesos y anécdotas, los deseos, las relaciones con hombres y mujeres (no gays, lesbianas ni transgéneros), la muerte, frases inolvidables… Es un interrogatorio que quién sabe cómo ayudará en la defensa a la hora de tomar una decisión el juez, el tribunal, quien sea. Sigo con Hanni.
“¿Cuál fue su deseo más ignoto?: Un sombrero rosado, de plumas, un cuarto propio, un angelito quebrado, el animal escondido en el clóset, un pájaro enterrado en el jardín, barcos repletos de llantos y la flor del apamate.
¿Cuál cree usted que fue el propósito de su existencia?: Quería bordar, quería la aguja, mi ansia era un telar, la rueca, quería, sabes, una murmuración, el murmullo de un río y el choque de sus piedras golpeando, rechazando. Mientras corro, ando, cuento hilos y ato cuerdas.
¿Cuál fue su pensamiento antes de morir?: Si hubiera un cielo me sentiría feliz.
¿Qué opinión tuvo de sí misma?: Fui una trinitaria fucsia, encendida, colgando del gran muro. Áspero y gris como la muerte.
Mencione una frase digna de recordar: Mi infancia es un pozo de seres ausentes que deseo tener.
¿Qué opinión le merece el trato con los hombres?: Todo hombre resiente en contra nuestra la pérdida de su feminidad.
¿Qué opinión le merece el trato con las mujeres?: Son el amor primero, contra tanta dolorosa soledad.
¿Tiene algo que agregar en su defensa?: Solo quería ver el mar.
¿Piensa que ahora el mundo es mejor sin su presencia?: NO RESPONDE.
Un último poema: Son más puras las lágrimas de quien no tiene paz”.
“Oh, Zarina” es también una “zanahoria”, pero una zanahoria que puede aparecer como objeto mencionado en un poema como parte de un interrogatorio acusatorio, es un absurdo poético que coloca el tema en una clave donde la arbitrariedad creativa es cómplice de todo lo que está pasando y esta ruptura genera simpatía, le quita peso al posible delito, al proceso y a la sentencia. Estamos entonces en los predios de lo lúdico, del humor, de lo liviano. Y me impresiona cada vez más que en este intercambio de palabras exista, por otro lado, exactamente, en el lado del otro, un silencio tan grande. Silencio, además, que arropa a cualquier elemento que vaya más allá del interrogatorio en sí, llámese sobre todo ubicación, identificaciones, posibles desenlaces a raíz de uno u otro veredicto. Quiero decir que hay una especie de atmósfera suspendida que llega incluso hasta la suspensión del juicio, del veredicto, ¿hasta la suspensión del deseo?, donde lo que se destaca es el corte y el gran angular en el estrecho, el cuello, la cuerda del funambulista, y en el jirón, el grito, el estallido.
Copio acá un poema anónimo que encontré en una antología digital de poesías circenses, que me parece expresa una idea pertinente a lo que quiero decir y con sugerente claridad:
esa pintora
que sostiene
al color
donde no hay
piso
es la misma
que en la cuerda
suspendida
encuentra
un asidero
en el abismo
Traigo ahora unas palabras de la autora en el contexto de la presentación de El Libro de los Tratados. Al hablar de su obra en general afirma: “Yo siempre hablo de seres fracasados, de seres miserables, de gente que sufre” (Ciudad Caracas, 4 de enero de 2023). Allí mismo comenta que de su obra ha dicho gente de la academia que conoce bien sus textos: “Todos los caminos nos conducen al fracaso en la obra de Esmeralda Torres”. Esto es importante, ya que coloca el acento de su escritura en la geografía específica del «pathos». Hay que tener esto presente.
Otro libro de cuentos suyos se llama, justamente, Callejones sin Salida. En la contratapa de la edición de Monte Ávila Editores (2019) leemos lo siguiente: “Las historias de Torres retratan una serie de personajes signados por el miedo, la soledad, la tristeza y la derrota, a los cuales vuelve una y otra vez para mostrarnos, a través de una escritura sólida, sin desperdicios, las complejidades del alma humana y su incesante búsqueda de sentido ante las circunstancias adversas”. Eduardo Gasca, en un magnífico prólogo a esta obra de 2019, al referirse al contexto de los personajes de Callejones sin Salida, escribe: “Es esa la geografía en la que habita, y a veces recorre, el cuadro de personajes de la autora. Donde viven y mueren, y actúan y esperan, y por lo general fracasan. Seres humanos casi siempre comunes y corrientes… y dolientes. Derrotados por la vida”. También agrega: “Dado que (a pesar del excelente manejo del recurso) la descripción del ambiente físico brilla por su escasa presencia en la narrativa de la autora, es obvio que está hecha con marcada intencionalidad. (…) Los hechos de los personajes se constituyen en modelo: desencuentros, desamores, frustraciones, derrotas, fracasos, muerte. (…) Visto así, no se trata en realidad de un retrato, sino de una radiografía: el ser alienado en el mundo alienante. Visto de esta manera, Torres es narradora asépticamente neutra, en el sentido más técnico y menos peyorativo posible. Presenta la radiografía y deja por cuenta del lector la lectura, la interpretación, el diagnóstico y el tratamiento”.
“Ficha n.° 3: Miyó
Nombre: Marié-José Fau…
Por favor, sea breve: Miyó.
Vocación: La rebeldía y la ira.
Oficio: Poeta/periodista
¿Cuáles fueron los temas recurrentes de su poesía?: El furor ciego de los solitarios.
¿Qué razones tuvo para escribir?: El desarraigo, el amor y la nostalgia y otra vez la ira y la rebeldía.
¿Qué actividad realizó en sus actos de ocio?: Fui militante de la muerte, coleccioné intentos de suicidios y me gustaba mucho escuchar rancheras.
¿También usó la palabra zanahoria en sus poemas?: Nadie como yo supo rallar una zanahoria.
¿Qué opina de la muerte?: es la única manera de salir.
¿Cuál fue su deseo más ignoto?: El suave olor invernal del Hudson, una taberna griega, los ojos de pomarrosa de mi niño, resplandecer en el fragor de los aeropuertos.
¿Cuál cree usted que fue el propósito de su existencia?: Ponerle música a la rudeza”.
Me detengo de nuevo a pensar en estas voces como voces de distintas vidas que responden a las preguntas que les hace una voz burocrática que lleva un registro de lo que dicen, por cuanto son testimonios de defensa por una falta que en realidad no conocemos. Ellas se defienden sin cuestionar el procedimiento, la falta, el proceso. Responden. Tenemos entonces, dos lugares, el de las preguntas y el de las respuestas. Las preguntas, a su vez, son las mismas para cada una, es decir, que se repiten y ellas responden a eso que se repite en todas: las preguntas y el contenido de las mismas. Las acusadas, además, no infieren que estas preguntas son las que hacen siempre a quienes están en estos “casos”. No se dan cuenta de la repetición. Nosotros, los lectores, sí. Sabemos que esta existe en estas “fichas”. Lo que no sabemos es si todos los expedientes fueron levantados al mismo tiempo o en tiempos distintos y por causas acusatorias similares o no. Lo que sí tenemos los lectores es un grupo de fichas sobre escritoras cuyas vidas están marcadas por la intensidad pasional, incluso, no luce arbitrario decirlo, como responde Miyó, que las une el ser militantes de la muerte. ¿Casos abiertos o casos cerrados? Hasta el momento abiertos, ya que tenemos acceso solo al interrogatorio.
Yendo un paso más allá de la idea de los homenajes a ciertas poetas del mundo, es cierto que esto es un cuento, es una ficción, tanto la situación como los personajes interrogados. Es decir, es la manera en que alguien ordena ciertos enunciados sobre la literatura, la poesía, los demás… en un marco referencial de peso en cuanto a las figuras a las que aluden. A estas preguntas y respuestas podemos considerarlas como escenario propicio para ofrecer una serie de ideas sobre la creación donde se subrayan la muerte voluntaria, el sufrimiento, la rabia, la culpa, la melancolía, la soledad… y la escritura, por supuesto, como una alternativa que les funcionó por un tiempo para poder vivir (mejor), “para ponerle música a la rudeza”.
El que sea un escenario propicio esta especie de interrogatorio tribunalicio para decir ciertas verdades, es interesante. ¿Por qué se accede al acoso del preguntador con tanta facilidad (con tanto gusto)? ¿Es que puede entenderse esto como un alegato de denuncia en favor de la liberación de la mujer el estar todas colocadas frente a la pared de las acusaciones hasta después de muertas? Es posible. ¿Es que se pondera el ideal romántico del malditismo? Pudiera ser… Mientras, sigo con la escucha a Miyó.
“¿Cuál fue su pensamiento antes de morir?: Mi último pensamiento fue para la rata que en la cocina de mi apartamento me esperaba cada noche para atestiguar mi próximo intento.
¿Qué opinión tuvo de sí misma?: Fui frágil para los amados, pero solo había frío en el callejón de los cuchillos.
Mencione una frase digna de recordar: Porque como buena comunera conozco los tumultos, los gritos, la incontenible furia de los eternos humillados o el simple y solitario llanto en la barra de un bar.
¿Qué opinión le merece el trato con los hombres?: Solo los hombres de sueños inquietos cantan al amanecer.
¿Qué opinión le merece su trato con las mujeres?: Solo las mujeres de ojos hermosos no envejecen, ahora lo sé y me asombra.
¿Tiene algo que agregar en su defensa?: Morir requiere tiempo y paciencia.
¿Piensa que ahora el mundo es mejor sin su presencia?: NO RESPONDE.
Un último poema: Soy un azar solitario en este espacio de penumbras y rituales”.
Con unas respuestas como las que uno lee en este gabinete, con unas palabras pasadas por el homenaje a la poesía y a las poetas, con esta sabiduría de vidas al límite y unas metáforas de estremecimiento, la verdad es que hasta quien interroga se humaniza (para bien) en una cantidad enorme. Habla con escritoras y les llega con tal cuidado que ninguna rechaza el momento. Y esto es una manera hermosa de celebrar los libros, a lo que dicen, a los tormentos y bellezas de quienes los escriben, al logro de la palabra poética para colocar límites, plataformas, y además crear belleza. Es hacer oficio de memoria con la ficción. Es hacer un patrimonio personal en lo más cercano a lo admirable.
En el “Tratado de la soledad”, sección en la que están estas fichas, ¿son estas unas «soledades inhóspitas»? Varias de las escritoras dicen haber sido hospitalizadas en algún momento, o las imaginamos en circunstancias como esas y debido a desarreglos psíquicos. Aunque lo de la hospitabilidad va en otro sentido, el de la casa donde se habita, y por esta vía en todas encontramos la presencia extraordinaria de la escritura haciendo la función de la morada, del sitio donde estar en medio de un feroz desasosiego. Como me lo comentó Esmeralda Torres ese día que nos vimos: “a estas mujeres las quise abrazar en esa noche de cuchillos con ese cuento”. Y lo hizo. Aquí, en el “Tratado de la soledad”, está el fecundo abrazo de la escritura para darle cariño, con las palabras, al desamparo.
Y con tantas preguntas que también me surgen, es bueno recordar la frase de Alexis o el Tratado del Inútil Combate: “No hay nada más secreto que una existencia femenina”.
(Nota: las fichas 4 y 5 corresponden Sylvia y a Alejandra. No se las pierdan. Ni tampoco “Vitrina para burgueses”, que es una ficción gemela a estas barajas peligrosas y en clave de teatro.)