Amarilis Guilarte
Cuanto más auténticos somos más nos parecemos a todos, y cuanto más falsos, más superficiales y extravagantes, más “personales” resultamos, Gabriel Celaya
Mis personajes son en buena parte mi biografía. Miguel Delibes
Cuando pensamos en la lectura de un diario íntimo, esperamos encontrarnos un discurso marcado por la inmediatez, las notas apuradas o la descripción detallada del ir y venir cotidiano. Como en esos diarios que se escriben en la adolescencia y que se convierten en fieles “guardadores” de secretos e intimidades. Una libreta de notas, un libro hermosamente diseñado o u simple cuaderno escolar podían servir para plasmar un yo íntimo que se vacía y discurre entre sus líneas, aún tembloroso y emocionado por la cercanía de los eventos o la urgencia confesional del diarista. No es éste el caso de El Diario íntimo de Francisca Malabar, de Milagros Mata Gil, pues el eje que vertebra este relato es el producto de una visión madura, de un acto evocatorio, autorreferencial y subjetivo que selecciona los recuerdos, dispersándolos en un gran espacio memorioso apenas delimitado por una sección de fechas entre 1990 – 1992 y las notas para una autobiografía.
Lo que se cuenta va y viene obedeciendo más a una estructura de flujo y reflujo, que a un orden rectilíneo, donde lo real y lo ficticio conviven, haciendo más difusa las fronteras entre la autobiografía y la novela. Por supuesto nos referimos a una autobiografía ficticia, porque para que sea autobiografía real se hace indispensable que autor, narrador y protagonista sean la misma persona, configurando una estrecha relación entre mundo, texto y sujeto. Y aún así, la autobiografía real no deja de tener sus debilidades, porque el yo emprende una búsqueda que frecuentemente se ve interferida por la necesidad de encontrar la mejor imagen de sí mismo. Emparentado a la confesión, donde se muestran los errores y debilidades, se entrevera el discurso apologético, el justificatorio o simplemente se omiten algunos episodios de la vida personal que no se quieren sacar a la luz. La autobiografía femenina es la más reticente a narrar con crudeza encuentros sexuales y experiencias que desnuden la propia individualidad, a menos que se intente escandalizar, llamar la atención o jactarse de las experiencias extremas como suele suceder con algunas autobiografías de artistas o personajes mediáticos.
En la autobiografía real es común encontrarnos con un discurso fluido, comprensible, ordenado y fácil de recordar. El contrato de veracidad se mantiene, aun cuando las lagunas de la memoria tiendan a llenarse con la reconstrucción de las vivencias, haciendo “que la supuesta distancia entre verdad autobiográfica y mentira ficcional se desdibujen”, según Pacheco (2002:31). En El Diario íntimo de Francisca Malabar no se pretende establecer con el lector ningún pacto de verdad. En la especie de metadiscurso novelesco que antecede al texto propiamente dicho, se nos dice claramente:
Este texto es un artificio. En términos de la Poética Aristotélica, esto es la aplicación de la técnica de la escritura para construir una obra de imaginación (Mata Gil, 2002: 3).
Estamos en presencia de una obra de ficción, de una novela que hace gala de su carácter proteico sin desperdiciar la posibilidad de mostrarse desde una perspectiva ontológica, donde un yo se construye buscando estrechas vinculaciones con el tiempo histórico para perderse entre los vericuetos brumosos de una memoria vital e intimista. De esta obra dice Carlos Pacheco:
Una historia “real” como ésta no pareciera caber en el molde ordenado y simétrico de un relato (auto) biográfico tradicional. Ésa es probablemente una de las razones del desplazamiento genérico hacia el territorio de lo novelesco (Pacheco, 1997: 129).
En esta obra lo real y lo ficticio se fusionan en un texto que obliga al lector a buscar el rostro que se esconde detrás de cada página. Olvidamos entonces el contrato de ficción y nos sumergimos en el rastreo de las huellas de autenticidad, participando del juego que nos ofrece la obra. Caemos en su provocación, en su trampa, derribando todas las fronteras entre realidad y ficción. A menudo nos preguntamos quién es verdaderamente Francisca Malabar, quién es esta mujer que emprende el tránsito doloroso e incómodo de evocar y escribir sobre su vida, lo que no es fácil, sobre todo cuando en esa vida, según palabras de la propia Francisca, “no hay ejemplaridad, mensaje moral, eventos épicos” (2002:13). Francisca sólo es una mujer que se confiesa, fabula, rememora, olvida, se oculta y se descubre en una desesperada búsqueda de sí misma. Autoconocimiento y autoafirmación, necesidad y desahogo para quien tiene una larga trayectoria entre la verdad y el disimulo, la rebeldía y la sumisión. Francisca va a cumplir 40 años y siente deseos de poner por escrito algunas cosas que terminan siendo retazos de vida guardados bajo claves secretas en su computador; una mujer que habla de y desde su mundo privado, con voz irónica, resentimiento, ternura y desenfado.
Francisca Malabar evoca momentos muy suyos, su descubrimiento del placer con otras niñas, compañeras de la infancia, la autosatisfacción, la difícil relación con su madre, la violencia del marido, el distanciamiento de los hijos, su terrible experiencia en el hospital psiquiátrico. Su discurso habla de la soledad, la incertidumbre, la lucidez y la locura, de su afán de realizarse como escritora y como mujer, de sus partidas y regresos a una ciudad al parecer demasiado mezquina. Escribe Francisca:
Ante los ojos de todos, yo era una buena profesional: asistía a mi trabajo a tiempo, cumplía con mis tareas y aportaba algo más, tenía amistades y buenas relaciones, escribía en la prensa regional y era razonablemente culta: nada excesivo (…) Mi esposo era también un buen hombre, buen padre sobre todo, que bebía a veces, pero nada del otro mundo. Éramos una sagrada familia. Casi ejemplar. Y cuando yo levanté (quise levantar) la venda que cubría todo el engallamiento interior, el hedor fue tan intenso que nos hizo estallar. Todo se reventó. Lo que era seguro, dejó de serlo (Mata Gil, 2002: 39).
Existe sin embargo, un esfuerzo por unir lo autorreferencial a lo ontológico: una mujer se confiesa, fábula, rememora, olvida, se enmascara y se descubre en una búsqueda de sí misma. Existe una necesidad de autoconocimiento y de autoafirmación; desahogo para quien tiene una larga trayectoria entre la verdad y el disimulo, la rebeldía y la sumisión. Pero, ¿quién es Francisca Malabar? Simplemente una mujer que va a cumplir 40 años y siente deseos de “poner por escrito algunas cosas” que terminan siendo retazos de vida, guardados bajo claves secretas en su computador. Una mujer que habla de y desde su mundo privado con voz irónica, resentimiento, ternura y desenfado.
Un yo femenino rastrea sus huellas personales, revisitando una historia que conoce y ha vivido en todas sus circunstancias. Habla de un sendero ya recorrido, experiencia que hace posible emprender el camino de la reconstrucción, de la síntesis de la propia existencia, o como bien lo sostiene Anna Caballé (1995: 44) “… los recuerdos están sometidos a la tentativa del individuo de interpretarse a sí mismo”.
Interpretación del yo histórico o introspección ontológica, cualquiera que sea el caso en El Diario íntimo de Francisca Malabar, implicaría llenar los vacíos de la memoria con los deseos, las reflexiones y las fantasías. No debemos perder de vista que hablamos de un texto de ficción, que reclama la presencia de un posible lector, obligando a quien escribe plantearse otra forma de autorrealización o trascendencia: la de la literatura, la del arte. Tramposamente nos dice Francisca Malabar:
… ¿Para qué quiero escribir esta autobiografía? ¿Será cierto que tendré un cómplice, alguien que justifique la exhibición de mis fantasmas, el sacrificio de mi intimidad, el striptease moral y el desgaste de mis fechas? ¿O se trata de que quiero construir un género literario, el cuerpo histórico individual como libro? (Mata Gil, 2002: 13).
El yo femenino que se expresa en El Diario Intimo de Francisca Malabar aspira a ser redimido, a ser liberado de una culpa que no está muy clara, ni para la misma protagonista. Ella nos dice:
¿Me atreveré algún día a publicar estos textos? ¿Cuál será la — reacción de los que puedan leerlos? ¿Asco? ¿Burla? (..«.) He tenido otro período de fiebres recurrentes y vómitos. En realidad, cada cierto tiempo mi cuerpo parece inclinarse por esos síntomas, parece querer limpiarse de alguna suciedad interior difícil de quitar. Es una rara sensación de desprendimiento de las entrañas. Una flotación del cuerpo, como si las moléculas se separaran por un fenómeno natural. Cíclico. (Mata Gil, 2002: 85).
Esta necesidad de “limpiarse” se canaliza a través de la exposición de su mundo interior, el yo intenta mostrarse, abrirse, sin embargo existe un sentimiento pudoroso que lo frena. Comenzamos a sospechar que el alma se confiesa a medias. La memoria como receptáculo del yo, lo ayuda en su recorrido hacia el autoconocimiento, pero le tiende trampas “novelizando el recuerdo” que funciona en El Diario Intimo de Francisca Malabar como una autobiografía ficticia que sirve para enmascarar, para proteger al yo femenino que se prolonga en la escritura, desatando sus sensaciones, sus impresiones, sus ritmos interiores: el mundo secreto revelándose entre las brumas de la ficción. Expresa Francisca Malabar:
(…) La palabra que escribo puede soportar esto sólo bajo una condición: evitar las exactitudes, no ceñirse a la letra del tiempo y del espacio, evadir los detalles excesivos para impedir que cualquier hecho normal se transforme en trágico, cualquier hecho trágico se transforme en cómico (Mata Gil, 2002: 85).
Subyace en este discurso un deseo paradójico del yo: el de mostrar ocultándose o el de ocultarse para mostrar y esto nos hace preguntarnos ¿Cuánto le ha costado y le seguirá costando a la mujer desprenderse de esa especie de culpa atávica que la reprime y la censura cuando intenta trascender el mundo de lo privado?
El Diario Intimo de Francisca Malabar está atravesado por un acto de confesión, pero existen dudas, son las reservas de un yo a exhibir sus zonas más sensibles en el mundo de lo público. Por eso se enmascara, reconstruyendo y novelando el hilo del pasado. No podemos asegurar aquí si ese proceso de reconstrucción permite verdaderamente exorcizar los fantasmas de quien escribe, pues eso si pertenecería al ámbito estrictamente privado, lo que si es objetivable es el logro estético de una obra llena de lirismo, muy bien pensada, muy bien escrita, que desde su advertencia inicial o contrato de ficcionalidad establece con el lector un vínculo cómplice, retándolo, despertando su interés y hasta una “morbosa” curiosidad por escudriñar, por encontrar entre los resquicios de la ficción los restos de una verdad o de una realidad menos amable.
Bibliografía
Caballé, Anna (1995). Narcisos de tinta. Barcelona: Ediciones Megazul.
Mata Gil, Milagros (2002). El diario de Francisca Malabar. Caracas: Monte Ávila.
Pacheco, Carlos (1997). “La autobiografía ficcional como historia alternativa en el Diario Íntimo de Francisco Malabar, de Milagros Mata Gil”. En La historia en la mirada. Ciudad Bolívar: Ediciones de La Casa. Colección Lucila Palacios.