Por: Flor Gallegos
Cuando alguien nos cuenta una historia, sobre un suceso o algo que le ha ocurrido, por muy interesante que resulte, nunca es igual a escribir literatura. Con esto, lo que quiero decir es que la anécdota o eso que nos contaron se queda en un acto solamente recreativo, se termina la historia y allí muere. En cambio, encontrarnos que la literatura es un asunto completamente diferente: la obra nos despeja el camino para mostrarnos algo de nuestra intimidad, y por extraño que parezca, se encuentra contenido en el texto. Algunas veces no está dicho directamente, pero sabemos de su presencia, porque nos toca por dentro. Y allí comienza el texto a llevarnos de la mano sin soltarnos, a vincularse con nuestras vidas, a despertar nuestra curiosidad; nos hacemos preguntas y anticipamos sin mirar a los lados, porque nos lleva prendidos hasta el final de la obra.
Esto nos sucede con Camila, personaje principal de la presente novela de corte juvenil. Carolina Rivero se vale de su protagonista para acercarnos a una ficción que vincula al lector con sus propias experiencias, con la vida. Esto lo digo porque ante los acontecimientos que vive Camila, sus preguntas, los temores, las situaciones que envuelven la adolescencia, los amigos, el amor, sus atrevimientos, el lector joven siente cómo la identificación aflora. La secuencia narrativa recrea las formas de las que se vale este personaje para lidiar con su realidad cotidiana y sobreponerse a las dificultades externas y los obstáculos propios de su intimidad.
Así la vemos envuelta en situaciones arriesgadas, esencialmente relacionadas con las calificaciones, la inminente pérdida del año escolar y el riesgo que implica la propuesta de Héctor. El amor también hace su labor en los sentimientos de Camila, jugando con sus inseguridades, las dudas, las decepciones y los triunfos, elementos de alto contenido emocional, que a todos los seres nos atañe.
Desde su mirada adolescente nos acerca en buena parte a la historia contemporánea del país. Camila y sus amigos, cargados de inquietudes, se hacen preguntas por la situación que les ha tocado vivir como el Caracazo. Tienen sus propios juicios muy bien argumentados; también cuestionan la escuela y sus formas anacrónicas y excluyentes de enseñanza y evaluación. Interesante manera de aproximarse a la historia, porque lo hacen desde una perspectiva joven y crítica, libre de ese afán pedagogizante muy propio de la realidad escolar, cuyo intento pareciera querer didactizar la vida, restándole fuerzas a lo que pueden significar estas vivencias.
Un diez para Camila nos recrea y nos invita, a través de los espacios escolares, familiares, las fiestas, canciones y toques, a penetrar en una experiencia que en buena parte puede semejarse a la del lector, con el añadido de la ficción que profundiza y trasciende lo cotidiano, junto al aporte literario del que se vale Carolina Rivero con su particular manera de contar.