Edda Armas
MAR DE ORIGEN
El mar me une a mi padre con forma finita de laguna.
Laguna de su Unare, abrazo mercurial que encandila.
Brazo de brazos de un río con turbulencias de días en
los que se removía el feliz estarse y mover los pies
por debajo de la fría corriente mezclándose con el barro.
Decía papá que al río lo habitaba un caimán ciego, y
sin jamás haberle visto, le creíamos. El caimán instala
al optimista que vence turbulencias río abajo, con
su ojo único que todo lo ve, y quiero creer que así se erige
símbolo de que ‘algo bueno’ puede siempre suceder.
A su primera novela, una noveleta narrando su primer
el infortunado amor de juventud, en la que muere la protagonista,
la llamó El mar llegaba hasta la puerta.
A sus hijos nos contó que a esa primera versión la hizo fogata
una noche sobre la arena de mar en Puerto Píritu,
creyéndola pudorosamente impublicable.
Poco antes de morir, la reescribió y se editó con retratos
de los protagonistas, que eran ella, él y su caballo, con el título
de Este resto de llanto que me queda citando a José Antonio
Pérez Bonalde en La Vuelta a la patria,
de estos versos que, en este hoy del país, nos duelen:
Hoy he vuelto fatigado peregrino
y sólo traigo que ofrecerte pueda
esta flor amarilla del camino
y este resto de llanto que me queda
De noche, el mar ruge acorazado y hasta mí llega.
Le escucho golpeando la puerta de los sueños futuros,
siendo el mismo mar de mis recuerdos.
Lugar donde presto oídos al padre
voraz trueno reclamando
las hormas un espacio real con sal en los labios.
INFUSIÓN TÉ JAZMIN CON LUNA PARA TRES
Mi nombre, más acá o más allá de mí, hizo su propia vida.
Si apenada, como ando a veces, se acopla en mí.
Le he visto alargarse en la cama al buscarle su forma
dormida yo, también afinarse en su doble d y caer al piso
durante la ducha con la caída del agua.
Sus cuatro letras toman café conmigo en el balcón del jardín a la hora de contemplar a las flotantes nubes y en tal simbiosis padezco sus incómodos trances, como cuando le cambian las d por v, o le despojan de una d.
En la tradición paterna de mi familia, Edda se ató al espeso sentimiento de las pérdidas. De modo que maniobro para despojarlo de la fatalidad de origen.
Mercedes Alfonso, la abuela paterna inició la cadeneta tribal
al nombrar Edda a su primera hija que murió al nacer; a la
segunda Edda la sostuvo en brazos apenas meses. Al darles
sepultura a las niñas en cajones blancos enterró con ellas
este nombre de cuatro letras.
Por J. L. Borges supe que en las culturas nórdicas Edda
significa antepasado, también abuela y arte poética.
A su tercera hija, la bautizó Lourdes, pagando ofrenda
a la Virgen que le hizo el milagro de una hija. Su hijo
Alfredo Julio, mi padre, acuñó el nombre de Edda para
su primogénita, que vine siendo yo.
Por las historias que narra mi padre en El osario de Dios
supe de sus hermanitas muertas, y fue de golpe que até
cómo los pulsos de esas otras almas vivían acompasados
en el mío, sintiendo sus truncadas vidas como tensiones
dolientes, un peso de plomo doble cosido a mi espalda.
En ocasiones, me digo ahora, habíamos sido tres las que
nos sentábamos a la mesa a la hora del té. Molde de almas
rufas a un nombre; triple cordón umbilical de un vampiro
que absorbe la fructosa.
Para Nietzsche, la luna es un gato (Kater) que se desplaza
sobre una alfombra de estrellas.
Ciertos días, al hervir el agua en la tetera de peltre,
el silbido del aire dispara rituales que atendemos más de dos,
a veces hasta cinco, congregados en un altar en reverencia
humilde en el templo de las palabras. La luna, el gato, el monje,
las dos niñas difuntas y yo.
El mar devuelve todas las voces juntas con el oleaje.
Ese silbato queda trinando en mis oídos. Y siento, al momento
de escribirlo, que no sé si soy yo o si somos una legítima constelación
al unísono sobre la página, aun cuando el ritual de la claridad
empuja a ejercitar el desplante, el ir quitando sillas a la mesa,
asumida separada de ellas, cautiva en mí, acatando su dictado.
Coda
Al crepúsculo, el sonajero de plata despierta almas conectadas
en la marea antes de apagarse la luz, pero a nadie le alcanzan las
horas de sus días para lograr compaginar el mapa de vida
con el de sus muertos.
a mi madrina-tía Lourdes,
pintora de gallos y ciudades
CESTRUM NOCTURNUM
Es el árbol quien ve.
René Char
Cómo puedes, árbol, plenarme sin que tenga aprendido
tu nombre o el de tu especie, y siendo así, sepa por demás
de tu fragancia, semejante a la del azahar o el jazmín,
con tu flor de pequeña trompetilla que con su elixir dulce
igual atrae avispas y colibríes.
Presencia noble la tuya a un rincón del doméstico jardín,
compañía a la precaria hora en la que dudas y preguntas:
¿cómo puede la vida regalar la esperanza del renacer entre
verdores sin espinas, en el tejido nido que la avecilla arma
sobre tan débiles ramas?
Una se apega. Cela el lento crecimiento de sus tallos,
el brote rabioso de sus nuevas hojas, las que igual verás caer,
pues el inclemente sol las reseca o las abusa el gusano
que brinca del árbol vecino, o los bachacos que ascendiendo
las enramadas le llegan a su más tierno núcleo.
Desde que no permito que poden tus ramas has desplegado
tu vigor con brazos arracimados de menuda carga blanca, y
ahora la casa se alimenta de tu perfumería, siempre nocturna.
Todo árbol plantado en tierra ajena hace duelo al costado abierto,
sin sospechar que su raíz es la misma que te sostiene
en la vigilia intemperante del sentir,
sujetándote a la realidad áspera en la que vives.
ENLUTADOS
Hablas en voz alta con los otros (…)
Y en la noche se te permite resistir. Resistir.
Harry Almela
Sin aire transitas el asco, las noches ansiosas, tés
en el triste roce a oscuras, cuando el alma espera
soñar el riesgo entre los quicios del decir o el callar,
mientras afuera llueve y el agua pasa y las naves
parten lentas como cuerpos de silenciosos adioses.
Pero te propones trazar con el compás los puntos y
las comas al dolor; sellos de las cartas que jamás
llegarán a las manos de su destinatario, tornándose
humo de fogatas; y es en esos grises que memoria
haces de formas que te enlazan en el árbol familiar.
Silbas los nombres de los ya ausentes y canela
masticas en aquello que te da pertenencia y
los aromas te arropan al hondo deseo de hendir
el cuerpo del árbol en flores y frutas.
La daga adentra rasgando su lugar en el solitario.
Extiende límites al umbral del dolor. Son surcos
convulsos: el goce, lo que está en ascuas, el chis
del quiebre, el pequeño soplo: fuelles del eco que
zarandean la barcaza que, enlutados, nos carga.
SIN
un pliegue que busca cuerpo y no lo logra
con palabras arma lo que no sale de la boca.
Deuda de lo errado en lo errático,
que muda de lugar y con trazos y acento
ahonda lo álgido,
en todos los sin
y sin calavera y sin alma,
sin pedestal donde posarse látigo se hace.
Cortada la cabeza del sufriente
asimilas las soledades transitadas con agujeros
sin soles y sin líderes.
Parte extrema y punzante del dolor interno
que arrincona los sentidos
dolor piramidal que hierra
raspa los huesos del hacer sin hacer.
con María Clara Salas
ELEGIR CONFRONTA
En tus labios se forman palabras desconocidas
y lo invisible gira en torno a ti suavemente.
Antonio Gamoneda
Tal vez toque elegir entre el viso de los labios
al hablar o el silencio que los sella,
para que los malos entendidos cesen.
Los desencuentros son armas fatales.
Peor que tragar la raíz de la mandrágora
te resulta la opacidad del alma que no se comunica.
Carnero blanco al comparecer en el juicio
de nuestras angustias,
confrontados sin la certeza de la oreja que escucha.
Irremediable atasco de crueles preguntas,
que la desconfianza y la incertidumbre arrastran,
instalan, perpetúan.
Elegir confronta,
y sé, qué de estar aquí, fueses tú, estrategia.
Quién las extendería sin rabia con soluciones,
apaciguándolas, en el blanco estar.
AL PARTIR, EL BESO
Abate el no desprendimiento en la última hoja
que del árbol cae.
No intuyes nunca las vueltas que darás.
Tal vez nos volvamos a ver, le dices al que parte.
Tal vez el adiós no nos separe jamás.
Y prefiero pensarlo así, labrando otros puntos
de encuentro.
Sujetarse al vacío que deja
armar la próxima estación.
Mirar desde ese lugar el gesto del niño
que te sonríe en la cola del supermercado
cuando su pequeña mano agita un adiós.
Vuelves a las vueltas. La fila te apila.
Te miras en ese espejo.
Acumulas lo que dejarías ir.
Se muere el verano cuando te vas
-oyes en la voz de Joaquín Sabina-
y se repite la misma canción,
y te alistas para el cambio de paisaje
asumiendo la sordera necesaria.
Entonces el espejo recompone la mirada.
Agudiza el encuadre vertical si abres
el oído medio como foco alternativo.
Las cejas son nubes de tu meditación.
Los pájaros en estación vuelven a lo apetecible,
en la distante estancia del extrañar.
Partir es hora marcada en la vida.
Coreas el mantra, vistes el día de arcano mayor.
Nunca sabes la última vez de cualquier cosa,
ni el beso al partir,
aún menos el resonar de tu propia sombra
en la misma calle de tus andanzas
a las que íngrimo volverás
aferrado a tus libros de cabecera.
BELLEZA DEL QUERREQUERRE
Todo está en la voluntad detenida del que ve.
Pedro Serrano
A raíz del fatal hallazgo de localizar polillas
en la biblioteca de nuestro apartamento
hemos fumigado y reordenado libros,
y fueron pocos los perdidos,
devorados internamente sin piedad,
infierno dantesco que conseguimos detener.
El ventanal del pequeño estudio
permite ver los frondosos nísperos a los que
llegan de día los azulejos a comerle los frutos
y los murciélagos durante la noche.
Abstraída al ordenar el resto de los libros
sobre la estantería desinfectada
me asalta un graznido,
y me asomo en busca del ser que lo emite.
Pertinaz instante.
Una mancha multicolor vuela hacia mí
posa en la reja y a los ojos
nos advertimos, inquietados, el ave y yo.
Nunca había visto uno de esta bella especie.
Fue un encuentro de pupilas dilatadas.
Asustado él. Impresionada yo,
por toparme con tal rareza en plena ciudad,
por su graznido y su belleza
en colores estridentes:
el amarillo y negro del turpial,
el verde real del loro,
y el copete azul rey de tribu.
De súbito, brinca al balcón lateral
se aferra con sus patas firmes
a los barrotes blancos de la reja
y mirándome de reojo vuela pronto
en dirección al cerro Ávila.
Busco imágenes en Google, con palabras claves
“pájaro amarillo con negro y verde y copete azul”
y encuentro que en Perú le llaman Arrenajo verde
(Cyanocorax yncas)
Que es un ave activa.
De un cuerpo de 29 a 32 centímetros.
Que se puede apreciar en todos los estratos de la selva.
Oportunista y omnívoro, suele curiosear.
Vocaliza con variedad sonidos fuertes.
Con cabeza azul, espalda verde y pecho amarillo
puede ser vista a lo largo de la vía férrea
entre Puente Ruinas y el Valle de Mandor.
En Venezuela le llamamos Querrequerre.
Se le ha tildado de inquieto y de carácter fuerte
como su graznar, al que modula según el ritual.
Es ave de una sola pareja de por vida.
No puede ser enjaulado.
Buscaría liberarse, o agredirse hasta morir.
Nada casual este encuentro.
Lo feroz ronda para espantarnos. La belleza reclama lugar.
La vida incorpora el atajo, después de conocerle.
a CC
MANDALA DEL MANDATO
Veo, vería. Confianza del árbol en el fruto.
Edmond Jabés
Extraño aroma
el que sólo ahora, a esta edad,
comienzo a percibir.
No proviene de la flor ni del fruto
sino del querer renacer.
Levanta su apenas ala
en la idea que hace rato
con el pedaleo del andar
nos viene persiguiendo.
Esquivarla, no. Más bien
volverla carne del cuerpo.
[La libertad es ahora lo añorado] susurra.
En su incesante aparecer
con doble ala corteja
en procura de desatar
los otros nudos tramados como epifanías
en el espacio que ahora asfixia
para que se sujete a sí misma
embalada de algunas verdades.
COFRADÍA
El segador gira, y gira
su centro de gravedad
deduce y extiende
desapegado.
Sin plantar huellas
–no puede recogerse
en la memoria ni en el corazón–
el que todo lo ve
ajusta
engarza
en despliegue de alas
y algún escondite les construye.
Ancla, raíz, polos, ritual de
nubes en rotación, mordidos
andamos en el solario
de rotunda impermanencia.
Gracias por compartir.
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