Andrés Mata
“¡Oh Dante! Tú lo dices:
no hay mayor desventura
que recordar en tiempos de amargura
las épocas felices!
Dichoso el hombre fuera
si al conocer del mundo los engaños,
retroceder pudiera
en el largo camino de los años.
Que entonces viviría
la vida de la infancia;
y por nada en el mundo trocaría
la amable ceguedad de la ignorancia!
II
En mi clara memoria reconcentro
alegrías, y dudas y dolores;
y recordando mi niñez, encuentro
luz en el cielo y en la tierra flores.
Que aunque se aleje el tiempo
hora tras hora,
y a la sonrisa matinal suceda
la sombra, de la sombra engendradora;
nada hay que al hombre suplantarle pueda
su nunca muerto corazón de niño
donde emerge la luz de la ternura
a cuya claridad, radiante y pura,
se contempla la tierra con cariño
y con amor se mira hacia la altura.
III
“Aún paréceme ver cómo blanquea
la ermita de la aldea
entre el follaje de la verde loma…
a lo lejos semeja una paloma
que mecida en las ramas aletea
La torre esbelta; la delgada aguja
que mira hacia la bóveda infinita
entre la niebla gris que se arrebuja
sobre el húmedo techo de la ermita;
los vidrios que, incrustados en el muro,
del sol que nace a la fulgente llama
evocan las escenas de aquel drama
que primero fue idilio en el oscuro
establo de Belén, y luego toma
aspecto de tragedia en el Calvario,
donde al grito del pueblo victimario
el Redentor del Mundo se desploma;
la claridad dudosa, sugestiva
que se apaga en el fondo de la nave,
donde parece que el misterio aviva
la fe en el alma; la solemne y grave
plegaria que en el órgano resuena
cuando consagra el sacerdote; el suave
aroma del incienso; la serena
figura del doliente crucifijo
que, en actitud de perdonar, y fijo
en la cornisa del altar, semeja,
entra la oscuridad que lo circunda,
un pálido celaje que se aleja
hacia otro cielo que calor difunda;
memorias son de inextinguible encanto
y a su prestigio alentador acudo,
cuando en mis noches de tristeza y llanto,
blasfemo y grito, y desespero y dudo!
IV
“¿Quién, a la tarde, cuando el sol alumbra
el dorso inaccesible de la sierra,
se dirige a la ermita y acostumbra,
de la nave central en la penumbra
orar contrita, la rodilla en tierra?
Hoy no es la hermosa niña
que a su nevada frente de camelia
ceñía, como Ofelia,
las flores que arrancaba en la campiña.
Presa del sufrimiento, ya no viste
sino el oscuro traje que responde
al recóndito afán del que está triste;
y mientras lucha y al dolor resiste,
dentro del alma su dolor esconde!
Hoy es ya la mujer que en el ocaso
de su radiante juventud, el vaso
de amargas penas hasta el fin apura;
y empujada por íntimos empeños
bajo las gradas del altar procura
enterrar el cadáver de sus sueños.
V
“¡Oh juventud radiante que envejeces
cuando la aurora triunfa de la noche!
¡Al caer desmayada te pareces
al lirio que en la plácida laguna
abre a la tarde el argentado broche
y muere al beso de la casta luna!
VI
“No lejos del humilde caserío
y bajo arcadas de tupidas frondas,
sobre piedras y troncos rompe el río
la blanca espuma de sus blancas ondas.
En sus cristales diáfanos retrata,
discurriendo sonoro,
lo mismo la campánula de plata
que la corola del botón de oro.
Y, espejo de celajes y de nubes,
se apropia los fantásticos paisajes
de nubes y celajes
que en el cielo dibujan los querubes.
VII
“¡Oh tú, la candorosa compañera
de mis mejores años! El olvido
no ha logrado borrar de mi memoria
aquella breve, perdurable historia
que comenzó del río en la ribera…
¡Yo buscaba en los árboles un nido
cuando nos vimos por la vez primera!
VIII
“Vibraba la canción de los rumores,
del soto en lo interior. La primavera,
pisando sobre nubes fulgurantes,
volcaba sobre el llano y los alcores
ánforas de perfumes tentadores
y cráteras de perlas y brillantes.
La mañana era espléndida: en el cielo,
patria de la esperanza y del consuelo,
el sol quebraba su carcaj de llamas;
y bajo la explosión de los colores
entonaban los pardos ruiseñores
el cántico nupcial entre las ramas.
IX
“¡Eva de aquel edén, donde la planta
que produce el ensueño se levanta
protegiendo el remanso transparente;
Diana de aquella fuente,
oculta siempre en la floresta umbría,
ni contemplé en el árbol la serpiente
ni la fiera jauría
hincó en mi pecho el afilado diente!
X
“Después de la mañana de aquel día,
nosotros fuimos la feliz pareja
que, ya junto a la reja
de la alegre alquería,
o camino del monte que desbroza
el humilde labriego, cuando trunca
las ramas para el fuego de la choza;
hablábamos de amores, pero nunca
de aquel amor ardiente
que en nuestros corazones se escondía,
y que al querer hablar enmudecía,
y no hablando jamás, era elocuente.
XI
“¡Oh, corazones tiernos donde cabe
y se eterniza la inquietud secreta
que es indiscreta cuanto más discreta
y nada ignora cuanto menos sabe,
permitid que os alabe;
que a la triste indolencia del reposo
se rebelen mis duelos; y que os pida
aquel desasosiego misterioso
que hizo a mi corazón el más dichoso
en los primeros años de mi vida!
XII
“Despótico y sarcástico el destino,
lo mismo que juntó nuestras dos almas
las separó después…
En el camino
juntas dábanle sombra al peregrino,
acariciadas por el sol, las palmas.
Sopló el viento glacial: el viento ronco
que llena de pavor al campesino;
y cúpula y raíz, ramaje y tronco,
dispersó en la comarca el torbellino.
XIII
“Huyendo del conflicto sanguinario
de las guerras civiles,
que convierten la patria en escenario
de torpes odios y venganzas viles,
nuestras madres, tan puras como buenas,
buscaron sitio agreste y solitario
donde calmar sus penas.
No dio tregua el dolor! ¡las amargas
noches de soledad fueron más largas
que las noches serenas!…
¿Qué fue de nuestras madres? Resistieron
como madres al fin, pero lloraron
tanto, que prontamente envejecieron:
como dos almas buenas se durmieron
y en un mundo mejor se despertaron.
XIV
“Ajenas a la trágica tortura
que secreta minaba los cimientos
del palacio ideal que a tu hermosura
fabricaron mis nobles sentimientos,
volaban nuestras horas de ventura
en alas de amorosos pensamientos.
No hay sitio alguno en la callada aldea
que testigo no sea
de aquellas gratas, apacibles horas,
que el firmamento del pasado encienden
y en los abismos de mi pecho esplenden
cual una eterna sucesión de auroras.
Cuando estos sitios y tu nombre evoco
para domar mis ímpetus de loco
y quebrantar mi bárbara agonía;
sólo un recuerdo el corazón me aterra;
el recuerdo funesto de la guerra
que separó tu alma de la mía.
XV
“Mientras daban al viento sus pendones
de purpúreo color los batallones
que a defender el valle se aprestaron,
desplegaban banderas amarillas
las compactas guerrillas
que en las verdes colinas acamparon.
Vibró el himno de muerte en las cornetas;
volaron las legiones al combate;
y fue lucha de atletas contra atletas
que en impetuoso y sanguinario embate
decidieron al fin las bayonetas.
XVI
“Después de aquella lid pujante y brava
que en el campo sembró males prolijos,
quedó la Patria, como siempre, esclava
de las pasiones torpes de sus hijos!
XVII
“Y el odio cruento que empujó con saña
al humilde bracero a la pelea,
y transformó en trinchera la cabaña,
y recorrió con incendiaria tea
el llano la campiña y la montaña;
que, rudo ante el honor, sordo ante el ruego,
en contubernio vil con el pillaje,
hizo de la mujer cínico ultraje,
y de sus bienes despojó al labriego;
el odio, ebrio de febril venganza,
que extremó su crueldad en la matanza,
y sobre los escombros de su imperio
negó todo consuelo a la esperanza
y convirtió el poblado en cementerio;
alimentando sórdidas pasiones
satisfizo su indómita demencia…
y emponzoñó los buenos corazones
y profanó el altar de la conciencia.
XVIII
“¡Después… el hondo abismo:
un piélago de sangre sin riberas!
¡La ingrata soledad del ostracismo;
y tras noches enteras
de rudo afán en el hogar extraño,
las penas, mis dolientes compañeras,
cantando la canción del desengaño!
XIX
“¿En dónde estaba Dios cuando la suerte
separó nuestros pechos con su brazo?
Preferible a tal golpe era el más fuerte:
libertadora del dolor, la muerte
nos hubiera fundido en un abrazo!
XX
“Llamaron a la puerta del proscrito
miseria y orfandad, duelos sin nombre;
y mientras interroga al infinito
si también la inocencia es un delito,
al niño pronto lo reemplaza el hombre.
El hombre aquí está ya!…
La caravana
atravesó la noche del desierto,
y al brillar en el cielo la mañana
la caravana descansó en el huerto.
XXI
“¡Regreso con las ansias imposibles
de beber en la fuente de tus ojos
la lágrima que calme los enojos
de mis dudas horribles!
Te busco en la ciudad y no te miro,
y me responde el eco si te llamo.
¿Por qué, si como ayer, por ti suspiro,
oculta en el rincón de tu retiro,
no atiendes a mi férvido reclamo?
¿No hay nidos en los árboles? ¿Las flores
no se abren a la lumbre matutina
y perfuman el llano y los alcores?
¿La centenaria encina
su sombra niega al viajador? ¿El río
no recorre como antes su trayecto
salpicando las hojas de rocío?…
Llámame, como ayer: “ídolo mío”;
abre tu corazón al mismo afecto
que en nuestros pechos encendió una llama
y en nuestras almas derramó un perfume.
¡Esa llama de amor no se consume!
¡Ese aroma inmortal siempre embalsama!
¡Vamos al porvenir! ¡No me abandones!
¡Unamos otra vez los eslabones
de la cadena del amor! ¡Imprime
sobre mi frente el ósculo edemante!
¡Jamás esperes que la alondra cante!
¡Escucha siempre al ruiseñor que gime!
¡Pero no puede ser!… El bosque humea,
y fermenta en los surcos todavía
La sangre ¡oh cielos! de tu padre…
¡Sea!…
Inútil es tu afán, ¡pobre alma mía!
¡Recoge los puñales de Medea
y tus propios dolores desafía!…”.