literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Verónica Jaffé

Después de la tragedia
de la épica primera
la musa cantó ya no
de cóleras, ciudades,
convertidas en cenizas,
sino de los migrantes.
Porque, poesía,
sólo la mudanza persiste
y es hogar tu viaje.

Cuadro de mujer en otoño

La distancia hacia la isla
se diluye un poco en los grises
de la noche iluminada:
es reflejo de ciudad extrema,
lleva el nombre
de un indígena amable, Seattle
le otorga cuerpo a las nubes.

La marea sube.
Pequeño es el ruido de las olas,
el lamento
de algún ganso o gaviota.

Nada más ocurre en esta playa
donde llueve lenta,
apaciblemente.
Dormidos los niños,
los pinos retienen
la mesura
de una costa otoñal
en tu mirada
hermana
mujer.

Sólo tú saliste de la plaza sol de Tebas.
Tú tan libre cuando fuiste con tus muertos
¿es tu libertad extremo único posible
y vergüenza para los que vemos tu condena
en distancia
en prudencia
en silencio?

Dura es la libertad de tu palabra.
Vital
Irrenunciable

Al gato muerto

Hoy volví a ver
Así creo
El cadáver
De un gato peloso
Sedoso durmiente
Pardo al asfalto
Desmadejado del borde
De la calle nacional
Eso algo
Que nunca comprendo
Hoy recordé el cuerpo
De la ardilla de cola esponjosa
De infancia sobrina
Hoy recordé el paso asustado
De la pereza optimista
Cruzando a nudillos por la autopista.
Recuerdo el golpe que le dio
Un Mustang de lata amarilla.
La pereza se hizo rollo
Pelota desmadejada
Al borde
De todos nuestros asfaltos
El bigote en horizonte
La cola esponjada
El rollo áspero de la pereza
¿parecieran sólo semejanzas
Del famoso transitar
De las pequeñas
Glorias de este mundo
Y tal sería lo que no comprendo?
Pero los asfaltos nacionales
Ese asfalto mío
Que nunca comprendo
¿no me muestra más
Que eso en la pastosa
Maldad de la muerte?
El susto a nudillos
Ese si
Lo comprendo desde mis noches
De infancia sobrina ajena y cercana

5ta avenida de Los Palos Grandes o La ardilla

En la alcantarilla,

allí donde ayer noche fluyó el agua

cuando sobrevino la tormenta

-el Cordonazo de San Francisco-

mi sobrina encontró

el cadáver de una ardilla.

Con su larga cola colocada en dirección

hacia los carros y camiones

que pasaban cerca,

la ardilla parecía

haber logrado cierta paz

en el urbano movimiento.

Pudo reposar un tiempo

sobre el asfalto de la calle

hasta que otra lluvia

la arrastró a la acequia,

a la quebrada,

al río pestilente.

El silencio muy pequeño en el vacío

que dejó al borde de la acera

frente a la casa

quizás fuera un  transitorio

homenaje a su piel,

su larga cola esponjada

que ahora acaricio en mi memoria.

Amherst, Massachusetts

En un viaje hacia el Este,

hacia las colinas, los pequeños bosques

coloreados por el viento de septiembre,

el viajero se detiene en un pueblo

de la Nueva Inglaterra.

Junto a un pequeño río

están los bancos de madera,

las capillas anglicanas,

cuyos feligreses

no parecen preocuparse mucho

por la casa de ladrillos

a la entrada de este pueblo.

Pero no dejemos que la impresión

del primer momento nos confunda.

Pues la casa, el jardín de flores

-un inmenso roble en el medio-

es tenida en cuenta al menos

por el grupo de adeptos

y lectores de la poesía.

Nada en esta casa manifiesta relación

con algunos versos recordados.

Sólo el vestido blanco en la vitrina

nos sugiere algo de esa mínima figura

que creía en el poder de la palabra

y de la muerte.

Al salir del cuarto

los viajeros se dispersan

entre flores, robles y senderos,

toman fotos de fachadas,

de ventanas y muros de piedra,

oyen lejos el tronar de los camiones

en la carretera,

reflexionan un momento,

fuman uno o dos cigarros,

luego vuelven

a la ruta

al itinerario programado.

En un viaje hacia el Este

no se encuentra la poesía,

pero sí

los diminutos restos de ella

Catedrales

Helas aquí las grandes catedrales

en góticos silencios recogidas

exultantes coronadas

por la laboriosa fe de algunos hombres

fallecidos hace varios siglos

la esperanza hecha espacio

y dentro se recoge

el aire

de los órganos tallados

con piadosa simetría

atentos a las perfecciones del sonido

para aventura la escala justa

de las notas que marcaran

los tropiezos las heridas

la secuencia acompasada

de los tiempos que transcurren.

Hete aquí entonces

bajo el arco en punto

de la bóveda labrada

de la antigua esperanza

escuchando humilde

el silencio en la escala

de las horas que transcurren

hacia un final tan previsible

un final de errores

de tropiezos y heridas

dentro de la catedral de piedra

de la permanencia sosegada

de un espacio y del tiempo

sin querer saber de nada

y sin conocer o ser

de nadie conocida.

Cuando Fedra

canta

sus lamentos

carcomidos por la rabia

y Medea

llora

su inocencia ensangrentada

-vellocino en la memoria-

la gentil Electra

calla

su sonrisa

cuenta pájaros oscuros

y espera

heredera de su madre

asesina

*Algunos de estos textos fueron tomados de la página personal de la autora: http://www.veronicajaffe.com/poesia

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