Como un ídolo sentado de espaldas
Me siento como un pequeño ídolo sentado de espaldas,
cosiendo con su hilo viejo ricas maderas, axilas graves;
me siento como esos seres silenciosos que caminan sin honor,
y tienen llaves y tienen tristezas
y dicen plegarias en la soledad y en sus recuerdos.
Ay, ellos son así, truenan alcanfores
como saliéndose de la muerte, truenan gruesas
y negras vendimias;
mugen con la tarde, como bueyes en la hora crepuscular;
ellos regresan de todos los pesares en su pesar.
Esta es la gente de viejo cutis, de tornillos desconocidos,
de mangas de camisa con perritos y extraños bastones;
son los de a mediodía, bajo el samán,
son los de los carretes para llorar, los sólidos
empleados que suben y bajan escaleras y abren largas cartas.
Si pudiera vivir como ellos, rascándome el estómago,
amado por todas las mujeres y mirándome los dedos
como si fueran personas dentro de mí, que conversan;
si pudiera como ellos, arreciar mi tórax,
tomar café en cualquier negocio de la esquina
y hacer como que no existen:
Eso sería realmente espectacular,
esto movería mis mugres blancas hacia los túneles.
En un monasterio de Asia central
Aquella noche vi a Rama
envuelto en una atmósfera de tigres.
Conversaba con unos árboles,
con una piedra de fuego cósmico.
Veía a distancia perros ladrando,
antorchas que encendían una piedra.
Rama, desde su oscuridad, desde sus nubes,
inventaba una hoja para curar muertes,
para hacer relámpagos, para conversar
de las propiedades del rayo.
Y en una blanca hoja con runas
descifraba varios jeroglíficos
donde Eva anunciaba grandes grutas,
donde se extinguiría la sombra 18,
la de los Ojos Transfigurados
en la Tabla de Esmeralda de los frigios.
Rama parecía disuelto
entre aquellos menhires venidos de lejos.
Rama miraba en la astronomía
los canales de ciudades perdidas,
mientras desde Lo hondo Júpiter
exorcizaba a los jabalíes en su Agujero.
Sobre un subterráneo azul Rama cantaba.
Los astrónomos hacían dormir al sol.
Poema
Busco al que se fue en escondrijos grises,
en sonados rincones, en balencias oscuras;
busco al que se fue despierto en sus corchos,
y lo alabo en su abismo,
y lo llamo rincón ciego
y le golpeo sus dígitos
con ruidoso asunto que es para llorar.
Lo busco a trescientas distancias,
a corazones de luto, poniendo su huevo la gallina;
lo busco hasta verlo volver:
cómo no va a ser ese que tiene tinajas,
cómo no va a ser él, si se le conoce por sus piedras.
¿Ha muerto ése que se fue un día lunes?
¿Era hortalicero de verdad, vendía hierbas rosadas,
se sacudía los codos frente al espejo? Busco a ése
que tiene el corazón ronco como una cascada,
que bucea los alcatraces en la tarde, hacia el río inmortal.
Debido a la acústica hace ruido aquí. Es él.
El no está, más nada, acústica de cavilaciones.
Eso es.
Visa hacia los astros
Visiones a base de hongos,
a base de ojos de serpiente,
de mirar fijamente el número 1 en un astro;
visiones de no ver nada, celesteando solamente,
lloviendo como si se arrastrara una soga seca.
Vamos a ver lejos, vamos a cerrar los ojos,
vamos a quedarnos solos,
como quien resucita a un muerto;
vamos a sonar todos estos escapularios
en sacaputilos pelados,
vamos a sonambular
con los misterios trús trús.
Vale la pena que esperemos
mientras la bella visa
de su sazonado corazón
remonta el vuelo,
como cantando en la niebla
una canción de vientos y de piedras.
Es necesario esperar qué.
estemos de luto y nos quedemos sin botón.
Fúnebre también
No puedo soportar, mis lágrimas corren como un venado,
el día está gris, se parece a la tipografía garrido;
hoy me pregunto si yo soy un rey o un alfil,
hoy, que estoy vestido con estas cintas moradas,
cuando me digo: muy bien, señor soñador de máquinas izquierdas.
No puedo soportar tanto signo extraño ante mí,
esas paredes que arrastran rostros y gusaneras que se ríen de vivir
y que parecen papeles de polos contrahechos por el café;
no puedo soportar esto en mis ojos,
mejor tener un corazón de indio sin arcilla,
mejor es sentarse sobre esa piedra y ver hacia allá.
¿Cuántas faltas juntas he cometido?
¿Cuántos pasos insondables di hacia la espalda mortal?
No lo sé, hoy es un jueves gris, atónito de penas,
hoy viviré parado en la otra esquina, a la derecha de la muerte.
Y contaré mis horizontes, téngalo por seguro,
y comprenderé al fin que son no más tres:
El domingo, el que reza y, el que camina.
Pastoral
Hemos vuelto acá mismo, como si tuviéramos que volar,
como si tuviéramos que ir al pueblo aquel de un tacto,
ciegos casi, haciendo, onnilupes en el caminar,
mostrándonos las rodillas, como dos pedazos de ceros,
repitiendo en cabizbajo: ¡cuánto durará la caminada, Señor!
Porque es largo este trayecto entre mi ojo
y la esquina de aquel horizonte que allá veo;
es largo, un camino de garzas, unos polvos de alcatraz,
una sonora nube de espacios enfermos y agriados por mulas.
Para llegar quemaremos el plomo de la entoncera,
el barro a barro, el sendero de hojarasca, los recuerdos,
todo eso que hace llorar en la infancia,
que nos hace descubrir trenzas doradas en la suma del alfabeto,
eso que nos deslumbra cuando entramos al corredor y vemos
sus otoños centrales, sus cuatro esquinas con 8 faroles.
No, no me digas que volvemos a la infancia:
me espera un toro en las 12 lunas del caserío,
y me esperan las gallinas en sempiterna misa de amor
y también los maíces y el olor del jardín cuando llueve.
No me digas que volvemos a la infancia:
tú sabes lo que es caminar 24 soles hacia allá.
Pastorales
Déjame, quiero deslizarme por el mundo abstracto
por la colina sueña perros, en olores ancianos;
déjame, (y el trueno y las cascadas)
no quiero reemplazar este sol de medianoche,
mejor estoy en esta cueva, amarrando los misterios.
Oigo cómo suenan las clavellinas,
cómo bailan las nieblas en sus moños oscuros,
en su profundidad de muerte a bajo nivel;
contemplo este llano y aquella sequía
que inventa fantasmas hasta bajar
a la cumbre donde se cenicientan los retoños.
Déjame, las flores caen
sobre el inflamado invierno. Es tarde.
1
Ya es, tarde para subir al prado,
para ver la vaca, lanzar sus humos
hacia el viento negro que viene de la colina;
ya es tarde, se acercan los duendes,
traen manojos de rosas antiguas
y cuervos para asustar el corazón.
Ya es tarde, es doloroso ver la pradera
vencida por estos meses de invierno.
2
Adiós, recuerdos a Boll, mi hermano oscuro,
mi hermano que regaba la tierra en tardes neblosas
y lanzaba sus cantos hacía el horizonte
donde la tempestad abría garzas lúgubres.
Adiós, no es necesario que vuelvas,
lleva el caballo a pastar,
detrás de las nubes aquellas,
donde se reúnen los animales
a contemplar las piedras
el silencio de la hondonada gris.
Adiós, no hagas caso de las gaviotas:
ellas titilan en el crepúsculo como rosas viejas.